Cuidado con las palabras que terminan en ¡°fobia¡±
El uso de ese elemento indica que se quiere ganar en la ret¨®rica lo que se sabe perdido en la argumentaci¨®n
Cuando queremos comprender algo nos servimos de conceptos. Tenemos un buen arsenal para abordar las realidades que se nos vayan presentando. De hecho estamos, desde que la democracia preside nuestro campo de lenguaje, conceptualizando sin tregua. Cuando comparece el concepto, cambia lo que hab¨ªa. La ¡°correcci¨®n marital¡±, esto es, golpear a la mujer propia, se convierte en ¡°violencia dom¨¦stica¡±, y lo que antes se admit¨ªa, ahora se reprueba. El ¡°piropo¡± y las ¡°bromas¡± sexuales ahora son acoso en el ¨¢mbito p¨²blico, y as¨ª sucesivamente. Los conceptos no se producen sin publicidad o debate. Ese es su modo normal de venir a la existencia. Han de ganarse el uso.
Otras expresiones, sin embargo, tienen diferente origen y vienen por otros caminos. Son lo que puede llamarse ¡°expresiones felices¡±. Vienen de la creatividad ling¨¹¨ªstica. A veces han sido cuidadosamente pensadas y acu?adas en lugares expertos. Lakoff nos ense?¨® bastante sobre el asunto. Se fabrica una expresi¨®n feliz y se lanza al ruedo. Es un neolenguaje que busca tener efectos sin necesidad de padecer el debate de su formaci¨®n. Bajas los impuestos a los ricos y lo llamas ¡°alivio fiscal¡±, por ejemplo. Y as¨ª, a cada medida contraria a lo socialmente f¨¢cil de aceptar se le inventa un nombre que la encubra lo bastante. En realidad ya lo hab¨ªa visto Orwell, que nombr¨® a los ministerios de su tremenda distop¨ªa con nombres perfectamente contrarios a su verdadera funci¨®n. El ministerio de la verdad fabricaba mentiras. El del amor torturaba.
Pues algo hay ahora: cada vez que alguien sue?a con mantenerse por encima de la opini¨®n bien formada o del debate moral toma una venerable palabra m¨¦dica, ¡°fobia¡±, y la hace aparecer al final del asunto que quiere amurallar. As¨ª hemos ido oyendo que existe la ¡°islamofobia¡±, la ¡°pornofobia¡±, la ¡°transfobia¡± y hasta la ¡°putofobia¡± y la ¡°surrofobia¡±. De esa mineralog¨ªa tenemos varias palabras. La m¨¢quina puesta en funcionamiento parece haber entrado en galope y estar a t¨¦rmino de desbocarse. Porque la palabra ¡°fobia¡± tiene un claro contexto de uso, el directamente m¨¦dico. Es una fobia el miedo irracional que se manifiesta violentamente y cuyas consecuencias f¨ªsicas son perceptibles: sudor, temblor de manos, boca seca son sus s¨ªntomas primarios. Las tres caracter¨ªsticas del miedo extremo. Es una reacci¨®n desorbitada a algo que no la merece. Hay fobias conocidas: aracnofobia, claustrofobia, la fobia a los espacios abiertos, fobia y ahogo cuando se est¨¢ entre multitudes, fobia a la visi¨®n de la sangre. Otras menos, amaxofobia, miedo a conducir. Siempre miedo irreprimible a algo que, sin embargo, no presenta un peligro verdadero. El asunto de la fobia es la carga emocional.
Pues bien, fuera de tal contexto, de marcas claras, el uso de ¡°fobia¡± o palabras que la contengan es meramente ret¨®rico. Por raro que parezca, se usa para fobizar. Significa directamente una disuasi¨®n. Hay gente que cuando quiere impedir un debate, hablar a fondo sobre una cuesti¨®n importante, decide evitarlo usando un concepto nuevo que resulte f¨®bicofeliz. Se pronuncia ¡°fobia¡±, asociada al objeto escamoteable, y se espera el resultado. En las sociedades abiertas, por supuesto. En otras me temo que no tenga caso. Porque prohibir un debate en las sociedades abiertas no es f¨¢cil. Pero la acusaci¨®n de falta de respeto o de tolerancia s¨ª es una de las severas. De ah¨ª el uso sustitutivo de ese venerable t¨¦rmino m¨¦dico. Con ¨¦l se apunta a esas dos prohibiciones y adem¨¢s se insin¨²a falta de raciocinio. Acusas a alguien de una insensata conducta irracional contra algo que no da motivo y, por tanto, avisas de que sus palabras deben impedirse. Es un ¡°c¨¢llate¡±. Casi un ejecutivo austineano. Un ¡°c¨¢llate¡± absoluto. Si algo no te gusta o no te convence, nada de criticar, c¨¢llate.
Pero en una sociedad abierta, mandar callar casi no entra dentro de las atribuciones de nadie. Es casi imposible. Las ideas, religiosas y no religiosas, no son de suyo respetables; las respetables ser¨¢n, en todo caso, las personas que confiadamente las mantienen. El negocio de los gabinetes publicitarios es la fabricaci¨®n de t¨¦rminos, expresiones felices y esl¨®ganes. Para ello usan las palabras forzando su contexto. O decididamente las inventan. Es un asunto entre la publicidad y el debate moral abierto. Pero la democracia no pica. La palabra ¡°fobia¡±, fuera de su contexto, no es una cerradura, sino la se?al de que existe una prohibici¨®n de libertad de palabra que se hace por las bravas y sin fundamento. Indica que se quiere ganar en la ret¨®rica lo que se sabe perdido en la argumentaci¨®n.
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