Pureza
?Qui¨¦n es el pueblo? Nosotros. El otro no lo es. El otro es ¨¦lite, cosmopolita
La pureza, como ideal, es algo muy peligroso. Que se lo pregunten a la iglesia cat¨®lica. Tantos siglos de veneraci¨®n a la pureza (Jes¨²s naci¨® sin coito previo y sin pecado original, luego se decidi¨® que tambi¨¦n Mar¨ªa naci¨® sin pecado, etc¨¦tera) acaban conduciendo a la atracci¨®n hacia los seres que consideramos m¨¢s puros: los ni?os. Y de una cosa se pasa a la otra.
No hace falta recordar que la pureza constituye el embri¨®n de los totalitarismos y los integrismos. Los nazis so?aban con una raza aria pura y superior. El comunismo engendr¨® el mito del hombre nuevo y puro. El ansia de pureza ideol¨®gica ha sido desde siempre el c¨¢ncer de los partidos que se consideran literalmente radicales y revolucionarios: por algo las purgas internas se llaman depuraciones. Cualquier sistema integrista siente la vocaci¨®n de depurar y regenerar.
El populismo es la forma que adopta el integrismo en un marco m¨¢s o menos democr¨¢tico. Sabemos c¨®mo funciona: se designa al otro, sea quien sea, como fuente de todos los males y como ¡°enemigo del pueblo¡±. ?Qui¨¦n es el pueblo? Nosotros. El otro no lo es. El otro es ¨¦lite, cosmopolita, antipatri¨®tico, extranjero, cualquier cosa relacionada con lo espurio, es decir, lo no aut¨¦ntico. El pueblo (nosotros) es puro y aut¨¦ntico.
A diferencia del populismo, el nacionalismo funciona dentro de cualquier marco. Su eficacia resulta admirable. Su capacidad de destrucci¨®n, tambi¨¦n. El nacionalismo espa?ol nace con la guerra napole¨®nica y, por tanto, su esencia es antifrancesa. Hay quien le atribuye una cierta virtud original relacion¨¢ndolo con las Cortes de C¨¢diz; se prefiere olvidar que el fervor con que arranca el siglo XIX espa?ol no desemboca en la vocaci¨®n de convivencia de aquella Constituci¨®n llamada ¡°Pepa¡±, sino en Fernando VII, en el absolutismo cerril y en la descalificaci¨®n como ¡°afrancesado¡± de cualquier persona liberal. Podr¨ªa parecer una paradoja, pero no lo es, que el ideario de las Cortes de C¨¢diz solo triunfara casi al final del siglo siguiente, cuando Espa?a apost¨® por la integraci¨®n en Europa y por el reconocimiento de su diversidad interna. Result¨® que la aut¨¦ntica regeneraci¨®n era esa.
La diversidad, tan poco compatible con el ansia de pureza, est¨¢ pasando de moda. Se aviene mal con los nacionalismos y los populismos. En Catalu?a (y antes en el Pa¨ªs Vasco) llevamos a?os trabajando por una pureza identitaria de matriz antiespa?ola y ya est¨¢n casi completamente repartidos los carn¨¦s de ¡°buen catal¨¢n¡± o ¡°buen vasco¡±, y los contrarios. ?C¨®mo iba a quedarse Espa?a al margen de estas tendencias? Empiezan a proferirse con desparpajo las frases que distinguen entre el ¡°buen espa?ol¡± y el ¡°mal espa?ol¡±. Otra vez. No se?alo solamente a Vox o a la nueva gerencia del PP. En el juego de buenos y malos participan muchos, a izquierda y derecha, arriba y abajo.
Se trata de un juego que idiotiza. El pasado fin de semana, donde se extendieron los terribles campos de concentraci¨®n franceses de Colliure y Argel¨¨s, unos cuantos cretinos llamaron ¡°fascistas¡± a los exiliados republicanos y a sus descendientes; quiz¨¢ tambi¨¦n se refer¨ªan a Antonio Machado, a quien el Gobierno espa?ol homenajeaba. Eran pocos, pero deb¨ªan de sentirse puros. Cuidado con eso: el delirio de la pureza se contagia f¨¢cilmente.
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