El hotel Des Masques en Ruanda, un refugio lleno de cad¨¢veres, virus y fugitivos
Anta?o un establecimiento fino, la carnicer¨ªa de Ruanda convirti¨® el Des Masques en un refugio espantoso. Hasta los famosos ¡°gorilas en la niebla¡± hu¨ªan de aquella guerra civil
EL HOTEL Des Masques fue un establecimiento elegante, con una hermosa historia y un entorno de una belleza casi absurda. Luego fue el peor hotel del mundo en el peor lugar del mundo. A m¨ª me toc¨® disfrutar de esa segunda ¨¦poca.
Llegu¨¦ a conocer, sin embargo, un poco de su antiguo esplendor. En junio de 1994, durante mi primera visita, las m¨¢scaras tribales adornaban a¨²n el vest¨ªbulo y el propietario, Albert Prigogine, hijo de belga y congole?a, segu¨ªa sent¨¢ndose de vez en cuando en la veranda. Prigogine era el hombre que mejor conoc¨ªa la naturaleza del Kivu y le angustiaba lo que estaba ocurriendo a pocos kil¨®metros, al otro lado de la frontera entre Congo (entonces Zaire) y Ruanda. Le angustiaba la matanza genocida que perpetraban, a machete y fuego, los hutus contra los tutsis, pero le angustiaba mucho m¨¢s lo que pod¨ªa ocurrir a los animales de su amado parque nacional Virunga: los famosos ¡°gorilas en la niebla¡±. De vez en cuando hall¨¢bamos gorilas muertos, con la cabeza y las manos cortadas. Hay quien compra esas cosas.
El hotel ten¨ªa dos plantas, 70 habitaciones y pocos lujos, pero rezumaba una discreta elegancia. Estaba en el centro de Goma, una de las ciudades m¨¢s turbulentas de un pa¨ªs turbulento. Traficantes de diamantes, bandas armadas, cazadores furtivos y algunos turistas aventureros compon¨ªan su clientela. Desde el comedor al aire libre, donde se serv¨ªa el desayuno, se ve¨ªan a veces, sin necesidad de prism¨¢ticos, algunos gorilas que se asomaban fuera del bosque. Se asomaban porque hu¨ªan. A los montes Virunga empezaban a llegar fugitivos de la carnicer¨ªa ruandesa, hambrientos y desesperados.
El horror y el trabajo estaban del otro lado de la frontera, que cruzaba cotidianamente a cambio de un peque?o soborno. El hotel Des Masques era un oasis de calma y seguridad. Hab¨ªa whisky en el bar, s¨¢banas limpias en las camas, agua caliente en la ducha. Aquella no era mi guerra: yo estaba all¨ª porque el gran africanista del peri¨®dico, Alfonso Armada, el hombre que cont¨® desde el principio el genocidio ruand¨¦s, hab¨ªa enfermado, y me toc¨® la suplencia. Pens¨¦ que aquello, pese a los montones de cad¨¢veres que localiz¨¢bamos de vez en cuando en Ruanda, no estaba tan mal.
Cuando volv¨ª, en agosto de 1994, s¨ª estaba tan mal. Espantosamente mal. Alguien se hab¨ªa llevado las m¨¢scaras tribales del vest¨ªbulo, no quedaba whisky en el bar, las s¨¢banas estaban sucias y de la ducha no sal¨ªa agua, ni fr¨ªa ni caliente. La clientela del hotel Des Masques se compon¨ªa casi exclusivamente de periodistas que pagaban una peque?a fortuna por dormir a cubierto en un edificio que se deterioraba minuto a minuto. Eso, por supuesto, no era lo espantoso. Lo espantoso transitaba ante la puerta del hotel: decenas de miles de fugitivos entraban en Goma, enfermos de c¨®lera y disenter¨ªa, huyendo de los tutsis (el Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s hab¨ªa ganado una breve guerra civil) o, mejor dicho, empujados por los genocidas hutus, que prefer¨ªan huir en compa?¨ªa de una multitud de rehenes. Los fugitivos se hacinaban en varios campos alrededor de Goma. Desaparecieron ¨¢rboles y matojos: hac¨ªa falta le?a para cocinar. La regi¨®n se convirti¨® en un desierto en el que solo florec¨ªan los cad¨¢veres, postrados sobre su ¨²ltima hemorragia.
Una mujer y su hija parec¨ªan encargarse de todo el hotel. Hab¨ªa poco que hacer: sin comida para cocinar ni agua para limpiar, ambas mujeres se limitaban a servir caf¨¦ y consejos. Ellas me recomendaron a mi conductor, un animista convencido de que el esp¨ªritu todopoderoso de Mobutu Sese Seko, el sanguinario dictador zaire?o, viajaba con nosotros en el coche. El conductor le daba conversaci¨®n al esp¨ªritu y yo mismo llegu¨¦ a hacerle alg¨²n comentario de cortes¨ªa a nuestro acompa?ante invisible. No recuerdo el nombre de aquel tipo, que en materia de dinero carec¨ªa de toda espiritualidad. Por el rigor implacable con que llevaba la cuenta de lo que le deb¨ªa, podr¨ªa haberse apellidado Rothschild.
El hotel Des Masques ten¨ªa externalizados los servicios. La ducha la ofrec¨ªa un destacamento de polic¨ªas barceloneses, a unos centenares de metros. La comida se serv¨ªa en el ¨²nico restaurante-discoteca-prost¨ªbulo a pleno rendimiento, propiedad de Mobutu (el de verdad, no el esp¨ªritu) y de la compa?¨ªa a¨¦rea belga Sabena, que tra¨ªa filetes desde Bruselas y los cobraba a precio de caviar. A falta de m¨²sica ambiental, desde la habitaci¨®n del hotel pod¨ªan escucharse los gemidos de quienes agonizaban en la calle, al otro lado de la ventana. El bar estaba en el aeropuerto, donde acampaban las tropas francesas de la Operaci¨®n Turquesa, dedicadas a rescatar a los genocidas hutus, sus aliados de siempre. Al lado del aeropuerto se abr¨ªa una zanja interminable: la fosa com¨²n. Carezco de olfato y no puedo definir el aroma del lugar, pero la gente tend¨ªa a criticarlo con profusi¨®n de gestos y n¨¢useas.
No les he contado que otra gran atracci¨®n de la comarca era el lago Kivu. En otros momentos, bell¨ªsimo. En ese momento, lleno de cad¨¢veres hinchados. La gracia del Kivu consiste en su capacidad de erupci¨®n l¨ªmnica: algunos lagos en zonas volc¨¢nicas tienen el fondo repleto de di¨®xido de carbono a presi¨®n, y cuando revientan (la erupci¨®n l¨ªmnica) el gas asfixia a cualquier ser vivo en las proximidades. En 1986, una explosi¨®n gaseosa del lago Nyos, en Camer¨²n, mat¨® a 1.800 personas.
Acab¨¦ tom¨¢ndole un cierto cari?o al hotel Des Masques. Cuando me fui, ten¨ªa la idea de volver. Fue imposible. En enero de 2002, el volc¨¢n Nyiragongo entr¨® en erupci¨®n y cubri¨® Goma con una capa de lava de hasta dos metros de altura. El hotel Des Masques qued¨® destruido. El 13 de marzo de 2008, unos desconocidos (mercenarios o cazadores furtivos) ametrallaron en una calle de la Goma reconstruida al viejo Albert Prigogine, el fundador del hotel. Unos misioneros le llevaron, moribundo, al hospital de Naciones Unidas, donde expir¨®. El hospital de la ONU se alzaba, y a¨²n se alza, sobre las ruinas de lo que fue el hotel Des Masques.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.