Las mujeres de la coca quieren salir de ella
No son narcotraficantes. Son agricultoras colombianas que trabajan de sol a sol y sufren por estar vinculadas a una econom¨ªa criminalizada. Pero es el ¨²nico cultivo que les brinda oportunidades para sobrevivir
Como un ritual, Laura Puente se protege los dedos con retazos de tela para evitar cortarse las manos cada vez que sale a trabajar. Lo hacen casi todas las raspachinas, como se conoce en Colombia a las personas que recolectan hoja de coca. Ella lo es desde que lleg¨® sola a sus 14 a?os a Tib¨², en la convulsa zona del Catatumbo, en el extremo norte de Colombia. Dicen que irse a raspar fue el paso a la vida adulta de miles de ni?os y ni?as colombianos cuando abandonaban el hogar. A sus ya 19, despu¨¦s de vivir en una casa de tablas, Laura ha podido construirse una mejor, ahorrando cada centavo que ganaban para ello. ¡°Sin la coca aqu¨ª nadie logra nada¡±, asevera.
En Colombia, el mayor productor del mundo, entre 150.000 y 180.000 familias cultivan esta hoja. Cerca del 46% de sus agricultoras son mujeres y de ellas el 29% son cabezas de hogar. No son narcotraficantes. Son campesinas que trabajan de sol a sol y han sufrido todas las consecuencias de estar vinculadas a una econom¨ªa criminalizada y estigmatizada.
Adem¨¢s de raspar, las mujeres tambi¨¦n realizan labores de sembrado, abono y, especialmente, de cocina para las y los jornaleros. Un menor n¨²mero son propietarias de la tierra o trabajan en los laboratorios para quimiquear, como se le llama al proceso de transformaci¨®n de la hoja de coca en pasta base, que luego es convertida en coca¨ªna en otro laboratorio ajeno a los cultivadores, conocido como cristalizadero.
Maricela Parra lleva 20 a?os en el municipio de Tib¨² sosteniendo a su familia gracias a la coca. Ni el conflicto armado ni el c¨¢ncer han acabado con ella. ¡°La coca para m¨ª significa un gran peligro y una forma de sobrevivir, las dos se relacionan¡±, dice. Teme ser rechazada por la sociedad, que su enfermedad la venza en cualquier momento y, sobre todo, que su forma actual de subsistir se convierta en la historia familiar. ¡°Mi mayor lucha es que mi hijo y mi nieto sobrevivan de otra forma que no sea esta y erradicar mi enfermedad¡±, a?ade.
Un d¨ªa, raspando, Maricela se percat¨® que algo andaba mal. Sent¨ªa fuertes dolores que la dejaban sin respiraci¨®n y una secreci¨®n marr¨®n sal¨ªa de su seno izquierdo. Le diagnosticaron c¨¢ncer de mama. La coca le ayud¨® a no morir. ¡°Gracias a ella pude cubrir gastos como los desplazamientos y la estancia en la ciudad de C¨²cuta para tratarme o comprar los medicamentos¡±, asegura.
En Tib¨² hay 13.000 hect¨¢reas de coca, el segundo mayor cultivo de Colombia y pr¨¢cticamente el ¨²nico que en este territorio fronterizo con Venezuela brinda oportunidades. Estas plantaciones aqu¨ª tuvieron la virtud de ser fuente de recursos para construir escuelas, arreglar caminos y para que la poblaci¨®n cocalera pudiera acceder a derechos como vivienda, alimentaci¨®n, educaci¨®n y salud. Ante la ausencia del Estado, los catatumberos suelen decir que la coca fue su ¨²nico ministerio.
Es el motor de la econom¨ªa y miles de familias dependen de ella. Mar¨ªa Carvajal, una reconocida lideresa social de la Asociaci¨®n Campesina del Catatumbo, (ASCAMCAT), con una dura historia detr¨¢s de desplazamientos y violencias, dice que nunca la cultiv¨®, pero s¨ª vive de ella. ¡°Yo tengo un restaurante y el que llega y pasa por estas carreteras vive directa o indirectamente de la coca porque tiene una cadena muy grande, empezando por la misma empresa Monsanto que es la que hace los qu¨ªmicos para su procesamiento¡±, afirma.
La coca en el norte de Santander, la regi¨®n a la que pertenece el Catatumbo, no solo es ilegal, es poderosa. El blanqueo de capitales empieza ya a escala local con la prostituci¨®n. ¡°Es perverso como el dinero recircula dentro de una misma econom¨ªa porque quien monta el prost¨ªbulo es el mismo que le dice a la gente: 'Yo te doy el dinero para que siembres coca, pero yo te vendo los qu¨ªmicos para hacer la pasta base; yo te compro la pasta base, pero tambi¨¦n pongo los comercios de venta de alimentos y de licores, y tambi¨¦n pongo el negocio de mujeres'. Todo ante la vista de la fuerza p¨²blica en una regi¨®n sumamente militarizada con unos 10.000 soldados y otros 5.000 polic¨ªas, es decir pr¨¢cticamente un soldado por cada 10 habitantes¡±, explica una fuente cercana a la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).
Tras la firma de los acuerdos de paz, 130.000 familias cocaleras firmaron un acuerdo de sustituci¨®n de cultivos de coca con el Gobierno
En C¨²cuta, capital del norte de Santander, tambi¨¦n se ven cosas extra?as. Con un 1,2 millones de habitantes, un desempleo del 12,5% y una industria local muy peque?a llama la atenci¨®n que haya un concesionario de coches Masseratti y exista un boom de la construcci¨®n tan considerable. ¡°En el Catatumbo se producen 80.000 kilos de coca al a?o cuyo valor es incalculable. Parte de ese dinero se legaliza aqu¨ª y es el que sostiene a toda la regi¨®n¡±, dice Wifredo Ca?izares, de la Fundaci¨®n Progresar y una de las personas que mejor conoce el Catatumbo.
Pero no son las familias cocaleras las que se lucran. La primera l¨ªnea de producci¨®n de un negocio como el narcotr¨¢fico que mueve millones de d¨®lares, vive en la pobreza. Una mujer raspadora puede ganar entre 11 y 14 euros diarios. Las que tienen cultivo propio, una hect¨¢rea de promedio en general, pueden sacar unos 400 euros con la venta de la hoja en cada cosecha cada dos o tres meses, pero de ah¨ª hay que descontar los abonos, los qu¨ªmicos para fumigar, el pago a los trabajadores y su alimentaci¨®n. Algo m¨¢s holgadamente viven los que tienen su laboratorio artesanal de transformaci¨®n a pasta base, pero tampoco es mucho lo que queda despu¨¦s de pagar los productos que utilizan para el proceso.
En cualquier caso, existe mercado asegurado: un margen de ganancia mayor que otros productos, da entre cuatro y seis cosechas al a?o y sirve de aval para que te f¨ªen en las tiendas. ¡°Las familias sembraron por necesidad, porque si cultivabas otra cosa no ten¨ªan a quien venderle y no hab¨ªa carreteras para sacar los productos. Es m¨¢s f¨¢cil llevar un kilo o dos de pasta base en un bolso y caminar 10 horas que sacar 20 o 30 cargas de cacao que no le va a dar ni para el transporte¡±, se?ala Mar¨ªa Carvajal.
Salir de la espiral
La mayor¨ªa de las familias cocaleras quisieran dejar el negocio. La gente est¨¢ cansada de tanta persecuci¨®n. En los acuerdos de paz firmados entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC vieron una puerta de esperanza que hoy, tres a?os despu¨¦s, se ha ido desvaneciendo. Fruto de los acuerdos, se impuls¨® el Programa Nacional Integral de Sustituci¨®n de Cultivos de Uso Il¨ªcito (PNIS). El compromiso de los campesinos era arrancar, sustituir y no volver a sembrar. El del Gobierno ofrecerles todas las condiciones para que puedan mejorar sus vidas, impulsando pol¨ªticas de desarrollo alternativo. Por primera vez se reconoc¨ªa que los eslabones m¨¢s d¨¦biles de la cadena del narcotr¨¢fico requer¨ªan una salida social y no militar. 130.000 familias firmaron el acuerdo de sustituci¨®n.
En el Catatumbo, de las 13.000 familias estimadas que cultivan coca, solo 3.000 suscribieron el PNIS. Para la Coordinadora Nacional de Cultivadores de Coca, Amapola y Marihuana (COCCAM), el gobierno no lo socializ¨® lo suficiente. De las firmantes, muchas ya arrancaron sus matas, pero el gobierno solo ha cumplido, en algunos casos, con los subsidios temporales y la asistencia t¨¦cnica. Los proyectos productivos alternativos no han llegado. ¡°El campesino se siente enga?ado y se ver¨¢ obligado a resembrar. En el Catatumbo propusimos una sustituci¨®n gradual a 10 a?os porque no es solo cambiar un cultivo por otro. Necesitamos tierra propia, vivienda, escuelas, puestos de salud, carreteras, proyectos productivos y l¨ªneas de comercializaci¨®n¡±, dice Carvajal.
Desde el Gobierno insisten que cumplir¨¢n y piden paciencia: ¡°En un programa de sustituci¨®n se arranca la mata en un d¨ªa. Despu¨¦s, estabilizar a una familia lleva entre dos y tres a?os hasta que inicia su nueva actividad y se le garantiza la comercializaci¨®n. Y luego hay un plan a 15 a?os que es el tiempo que necesitamos para ponernos al d¨ªa con lo que el mundo y el pa¨ªs no ha hecho por los campesinos colombianos en los ¨²ltimos 200 o 400 a?os¡±, dice Jos¨¦ Emilio Archila, m¨¢ximo responsable de la Consejer¨ªa para la estabilizaci¨®n y la consolidaci¨®n que dirige el PNIS.
La primera l¨ªnea de producci¨®n de un negocio como el narcotr¨¢fico que mueve millones y millones de d¨®lares vive en la pobreza
Pero mientras la sustituci¨®n avanza a c¨¢mara lenta, el gobierno sigue primando la erradicaci¨®n forzada y presiona para retomar las fumigaciones a¨¦reas, prohibidas en su d¨ªa por sus posibles efectos cancer¨ªgenos. Las mujeres cocaleras y sus familias est¨¢n expuestas permanentemente a que su fuente de sustento sea erradicada a la fuerza por el Ej¨¦rcito, pese a que la UNODC ha evidenciado que la erradicaci¨®n y las fumigaciones no son efectivas a largo plazo porque la gente vuelve a sembrar.
En el Catatumbo se siguen viviendo as¨ª realidades de guerra. El control del negocio de la coca dejado por las FARC lo tomaron el ELN y el EPL, las otras dos guerrillas de fuerte influencia en esta zona que no ha vivido un minuto de tranquilidad en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas, que sufri¨® una fuerte violencia paramilitar y que comparte, para lo mejor y para lo peor, 140 kil¨®metros de frontera con Venezuela.
Tampoco la paz se asom¨® por Tumaco, en el otro extremo de Colombia. En este municipio de 200.000 habitantes ubicado a orillas del Pac¨ªfico, fronterizo con Ecuador, su poblaci¨®n es ind¨ªgena y mayoritariamente afrodescendiente. Hace 30 a?os, la vida aqu¨ª era tranquila. Hoy es el lugar con m¨¢s cultivos de coca del mundo con casi 20.000 hect¨¢reas. Los frentes de las FARC que operaban en la zona dejaron las armas, pero surgieron al menos cuatro nuevos grupos armados que ahora controlan el narcotr¨¢fico y que coparon el espacio dejado por la guerrilla, incluidos sus disidencias y el poderoso cartel mexicano de Sinaloa que compra la producci¨®n.
Con el recrudecimiento del conflicto, la violencia continua y las vidas y los cuerpos de las mujeres son las que llevan la peor parte. Anny Castillo conoce bien toda esa realidad como Personera de Tumaco, un cargo institucional similar al de defensora del pueblo. ¡°En todo este c¨ªrculo que gira alrededor del narcotr¨¢fico, los grupos ilegales ejercen la violencia sexual a efectos de intimidar, y mostrar poder o como mecanismos de sanci¨®n para demostrar que son ellos los que tienen el control del territorio, y dentro del territorio el control de las mujeres¡±, explica.
Este reportaje forma parte del proyecto Cocaleras de l'Associaci¨® Catalana per la Pau, que ha recibido el apoyo de la Beca DevReporter 2018, impulsada con financiaci¨®n de la Uni¨®n Europea, el Ayuntamiento de Barcelona y la Agencia Catalana de Cooperaci¨®n al Desarrollo.
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