Rivera y su papel
La decisi¨®n de Ciudadanos conduce a la polarizaci¨®n e inestabilidad del sistema
La decisi¨®n de rechazar cualquier pacto poselectoral con el PSOE, adoptada por la direcci¨®n de Ciudadanos, desborda los l¨ªmites de la estrategia de un partido y apunta hacia el derrotero de extremismo por el que puede adentrarse la pol¨ªtica espa?ola. El proyecto de hacerse con el electorado del Partido Popular dirige los pasos de Albert Rivera hasta el punto de hacerle ignorar las consecuencias adversas sobre el que ha sido el suyo, as¨ª como sobre la estabilidad del conjunto del sistema. Un partido que acepta gobernar con una fuerza de ultraderecha, con la que adem¨¢s convoca manifestaciones para conseguir objetivos que deber¨ªa perseguir en el Parlamento, no tiene f¨¢cil explicar el rechazo a negociar con otra fuerza del ¨¢mbito constitucional. Sobre todo cuando no hace tanto suscribi¨® con ella un frustrado acuerdo de legislatura en el que se contemplaban medidas que rechaza ahora.
Editoriales anteriores
Lecciones de una legislatura (16/2/2019)
Acabar con la par¨¢lisis (14/2/2019)
Nada salvo un arriesgado c¨¢lculo electoral obligaba a que Rivera anunciase en estos momentos lo que se dispone a hacer al concluir una campa?a que todav¨ªa no ha comenzado oficialmente. Ni tampoco a que su pronunciamiento fuera en el sentido de favorecer, m¨¢s que de conjurar, un nuevo riesgo de par¨¢lisis pol¨ªtica, como el que ha marcado la actual legislatura. La mayor fragilidad de esta estrategia antes de tiempo reside, con todo, en que deja a Rivera a merced del l¨ªder del Partido Popular, Pablo Casado. Determinado a correr detr¨¢s de ¨¦l como tras una sombra, Rivera se condena a llegar en la radicalizaci¨®n tan lejos como llegue Casado, con el agravante de que este imagina que la mejor forma de evitar que Vox le reste apoyos es mimetiz¨¢ndose con su ret¨®rica incendiaria y con las desmesuras dudosamente constitucionales de su programa. Rivera asegur¨® en su d¨ªa que saltaba desde la pol¨ªtica catalana a la estatal para aportar moderaci¨®n y regeneraci¨®n democr¨¢tica, primero desde posiciones socialdem¨®cratas, luego liberales y ahora ultramontanas. Al segundo de esos compromisos falt¨® cuando mantuvo su apoyo al Gobierno de un partido condenado en firme por corrupci¨®n. En cuanto a la moderaci¨®n, Rivera parece dispuesto a desmentir cualquier esperanza de que haga despu¨¦s de las elecciones lo contrario de lo que ha venido haciendo en los ¨²ltimos tiempos.
Casado y Rivera fingen rivalizar sobre qui¨¦n habla con mayor claridad acerca de la situaci¨®n de Espa?a cuando, en realidad, solo compiten en ver qui¨¦n demuestra menos escr¨²pulos en descalificar a sus adversarios y en despertar los peores reflejos de una sociedad desgarrada por la crisis econ¨®mica, soliviantada por el nihilismo de los independentistas y perpleja ante la ausencia de liderazgo. No es seguro que dividiendo a los ciudadanos en dos bloques irreductibles, Casado y Rivera logren una alianza que les permita alcanzar el poder despu¨¦s del 28 de abril, ni siquiera contando con la ultraderecha que sus respectivas estrategias est¨¢n cebando. S¨ª es cierto, por el contrario, que uno por otro, y siempre contando con la colaboraci¨®n indirecta de los independentistas, ambos est¨¢n contribuyendo a trivializar el abismo.
Casado no reitera las comparaciones entre la situaci¨®n actual y la salida de la dictadura o los a?os del plomo del terrorismo por la ignorancia de no haberlos vivido, sino por haber abrazado una actitud de todo vale que los l¨ªderes de la Transici¨®n consiguieron derrotar, al mismo tiempo que al b¨²nker franquista y a los pistoleros de ETA. Rivera no parece preguntarse siquiera por su papel, sino que deja que se lo escriba Casado, y se atiene d¨®cilmente a ¨¦l.
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