El fr¨ªo, sucio y agujereado refugio de los periodistas en Sarajevo
El Holiday Inn de Sarajevo era un cubo feo y amarillo en la avenida de los Francotiradores. Recuerdo una noche de silencio en que hasta los asesinos parec¨ªan dormir
SE DORM?A. Y cuando el fr¨ªo arreciaba (algunos cristales hab¨ªan sido sustituidos con pl¨¢stico) te pegabas a tu compa?ero de habitaci¨®n para daros calor.
Un hotel trata de convertir el sue?o en un lugar com¨²n. Hacer caso omiso de los inconvenientes: las cucarachas, la falta de agua, que la luz sea un fluido tan poco fiable como el amor, o el humor de un artillero. Cuando volv¨ª, 20 a?os despu¨¦s de aquella primera noche en que compart¨ª la 426 con un brit¨¢nico tan guapo como est¨²pido a quien hab¨ªa conocido la v¨ªspera en el transbordador entre Rijeka y Split, se me hizo raro entrar por la puerta principal, sin que hubiera ni un cristal roto y sin que los precios resultaran tan abusivos para un lugar en el que la comida era mala y escasa y el ascensor dej¨® pronto de funcionar.
(Jueves 27 de agosto de 1992) Parece que est¨¢n golpeando con martillos neum¨¢ticos el vientre del hotel.
Era nuestro Florida (el hotel donde se alojaban Hemingway, Antoine de Saint-Exup¨¦ry o Martha Gellhorn cuando vinieron a Madrid a cubrir la Guerra Civil). El lugar al que volver cuando con la ca¨ªda de la tarde entraba en vigor el toque de queda. Feo, cuadrado, pintado malamente de amarillo, perfecto para practicar el tiro al blanco, plantado en medio de una avenida rebautizada como de los Francotiradores. A un colega franc¨¦s le gustaba deslizarse todos los d¨ªas a toda velocidad por ella como una reminiscencia de los Juegos Ol¨ªmpicos de Invierno que hab¨ªan hecho del Sarajevo de tiempos de Tito una ciudad libre y confiada.
(Viernes 28 de agosto) No s¨¦ si la muerte me rond¨® cerca o me ronda incluso en el interior de mi cuarto. He puesto el colch¨®n de Keith contra la ventana ¡ª¨¦l huy¨® esta ma?ana de esta pobre ciudad maldita¡ª y la ¨²nica l¨¢mpara que da luz est¨¢ en el suelo medio cubierta por una manta.
En ¨¦l trab¨¦ amistad con figuras de la m¨²sica militar, corresponsales que me miraron con condescendencia. Acababa de volver de un viaje de 40 d¨ªas por Estados Unidos. Luis Mat¨ªas, el redactor jefe de Internacional de El Pa¨ªs, me lo solt¨® a bocajarro:
¡ª?Quieres ir a Sarajevo?
La primera imagen que me vino a la cabeza fue pueril: una bala de fusil revent¨¢ndome la cara. Apenas sab¨ªa de la intrincada historia de los Balcanes, y no hab¨ªa hecho el servicio militar (¡°in¨²til total¡±). Dije: s¨ª.
(S¨¢bado 29 de agosto) La bomba cay¨® cerca de mi ventana e hizo un ruido de mil demonios. Ayer so?¨¦ que mi abuelo ?ngel, vestido de piloto, me abrazaba .Ten¨ªamos la misma estatura. Nunca nos hab¨ªamos abrazado as¨ª.
Los hoteles ayudan porque te miras en el espejo de los otros. Sobre todo cuando cae la noche, no hay ning¨²n lugar al que ir (salvo aventuras suicidas: como cuando fuimos a celebrar el cumplea?os de nuestro ch¨®fer) y observas c¨®mo entre la fauna de los corresponsales de guerra van repartiendo credenciales, medallas al m¨¦rito, atributos. Nunca quise ser uno de ellos, por una mezcla de altivez y genuina cobard¨ªa.
El hotel ten¨ªa trazas de b¨²nker, con un gran patio interior al que daban las habitaciones. Cuando algunas noches disparaban contra ¨¦l, el patio se convert¨ªa en caja de resonancia de un guitarr¨®n diab¨®lico. Vibraba con nosotros dentro. No fue nunca por un rasgo de coraje, sino por preservar un cuarto para el p¨¢nico: por eso nunca bajamos a la discoteca convertida en ¨²ltimo refugio.
(s¨¢bado 5 de septiembre) Esta noche han callado los ca?ones. Pasa un coche por la avenida de los Francotiradores. Hasta los asesinos parecen dormir.
La fachada que daba a la avenida de los Francotiradores y al r¨ªo Miljacka estaba reventada. Abr¨ªas una puerta y, pisando cristales, te asomabas al abismo. Conven¨ªa hacerlo en noches de poca candela, con cautela y sin una brasa en la boca. Una noche disfrutamos de vistas y estruendos magn¨ªficos: trazadoras, resplandores y todos los sonidos ligados a una extensa gama de calibres. El viento agitaba las cortinas, el velo de una novia deshonrada. Escombros sobre la cama, y ning¨²n inquilino al que disputar el sue?o.
(Viernes 11 de diciembre) El frente de Sarajevo est¨¢ tranquilo. Los artilleros serbios no corrigieron su trayectoria para dar de lleno en el hotel. Hotel del abismo.
Las habitaciones disponibles eran las que formaban la U de ese vientre de alquiler. En la cuarta o quinta planta estaban las agencias de noticias, las grandes avutardas. Aunque el peri¨®dico pagaba cifras astron¨®micas por sus servicios, hab¨ªa que ganarse la confianza del enviado especial de la Reuters, Associated Press o France Presse y untarla con cerveza o gasolina para que, antes del cierre, te permitieran conectar tu ordenador a la casa madre para enviar tu cr¨®nica del d¨ªa.
A la hora de un desayuno cada vez m¨¢s escaso y aguado pod¨ªas compartir mesa con Susan Sontag. La escritora hab¨ªa acudido a Sarajevo la primera vez persuadida por su hijo, David Rieff. La segunda volvi¨® a la ciudad sitiada para montar Esperando a Godot. Esper¨¦ a ganarme su confianza para pedirle una entrevista. Dijo que el siglo XX empez¨® y termin¨® en Sarajevo: con la Primera Guerra Mundial, con la guerra de Bosnia. Un siglo corto. Intent¨® persuadir a sus amigos para que acudieran a denunciar el espanto. Solo respondieron dos: Annie Leibovitz y Juan Goytisolo.
(Mi¨¦rcoles 21 de julio de 1993) De la melancol¨ªa de Goytisolo a las manos de ni?a de la anciana Gabriela. De los francotiradores que rompen en pedazos la tarde a un gato que desgarra el silencio de la gran nave central del Holiday Inn. Del terror pintado en el rostro de Jasminka al estruendo cercano de los bombardeos a las doce de la noche, cuando estoy solo en la habitaci¨®n 322.
Ahora ya s¨¦ a qu¨¦ se refer¨ªa Richard Ford cuando, a?os despu¨¦s, a cuenta de su novela Canad¨¢, me confes¨®: ¡°Graham Green dec¨ªa que para ser un novelista tienes que tener una aguja de hielo en tu coraz¨®n. Yo tengo esa aguja. Yo la tengo. Lo siento¡±.
En Sarajevo, bajo las bombas, sent¨ª como si a trav¨¦s de un t¨²nel excavado en el tiempo hubiera desembocado en la guerra civil espa?ola. Pero el Florida era m¨¢s vistoso que el Holiday Inn. Un hotel para pasar las vacaciones en la guerra. Los corresponsales, aunque lo nieguen, son de alguna forma turistas de la muerte. Ha vuelto a la vida. No como el Florida, pasado por la piqueta. El Holiday Inn olvid¨® la guerra. Nos olvid¨® a nosotros. Nosotros, los de la m¨²sica militar, nunca lo olvidaremos.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.