C¨®mo encajar miles de refugiados en un pa¨ªs pobre
La regi¨®n de Cox¡¯s Bazar, en Banglad¨¦s, acogi¨® a casi un mill¨®n de rohingyas que llegaron huyendo de Birman¨ªa en 2015. Y la vida de sus habitantes, su territorio, sus bosques cambiaron de un d¨ªa para otro de un modo que nunca imaginaron
El camino es un infierno de baches, tr¨¢fico, cl¨¢xones, humo, y polvo, mucho polvo. Cae el sol, y los ¨²ltimos rayos de la tarde iluminan la carretera en mal estado que recorre los campos de refugiados rohingya de Banglad¨¦s, en la regi¨®n de Cox¡¯s Bazar. A menos de 10 kil¨®metros aguarda la militarizada frontera con Birmania, de donde esta comunidad musulmana, la rohingy¨¢, huye de una limpieza ¨¦tnica desde 2015. En un punto de esta calzada, Jiaul Holve espera sentado en su motocicleta, una imponente Honda de color negro. Lleva una chaqueta de ch¨¢ndal de la Juventus, tiene 33 a?os, la mirada bondadosa, y es el alcalde de una de las aldeas locales de la zona. Como tantos otros banglades¨ªes, ha visto con sus propios ojos la llegada masiva de esta comunidad, que acapar¨® titulares el verano de 2017, pero que casi un a?o y medio despu¨¦s, se est¨¢ quedando en el olvido.?
Jiaul prepara una mesa de madera y cuatro sillas de pl¨¢stico. Pide t¨¦ y caf¨¦, y empieza a hablar con un tono especialmente frustrado. ¡°Sabemos que los rohingy¨¢ han sufrido mucho, que el ej¨¦rcito [birmano] llegaba a sus aldeas y les mataban, pero aqu¨ª la situaci¨®n se est¨¢ volviendo insostenible. Ha llegado much¨ªsima gente, y la forma como se est¨¢ gestionando este ¨¦xodo est¨¢ teniendo consecuencias negativas para nosotros".
Entonces Jiaul alza la vista y se?ala con la mirada varias colinas deforestadas llenas de chozas y chozas de bamb¨² que se amontonan hasta donde la vista alcanza. ¡°Todo esto es un campo de refugiados, todas estas casas que ves son de rohingyas¡ las construyeron cuando llegaron¡±, explica. Levanta el dedo y lo mueve solo unos cent¨ªmetros hacia la derecha. ¡°Este es nuestro pueblo, aqu¨ª vivimos nosotros¡±. A simple vista, es dif¨ªcil diferenciar el campamento de la aldea local. Est¨¢n pr¨¢cticamente pegados. La sensaci¨®n de bullicio y aglomeraci¨®n es palpable en cada esquina, especialmente en el mercado o en una especie de descampado que sirve de punto de parada para autobuses y tuk-tuks ¡ªuna moto de tres ruedas muy habitual en la zona¡ª. ¡°Nuestro paisaje ha cambiado mucho, y tambi¨¦n nuestras vidas¡¡±, cuenta.
Consecuencias de un ¨¦xodo masivo
El lamento de Jiaul, compartido por la mayor¨ªa de bengal¨ªes de la zona, es la otra cara de la brutal violencia contra esta comunidad repudiada por Birmania. En agosto de 2017, cuando la persecuci¨®n ¨¦tnica lleg¨® a su punto m¨¢s violento, Banglad¨¦s recibi¨® y acogi¨® a unos 800.000 refugiados pr¨¢cticamente de golpe. Bajo gesti¨®n del gobierno banglades¨ª, se instalaron en Cox¡¯s Bazar, de unos dos millones de habitantes. Actualmente hay siete campos, que se levantaron en la zona m¨¢s al sur, donde viv¨ªan unos 700.000 ciudadanos locales. En muy poco tiempo, esta parte de regi¨®n recibi¨® un n¨²mero aproximadamente igual a su poblaci¨®n total. Desde entonces, el olvido pol¨ªtico se ha cebado a¨²n m¨¢s con ellos: tanto con los rohingyas, que malviven en estos campamentos con las heridas del horror y sin saber si alg¨²n d¨ªa podr¨¢n volver a su casa; como con los banglades¨ªes, que han visto que su d¨ªa a d¨ªa, que antes ya era complicado, lo es ahora cada vez m¨¢s.
En su oficina de Cox¡¯s Bazar, capital de la regi¨®n hom¨®nima, Abu Morshed tiene preparados varios documentos y folios en blanco sobre la mesa de reuniones. Es el director de la ONG local Phals, una de las pocas que trabajan para ayudar a la poblaci¨®n aut¨®ctona que se ha visto afectada. ¡°Las principales son en el ¨¢mbito econ¨®mico y en el medioambiental¡±, dice. Si se miran im¨¢genes de antes y de ahora se ve claramente la diferencia: antes del ¨¦xodo, esta parte de la ciudad era una zona pr¨¢cticamente virgen, con infinidad de colinas verdes que se intercalaban con campos de cultivo, principalmente de arroz; hoy, est¨¢n llenas de barracones y tiendas de los refugiados. ¡°Cuando los rohingya llegaron, el gobierno y el ej¨¦rcito dio permiso para que habitaran estas zonas naturales¡ esto ha sido un desastre. Claro que ten¨ªamos que darles refugio, pero se hubiera tenido que hacer de una forma mejor¡±, continua Abu. ¡°?C¨®mo? pues por ejemplo reparti¨¦ndonos la acogida con otras partes de Bangladesh¡±.
Se calcula que desde agosto de 2017 el n¨²mero de ejemplares que se han cortado supera ya los dos millones
Abu Morshed pone especial ¨¦nfasis en la tala de ¨¢rboles, una de las consecuencias m¨¢s visibles de esta mala gesti¨®n. Se calcula que desde agosto de 2017 el n¨²mero de ejemplares que se han cortado supera ya los dos millones. ¡°Primero los taalron para tener espacio donde construir las chozas, pero ahora siguen haci¨¦ndolo para tener le?a para cocinar, construir o incluso vender¡±, suspira. La quema constante de madera, sumado a la deforestaci¨®n y a la mayor afluencia de personas y sobre todo veh¨ªculos ha provocado que la calidad del aire tambi¨¦n se haya visto afectada. En el campamento de Balhukali, el segundo m¨¢s grande, el humo es particularmente molesto por la tarde, cuando el tr¨¢fico aumenta y las hogueras se multiplican.
Dificultades econ¨®micas
Sentado en una de las callejuelas adyacentes a este campo, a Jafaralam Hoque el humo, muy probablemente, ya no le preocupe. Tiene 40 a?os, lleva un bigote negro que le endurece la mirada y su relato explica otra de las realidades derivadas de esta situaci¨®n. ¡°Yo antes ten¨ªa mi propio terreno: un campo de arroz y un huerto. Lo cultivaba y nos gan¨¢bamos la vida¡±, explica Jafaralam, un banglades¨ª que naci¨® en la localidad de Ukhya. Este ¡°antes¡±, claro, hace referencia a los tiempos previos al verano de 2017. Se le enturbia la mirada cuando recuerda que, de un d¨ªa para otro, el Gobierno cedi¨® sus terrenos sin pedirle permiso. ¡°No me dieron ninguna soluci¨®n, me dijeron que no insistiera si no quer¨ªa problemas¡ simplemente, argumentaron que el Gobierno hab¨ªa tenido que ceder terreno para acoger a los rohingyas y que yo hab¨ªa sido uno de los damnificados¡±.
El caso no es, ni mucho menos, aislado. El Gobierno utiliz¨® esta pr¨¢ctica con muchos agricultores, que han acabado perdiendo sus tierras y ahora sobreviven como pueden para, como en el caso de Jafaralam, llevar un plato de comida a su familia. ¡°No me han dado ning¨²n tipo de indemnizaci¨®n¡±, apunta el hombre. Sin tierras a su propiedad, Jafaralam trabaja como simple mano de obra: otros agricultores le pagan para que cultive campos ajenos. Si antes cobraba 1.000 takas al d¨ªa (unos 10 euros), ahora gana unos 300 (tres euros). ¡°Y trabajo m¨¢s horas¡±, lamenta. De media, unas 11 al d¨ªa. Pero no hay opci¨®n: por la noche, cuando llega a casa, sus cuatro hijos y su mujer le est¨¢n esperando hambrientos.
Muchos agricultores se aprovechan de la situaci¨®n y prefieren contratar a rohingyas porque debido a su vulnerabilidad aceptan trabajar por mucho menos dinero
Los banglades¨ªes de la zona tambi¨¦n denuncian que el precio de la mano de obra ha bajado considerablemente. ¡°Muchos agricultores se aprovechan de la situaci¨®n y prefieren contratar a rohingyas porque debido a su vulnerabilidad aceptan trabajar por mucho menos dinero¡±, recalca Abu Morshed. Y esto es especialmente preocupante en un contexto econ¨®mico como el que condiciona Banglad¨¦s, donde el 30% de la poblaci¨®n ya vive bajo el umbral de la pobreza.
¡°Desde el Gobierno hacemos todo lo posible para gestionar de la mejor manera esta situaci¨®n. Eso s¨ª, pedimos mucha m¨¢s sensibilidad de las organizaciones internacionales por la poblaci¨®n local¡±, dice desde su oficina en Cox¡¯s Bazar Mohammad Abul Kalam, director del Comisariado de Ayuda a los Refugiados y Repatriaci¨®n de esta provincia. Sus palabras chocan, por ejemplo, con el testimonio de Jafaralam, que culpabiliza a la Administraci¨®n de haber perdido su tierra y no haber recibido ning¨²n tipo de ayuda o compensaci¨®n econ¨®mica. Pero Jafaralam, igual que muchos otros, no se atreve a manifestar abiertamente estas quejas porque sabe que si lo hace tendr¨¢ consecuencias. Dicen que si salen a la calle a protestar, el gobierno les arrestar¨¢.
Un recelo que preocupa
Uno de los grandes riesgos que el malestar creciente de los banglades¨ªes lleva de la mano es que derive en recelo, e incluso odio, hacia los rohingyas. La mayor¨ªa de los locales entrevistados coinciden en una cosa: cuando los refugiados llegaron, estuvieron contentos de ayudarles ¡ªen parte, porque ten¨ªan el ¡°deber¡± de acoger a sus ¡°hermanos musulmanes¡± perseguidos en un pa¨ªs, Birmania, de mayor¨ªa budista¡ª, pero ahora, un a?o y medio despu¨¦s, ya no lo est¨¢n tanto. El olvido institucional que viven ha hecho que muchos banglades¨ªes consideren a los refugiados responsables del declive de sus vidas y de su regi¨®n.
Salem es uno de ellos. Trabaja de barman en uno de los escasos locales de Cox¡¯s Bazar donde se sirve alcohol. Tocado con una corbata y un chaleco negro brillante, prepara tres gintonics y varios chupitos de vodka para un grupo de j¨®venes que est¨¢n de vacaciones en la ciudad, uno de los principales destinos de los locales que pueden permitirse pasar unos d¨ªas de vacaciones en la playa. Cuando se les pregunta por los rohingyas, frunce autom¨¢ticamente el ce?o. ¡°Banglad¨¦s es un pa¨ªs con mucha gente, Cox¡¯s Bazar es una zona peque?a¡ no podemos asumir la llegada de tantas personas¡±, expresa. Explica que ¨¦l fue uno de los voluntarios que se desplaz¨® a los campos para ayudar durante las primeras semanas. Pero ahora su visi¨®n ha cambiado. ¡°Es hora de que vuelvan a Birmania, aqu¨ª no podemos¡ es dif¨ªcil¡±, insiste. Entonces baja el tono de voz y mira a los lados con disimulo. ¡°Si no se marchan, acabar¨¢n destruyendo nuestro pa¨ªs¡±.
Y es en este susurro de Salem donde se puede ver el creciente, peligroso y preocupante rechazo social hacia los rohingy¨¢s, una de las minor¨ªas ¨¦tnicas m¨¢s perseguidas del mundo y los primeros, seg¨²n afirman la inmensa mayor¨ªa de ellos, en querer volver a su Birmania natal. Eso s¨ª, siempre que sea seguro hacerlo. Eso s¨ª, siempre que se les garantice que el gobierno birmano no les volver¨¢ a masacrar.
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