Guerra, literatura y enfermedades ven¨¦reas
La s¨ªfilis de Baudelaire quedar¨ªa reflejada en su poes¨ªa de la misma manera que el sol se refleja en la nieve
Durante la II Guerra Mundial, en los a?os previos al uso de la penicilina, las enfermedades ven¨¦reas libraban su propia guerra sin distinci¨®n de uniformes y naciones. Las m¨¢s comunes eran la s¨ªfilis y la gonorrea. La propaganda gr¨¢fica de la ¨¦poca dio buena cuenta de ello.
Hay miles de historias al respecto, como la de la enfermera checa que termin¨® con la vida de un buen n¨²mero de soldados nazis, contagiando enfermedades de transmisi¨®n sexual de las que ella misma hab¨ªa sido v¨ªctima tras sucesivas violaciones por parte de los soldados alemanes. Otra historia, en este caso ficticia, es la que nos cuenta el escritor estadounidense John Irving en su famosa novela titulada El mundo seg¨²n Garp.
La madre de Garp es una enfermera que atiende a soldados heridos en un hospital del ej¨¦rcito. Tambi¨¦n aplica ¡°tratamientos de pito¡± a base de sulfamidas y ars¨¦nico. Con respecto a este ¨²ltimo tratamiento, la enfermera considera que ¡°era el fin al que pod¨ªa conducir el sexo; introducir ars¨¦nico en la qu¨ªmica humana con la intenci¨®n de purificar la qu¨ªmica¡±. Lo m¨¢s parecido a apagar un fuego con m¨¢s fuego.
La gonorrea se trataba con sulfatiazol, un compuesto org¨¢nico que act¨²a como antibi¨®tico de acci¨®n r¨¢pida. Para aplicarlo, se requer¨ªan enormes cantidades de agua. El procedimiento era sencillo y es aqu¨ª donde John Irving da muestras de su maestr¨ªa a la hora de contarnos al detalle c¨®mo la disoluci¨®n llegaba hasta la ¡°sorprendida¡± uretra del paciente que, en esos momentos, requer¨ªa cuidados especiales. Sent¨ªa c¨®mo si le estuvieran desollando sus ¨®rganos genitales. ¡°Un castigo apropiado para un amante¡± a?ade con perfidia la enfermera Jenny Fields, madre de Gurp y personaje trabajado al estilo dickensiano.
Ya puestos, hay que apuntar que el t¨¦rmino enfermedad ¡®ven¨¦rea¡¯ es un t¨¦rmino literario de origen mitol¨®gico. Hace alusi¨®n a Venus, diosa romana del amor, siendo ven¨¦reo todo lo que emana de Venus. Por lo mismo, en la especialidad dermatol¨®gica hay una rama que recibe un nombre tan significativo como literario. Nos referimos a la venereolog¨ªa, que es la encargada del tratamiento de las enfermedades de transmisi¨®n sexual.
Pero no s¨®lo en la literatura podemos encontrar muestras de las enfermedades que se desprenden de los tributos a Venus, sino que tambi¨¦n las podemos encontrar en los propios literatos. Sin movernos de nuestro territorio, B¨¦cquer, poeta de vida disoluta, se trat¨® purgaciones a mediados del siglo XIX en la consulta del doctor Francisco Esteban, donde conocer¨ªa a la hija de este, de nombre Casta y con la que tiempo despu¨¦s se cas¨®.
Con todo, el poeta ven¨¦reo por derecho propio se llamaba Charles Baudelaire que enferm¨® de s¨ªfilis llevado por el deseo carnal hacia La Louchette (La Bizca), mujer que le contagi¨® el mal que condicionar¨ªa su obra. La s¨ªfilis le produjo afasia, un trastorno del lenguaje debido a un da?o cerebral y tambi¨¦n le produjo una par¨¢lisis parcial que le se?al¨® el camino a la muerte, ocurrida en Par¨ªs el 31 de agosto de 1867. La s¨ªfilis de Baudelaire quedar¨ªa reflejada en su poes¨ªa de la misma manera que el sol se refleja en la nieve, s¨ªmbolo que el poeta utiliz¨® en su poema titulado La llamada de la nada para reflejar el paso del tiempo: Y as¨ª, sin cesar me devora el Tiempo, como la nieve devora cuerpos inertes.
Las infecciones provocadas por la llamada de Venus ten¨ªan un mal arreglo hasta que, a principios de los a?os 40 del pasado siglo, los pacientes empezaron a beneficiarse del tratamiento de un antibi¨®tico poderoso obtenido a partir del hongo Penicillium Notatum y cuyo descubrimiento se atribuye a Alexander Fleming, obviando el trabajo de otros cient¨ªficos como el profesor Howard Florey que, junto al qu¨ªmico Ernst Chain y el bi¨®logo Norman Heatley, consigui¨® acelerar el proceso para demostrar que el descubrimiento funcionaba. Pero lo m¨¢s importante de todo es que, al final, la penicilina gan¨® la guerra a las bacterias.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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