Nuestra guerra
Los espa?oles empezaron a usar el pronombre posesivo cuando comenz¨® de verdad la otra guerra, la grande
"Shit!¡±, exclamaba Ernest Hemingway en un restaurante de Madrid, all¨¢ por 1954, ¡°todos ustedes dicen lo mismo, rojos y nacionales: ?nuestra guerra! Como si fuera el ¨²nico bien, el m¨¢s preciado, que comparten¡±. Y Jorge Sempr¨²n, clandestino en Espa?a, lo apostillar¨¢ a?os despu¨¦s: ¡°Nuestra guerra, todos utilizaban ese pronombre posesivo para designar la Guerra Civil¡±, quiz¨¢ no solo, como cre¨ªa Hemingway, porque lo que gustaba a los espa?oles era compartir la muerte, lo ¨²nico que los hermanaba, sino tambi¨¦n por el recuerdo de la juventud, o porque aquella guerra se hab¨ªa convertido en el mito que daba sentido a sus vidas.
En realidad, los espa?oles comenzaron a llamar con el pronombre posesivo a la Guerra Civil (antes llamada por unos y otros guerra contra el invasor, guerra de liberaci¨®n, guerra de independencia nacional) desde el mismo momento que comenz¨® de verdad la otra guerra, la grande, cuando los ej¨¦rcitos alemanes invadieron Francia. Se cumpl¨ªa as¨ª lo que Manuel Aza?a hab¨ªa profetizado desde agosto de 1936: si la Rep¨²blica era derrotada, Francia y el Reino Unido perder¨ªan la primera batalla de la nueva guerra que se avecinaba. Nuestra guerra fue el sintagma que sirvi¨® para definir la guerra civil como p¨®rtico o primera batalla de la Segunda Guerra Mundial y as¨ª lo pregonaron en el exilio quienes pretend¨ªan que los aliados entendieran la guerra de Espa?a como primera guerra antifascista y actuaran en consecuencia.
No solo ellos: tambi¨¦n en el bando de los vencedores, nuestra guerra pas¨® a ser muy pronto de uso com¨²n para mostrar al mundo que en Espa?a se hab¨ªa librado la primera guerra contra el comunismo. ?Rusia es culpable!, clamaba Serrano Su?er un d¨ªa de junio de 1941: ¡°Culpable de nuestra Guerra Civil¡±. Nuestra guerra, dec¨ªa un editorial de la revista Ej¨¦rcito, ¡°ha sido un duelo a muerte entre dos campos, el de Dios y el de la Bestia; a un lado Babilonia, con su oro y abominaci¨®n; enfrente, los cruzados de Franco¡±. Y cinco a?os despu¨¦s, en su programa pastoral para 1946, Vicente Enrique Taranc¨®n, obispo de Solsona, hablar¨¢ ya indistintamente de nuestra cruzada o nuestra guerra de liberaci¨®n, que fue el lenguaje adoptado por la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica hasta bien avanzados los a?os sesenta.
Para entonces, nuestra guerra hab¨ªa a?adido a su significado como primera guerra antifascista o anticomunista el de una especie de destino tr¨¢gico de los espa?oles. El cat¨®lico Aranguren la defini¨® en 1953 como ¡°la gigantesca hip¨®stasis del ¨ªntimo desgarramiento del ser espa?ol¡±; una guerra impuesta por el destino y tan inevitable como una tragedia antigua. Era, nuestra guerra, una forma de diluir las responsabilidades de cada cual en su origen; o bien de confesar culpas compartidas en su desarrollo y resultado. Era la tragedia espa?ola, cuya raz¨®n hab¨ªa que remontar al c¨¦lebre cainismo, todav¨ªa hoy esgrimido por no pocos para dar cuenta de las atrocidades cometidas con la bayoneta, el fusil o la ametralladora en las guerras que Delibes llam¨® de nuestros antepasados.
Fue este car¨¢cter ineluctable y tr¨¢gico de nuestra guerra lo que la nueva generaci¨®n de hijos de la guerra pretendi¨® borrar o enterrar para siempre como elemento central de su ideolog¨ªa pol¨ªtica. En un tir¨®n de orejas que Jorge Sempr¨²n propin¨® a Javier Pradera con motivo de unas reflexiones cr¨ªticas de este joven camarada a prop¨®sito del fracaso de la Huelga Nacional Pac¨ªfica, le dec¨ªa que hab¨ªan sido ellos, los comunistas, quienes hab¨ªan conjurado en gran medida el espectro de la Guerra Civil. En realidad, a?ad¨ªa, es Franco, hoy, quien est¨¢ liado con el recuerdo de la guerra, quien pretende avivarlo, quien constituye el principal obst¨¢culo para que borremos, entre todos, este elemento ideol¨®gico, el recuerdo de nuestra guerra.
Y eso era lo que empezaba a comprender la mayor¨ªa de los espa?oles, asumi¨¦ndola cr¨ªticamente, lejos de sus laberintos enga?osos, pensaba Sempr¨²n. Bueno, quiz¨¢ no todav¨ªa la mayor¨ªa, pero es claro que a aquellos j¨®venes que fueron ni?os cuando la guerra les debemos la decisi¨®n de identificarse por vez primera como ¡°generaci¨®n ajena a la Guerra Civil¡±, defini¨¦ndola en uno de sus manifiestos como ¡°in¨²til matanza fratricida¡±. Quiz¨¢ ahora, a pocos d¨ªas del 80? aniversario de su fin, y tal como se ha puesto el patio pol¨ªtico, no sea mal momento para reconocer la enorme deuda que quienes vinimos despu¨¦s contrajimos con esos hermanos mayores, que hacia 1956 decidieron que la Guerra Civil, la guerra de Espa?a, nuestra guerra, era ya historia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.