Esta ciudad por gobernar
Era como si estuviese viendo Madrid a trav¨¦s de un filtro. Uno que empezara a opacarlo todo
Era viernes noche, sal¨ªamos del teatro de ver Iphigenia en Vallecas. Mar¨ªa Herv¨¢s hab¨ªa vuelto a conquistarme. Tambi¨¦n Ifi, en su desgracia, desde su reino de barrio pobre, el culo del mundo, una isla donde nada funciona m¨¢s que la deriva y la calle, con su rumor de buque descontrolado. En el teatro escuchaba a Herv¨¢s gritarnos acerca de ese barrio lleno de cacas de perro y desidia, adonde no llegan las ambulancias, y me parec¨ªa un lugar m¨ªtico. Esos mitos insoportablemente reales que sabes que existen, de los que escuchas el latido, pero hacia los que intentas no mirar. El sureste de Madrid.
Era viernes noche, y la Latina recog¨ªa el calor de la semana bajo el asfalto. En la plaza de Cascorro, algunas terrazas ya amarradas. Notaba algo distinto. Vagabundeamos, buscando cenar en los sitios favoritos, pero result¨® demasiado tarde. Entonces nos decidimos por un kebab en la Carrera de San Francisco. Mientras esper¨¢bamos el sem¨¢foro, ¨¦l me se?al¨® uno de los edificios de la calle de Toledo, me dijo que all¨ª viv¨ªa la se?ora del reportaje de los Airbnb, la que se quejaba de que casi todos los pisos de su bloque eran para turistas. A nuestra espalda, un tipo con camiseta de un equipo de f¨²tbol local preguntaba a dos mujeres coreanas que c¨®mo se dice en su idioma ¡°?c¨®mo est¨¢s?¡±. Los que cruzaron con nosotros el paso de cebra hablaban en ingl¨¦s. Baj¨¦ la carrera como si nunca me hubiese pertenecido. Era como si estuviese viendo mi ciudad a trav¨¦s de un filtro. Uno que empezara a opacarlo todo.
Nos comimos el d¨¹rum sentados en una esquina de la plaza de los Carros. No hab¨ªa ning¨²n banco libre y los sitios estrat¨¦gicos del muro estaban ocupados. Eran casi todos extranjeros, pero no de los que vienen a quedarse. ?l dijo: ¡°Bueno, por lo menos las latas est¨¢n llenando las papeleras, no el suelo¡±. Me fij¨¦ en aquel ¨¢tico con terraza y vegetaci¨®n y lucecitas, a una esquina de la iglesia, que siempre me ha cautivado. Y no sent¨ª envidia, sino algo extra?o. Como si aquel otro barrio nunca hubiera existido. Pens¨¦: ¡°Pues esta es la ciudad que vais a tener que gobernar. Esta mentira. Esto y el norte, claro¡±.
A trav¨¦s del papel de aluminio, la l¨ªquida salsa del d¨¹rum hab¨ªa formado un charco a mis pies. ?l me se?al¨® el destrozo. Yo le dije: ¡°No te preocupes, este suelo s¨ª lo van a limpiar ma?ana, por algo es el centro¡±. Y nos fuimos de all¨ª.
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