Repensar las identidades: el reto que nos propone Kwame Anthony Appiah
El libro 'Las mentiras que nos unen' invita a m¨¢s de una reflexi¨®n sobre qui¨¦nes somos, una cuesti¨®n central y muy viva en el mundo global
?Nos preguntamos qui¨¦nes somos? o ?preferimos continuar el camino sin reflexionar ni cuestionarnos nada? ?Practicamos lo de ¡°pensar por uno mismo¡±? o ?nos dejamos guiar por ideas prestablecidas? ?Qu¨¦ hay de cierto en lo que creemos que nos une a ¡°los nuestros¡±?... y, m¨¢s all¨¢, ?qui¨¦nes son ¡°los nuestros¡±?
Detr¨¢s de todas estas cuestiones se encuentra la necesidad de replantear lo que nos configura, sacarlo fuera y poner en tela de juicio las identidades que nos definen tras enga?osos estereotipos, generalizaciones y categor¨ªas inmutables que hemos ido asumiendo en torno a la religi¨®n, la naci¨®n, la raza, la clase y la cultura. Las etiquetas nos construyen y Kwame Anthony Appiah conoce la dificultad de liberarse de ellas, pero al mismo tiempo asume que no podemos prescindir de las identidades, ya que a pesar de todo, sirven para unirnos.
El fil¨®sofo angloghan¨¦s nos habla de ello en su libro, recientemente traducido a castellano, que lleva por t¨ªtulo precisamente: Las mentiras que nos unen (Ed.Taurus, 2019). Una obra que parte de una realidad; situados ya en el siglo XXI seguimos gui¨¢ndonos por formas del pensamiento del siglo XX. En este sentido, analiza la cuesti¨®n identitaria, un eje en torno al que, sobre todo hoy en d¨ªa, giran debates, opiniones y controversias. Para Appiah, tal y como se lee en su obra, es hora de comprender que caemos en un error al ¡°dar por hecho que en el coraz¨®n de cada identidad residen unas similitudes profundas que vinculan a todas las personas que comparten dicha identidad¡±.
Los afrocentristas no siempre han sido clarividentes a la hora de decidir si la cultura occidental era una carga o un premio
Para deshacer la creencia anterior, el pensador, de manera muy amena, utilizando m¨²ltiples vivencias de su ¨¢mbito familiar y suyo propio, entre su Ghana natal e Inglaterra, y con abundantes y eruditas referencias hist¨®ricas y literarias, dedica un cap¨ªtulo a cada uno de los cinco aspectos mencionados m¨¢s arriba. A ellos a?ade el g¨¦nero y la orientaci¨®n sexual. Todos como or¨ªgenes de identidades que es necesario empezar a reformar.
En concreto, resaltamos el pen¨²ltimo cap¨ªtulo, sobre la cultura como fuente de identidad y sus reflexiones ¡°sobre la posibilidad de la existencia de una identidad ¡®occidental¡¯¡±, dando algunas claves de lo que en el mismo expone.
En este sentido, analiza una genealog¨ªa que va desde la idea inicial de ¡°cristiandad¡± reemplazada por la de ¡°Europa¡± (resalta que la primera vez que se us¨® como identificador de un tipo de personas -europeos- fue por contraste entre cristianos y musulmanes) para acabar desembocando en ¡°Occidente¡±. Pero Appiah se?ala que aunque ¡°la divisi¨®n entre Occidente y el islam tuvo su origen en un conflicto religioso, no se ha de entender que todo aquello que se refiere a la civilizaci¨®n occidental sea cristiano¡±.
Entre los lugares comunes sobresale aquel que incide en c¨®mo la cultura griega se transmiti¨®, a trav¨¦s de Roma, a la Europa Occidental de la Edad Media. Pero lo anterior se agrieta al hilo de los datos hist¨®ricos, en el sentido de que la herencia cl¨¢sica de la cultura griega y romana ¡°tambi¨¦n la compartieron los sabios musulmanes¡±.
Para plasmar lo anterior, el fil¨®sofo propone un relato, el de la pepita de oro que presenta la cultura occidental como una esencia que ha ido pasando de mano en mano a trav¨¦s del tiempo mostrando una continuidad. Una vez m¨¢s el fil¨®sofo demuestra el error de esta apreciaci¨®n. En realidad, lo que se hereda es una etiqueta cuyos legados van cambiando, perdi¨¦ndose o intercambi¨¢ndose con otros.
Y retomando la idea de que ¡°la afirmaci¨®n de una identidad se produce siempre por contraste u oposici¨®n¡±, se adentra en otro ¨¢mbito, el africano. Aqu¨ª es cuando Appiah mantiene que en su batalla contra la ideolog¨ªa victoriana del ¡®eurocentrismo¡¯, "algunos se han convertido en abanderados del ¡®afrocentrismo¡±. Sin embargo, contin¨²a, los afrocentristas no siempre han sido clarividentes a la hora de decidir si la cultura occidental era una carga o un premio. As¨ª, escribe sobre Cheikh Anta Diop, quien afirma dej¨® en muchos de sus seguidores conclusiones inc¨®modas: ¡°Si Occidente fue engendrado por Grecia, y esta a su vez hab¨ªa sido engendrada por Egipto, ?no tendr¨ªan que asumir las personas de raza negra la responsabilidad moral de su legado etnoc¨¦ntrico?¡±. El ¡°afrocentrismo¡± se mira en el mismo espejo que el ¡°eurocentrismo¡±: ambos necesitan una esencia unificadora.
Para finalizar, desde la visi¨®n de que casi todas las pr¨¢cticas culturales son, entre otras cosas, mudables y producto de la mezcla, Appiah invita a disfrutar de lo mejor de cada tradici¨®n y a compartirlo con los dem¨¢s, afirmando que deber¨ªamos de evitar el uso del t¨¦rmino ¡°apropiaci¨®n cultural¡± de manera acusatoria (el diagn¨®stico deber¨ªa ser otro: se puede tratar de faltas de respeto o, directamente, explotaci¨®n). ¡°El verdadero problema no es que sea dif¨ªcil decidir a qui¨¦n pertenece la cultura; es que la idea misma de propiedad constituye un modelo equivocado¡±, se lee en el libro. Como ejemplo pone el origen de la tela kente. Este rico tejido caracter¨ªstico del pueblo ashanti de Ghana, del que el pensador procede por parte de padre, se hizo en un primer momento con hilo de seda importado de Oriente, y adem¨¢s los primeros en hacerlo fueron los de otro pueblo, el de Bonwire. De esto modo, ¡°Los supuestos propietarios pueden ser, a su vez, apropiadores¡±, concluye.
Cierra el libro con un breve cap¨ªtulo en el que ahonda en la idea de que las identidades nos constri?en. No es cierto, afirma, que podamos elegirlas con libertad. Pero lo que s¨ª podemos hacer es trabajarlas con los dem¨¢s. Esta frase de Terencio, ¡°Soy humano, nada de lo humano me es extra?o¡±, es para Appiah ¡°una identidad que deber¨ªa unirnos a todos y a todas¡±.
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