Woody Allen, el cineasta proscrito
Las acusaciones de abuso a su hija han convertido al director en un apestado. San Sebasti¨¢n lo ha salvado
El cine de Woody Allen (83 a?os) est¨¢ expuesto a la dial¨¦ctica del erotismo y la muerte. O al sexo como remedio o ant¨ªdoto del nihilismo, pero tambi¨¦n aloja supersticiones y premoniciones. Ninguna tan evidente como la alegor¨ªa del destierro que traslada Un final hecho en Hollywood (2002), trasunto del cineasta incomprendido en Estados Unidos e idolatrado en Europa.
Empezando por Espa?a, cuya devoci¨®n a la iconoclasia de Allen se reconoce en el Premio Pr¨ªncipe de Asturias (2002), en el monumento de bronce que se le ha erigido en Oviedo, en la implicaci¨®n presupuestaria de varias pel¨ªculas ¡ªla productora Mediapro es un aliado habitual¡ª y en el salvavidas que acaba de lanzarle el municipio de San Sebasti¨¢n.
All¨ª est¨¢ rodando Allen su quincuag¨¦sima primera pel¨ªcula. La protagonizan Christoph Waltz y Elena Anaya. Y es una comedia rom¨¢ntica ¡ªotra comedia rom¨¢ntica¡ª cuya trama de promiscuidades no requiere demasiada imaginaci¨®n: ella tiene un affaire con un brillante director de cine franc¨¦s. Y ¨¦l se enamora de una bella espa?ola residente en la ciudad. La ciudad es San Sebasti¨¢n y ha reaccionado con general entusiasmo, pero tambi¨¦n ha habido movimientos de repulsa. Los encabeza Bildu con un extra?o escr¨²pulo ¨¦tico. El partido posetarra participa en los homenajes a terroristas, pero abomina del cineasta pervertido.
Ha sido sometido Allen a un proceso de exterminio en EE UU. El movimiento MeToo, el puritanismo y el oportunismo comercial de la industria americana condenaron al autor de Delitos y faltas ¡ª?su pel¨ªcula nuclear?¡ª a la sentencia de la muerte civil. Ninguna conclusi¨®n judicial le atribuye haber cometido un delito de abusos sexuales sobre su hija adoptiva, siendo ella, Dylan Farrow, menor de edad, pero las declaraciones que ella ha hecho a los medios han establecido la verdad metajudicial o parajudicial. Y han convertido a Allen en un apestado, en un proscrito. Lo demuestra el aislamiento, la tierra quemada, que acordona sus proyectos. No encontr¨® una editorial dispuesta a publicar sus memorias ¡ªtoda su obra es impl¨ªcita o expl¨ªcitamente autobiogr¨¢fica¡ª, la rama cinematogr¨¢fica de Amazon secuestr¨® su ¨²ltima pel¨ªcula, que deb¨ªa distribuir, y tampoco logr¨® Allen recursos econ¨®micos para prolongar la costumbre de estrenar una pel¨ªcula anual. Hubo incluso actores y actrices que abjuraron de haber trabajado a sus ¨®rdenes, de forma que el monstruo adquiri¨® unas proporciones desmesuradas. Y sus pel¨ªculas fueron expuestas a un proceso de revisi¨®n, hasta el extremo de que Manhattan, D¨ªa de lluvia en Nueva York o Anything Else se destriparon en una autopsia ejemplarizante para demostrar la recurrencia con que Woody Allen homologaba las relaciones entre ancianos y jovencitas. Su relaci¨®n con Soon-Yi ¡ªhija adoptiva de Mia Farrow, la actriz que fue pareja de Allen durante 12 a?os, y por tanto hijastra del director¡ª, sali¨® a la luz cuando ella ten¨ªa 22 a?os y ¨¦l 56.
Sus obsesiones son el sexo, el psicoan¨¢lisis, el nihilismo, el amor sin correspondencia y el pavor a la muerte
El movimiento inquisitorial confund¨ªa la realidad y la ficci¨®n, la persona y la obra. Una hoguera justiciera cuyas llamas castigaban la inmoralidad, como si los relatos y el cine de Allen no llevaran medio siglo reivindic¨¢ndola ¡ªla inmoralidad¡ª y convirti¨¦ndola en audaz remedio a las convenciones. Allen es un cineasta superlativo que ha cultivado todos los g¨¦neros ¡ªel thriller angustioso, la ciencia ficci¨®n, la comedia, el musical¡¡ª y que ha organizado un universo propio en la coreograf¨ªa del caos. Es f¨¢cil reconocerlo. La m¨²sica de fondo, pongamos una cortina contemplativa de jazz, exponen, blanco sobre negro, en letras de tipograf¨ªa Windsor los nombres de Charles H. Joffe, de Stephen Tenenbaum, uniendo una pel¨ªcula con la anterior y con la siguiente, en una suerte de itinerario l¨²cido, sarc¨¢stico y pesimista que explora la frontera existencial.
No es verdad que Woody Allen repita una y otra vez la misma pe?l¨ªcula. Ocurre que todas emanan de la misma personalidad y del mismo ingenio. Y de las mismas obsesiones: el sexo, el nihilismo, claro, el humor negro, el psicoan¨¢lisis, el amor sin correspondencia, el sexo, la hipocondr¨ªa, el sexo, la represalia del rabino, el sexo y el pavor a la muerte. Por eso tiene sentido evocar su respuesta a la prensa cuando un colega le pregunt¨® hace unos a?os qu¨¦ pensaba de la muerte. No era gratuita la cuesti¨®n, sino el reflejo de la alegor¨ªa metaf¨ªsica que supon¨ªa el estreno en Cannes de Conocer¨¢s al hombre de tus sue?os.
¡ª?Qu¨¦ pienso de la muerte? Pues que estoy totalmente en contra.
Ha tenido uno la oportunidad de charlar con Allen. Identificar su mirada de asombro por encima de la montura de las gafas. Reconocer su voz atiplada. Y confirmar la impresi¨®n de un personaje entra?able, nervioso y consciente de que ya no pod¨ªa aparecer como antigal¨¢n en sus pel¨ªculas. Por eso lleva unos a?os reencarn¨¢ndose en Joaquin Phoenix, o Colin Firth, o Owen Wilson, Josh Brolin. Y resisti¨¦ndose a cumplir 85 a?os. Como se resisti¨® a recoger sus cuatro Oscar. Era una reacci¨®n preventiva, un rechazo premonitorio a la venganza que iba a organizarle la industria estadounidense. Y una manera de preparar su exilio cultural. Allen naci¨® en la ciudad menos americana de Am¨¦rica. Creci¨® en los cines de barrio acunado en el vaiv¨¦n del neorrealismo italiano. Nunca renunciar¨ªa a Manhattan, pero Manhattan ha renunciado a ¨¦l.
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