Los secretos de David Cameron en Downing Street
Las memorias del hombre que convocó el referéndum del Brexit arrasan y repasan las equivocaciones del ex primer ministro, la muerte de su hijo y el perfil más liberal de su esposa Samantha
Nada despierta más interés que la expiación ajena. El Reino Unido lleva más de tres a?os flagelándose a sí mismo con el drama del Brexit. En teoría, el libro de memorias del hombre responsable de hundir al país en el fango era lo último que los británicos deseaban leer. Y, sin embargo, For The Record, el recuento personal del ex primer ministro, David Cameron (Londres, 1966), de sus a?os al frente del Gobierno, lleva ya varias semanas encabezando la lista de ventas de no ficción. No ha logrado superar el récord de Tony Blair, quien vendió más de 92.000 copias de su A Journey (Un viaje) en los primeros cuatro días, ni mucho menos el de Margaret Thatcher, cuyo The Downing Street Years (Los A?os de Downing Street) se agotó de las librerías nada más salir: 120.000 ejemplares en una semana.
Pero después de tres a?os de soledad autoimpuesta, Cameron ha podido comprobar que no le han olvidado. 21.000 ciudadanos se apresuraron a comprar sus memorias durante los primeros siete días de su publicación, según cifras de Nielsen BookScan. “Han pasado ya tres a?os desde la celebración del referéndum de la salida del Reino Unido de la UE. No ha habido un solo día en el que no haya pensado en mi decisión de convocar esa consulta, ni en las consecuencias que acarreó hacerlo”, comienza Cameron su libro.
Comparte con Blair, y con otros muchos políticos del mundo antes que él, un destino trágico. No importa todo lo que logró alcanzar en los más de 10 a?os que estuvo al frente del Ejecutivo británico. Ni mucho menos las razones, según él inevitables, que le llevaron a someter a sus conciudadanos al estrés de decidir, a una sola carta, el destino del Reino Unido. Si las memorias del ex primer ministro laborista fueron la confesión de un inmenso error que no supo gestionar, la alianza con Estados Unidos para invadir Irak, en contra de la inmensa mayoría de la opinión pública, las de Cameron son otro tanto de lo mismo: un impotente reconocimiento de una cadena de decisiones y estrategias mal pensadas y peor ejecutadas. Cargadas, probablemente, de las mejores intenciones, pero con pésimos resultados.
Baste un ejemplo. Los partidarios del Brexit —muchos de ellos miembros de su propio Gobierno, como Boris Johnson o Michael Gove— recurrieron al manejo del miedo y la xenofobia para asegurar que Turquía iba a ingresar en la Unión Europea. El entonces ministro de Economía, George Osborne, amigo y compa?ero de viaje político de Cameron, le rogó que contraatacara con las mismas armas. “Me recomendaron que aclarara urgentemente que nunca permitiría que Turquía fuera miembro de la Unión Europea mientras yo fuera primer ministro, pero pensé que se trataba de una irresponsabilidad. La parálisis pudo conmigo. Me vi atrapado entre la necesidad de hacer campa?a y la de comportarme como un jefe de Gobierno, y escogí la última. Fue en todo momento una guerra asimétrica”, admite Cameron.
Un amplio sector del público británico nunca cederá a la tentación de contemplar a Cameron con ojos benévolos. A medida que pasa el tiempo, se consolidan en el recuerdo su imagen elitista y despreocupada, su trayectoria de joven de buena familia al que la vida nunca puso obstáculos y su defensa sin arrepentimiento de los a?os de austeridad impuestos a la ciudadanía como respuesta a la crisis financiera que le tocó afrontar.
Juega a su favor, sin embargo, que también le tocó sufrir en primera persona la tragedia personal y la tragedia política. El capítulo dedicado a la muerte de su hijo Iván, de seis a?os, ha vuelto a conmover a la sociedad británica. Víctima del “síndrome de Ohtahara”, nombrado así por el médico japonés que primero lo describió, el peque?o sufrió una progresiva parálisis de sus miembros y de su capacidad de habla, padecía constantes convulsiones y tenían que suministrarle hasta veinte fármacos distintos cada día. “Un mundo en el que todo me había sonreído siempre me propinó de repente una enorme conmoción y un desafío”, reflexiona el político.”Nada, absolutamente nada, te prepara para la realidad de perder a tu querido peque?o de este modo. Fue como si el mundo hubiera dejado de girar”. Cameron tiene palabras de agradecimiento para su rival, el laborista Gordon Brown, quien de inmediato maniobró para suspender la sesión de control que había prevista en el Parlamento para el día siguiente. Ivan Cameron falleció el 25 de febrero en el Hospital St. Mary de Londres.
La tragedia política fue un anticipo de la tendencia que a?os después se extendería por el mundo. Cameron fue uno de los primeros en afrontar, con las manos atadas a la espalda y sin saber realmente cómo responder, a una campa?a de desinformación y fake news (falsas noticias) como el Reino Unido no había conocido anteriormente. Propinada además por varios de los compa?eros y amigos con los que había puesto en marcha la aventura de modernizar y dotar de mayor compromiso social al Partido Conservador. “Al final, Boris me resultó una persona completamente diferente. Había respaldado algo en lo que no creía en absoluto”, acusa Cameron al actual primer ministro. Su amigo y aliado decidió en el último momento sumarse sin escrúpulos a la campa?a a favor del Brexit, en contra de la posición oficial del Gobierno.
Cada peque?a victoria de Cameron, como la aprobación del matrimonio homosexual, lleva de modo implícito el sello de Samantha, su mujer, el ancla constante de todo el libro. “Yo era un ambicioso joven conservador y ella una estudiante hippy de Artes. Yo trabajaba para el departamento del Tesoro de Norman Lamont. Ella vivía en un apartamento de Bristol con otros amigos. Yo me desesperaba por ser invitado a cenas de alto nivel en Westminster. Ella jugaba al billar con el rapero Tricky en las zonas de moda de Bristol”, cuenta.
Y fue Samantha, dice en su libro, la que protagonizó la escena más entra?able de la deshonrosa retirada. Recibió a Theresa May, la sucesora de Cameron, y a su marido, con un cigarro en la mano y bailando con alegría en la cocina de Downing Street.
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