?De verdad las pel¨ªculas de Clint Eastwood son una ofensa moral para las mujeres?
Desde el ¡®metoo¡¯ la cr¨ªtica de g¨¦nero ha tomado un impulso revisionista necesario que, sin embargo, a veces yerra en el tiro
No recuerdo qu¨¦ edad exacta ten¨ªa cuando vi por primera vez Lo que el viento se llev¨® con mi padre. S¨ª recuerdo que a la salida del cine discutimos. Yo, con el alma en un pu?o, exclam¨¦: ¡°?Quiero ser Escarlata!¡±. Escandalizado, mi padre vocifer¨®: ¡°?T¨² Escarlata? ?Eso nunca! ?Es una fascista!¡±. Ador¨¢bamos la pel¨ªcula, pero por razones distintas. Donde yo ve¨ªa la historia de una mujer a la que quer¨ªa parecerme a toda costa, ¨¦l encontraba a una manipuladora y caprichosa princesa del sur esclavista a la que, por cierto, le daban su merecido al final de la pel¨ªcula.
He recordado la an¨¦cdota a prop¨®sito del ¨²ltimo estreno de Clint Eastwood, Mula, y de cierta cr¨ªtica ideol¨®gica y de g¨¦nero que suele cebarse con el cineasta de 88 a?os, declarado votante de Trump. ?Que Eastwood sea un hombre abiertamente conservador significa que su cine lo sea? La historia de Mula, como tantas suyas, transita por las grietas de la Am¨¦rica profunda (su h¨¢bitat natural y quiz¨¢ su mayor obsesi¨®n), pero lo hace desde la mirada escurridiza de un solitario, un individualista ac¨¦rrimo que se presta poco a simplificaciones.
El personaje de Clint Eastwood en Mula es un horticultor especialista en lirios y v¨ªctima de la crisis econ¨®mica. Con su particular humor y su caracter¨ªstico gesto, tan altivo como arrastrado, Eastwood interpreta a un viejo ego¨ªsta, un veterano de guerra cargado de prejuicios contra el mundo actual: de los m¨®viles y sus algoritmos a los inmigrantes, las moteras lesbianas o los afroamericanos que ya no toleran palabras malsonantes. Un anciano suicida que al principio cruza el Medio Oeste con un obsoleto Ford y despu¨¦s en un fabuloso Lincoln, siempre cargados de droga, retando las leyes, todas, incluidas las de la familia, para fundirse en el paisaje inmenso de un pa¨ªs sumido en la decadencia, moral y econ¨®mica.
Seguramente es la misma pel¨ªcula de siempre (la hija perdida, como en Million dollar baby, la orfandad, como en Un mundo perfecto, o la desconfianza hacia los extra?os, como en Gran Torino), pero esta vez con un metaf¨®rico destino cerrado. Un sutil naufragio, personal y colectivo, en el que el viejo cineasta de California no siente ning¨²n orgullo de s¨ª mismo y solo reivindica la belleza de un instante: las preciosas canciones que escucha en el camino dentro de su coche o las in¨²tiles flores de un d¨ªa. Ese es su credo y su testamento. Como dice el personaje, esas flores ¡°son ¨²nicas, viven un d¨ªa y se marchitan, y solo por eso merecen todo nuestro tiempo y esfuerzo¡±.
Quiz¨¢ porque la pel¨ªcula se estren¨® el mismo fin de semana del 8 de marzo result¨® inevitable escuchar algunos comentarios desde?osos contra el cineasta y su gusto a retratarse como un lobo solitario. Lo de cine machirulo lo escuch¨¦ por desgracia un par de veces. Desde la explosi¨®n del #metoo la cr¨ªtica de g¨¦nero ha tomado un impulso revisionista necesario pero que a veces creo que yerra en el tiro. ?De verdad que pel¨ªculas como El hombre tranquilo, Centauros del desierto, ambas de John Ford, o Blow-up, de Michelangelo Antonioni, son una ofensa moral para las mujeres como sugieren algunas lecturas recientes hechas desde el nuevo feminismo?
Recuerdo que cuando un amigo profesor que vive en Nueva York me coment¨® la enorme incomodidad que detect¨® al proyectar a sus alumnos El hombre tranquilo sent¨ª que se abr¨ªa una brecha insalvable entre un p¨²blico nuevo y otro que ha crecido con unos arquetipos que quiz¨¢ se perder¨¢n para siempre. Y, s¨ª, Escarlata es un poco insoportable. Pero ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa.
Esta columna apareci¨® en el n¨²mero de mayo de 2019 de la revista ICON.
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