A lo que obliga el esca?o
Tirando de lo que una palabra nos puede decir de s¨ª misma, podemos resumir los deberes de quienes nos representan
No paraba la lluvia de p¨¢jaros muertos. Era normal que el sacerdote Antonio Isabel que retrat¨® Garc¨ªa M¨¢rquez en el cuento Los funerales de la Mam¨¢ Grande se sintiera entre desolado y sorprendido por tal hecho del cielo. Por eso, ¡°sentado en el esca?o de la estaci¨®n trataba de recordar si hab¨ªa lluvia de p¨¢jaros muertos en el Apocalipsis, pero lo hab¨ªa olvidado por completo¡±. En el mundo de fantas¨ªa posible que es la ficci¨®n de Garc¨ªa M¨¢rquez, ese cura viejo que est¨¢ sobrepasado puede representarnos a nosotros mismos cuando algo nos supera: nos paramos un momento, nos sentamos a reflexionar. Y para eso, en el mundo del premio Nobel colombiano, estaba el esca?o.
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Esca?os para sentarse hay de sobra en la literatura espa?ola: en el Poema de Mio Cid, un ¡°esca?o tor?ino¡±, o sea, torneado, es el lugar donde se sienta el propio Campeador y bajo un esca?o se escond¨ªan en el viejo poema los yernos del Cid, los cobardicas infantes de Carri¨®n, queriendo escaparse del le¨®n. Hasta el siglo XIX, el esca?o era un mueble com¨²n en las casas espa?olas: un asiento con capacidad para tres o cuatro personas, que se colocaba frecuentemente en la cocina y serv¨ªa para estar junto a otros al calor de la lumbre. Era un significado heredado del lat¨ªn scamnum, que mantuvo su continuidad hasta que el gusto por asientos m¨¢s mullidos y blandos termin¨® arrinconando a esos muebles tan comunes en los inventarios y ajuares de otro tiempo. Desde el siglo XIX desciende el uso de la palabra al tiempo que va creciendo el empleo de otra palabra, banco, de historia m¨¢s reciente.
Pero no son estos esca?os antiguos de los que hablan hoy las noticias. En v¨ªsperas de elecciones, la palabra esca?o vuelve a hacerse com¨²n en nuestro vocabulario y a¨²n sonar¨¢ m¨¢s en la noche del recuento. Nuestros votos se convertir¨¢n en esos asientos llamados esca?os que ocupar¨¢n los pol¨ªticos de las listas m¨¢s votadas. Y aun cuando ya los asientos en las dos C¨¢maras no sean propiamente esca?os, como lo eran en los antiguos concejos, sino c¨®modos asientos con ruedas, seguiremos nombr¨¢ndolos con el vocablo que originalmente tuvieron. Tal vez, d¨ªas m¨¢s tarde, empecemos a hablar de los parlamentarios y no tanto de los esca?os que han logrado.
Pero un esca?o es una realidad demasiado relevante como para convertirlo en un s¨ªmbolo vac¨ªo que simplemente equivale a la persona que lo ocupa. Esa palabra nos resume a nosotros como ciudadanos de una democracia: en una min¨²scula proporci¨®n, una parte de todo esca?o es de cada votante que introduce su voto. Por eso, y tirando de lo que una palabra nos puede decir de s¨ª misma y de su vividura, podemos resumir la suma de deberes de quienes nos representan.
Un esca?o es una realidad demasiado relevante como para convertirlo en un s¨ªmbolo vac¨ªo que simplemente equivale a la persona que lo ocupa
Ha de recordar quien ocupe un esca?o que ese asiento se pens¨® para varios, que estaba pensado para compartir, para trabajar codo con codo. Los anunciados y nunca logrados acuerdos de Estado en materias muy sensibles solo se logran si quienes ocupan un esca?o empiezan a pensar que su asiento individual es, por etimolog¨ªa de la palabra pero sobre todo por lo que implica ser pol¨ªtico, un asiento para compartir; que si hablamos de esca?o es porque quien tiene un asiento en las Cortes Generales no ha de comportarse como sentado en poltrona o en silla individual sino en el puesto que nuestros hablantes de otro tiempo usaron para compartir ideas ante el fuego. El viejo refr¨¢n espa?ol: ¡°Alguno est¨¢ en el esca?o, que a s¨ª no aprovecha y a otro hace da?o¡±, condenaba precisamente esa mala utilizaci¨®n del esca?o y pon¨ªa con justeza al asiento por encima de la persona.
Y, s¨ª, claro que hay usos no individualistas y agrupados en los esca?os: los de esas sumas sin fisuras que son a menudo los grupos parlamentarios, donde es un h¨¦roe suicida el que se atreve a declararse en contra de lo que se dice su l¨ªder o aun siquiera a matizarlo. Y otro esca?o ilustra de un comportamiento ejemplarizante al respecto: en la batalla de Trafalgar tan penosa y dura para el Ej¨¦rcito espa?ol, el militar Antonio de Esca?o se opuso, lamentablemente sin ¨¦xito, a que los espa?oles entraran en combate contra la Armada brit¨¢nica de Nelson que bloqueaba la costa gaditana. Esca?o se jug¨® el puesto no aplaudiendo la decisi¨®n de sus superiores y no se equivoc¨® en la predicci¨®n. Un esca?o no habr¨ªa de anular la capacidad de pensamiento aut¨®nomo de quien lo ocupa.
Tan comunes eran, en fin, los esca?os que dejaron su huella en otros ¨¢mbitos del idioma. La toponimia espa?ola tiene un pueblo llamado Esca?o en Burgos y otro en Ja¨¦n, Esca?uela. Tambi¨¦n sus habitantes (solo cuatro en el municipio burgal¨¦s y casi un millar en el de la campi?a jiennense) son responsables de la asignaci¨®n de los asientos en Congreso y Senado y merecen la atenci¨®n que pocas veces se presta a la Espa?a m¨¢s silenciosa, la que, calladamente y simplemente mirando qu¨¦ significa la palabra esca?o, ser¨ªa capaz de entender a qu¨¦ obliga ocupar uno. Antes de ocuparlo, si¨¦ntese a reflexionar.
Lola Pons Rodr¨ªguez es profesora de Historia de la Lengua en la Universidad de Sevilla.
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