La lectora solitaria y los cien m¨®viles
Lee inclinada, rodeando el libro en el regazo, como quien protege el lugar sentipensante, un nido de tiempo fermentado. La cripta de los sue?os.
TODO PARECE CONSPIRAR contra el libro. Contra el tiempo de lectura. Esa es la gran materia prima en la era virtual, el tiempo humano, y este recurso planetario est¨¢ siendo dispu?tado por los gigantes tecnol¨®gicos palmo a palmo, cuerpo a cuerpo, minuto a minuto, d¨ªa y noche, como la Ciudad sin Nombre en la fiebre del oro. Con el terminal inteligente, y la reserva infinita de las aplicaciones, tenemos en las manos, por fin, el instrumento m¨¢gico de los cuentos de la infancia. Pero somos los primeros hechizados. Vamos alquilando nuestro tiempo disponible hasta que no disponemos de ¨¦l. Desahuciamos el tiempo perdido. Es una nueva pobreza, la de no poder perder el tiempo.
Un amigo me dice: ¡°Ahora voy al teatro por instinto natural, para que me obliguen a apagar el m¨®vil¡±.
Hubo una ¨¦poca en que se le¨ªa mucho en el transporte p¨²blico, en el bus, el tren o el metro. Ahora, por cada cien pasajeros empantallados solo distingues con suerte a una persona con un libro abierto. Es una lectora clandestina. Lee inclinada, rodeando el libro en el regazo, como quien protege el lugar sentipensante, un nido de tiempo fermentado. La cripta de los sue?os. Claro que la otra gente lee, y escribe, en los m¨®viles, pero parecen participar de una misma pel¨ªcula de animaci¨®n. La lectora del libro est¨¢ en otro tiempo, exc¨¦ntrico, como un personaje de su libro. De 1984 o de Farenheit 451. Me preocupa. En cualquier momento puede presentarse alguien, pedirle cuentas y arrebatarle esa redoma de tiempo orillero, desconectado, perdido, donde muertos y vivos celebran reuni¨®n.
Gran parte de las conversaciones ¡°culturales¡± giran hoy sobre las teleseries. La madera de Los Soprano y The Wire ha desmontado la carpinter¨ªa de cart¨®n piedra del antiguo r¨¦gimen televisivo. Como en su momento ocurri¨® con la literatura comprometida de Dickens o Victor Hugo. Corr¨ªan los spoilers de taberna en taberna, hab¨ªa asaltos a imprentas o diligencias para conseguir las primicias de los folletines. A Dickens lo amenazaron de muerte si ¨¦l, con su pluma, se deshac¨ªa de la peque?a Mary en La tienda de antig¨¹edades. Lo que hay en com¨²n es la calidad de la l¨ªnea de sutura entre realidad y ficci¨®n. Y ah¨ª est¨¢ la distop¨ªa de El cuento de la criada, nacida de un relato de Margaret Atwood. Si esa serie nos inquieta tanto es porque en la ficci¨®n hay un acento de verdad. Es el desasosiego de percibir que la milagrer¨ªa tecnol¨®gica puede ir a la par de un brutal proceso de descivilizaci¨®n.
Lo cierto es que detr¨¢s de las buenas series suele haber un buen libro. El fruto de un tiempo de demora, exc¨¦ntrico, de la vida. Lo ir¨®nico es que es casi imposible ver en una serie a alguien leyendo un libro. Nada. Ni la Biblia. Vemos gente haciendo de todo. Incluso cosas normales. Conducir, hacer deporte, cortar el c¨¦sped, tomar una copa, morirse. Abundan las escenas de sof¨¢ en las que los personajes de una serie de televisi¨®n se dedican a una acci¨®n tan apasionante como¡ ver la televisi¨®n. Tal como est¨¢n las cosas, un momento de intensidad garantizada, yo dir¨ªa que un cl¨ªmax, ser¨ªa que uno de los protagonistas abriese un libro. Aunque fuese para cocinarlo.
Cada vez que se dan a conocer las estad¨ªsticas sobre ¨ªndices de lectura, le damos mil vueltas a estrategias para aumentar lectores. ?C¨®mo salir de esa depresi¨®n hist¨®rica? En Espa?a, la invenci¨®n de Gutenberg, la imprenta, entr¨® con mal pie. En 1558, Felipe II firma una pragm¨¢tica que contempla la pena de muerte para quien ¡°imprimiere o diere a imprimir¡± libros que no vayan precedidos de examen, aprobaci¨®n y licencia real. El libro era visto como un bicho potencialmente peligroso, al que vigilar estrechamente. Pero, por otra parte, eso lo hizo m¨¢s deseado. Fue tambi¨¦n el objeto m¨¢gico, s¨ªmbolo de la libertad y la emancipaci¨®n social, que iba a cambiar el rumbo de la historia. Es dif¨ªcil encontrar un momento m¨¢s feliz en esa historia que el de las bibliotecas de las Misiones Pedag¨®gicas llegando a los pueblos m¨¢s remotos a lomos de caballo o en barcas.
Tal vez tenemos que cambiar el discurso sobre el libro y sobre el m¨®vil a la vez. Dejar de flagelarnos con los objetos m¨¢gicos. Quererlos es la mejor forma de liberarlos. Jugar con el m¨®vil, ese cabr¨®n de lo ef¨ªmero, y que sepa que lo sabemos. Y que cuando el libro despierte, el m¨®vil descanse. O mejor a¨²n. Que se vaya al teatro.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.