Es cuesti¨®n de humanidad
M¨¢s de 300.000 ni?os venezolanos han cruzado la frontera con Colombia, pero los buenos prop¨®sitos no son suficientes. Las pol¨ªticas generosas del pa¨ªs chocan con unos servicios locales que no dan abasto
Yvan Colina tiene 18 a?os y le encanta bailar salsa. Hasta ah¨ª, nada extra?o de encontrar en un pa¨ªs como Colombia, aunque ¨¦l no es colombiano, sino venezolano. Le conoc¨ª en un reciente viaje a la frontera entre los dos pa¨ªses para visitar los programas de Unicef en apoyo a la infancia migrante venezolana. Hasta septiembre pasado, Yvan cruzaba con frecuencia a Colombia de vacaciones. En septiembre decidi¨® quedarse, como tantos otros. Reci¨¦n graduado en laboratorio cl¨ªnico, permanecer en su pa¨ªs dej¨® pronto de ser una opci¨®n. Tampoco en Colombia las cosas fueron f¨¢ciles al inicio. Falleci¨® la abuela que les acog¨ªa y no encontraba trabajo. Su afici¨®n a la salsa le puso en contacto con la Fundaci¨®n Horizonte de Juventud, que con apoyo de Unicef trabaja para proteger a ni?os y j¨®venes en La Parada, barrio deprimido de la ciudad fronteriza de C¨²cuta donde se acumulan todo tipo de perfiles: comunidades locales en situaci¨®n precaria, colombianos retornados ¡ªaquellos que, procedentes de otras zonas del pa¨ªs, migraron a Venezuela huyendo de la violencia y ahora retornan azuzados por la prolongada crisis en el pa¨ªs vecino¡ª, los venezolanos que acaban de llegar, los que se quedan, los que van y vuelven¡ cada vez son m¨¢s y con m¨¢s necesidades, llegando a un barrio ya de por s¨ª precario e inseguro.
Yvan trabaja con Horizontes de Juventud a doble jornada. Por las ma?anas, en La Parada, tratando de organizar un nuevo espacio de ocio y protecci¨®n donde los ni?os puedan permanecer seguros mientras sus familiares esperan la cola interminable del comedor social del barrio. Por las tardes, en un punto de atenci¨®n a caminantes a unos 30 kil¨®metros de la ciudad. All¨ª el panorama es diferente. No hay un solo ni?o al que puedan acompa?ar durante dos d¨ªas seguidos. Se trata de un centro de paso, que lleva acogidos desde enero a m¨¢s de 40.000 migrantes venezolanos, alrededor de 500 ni?os a la semana. Llegan cansados, desnutridos, con hambre y fr¨ªo. Con sus beb¨¦s a cuestas, sin saber muy bien lo que les espera. Duermen como pueden, las mujeres y los ni?os amontonados en una habitaci¨®n, el resto en los pasillos ¡ªsi hay suerte¡ª o directamente en el porche ¡ªsi no¡ª. Mientras los compa?eros de Unicef distribuyen kits de higiene, Yvan comienza su actividad. Le veo en pie en mitad de la sala, tratando de hacer que madres y ni?os canten e interact¨²en con ¨¦l. ¡°Misi¨®n imposible¡±, pienso yo, viendo las caras de preocupaci¨®n en las madres, el agotamiento en los ni?os. Y sin embargo lo consigue. Poco a poco se centran en el canto, sus caras se relajan. A trav¨¦s de la m¨²sica, trabajan los afectos, los cuidados sin violencia, los derechos y deberes de padres e hijos, la lactancia, las medidas b¨¢sicas de higiene, y un largo etc¨¦tera.
¡°Necesitan ver que no todo es huida y desesperanza¡±, nos cuenta Yvan. ¡°Yo ahora estoy bien, y quiero poner mi grano de arena para que ellos tambi¨¦n est¨¦n mejor¡±. No es mucho lo que se puede hacer en unas pocas horas. En cuanto amanece, todos siguen su camino. Se dirigen a otros puntos del pa¨ªs (a la capital Bogot¨¢ o a la costa atl¨¢ntica), o bien a Ecuador, Per¨² o incluso Chile. Los primeros iban abriendo camino. Ahora casi todos tienen alg¨²n familiar o amigo que les espera en alg¨²n sitio. Aun as¨ª, no son muy conscientes de los riesgos que les acechan a lo largo del recorrido: el reclutamiento por parte de los grupos armados que todav¨ªa siguen latentes en Colombia, la trata y explotaci¨®n sexual o el fr¨ªo de los Andes.
En total, se estima que unos 3,7 millones de venezolanos han abandonado ya sus hogares para dirigirse a otros pa¨ªses de la regi¨®n. Alrededor de 1,2 millones se encuentran en Colombia, entre ellos m¨¢s de 300.000 ni?os. La buena noticia es que, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras crisis humanitarias en distintas partes del planeta, las puertas de Colombia permanecen abiertas y todas las personas a las que hemos preguntado insisten en que el Gobierno no tiene ninguna intenci¨®n de cerrarlas. Se est¨¢n concediendo permisos circulares para la poblaci¨®n pendular, as¨ª como permisos especiales de residencia para muchos de los que desean quedarse. La ley garantiza educaci¨®n y sanidad gratuitas y los puestos de vacunaci¨®n proliferan a lo largo del camino.
Los migrantes no son muy conscientes de los riesgos que les acechan a lo largo del recorrido: el reclutamiento por parte de los grupos armados, la trata y explotaci¨®n sexual o el fr¨ªo de los Andes
Pero los buenos prop¨®sitos no son suficientes. Estas pol¨ªticas generosas chocan con unos servicios locales que no dan abasto: los colegios no alcanzan a acoger a todos los reci¨¦n llegados, no se puede garantizar un alojamiento digno, los servicios de salud se colapsan y todo ello genera el caldo de cultivo perfecto para unos brotes incipientes de xenofobia y discriminaci¨®n por parte de una poblaci¨®n local que nunca lo ha tenido f¨¢cil.
Le pregunto a Yvan por su propia experiencia como venezolano, si se ha sentido acogido por los colombianos o, por el contrario, empieza a sentir el rechazo. Con elegancia, esquiva mi pregunta: ¡°No es cuesti¨®n de nacionalidad, sino de humanidad¡±.
En mi reciente viaje a Colombia he conocido a muchos otros como ¨¦l. Colombianos y venezolanos por igual. Gente generosa y de sonrisa f¨¢cil, dispuesta a poner todo lo que esta en su mano para mejorar la vida de los ni?os, sin importarles la nacionalidad. No les dejemos solos.
Marta Arias es coordinadora mundial de la campa?a Ni?os Desarraigados de Unicef
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aqu¨ª a nuestra newsletter.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.