¡®Tempus fugit¡¯
Her¨¢clito nos regal¨® la imagen del tiempo con un dicho que sigue la corriente de la Historia, donde todo se mueve y nada permanece
Antes de que apareciesen los primeros relojes como artificio, y mucho antes de que en la mec¨¢nica surgiese la rueda dentada, Her¨¢clito present¨® el paso del tiempo con la imagen de un mismo r¨ªo en cuyas aguas no es posible ba?arse dos veces.
Con todo, en los tiempos de Her¨¢clito ya exist¨ªa el reloj en su forma m¨¢s primitiva y rudimentaria. El invento constaba de un palo clavado en tierra, denominado gnomon, y que permit¨ªa conocer la hora gracias a la largura de la sombra que el citado palo proyectaba. Bien mirado, era un invento que resultaba in¨²til en la oscuridad, as¨ª como en los d¨ªas nublados, raz¨®n de m¨¢s para ser sustituido por el reloj de agua, conocido con el nombre de clepsidra. Se sabe que en el antiguo Egipto se utilizaban vasijas con este fin y que, tiempo despu¨¦s, el mism¨ªsimo Plat¨®n, adapt¨® un reloj de agua para idear el primer despertador de la Historia. Vamos a verlo.
El mecanismo del reloj de agua es sencillo. Consiste en un recipiente al que se le ha practicado un peque?o orificio en su parte inferior, de tal manera que la regularidad del agua, al ir descendiendo, nos va a dar la medida del tiempo. Con todo, los egipcios, siempre en busca de la precisi¨®n, lo fueron complicando. Para ello utilizaron dos recipientes, de tal manera que cuando el nivel del agua sub¨ªa en el segundo recipiente, llegaba hasta la superficie un trozo de madera que hac¨ªa de flotador y que pon¨ªa en marcha una aguja sobre un cuadrante. Se trataba de un reloj que bien pudiera haber formado parte de uno de aquellos ingeniosos inventos del TBO. Pero nada m¨¢s lejos, pues, el citado reloj no era broma.
Pero por mucho que lo intentasen los egipcios, no superar¨ªan el hallazgo del hijo de Arist¨®n. Cansado de la impuntualidad de los gallos atenienses, Plat¨®n coloc¨® un sif¨®n en el interior de una de las vasijas, de tal manera que el agua sal¨ªa hacia la otra vasija con presi¨®n suficiente, arrastrando a su paso el aire por un peque?o orificio abierto en la parte superior. Lo har¨¢ con un sonido semejante al silbido del vapor de agua en las ollas a presi¨®n.
As¨ª estaban las cosas hasta que en la Europa del medievo lleg¨® un artificio construido a partir de dos ampollas de vidrio unidas por el cuello, permitiendo as¨ª el paso de la fina arena contenida en ellas. El descenso de arena, de la ampolla superior a la inferior, sucede de forma regulada. De esta forma tan est¨¦tica, se cuenta el paso del tiempo, grano a grano. Todo indica que el reloj de arena tambi¨¦n ven¨ªa de Egipto.
Pero cuando surgi¨® la rueda dentada, el invento tom¨® velocidad y, a principios del siglo XVI, un cerrajero de Nuremberg construy¨® el primer reloj de bolsillo. A?os despu¨¦s, con el descubrimiento de las leyes del p¨¦ndulo, por parte de Galileo, se consigui¨® dotar al reloj de grandeza cient¨ªfica debido a su precisi¨®n. A partir de aqu¨ª, el perfeccionamiento de la maquinaria fue en aumento, consiguiendo verdaderas virguer¨ªas para lucir en la mu?eca.
Pero antes de que la hora formase parte de las marcas registradas y de los anuncios m¨¢s fashions, Her¨¢clito nos regal¨® la imagen del tiempo con un dicho que sigue la corriente de la Historia, donde todo se mueve y nada permanece. Va a ser el mismo r¨ªo, junto a sus aguas, lo que conseguir¨¢, en su propia s¨ªntesis, darnos la imagen del tiempo.
En definitiva, mucho antes de que se inventasen los relojes tal y como ahora los conocemos, Her¨¢clito nos cont¨®, de manera literaria, que somos una cuesti¨®n de tiempo.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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