El filete del rey
Tomarse el trabajo de debatir sobre la dif¨ªcil sostenibilidad del actual consumo de carne en los pa¨ªses ricos requerir¨ªa m¨¢s esfuerzo intelectual, as¨ª que es mejor situarse en el terreno de la gracieta
Que el rey em¨¦rito se comi¨® un filete, como dijo su nieta a las puertas del hospital, es algo que a muchos nos hubiera pasado inadvertido salvo por lo que supon¨ªa de indudable mejor¨ªa en una persona reci¨¦n operada. Pero fue una perita en dulce para los que andan buscando argumentos grotescos que desacrediten la lucha medioambiental: muy pronto, una serie de contertulios al acecho alertaron contra todos aquellos idiotas que pon¨ªan el grito en el cielo porque el monarca se comiera un trozo de carne. Lo de siempre, esa t¨¢ctica t¨®pica, manoseada y rancia de echar mano de una an¨¦cdota y convertirla en ley. El filete del rey provoc¨® que incluso algunos valientes columnistas declararan su intenci¨®n de hundir su cara en un solomillo poco hecho, y celebraran a ese honrado pueblo trabajador que, ignorando las estupideces de la ¨¦lite ecologista, goza de la humilde felicidad de comerse un filete empanado.
Tomarse el trabajo de debatir sobre la dif¨ªcil sostenibilidad del actual consumo de carne en los pa¨ªses ricos requerir¨ªa m¨¢s esfuerzo intelectual, as¨ª que es mejor centrarse en un filete, situarse en el terreno de la gracieta, caricaturizar al adversario, reducir su activismo, por ejemplo, a la anecdotilla de unas chicas que dicen estar protegiendo a las gallinas de ser violadas por los gallos. Mientras las m¨¢s serias publicaciones del mundo prestan hoy sus portadas a la alarma insoslayable del cambio clim¨¢tico, una troupe de humoristas del negacionismo, unida a los c¨ªnicos que siempre ven rid¨ªculo el compromiso ajeno, siembra la duda sobre la sinceridad y la honestidad de quienes entregan su vida a una causa noble.
?Y c¨®mo no hacer chanza de Greta Thunberg! No hay comentarista audaz que no haya hecho su peque?o chiste sobre la ni?a de las trenzas. Sus gestos, su mirada en exceso determinada, su imagen algo anacr¨®nica. En realidad, nos aclaran, no tratan de hacer sangre sino de proteger su inocencia, de evitar que la codicia de los mayores perturbe su infancia. Sorprende que jam¨¢s se preocupen por la vida de las ni?as atletas que entregan sus mejores a?os al sacrificio f¨ªsico, ni por las criaturas que se ven expuestas a discutibles espect¨¢culos televisivos, ni por esos m¨²sicos adolescentes sometidos a un rigor que les aparta del juego. Esa competitividad, aunque distorsione para siempre sus vidas, resulta enternecedora; al fin y al cabo, se trata de peque?os h¨¦roes que nos traen medallas a casa o nos divierten con su arte iluminado y precoz. Pero Greta no nos da felicidad sino que nos pide un sacrificio, desaf¨ªa nuestro bienestar exigiendo compromiso, y eso en s¨ª es algo antip¨¢tico. Para contrarrestar su mensaje hay que extender la idea de que est¨¢ siendo manejada por oscuros e indecentes lobbies ecologistas que se sirven de pobres ni?as con el objetivo de cercenar nuestra libertad individual. La libertad de comer carne roja como si no hubiera un ma?ana, por ejemplo, o la libertad de volar porque nadie nos tiene por qu¨¦ impedir ser cosmopolitas. El cabreo proviene de que barruntamos que estas medidas afectar¨¢n a la vida tal y como la entendemos.
Como Greta es tan joven, han de envolver su burla en compasi¨®n: pobre, da miedito. Pero lo que ella proclama es lo que la comunidad cient¨ªfica se empe?a en advertir. El asperger ha jugado a su favor: no admite la mentira y su mente trabaja sin distracciones. Los hip¨®critas que dicen sentir pena por ella esconden as¨ª su incapacidad para hacer algo que reduzca el infierno.
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