Una clase para frenar la epidemia de agresiones sexuales a menores
Sud¨¢frica asiste conmocionada al incremento de la violencia sexual, que afecta como m¨ªnimo al 35% de los estudiantes. Un programa escolar trata de atajar la estructura social sobre la que se sustenta
Los alumnos del ¨²ltimo curso de secundaria de la escuela Rauwane Sepeng, ubicada en uno de los escasos descansos orogr¨¢ficos que concede el corredor del platino, en el noroeste de Sud¨¢frica, est¨¢n calculando la fricci¨®n entre dos cubos de cuatro y ocho kilogramos dibujados en la pizarra. Al poco de tocar el timbre, Lydia Ganda deja sus cosas sobre la mesa del profesor. Ella no viene a hablar de f¨ªsica. Ni siquiera de algo que vaya a computar para la media acad¨¦mica. Va a hablar de sexo.
"Antes de iniciar cualquier relaci¨®n sexual necesitamos consentimiento. Tenemos que preguntar. La respuesta solo puede ser S¨ª o No. No hay proceso m¨¢s correcto que el de preguntar, esperar la respuesta y respetarla", escribe para empezar en la pizarra, donde antes estaban los cubos y las f¨®rmulas matem¨¢ticas.
¡ª?Y si no dice nada, si se queda en silencio? Hay que darle tiempo, se responde Lydia a s¨ª misma.
¡ªA lo mejor quiere decir que s¨ª, interviene un chico sentado en medio de la clase. Es el primero que se aviene a hablar. Su compa?era de atr¨¢s le da una colleja al escuchar su respuesta. Los dem¨¢s r¨ªen.
¡ªExacto. El silencio no es consentimiento. Ning¨²n silencio es aceptable. Solo un s¨ª es aceptable, repite Lydia.
Hay m¨¢s alumnos que quieren participar.
¡ªMuchos chicos piensan que si nos invitan a salir a cenar fuera quiere decir que les tenemos que dar algo a cambio.
¡ª?Acaso no es as¨ª?, bromea, o quiz¨¢ no tanto, otro de los chicos. Es alto y muy delgado. Parece mayor que los dem¨¢s. Varias alumnas a su alrededor le increpan, tampoco demasiado en serio.
Durante las charlas, los estudiantes preguntan sobre cuestiones que deben afrontar en sus relaciones: "?Y qu¨¦ pasa si acordamos tener sexo pero luego me arrepiento?"
¡ª?C¨®mo va a ser as¨ª?
¡ªLo que dices, ¡ªvuelve a contestar la trabajadora comunitaria del programa de educaci¨®n sexual puesto en marcha por M¨¦dicos sin Fronteras en Rustenburg¡ª, no deja de ser una coerci¨®n, aunque sea psicol¨®gica. Porque la coerci¨®n no es solo f¨ªsica, la que deja moretones, si tambi¨¦n moral, la que no se ve.
¡ª?Y si yo solo quiero hacer hasta un punto? ?O si de pronto aparece alguien?
¡ªUn s¨ª es solo s¨ª hasta aqu¨ª y hoy. No es un permiso para hacer lo que queramos cuando queramos. Tenemos que preguntar a nuestra pareja lo que quiere hacer en cada momento, porque igual solo quiere ir de la mano; o al centro comercial por si aparecen sus padres; o puede que quiera cierta intimidad sexual. Lo importante es que pregunt¨¦is y respet¨¦is lo que quiera la otra persona, insiste Lydia. Est¨¢ hablando para chicos de entre 16 y 18 a?os.
¡ª?Y si ella piensa que voy muy despacio?, pregunta un chico.
¡ªLo que tienes es que pedir permiso para pasar a la siguiente fase.
¡ª?Y si acordamos algo por WhatsApp, pero luego me arrepiento?
Las preguntas fluyen una detr¨¢s de otra. Les interesa m¨¢s que la clase de f¨ªsica
¡ªSiempre vas a tener la posibilidad de echarte para atr¨¢s. O de decir s¨ª a la intimidad sexual, pero no a la penetraci¨®n.
¡ªPero si decimos que no, despu¨¦s nos van a hacer sentir culpables. O, por ejemplo, si vamos a casa de un chico entiende que vamos a tener sexo.
¡ªPero no ten¨¦is que hacerlo. Siempre, en cualquier circunstancia ten¨¦is derecho a parar. Si una chica dice ¡°para¡± ¡ªhabla ahora para los chicos de la clase¡ª ten¨¦is que parar.
¡ªY de esto, de sexo, ?habl¨¢is con vuestros padres?
La clase se vuelve a alterar. En el grupito de chicas que ocupa los pupitres junto a la puerta se atropellan unas a otras al hablar. "Con los m¨ªos no, cada vez que se menciona algo relacionado con el sexo se vuelven locos". "La m¨ªa ¡ªdice otra¡ª si se entera empieza a tirar cosas. Amenaza con la zapatilla".
Mientras termina de re¨ªr, la primera de las j¨®venes, la m¨¢s menuda de todas, vuelve a tomar la palabra: "Lo importante es que no vamos a ser como nuestros padres. Ellos entienden el sexo de otra manera, pero nosotras cuando seamos adultas vamos a hacerlo de otra forma. Vamos a ser madres m¨¢s abiertas".
Se estima que entre 314.000 y 785.000 j¨®venes sudafricanos de 15 a 17 a?os sufrieron alg¨²n tipo de abuso sexual entre septiembre de 2013 y octubre de 2015
Lydia, que lleva desde 2015 recorriendo una veintena de escuelas de esta regi¨®n minera de Sud¨¢frica, no esconde una sonrisa de satisfacci¨®n. Una sonrisa que es una peque?a victoria.
"Pase lo que pase, chicas, no os deb¨¦is sentir jam¨¢s culpables. Acudid al m¨¦dico o a nosotros para prevenir cualquier enfermedad. Porque sab¨¦is las consecuencias de tener conductas sexuales de riesgo, ?verdad? No solo que pod¨¦is contraer una enfermedad sexual o VIH, sino que tambi¨¦n os pod¨¦is quedar embarazadas. ?Sab¨¦is lo que eso supone? Eso tambi¨¦n va por vosotros, chicos".
Sus palabras las animan a no tener miedo a informarse en una sociedad en la que estos temas contin¨²an siendo tab¨², pero en la que los j¨®venes quieren saber y hablar. En un informe realizado por Unicef en 2017, los investigadores concluyeron, por ejemplo, que el 84% de los j¨®venes encuestados quer¨ªa obtener informaci¨®n sobre obtener salud sexual mediante sus tel¨¦fonos m¨®viles, si era gratis. No obstante, expresaron dudas sobre si preferir¨ªan comunicarse directamente con un profesional por mensaje de texto o llamada de voz. Algunos estaban a favor del anonimato de hablar con un extra?o.
Violencia sexual contra menores
En octubre de 2017, la sociedad sudafricana asist¨ªa consternada al esc¨¢ndalo por los supuestos abusos sexuales cometidos por un guardia de seguridad en una escuela primaria de Soweto, el hist¨®rico barrio al oeste de Johannesburgo. Hasta 87 estudiantes denunciaron haber sido agredidas, incluidas varias violaciones. Un a?o despu¨¦s, el acusado fue absuelto despu¨¦s de que la Corte Suprema de South Gauteng calificase de burda la cadena de errores cometidos durante la investigaci¨®n policial.
¡°Se est¨¢ produciendo un ataque a gran escala contra la infancia en Sud¨¢frica. Hay un gran problema en el sistema educativo, familias rotas, ni?os que crecen hu¨¦rfanos a consecuencia de la epidemia del VIH y que no reciben la educaci¨®n que necesitan porque sus padres tampoco la tuvieron... Pero tambi¨¦n existe un problema con una polic¨ªa mal pagada, profesionales sanitarios sin la preparaci¨®n adecuada y un sistema judicial colapsado. Al final, los ni?os, que son los m¨¢s vulnerables, son los que sufren las consecuencias¡±, resume Christina Rollin, una de las mayores expertas de un pa¨ªs en plena emergencia contra la violencia sexual a menores.
Un estudio publicado por The Lancet alerta de que uno de cada tres estudiantes sudafricanos ha sufrido alg¨²n tipo de agresi¨®n sexual en su vida y el propio Gobierno reconoci¨® en el Parlamento que hasta el 9,1% de las violaciones denunciadas en el pa¨ªs ¡ªya de por s¨ª con una de las tasas m¨¢s elevadas del mundo, 70,5 por cada 100.000 habitantes¡ª correspond¨ªan a ni?os de nueve a?os o menos. Casi siempre, hasta en un 80% de los casos, los responsables son personas cercanas.
Rustenburg, en pleno corredor de las minas de platino, es uno de los lugares con mayor incidencia de violencia de g¨¦nero con alrededor de 12.000 violaciones al a?o
¡°En nuestras charlas tenemos que explicarles lo que es normal y lo que no lo es porque muchos menores crecen en entornos sexualizados en los que algunas acciones est¨¢n impl¨ªcitas. Crecen viendo a sus t¨ªos u otros familiares toc¨¢ndolas y pasando sus manos por su cuerpo¡±, se?ala Lydia. ¡°Esto¡±, a?ade Rollin, ¡°hace que normalicen la situaci¨®n y los casos de abusos prolongados se alarguen en el tiempo. ?Qui¨¦n va a ir a preguntar a otra casa c¨®mo se lavan los dientes si en la tuya siempre se ha hecho as¨ª?¡±.
Esta normalizaci¨®n es lo que m¨¢s preocupa a los expertos como Christina Rollin. ¡°Cuando la sociedad asume que cada caso¡±, como la agresi¨®n a una joven en un restaurante la capital o la de un ni?a hu¨¦rfana de 14 a?os en la escuela secundaria de Aha-Thuto el pasado junio, ¡°es solo otro caso. Otra violaci¨®n m¨¢s¡±. Es ah¨ª donde anidan las estructuras que sustentan la violencia sexual.
La primera, la de los propios menores, tambi¨¦n chicos. ¡°Hay una reacci¨®n f¨ªsica en el hombre que hace que, aunque sea agredido, su cuerpo reaccione, lo que provoca que muchos cuestionen su identidad sexual y se culpen a s¨ª mismos por haber disfrutado¡±. Asumen los abusos como un marco aceptable de comportamiento y lo transmiten al formar su propia familia: ¡°Padres que son padres sin haber aprendido a serlo, sin haber recibido ejemplos adecuados y que vuelcan en sus hijos sus propios problemas (¡) Madres, contin¨²a Rollin, que se niegan a creer que esa violencia est¨¦ ocurriendo en su casa¡±.
La segunda, la del propio Estado que esconde el problema para no tener que enfrentarse a su propio espejo. Teniendo en cuenta que apenas uno de cada nueve casos son denunciados, extrapolaciones de investigadores de la Universidad de Ciudad del Cabo elevan la cifra de abusos por encima del 35% del alumnado.
¡°Muchas mujeres prefieren no denunciar por temor a quedarse sin fuentes de ingresos para ellos y para sus hijos; y por miedo a ser discriminadas por otras mujeres de la comunidad. No deber¨ªa ser as¨ª, las mujeres deber¨ªamos ayudarnos unas a otras, pero la realidad es que todav¨ªa son se?aladas si denuncian¡±, apunta Jennifer, la consultora psicol¨®gica del centro de salud de Rustenburg. ¡°Que si no vest¨ªa de forma adecuada, que si en realidad fue ella la que tent¨® al hombre¡±, traduce Lydia.
La tercera estructura, la judicial, tambi¨¦n alimenta impunidad. Entre un 40% y un 60% de los casos denunciados son retirados antes de llegar a la Corte y cuando lo hacen suele haber pasado tanto tiempo que se han perdido testigos, pruebas o la propia vida de las v¨ªctimas. ¡°Muchas mujeres viven con miedo mientras se instruye el caso porque las amenazan o las agreden de nuevo¡±, confirma Jennifer.
La violencia sexual tiene un impacto social y econ¨®mico que frena entre un 0,9% y un 1,3% el PIB sudafricano cada a?o
La justicia va con retraso y al Gobierno no le molesta. Un estudio de M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF) ¡ªque colabor¨® con la log¨ªstica para este reportaje¡ª revel¨® que el 20% de los centros de atenci¨®n a v¨ªctimas de violencia sexual, incluidos los famosos Thuthuzela Care Centers, carec¨ªan de medios para realizar pruebas cl¨ªnicas forenses. ¡°Y un centro incapaz de realizar esos ex¨¢menes y de cumplimentar los formularios necesarios¡±, se?alan los investigadores, ¡°obstaculiza la capacidad de los supervivientes para denunciar su caso¡±.
Al tiempo, cada vez hay menos enfermeras especializadas, tentadas por sueldos m¨¢s altos en el golfo P¨¦rsico; y muchos m¨¦dicos evitan involucrarse, en ocasiones por miedo a los perpetradores, en otras por simple hast¨ªo en casos de violencia sexual. ¡°Emiten informes diciendo que no habido agresi¨®n para no tener que testificar¡±, asegura Rollin, quien ha participado en m¨¢s de 300 juicios. Por su cl¨ªnica Sexual Assault Clinic, a las afueras de Johannesburgo, pasan al mes una docena de casos de v¨ªctimas de violencia sexual. ¡°El propio sistema judicial acaba por revictimizarlas al hacerles revivir el trauma hasta cuatro a?os despu¨¦s de haber ocurrido¡±.
Tesultado de esta estructura social de abusos normalizados e impunidad judicial es, en palabras de Rollin, una ¡°generaci¨®n de j¨®venes enfadados¡± que reproducen los modelos de comportamiento en los que son criados. De ah¨ª que en clase de decimosegundo grado haya chicos que entiendan que tienen derecho a tener sexo con una chica solo por invitarla a cenar.
Abusos, enfermedades y embarazos no deseados
Afuera del despacho de atenci¨®n psicol¨®gica hay m¨¢s sillas vac¨ªas que ocupadas. Un grupo de j¨®venes trabajadoras del centro de salud aprovechan su descanso matutino para charlar. Ahora est¨¢n debatiendo acaloradamente sobre el novio que le conviene a una de ellas: ¡°Mi hermana me dice que no salga con un hombre que no tiene coche¡±.
La llegada de Helena (nombre ficticio para proteger su identidad) interrumpe la conversaci¨®n. El examen m¨¦dico no ha encontrado s¨ªntomas de agresi¨®n, pero s¨ª una enfermedad de transmisi¨®n sexual. ¡°Que no se haya detectado nada no quiere decir que no haya habido una agresi¨®n. Aqu¨ª las fronteras de la coerci¨®n son muy finas¡±, subraya Lydia una vez cerrada la puerta de la consulta. ¡°Por eso vamos a hacer seguimiento de su caso. Va a tener reuniones peri¨®dicas con nuestro equipo de trabajadoras comunitarias y con la enfermera. Es con ella con quien suelen sincerarse. Empiezan a hablar y a contarles lo que ha sucedido. Es entonces cuando muchas veces se dan cuenta de que han sufrido una agresi¨®n sexual¡±.
Helena, alumna de la escuela Rauwane Sepeng, fue la ¨²nica que, tras la charla en el colegio, se acerc¨® a las trabajadoras comunitarias de MSF. Hay d¨ªas que lo hacen peque?os grupos de j¨®venes, casi siempre chicas, y otros en los que no acude nadie. Pero el programa sigue en marcha porque la violencia de g¨¦nero tiene un efecto social devastador: embarazos no deseados en menores, estr¨¦s postraum¨¢tico, enfermedades de transmisi¨®n sexual. Hasta el 16% de las infecciones por VIH en mujeres podr¨ªan evitarse poniendo freno a la violencia de g¨¦nero. Incluso econ¨®micamente es un suicidio para el pa¨ªs, que pierde a causa de la misma entre el 0,9 y el 1,3% de su PIB.
En Rustenburg, uno de esos rincones de Sud¨¢frica donde impera la violencia como f¨®rmula para la supervivencia, nadie espera que las agresiones sexuales vayan a ser cosa del pasado. No al menos hasta que los estudiantes de Rauwane Sepeng hayan educado a sus hijos en ese otro habitus de las relaciones que est¨¢n aprendiendo. Mientras, Lydia Ganda tendr¨¢ que seguir yendo a sus clases a hablar de lo que es S¨ª y de lo que es No. Y a recordarle a Helena que tiene que tomar la pastilla que le recet¨® el m¨¦dico todos los d¨ªas. ¡°Todos los d¨ªas. Acu¨¦rdate de que es todos los d¨ªas¡±.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aqu¨ª a nuestra newsletter.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.