Las plazas duras y el budismo
Sobre la declaraci¨®n de una plaza de hormig¨®n en Barcelona como patrimonio a proteger
Hace unos meses, el Ayuntamiento de Barcelona seleccionaba diversos de sus espacios p¨²blicos arquitecturizados como bienes patrimoniales que merec¨ªan protecci¨®n especial. Eran todos ellos ejemplos del tipo de urbanismo con los que, en los a?os 80, la capital catalana gan¨® su reputaci¨®n universal por sus proyectos de dise?o urbano rompedores y creativos. En la lista se incorporaron trabajos como los parques de Nou Barris, Diagonal Mar o la Creueta del Coll. Pero el primer elemento a resaltar fue la plaza dels Pa?sos Catalans, de los arquitectos Albert Viaplana y Helio Pi?¨®n, premio FAD de 1984. Esa intervenci¨®n fue una de las pioneras de lo que a partir de ese momento se empez¨® a llamar plazas duras, superficies de granito, cemento u hormig¨®n en las que la presencia de vegetaci¨®n y mobiliario urbano es escasa o nula.
Ser¨ªa interesante pensar sobre c¨®mo, al margen de otras consideraciones no por fuerza elogiosas, no cabr¨ªa reconocer un ascendente oriental en este tipo de iniciativas urban¨ªsticas generadoras de solares ¨Cen el sentido de espacios sin sombra¨C, acaso ejemplo de un juego de influencias o paralelismos entre budismo zen y arquitectura y dise?o actuales, como uno m¨¢s de los aspectos de la cultura moderna occidental que recibieron esa misma influencia, de Shopenhauer a Chillida, pasando por Heidegger, la f¨ªsica cu¨¢ntica, el movimiento jipi, las artes marciales y los bons¨¢is. Umberto Eco se ocup¨® de subrayar esa presencia del budismo japon¨¦s en nuestras sociedades urbanas e industrializadas.
Cuando divos como Rem Koolhaas hablan del nuevo urbanismo como ¡°la puesta en escena de la incertidumbre¡± o se refiere a sus proyectos en t¨¦rminos de ¡°congesti¨®n sin materia¡±, est¨¢ empleando conceptos que el budismo mah¨¡y¨¡na reconocer¨ªa enseguida. A¨²n m¨¢s obvio ese lazo cuando lo protagonizan arquitectos orientales como Tadao Ando, Arata Isozaki o Toyo Ito, que han conseguido trasladar a las ciudades occidentales el aire ef¨ªmero y el culto a la vacuidad ¨Cla forma es el vac¨ªo; el vac¨ªo es la forma¨C que caracteriza el tratamiento del espacio del zen.
Una de las ilustraciones m¨¢s espectaculares de estos toques budistas en la geograf¨ªa urbana en Occidente la tenemos precisamente en esas plazas duras que se han prodigado por todo el mundo y que convierten en lugar la l¨®gica del zazen, ese estado contemplativo que deja pasar los pensamientos sin atraparlos, que, en este caso, invita a pasar a los viandantes sin darles la oportunidad ni la posibilidad de detenerse, puesto que apenas se prev¨¦ el punto en qu¨¦ hacerlo. Se trata de entornos dise?ados que evocan la noci¨®n de ma como espacio en blanco o espacio negativo y que irrumpieron hace cuarenta a?os como una forma novedosa de pensar ordenadamente el territorio urbano. Fue en buena medida desde Barcelona, cuando la pol¨ªtica de liberar espacios emprendida por Oriol Bohigas en los 80 concedi¨® oportunidades a creadores que, como Pi?¨®n y Viaplana, estaban dispuestos a especular con la forma urbana de manera rupturista. El resultado fue su proyecto para el parque del Escorxador y, por supuesto, la pla?a dels Pa?sos Catalans, frente a la estaci¨®n de Sants, cuya designaci¨®n como espacio a proteger cabe esperar que lo proteja de verdad de su proceso de deterioro.
La idea de Pi?¨®n y Viaplana fue la de generar un espacio aut¨®nomo, deliberadamente no contextualizado, dominado por elementos que hac¨ªan de sus desolaciones creativas al mismo tiempo una ruta y un lugar. El tipo de inteligencia que se pretend¨ªa concitar en el usuario podr¨ªa resumirse en cualidades como itinerancia, fluctuaci¨®n, perturbaci¨®n de los sentidos, inestabilidad, oscilaci¨®n. En ellas, superficies casi puras, sin rincones ni esquinas, el peat¨®n se convert¨ªa en danzante, sin derecho al alto, sin opci¨®n a desparecer ni a esconderse. Al menos eso era as¨ª en teor¨ªa, al margen del rechazo que merecieran productos finales inh¨®spitos e insociables.
Se quiso encontrar precedentes: el land art, Picabia, Man Ray, el dad¨¢, Chirico, Kandinsky, el minismalismo¡ Pero ya hac¨ªa varios siglos que el zen hab¨ªa inspirado esa misma arquitectura espacial de la nada que cre¨ªamos haber visto nacer por primera vez ante nuestros ojos. Cont¨¦mplese, si no, los patios desiertos, hechos de grandes extensiones de grava, arena blanca y musgo, salpicadas de algunas rocas, del monasterio de Daitokuki o del de Ryoan-ji, en Kioto; la orograf¨ªa ilusoria, fr¨ªa, leve -surcos hechos con un rastrillo, peque?os mont¨ªculos de piedras diminutas-; el paisaje simple y seco de los jardines sin verde de Ryogen-in. Nuestros arquitectos de vanguardia acababan de inventar un tratamiento del espacio que los monjes japoneses llevaban cultivando desde hac¨ªa 800 a?os.
He ah¨ª una muestra, entre tantas otras que podr¨ªan hallarse, de c¨®mo lo que se nos est¨¢ presentando como un ¡°descubrimiento¡± de ese saber ignorante que es el budismo era, en realidad, un reencuentro.
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