Cuando los violadores viven en tu propia casa
En Esuatini, antiguo reino de Suazilandia, una de cada tres mujeres menores de 24 a?os ha sufrido una agresi¨®n sexual. En la gran mayor¨ªa de casos, atacante y v¨ªctima provienen de la misma familia
A Mar¨ªah ¡ªnombre ficticio¡ª le gusta el pollo frito. Dice que es su plato favorito y que no siempre puede comerlo. A sus 23 a?os sue?a con convertirse en m¨¦dica, aunque las matem¨¢ticas no se le dan nada bien y eso, se teme, puede lastrarla en el futuro. Aunque antes, comenta, y su comentario suena a disculpa, necesita terminar el colegio; pese a su edad, todav¨ªa le quedan un par de a?os. No ha sido por perezosa o por falta de capacidad. Simplemente, repite, su vida no ha sido una vida f¨¢cil. Para contarla, Mariah, de pelo corto y tan rizado que lo hace parecer m¨¢s corto, nariz respingona, piel negra y los gestos vivos y alegres propios de su juventud, ha elegido un ce?ido y vistoso vestido morado, un elegante traje de domingo.
¡°Crec¨ª con mis abuelos. Mi madre se fue a Sud¨¢frica con mi padrastro, y yo no sab¨ªa d¨®nde estaba mi padre biol¨®gico. Mis abuelos eran muy buenos conmigo; pagaban mi alimentaci¨®n, mi ropa... Desafortunadamente, ambos murieron y mi hermana peque?a y yo tuvimos que mudarnos con mi t¨ªa y su marido. All¨ª todo cambi¨®¡±, dice. Mariah naci¨® y vive en el Reino de Esuatini, antigua Suazilandia, la ¨²ltima monarqu¨ªa absoluta de ?frica, un peque?o pa¨ªs ubicado entre Sud¨¢frica y Mozambique de alrededor de 1,2 millones de habitantes donde m¨¢s del 60% vive bajo el umbral de la pobreza, seg¨²n el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. ¡°Ella, mi t¨ªa, trabajaba en Manzini ¡ªuna de las ciudades m¨¢s importantes¡ª?de vendedora, y me prometi¨® que si la ayudaba pagar¨ªa mi educaci¨®n, mi comida¡ Pero era mentira. Nunca lo hizo¡±.
Mariah recuerda que, al poco tiempo de llegar a casa de su t¨ªa, que ya ten¨ªa dos hijos, cuando la relaci¨®n entre ambas se hizo insostenible, su madre le dijo que ir¨ªa a por ella y a por su hermana para llev¨¢rselas a Sud¨¢frica. Pero antes de cumplirlo, la mujer falleci¨®. ¡°Fue muy r¨¢pido. Imag¨ªnate: un mi¨¦rcoles nos informaron de que se puso enferma y un jueves muri¨®. Una organizaci¨®n nos ayud¨® a traerla a Suazilandia para que la pudi¨¦ramos enterrar aqu¨ª, que nosotras no pod¨ªamos pagar ese dinero¡±, explica. A Mariah, que ya ten¨ªa 15 a?os, no le qued¨® m¨¢s remedio que quedarse con su t¨ªa y su marido. Y en aquel hogar, cuenta la joven, comenzaron a suceder cosas extra?as. ¡°Mi t¨ªa permit¨ªa que su marido mirase mientras nosotras, mi hermana y yo, nos ba?¨¢bamos. Yo le dije a mi t¨ªa que ¨¦l no deber¨ªa y ella me respondi¨® que s¨ª, que era mejor, que hacerlo nos ayudar¨ªa a perder la verg¨¹enza. As¨ª que nos ten¨ªamos que desnudar delante de ¨¦l y ¨¦l delante de nosotras¡±.
Un d¨ªa cualquiera, mientras su t¨ªa estaba en el trabajo y su hermana entretenida fuera, Mariah y aquel hombre se quedaron solos. ¡°Fue cuando¡ Fue cuando me viol¨®¡±, balbucea con una voz entrecortada que estremece. ¡°Vino a mi cuarto y me viol¨®. Cuando mi t¨ªa regres¨® yo no le dije nada. Ten¨ªa miedo de hacerlo. ?l me aseguraba que si hablaba con ella me echar¨ªa de casa y me convertir¨ªa en una sin techo. Tuve que callar; no encontr¨¦ otro remedio¡±, relata Mariah. Y prosigue: ¡°Mi t¨ªo continu¨® actuando como si fuera una buena persona. ?bamos todos juntos a misa los domingos y ¨¦l, delante de la gente, hablaba sobre c¨®mo seguir a Dios, sobre su bondad¡ Yo le cont¨¦ a mi hermana lo que me hab¨ªa pasado y no me crey¨®. Ella se fiaba mucho de mi t¨ªo, que empez¨® a decirme que me quer¨ªa, que me comprar¨ªa cosas bonitas, pero creo que lo que pretend¨ªa en realidad era mi silencio. Yo decid¨ª no volver a hablar de la violaci¨®n con nadie¡±.
Una de cada tres menores, v¨ªctima de abusos
¡°Sin duda alguna, los abusos sexuales son el mayor de los problemas de los menores de edad en Esuatini. Es un desaf¨ªo alarmante porque, adem¨¢s, ¨¦stos suelen provenir de las personas en las que las ni?as m¨¢s conf¨ªan: sus padres, sus familiares m¨¢s cercanos, sus amigos¡¡±, afirma Tenele Mkhabela, directora de G¨¦nero y Abogac¨ªa de la ONG Sos Children¡¯s Village en Esuatini. ¡°Vivimos en una sociedad demasiado patriarcal donde los hombres piensan que les pertenece todo, hasta las ni?as y las mujeres. No hay ning¨²n tipo de respeto hacia nosotras¡±, explica.
Mariah solo es otra v¨ªctima m¨¢s, otro caso que dista de ser aislado o espor¨¢dico. Una de cada tres mujeres de entre 13 y 24 a?os en Esuatini denunci¨® haber sido v¨ªctima de tocamientos sexuales no deseados, relaciones sexuales forzadas mediante la coerci¨®n o la fuerza f¨ªsica o intentos fallidos de lo anterior, seg¨²n un informe de Unicef, basado en la ¨²ltima encuesta sobre violencia contra los ni?os. Otro estudio de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud?(OMS)?afirma tambi¨¦n que esta violencia se asoci¨®, en el caso de este pa¨ªs sudafricano, a una probabilidad significativamente mayor de haberse sentido alguna vez deprimida, haber tenido intentos o ideas de suicidio, dificultades para dormir, consumo excesivo de alcohol, embarazos no deseados, abortos espont¨¢neos o enfermedades de transmisi¨®n sexual.
Cuenta Mariah que en las semanas que sucedieron a aquel d¨ªa intent¨® llevar una vida normal, que trat¨® de olvidarse de todo y hacer como si nada de aquello hubiera ocurrido. Pero su pesadilla no hab¨ªa hecho m¨¢s que empezar. ¡°Tras un tiempo tranquilo, volvimos a tener sexo. Pero fue diferente. La primera vez us¨® la fuerza. La segunda, y las dem¨¢s, tuve que acceder. ?l siempre me dec¨ªa que me iba a echar de casa si no aceptaba, que me convertir¨ªa en una persona sin hogar ni familia. Yo ten¨ªa mucho miedo de eso porque aqu¨ª, si miras a tu alrededor, ves a muchas personas en esas situaciones y no lo pasan bien. No quer¨ªa eso para m¨ª. As¨ª que continuamos viviendo como una familia normal, s¨®lo que entre mi padrastro y yo, cuando nos qued¨¢bamos solos, pasaban esas cosas¡¡±.?
La situaci¨®n econ¨®mica en casa de Mariah empeor¨® y un pariente le busc¨® un trabajo; cuidar a un ni?o de una familia adinerada: un pastor de una Iglesia Evangelista local y su esposa. La muchacha acababa de cumplir 16 a?os y hac¨ªa mucho que sus estudios hab¨ªan dejado de ser prioridad para lo que quedaba de su familia. ¡°All¨ª, una tarde, not¨¦ que algo raro pasaba en mi cuerpo, pero no le di mucha importancia. Y otro domingo, cuando la mujer del pastor regres¨® de la Iglesia, me pregunt¨® que de qui¨¦n era el padre del hijo que esperaba. Yo le respond¨ª que no estaba embarazada. Y ella me dijo que s¨ª. Me compr¨® un test de embarazo y, cuando dio positivo, me derrumb¨¦. Fue entonces cuando decid¨ª contarlo todo¡±.
Acudir a la polic¨ªa a denunciar a su t¨ªo fue el siguiente paso. Pero las autoridades no llegaron a arrestar a aquel hombre, que huy¨® a Sud¨¢frica junto al resto de la familia. El violador no pag¨® por su delito. ¡°Mi t¨ªa se qued¨® embarazada tambi¨¦n en las mismas fechas que yo y, cuando se enter¨® de que su marido pod¨ªa ir a prisi¨®n, me llam¨® por tel¨¦fono y me dijo: ?Qui¨¦n va a hacerse cargo de los ni?os si encarcelan a tu t¨ªo? A m¨ª me dio igual, lo denunci¨¦, pero nunca lo mandaron a la c¨¢rcel¡±. Y a Mariah, sin cumplir la mayor¨ªa de edad, en un pa¨ªs donde cualquier aborto es ilegal, se le presentaba otro reto vital: deb¨ªa pensar en un futuro diferente, con una persona a su cargo. ¡°Rezaba para que sucedieran dos cosas. La primera, que mi beb¨¦ fuera un ni?o, para que no tuviera que pasar por lo mismo que yo. La segunda, que se pareciera a m¨ª y no a su padre. Lo que menos quer¨ªa es que mi ni?o me recordara a ¨¦l¡±, relata.
La nueva y esperada ley
El parlamento suazi, empujado por numerosas campa?as de ONGs y otros organismos de defensa de Derechos Humanos, no ha sido ajeno a esta problem¨¢tica y ha tratado de legislar en consecuencia. En 2018 aprob¨® la nueva y novedosa ¡®Sexual Offences and Domestic Violence Act¡¯, ley que introduce cambios significativos como la penalizaci¨®n ¡ªpor primera vez en el ordenamiento jur¨ªdico de Esuatini¡ª?de la violaci¨®n conyugal, prev¨¦ disposiciones para tribunales especializados en violencia de g¨¦nero, requiere examen m¨¦dico y tratamiento para las v¨ªctimas de abusos sexuales e incluye la tipificaci¨®n de nuevos delitos como el acoso o el acecho ilegal.
Pero, adem¨¢s, la nueva norma enfatiza la necesidad de proteger a las ni?as y menores de edad, v¨ªctimas de tanta crueldad: fija en 18 a?os la edad m¨ªnima de consentimiento sexual, proh¨ªbe el matrimonio infantil e introduce el delito de "secuestro sexual", que castiga el acto de sacar a un menor del control de su tutor con la intenci¨®n de realizar un encuentro ¨ªntimo. La pena m¨ªnima para un caso de violaci¨®n queda establecida en 15 a?os de prisi¨®n. ¡°Esta ley es el cambio m¨¢s grande que ha habido en Esuatini en los ¨²ltimos tiempos. Ha estado en el parlamento 10 a?os, ha sido fruto de grandes debates y no hubiera sido posible sin la presi¨®n de la comunidad internacional¡±, valora Federica Masi, coordinadora para ?frica del Sur de Cospe, una ONG italiana con m¨¢s de dos d¨¦cadas de trabajo en este pa¨ªs?y pieza fundamental para la aprobaci¨®n de la norma.
¡°Pero hay otro problema¡±, contin¨²a Federica, ¡°aqu¨ª funcionan las costumbres bajo la ley tradicional, por un lado, y las normas bajo la Constituci¨®n, por otro. En las ¨¢reas rurales, donde vive m¨¢s del 70% de la poblaci¨®n de Esuatini, es un jefe local el que lo decide pr¨¢cticamente todo. Ello dificulta mucho el correcto funcionamiento de las leyes¡±.
Poco sab¨ªa Mariah de leyes en 2014. Embarazada, a punto de dar a luz y con apenas unos a?os de escolarizaci¨®n, se acogi¨® a un programa en un centro de mujeres que hab¨ªan pasado por situaciones similares. ¡°All¨ª hice amigas. Una compa?era me cont¨® que su abuelo la viol¨® siendo una ni?a y que, cuando creci¨® y se lo dijo a su abuela, su abuelo se suicid¨®. La culparon a ella y tuvo que irse de su casa. Sol¨ªamos hablar mucho entra nosotras. Nos ayudaba¡±, recuerda la joven, que vio c¨®mo nac¨ªa su hijo al poco de llegar a aquel refugio. ¡°Ahora tiene cinco a?os; es precioso, pero todav¨ªa muy peque?o para entender todas las cosas que pasan. Yo creo que es el ¨²nico hombre que deseo sea bueno en el futuro¡±, asegura.
Cuando sali¨® de aquel programa, a Mariah se le acumularon las buenas noticias. Primero, pudo volver al colegio y regresar a las lecciones de matem¨¢ticas. Despu¨¦s, le comunicaron que apareci¨® su padre biol¨®gico y que quer¨ªa hacerse cargo de ella. ¡°Me puse tremendamente contenta; ten¨ªa un padre que me quer¨ªa. Mi beb¨¦ y yo nos fuimos a vivir con ¨¦l, con su mujer y sus cuatro hijos¡±, rememora. Aunque la vida le volver¨ªa a dar un rev¨¦s. Otro m¨¢s. Fue el 25 de diciembre del 2015. ¡°Mi padre tuvo un accidente y muri¨® unos d¨ªas m¨¢s tarde. La recuerdo como una de las noches m¨¢s tristes de mi vida. Imag¨ªnate¡ Hab¨ªa conseguido por fin que alguien se preocupara por m¨ª y no me dur¨® nada¡±.
Una falta alarmante de recursos
¡°El problema es que los recursos son muy limitados. Llamamos a los trabajadores sociales gubernamentales y se presentan sin veh¨ªculo, sin saldo en los tel¨¦fonos. Cuando quieres colaborar necesitas ir a los sitios con ellos o con la polic¨ªa y hacerte cargo de estos gastos¡±, explica Katrin Lehman, directora de Phumelela Project, una peque?a ONG alemana que ayuda a menores de edad que entran en conflicto con la ley suazi y lleva a cabo acciones de concienciaci¨®n y empoderamiento con v¨ªctimas de violencia de g¨¦nero, entre ellas Mariah. Aunque, afirma Lehman, conoce situaciones m¨¢s sangrantes, si cabe. ¡°Tuvimos un caso de un hombre que hab¨ªa abusado de sus cinco hijas. Las mayores crecieron pensando que era algo normal; hasta que las peque?as no lo denunciaron no cambi¨® nada en aquella casa¡±.
Nomthandazo Dlamini, consejera de Phumelela, que escucha atenta la conversaci¨®n, cuenta otro. ¡°Recuerdo una violaci¨®n a una ni?a con discapacidad intelectual, una menor de edad que ni siquiera sab¨ªa hablar bien. No pudimos hacer nada. Nadie, ni la polic¨ªa, la llev¨® al hospital para los reconocimientos o investig¨® para capturar al agresor. Fuimos nosotras las que la llevamos al m¨¦dico, pero ya era muy tarde¡±. Lo cierto es que, por la reincidencia en estos casos, la ley de 2018 de delitos sexuales ha incluido un ep¨ªgrafe donde intenta proteger a personas especialmente vulnerables a este tipo de actos, como discapacitados f¨ªsicos e intelectuales. Katrin vuelve a tomar la palabra. ¡°Suele suceder que la familia de la v¨ªctima la repudia por considerarla culpable. Esta ley ha tra¨ªdo la repulsa de muchos hombres que protestan porque creen que ya no van a poder tener sexo con las mujeres suazis¡±.
Mariah dice que a ella lo que digan los hombres le da igual. Que ya no se f¨ªa de ninguno. Que su violador deber¨ªa estar en la c¨¢rcel y no en Sud¨¢frica. Que el ¨²nico que la ha tratado con cari?o, su padre, est¨¢ muerto. Que todos los dem¨¢s han querido siempre algo de ella. Que su novio intenta ser bueno, pero que nota que ella no conf¨ªa en ¨¦l. Ni en ¨¦l ni en ning¨²n hombre. Que no cree en el amor, pero que nadie le ha quitado las ganas de sonre¨ªr. Y que ahora, en casa de su madrastra, en un pueblo cualquiera de Esuatini, con problemas de miseria y escasez, rodeada de pobreza extrema, haciendo malabares para pagar sus estudios y los de su hijo, sue?a con terminar el colegio y convertirse en m¨¦dico y lucha para cerrar esas heridas que no se ven y que resultan tan dif¨ªciles de cicatrizar. ¡°No deb¨ª callarme. Dir¨ªa a las ni?as que han sufrido esto que no lo hagan, que hablen, que busquen ayuda y lo cuenten. Aceptar que te han violado no es f¨¢cil, pero tampoco es el fin del mundo. Hay gente con buen coraz¨®n que se pone a tu lado¡±.
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