Donde comen siete, comen 20
En la zona colombiana de La Guajira, de escasos recursos alimentarios, los huertos comunales y los comedores sociales abastecen a los venezolanos exiliados
![La migrante venezolana Miriam Brancho besa a su hija en un comedor social de Riohacha, en Colombia.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/CRIDZ7EMK3GHE772HZDAOXYJFU.jpg?auth=8e3e8b7b53697c5af683fb4873f423356a38430eb0fbb01c9b5ff1358bd849df&width=414)
![?ngeles Lucas](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Ff4934467-600f-4f8c-bd24-bc174292cf11.jpg?auth=c10350804b647057fa91718fd4b4a37ef2f3120645abcf606e7b7281ab722e8e&width=100&height=100&smart=true)
Entre cactus de distintos verdes, tierra color mostaza, caminos de desierto sin huellas de coches que marquen las sendas, m¨¢s cactus, veredas imposibles, sol implacable, horas sin agua y m¨¢s kil¨®metros de tierra color mostaza encontr¨® Elida Marbelis a sus familiares colombianos y se qued¨® con ellos. Dej¨® Venezuela hace dos a?os y medio y, tras pagar un costoso y peligroso transporte para ella y su hija, atraves¨® el pa¨ªs por la frontera de San Francisco hasta La Guajira, en Colombia, donde ya estaba su madre. ¡°En Venezuela ya no era posible conseguir alimentos, era todo car¨ªsimo. Y aqu¨ª la familia me tendi¨® la mano, fueron muy solidarios¡±, dice agradecida Marbelis a sus 25 a?os.
Ahora Marbelis vive en la comunidad de Guayabal, habitada por 26 familias ind¨ªgenas way¨²us que, como otras comunidades de la zona, poseen documentaci¨®n que les permite moverse entre sus territorios con facilidad. ¡°Ahora vivimos aqu¨ª¡±, afirma, ataviada con un sombrero tradicional que le da algo de sombra a la cara en esta desfavorecida regi¨®n del desierto y la sabana colombiana.
![Una ni?a come arroz con chivo en la comunidad ind¨ªgena way¨²u del Guayabal, en Colombia.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/4LI5PSJL7DKD3MUF3BXZXU2QQE.jpg?auth=93578c231737a7cf8778afa3613b8ebea6da1b6e345bd6f56d4f8963f9921400&width=414)
Su vida cotidiana pasa por levantarse temprano, ir a trabajar al huerto, llevar a sus dos hijos a clase, preparar su almuerzo y revisar otra vez el huerto. Y as¨ª, cada d¨ªa. Como Marbelis, m¨¢s de cuatro millones de personas han abandonado Venezuela y alrededor de 1,3 millones se han desplazado hasta Colombia, parte de ellos por los m¨¢s de 150 pasos de trochas abiertas en la frontera. Entre los ind¨ªgenas way¨²us, que representan el 38,4% de la poblaci¨®n de La Guajira (unas 380.000 personas), los que son de las mismas familias o de las mismas castas se acogen entre ellos. "La migraci¨®n ha complicado la situaci¨®n de los way¨²u.
La presi¨®n sobre los escasos recursos se intensifica por el creciente n¨²mero de comunidades de desplazados, que est¨¢n unidas por lazos de solidaridad e identidad ¨¦tnica com¨²n", dice Carlo Scaramella, director en Colombia del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Mientras las preocupaciones de buscar alimento cada d¨ªa estaban saldadas, los habitantes invert¨ªan sus fuerzas en levantar el huerto
La Guajira es una regi¨®n con un 44% de pobreza multidimensional, es decir, aquella que supone m¨²ltiples carencias de los hogares y las personas en los ¨¢mbitos de la salud, la educaci¨®n y el nivel de vida. Aqu¨ª, los conflictos armados, las crisis de Gobiernos y la explotaci¨®n minera transforman su geograf¨ªa y recursos, solo un 4% de la poblaci¨®n rural dispone de acceso a agua potable y a todo ello se suman los efectos del cambio clim¨¢tico.
La reducci¨®n del agua en las fuentes subterr¨¢neas, la desertificaci¨®n y la sequ¨ªa se intensifican, y los periodos secos se han extendido, lo que complica las temporadas de cosechas y amenaza la alimentaci¨®n de la poblaci¨®n migrante y aut¨®ctona. ¡°Antes ten¨ªamos una vida m¨¢s estable, est¨¢bamos bien con la comida que la familia nos mandaba desde Venezuela. Nuestro comercio era con Venezuela, vend¨ªamos los productos, ten¨ªamos nuestras tiendas. Pero nos vimos apretados cuando comenz¨® a llegar m¨¢s familia¡±, indica Mayelis Panna, maestra de la comunidad de Guayabal. Ahora las tiendas de la zona se ven cerradas y apenas hay con quien mercadear.
![Elida Marbelis, en el huerto del Guayabal.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/SULKIXFIBMQWSXEN7XBTSG5FRE.jpg?auth=59f93456b7c3d523c526aef035659422d5ad4f4caa650b9642a13ac545d17392&width=414)
En su lugar, en los alrededores de las viviendas de barro y de una cocina levantada a un metro del suelo para no preparar la comida agachadas, Panna se mueve con soltura en un huerto en el que planta junto a su comunidad ma¨ªz, frijoles, berenjenas, cilantro, tomate, patilla (sand¨ªa), pepino¡ Y que se riega con un pozo de agua subterr¨¢nea con una instalaci¨®n por goteo que han levantado. ¡°Aprendimos a gestionar la tierra, que estaba aqu¨ª y no hac¨ªamos nada. Y aprendimos a comer ensalada que no conoc¨ªamos¡±, se?ala una de las vecinas de la comunidad semin¨®mada y pastoral way¨²u. Ella se asent¨® en Guayabal tras la creaci¨®n de un huerto en julio de 2018 por un programa de producci¨®n r¨¢pida de alimentos en este entorno de crisis migratoria. Dicho programa incluye formaci¨®n en nutrici¨®n, liderazgo, servicio veterinario, restauraci¨®n de tomas de agua y distribuci¨®n de semillas, utensilios...
El plan de choque fue que el PMA prove¨ªa a las familias con un equipo b¨¢sico de comida para tres meses y, mientras las preocupaciones de buscar alimento cada d¨ªa estaban saldadas, los habitantes invert¨ªan sus fuerzas en trabajar el huerto y arreglar los pozos con apoyo de la Organizaci¨®n de la ONU para la Alimentaci¨®n y la Agricultura (FAO). ¡°Fue importante para trabajar porque no ten¨ªa la necesidad de buscar alimentos y pod¨ªa estar en la huerta y tambi¨¦n dedicarme a hacer artesan¨ªa y a cuidar a los chivos¡±, se?ala Danisia, una de las beneficiarias. ¡°Es una actuaci¨®n de emergencia prevista para gestionar el riesgo en ¨¢mbitos agr¨ªcolas, pecuarios y nutricionales que se desarrolla en cuatro comunidades y se ampliar¨¢ a 18 comunidades m¨¢s¡±, apunta sobre este programa Julie Montezuma, jefa de la Oficina de Terreno de la FAO en Riohacha. En total, beneficiar¨¢ a m¨¢s de 7.000 personas, un 30% de familias venezolanas, un 34% de retornados y un 36% de colombianos.?
Hacer conservas con los derivados de la leche, sembrar pastos, preparar esti¨¦rcol y desarrollar t¨¦cnicas para mantener los alimentos en ¨¦poca de sequ¨ªa son otras de las disciplinas que se desarrollan en la comunidad y que han modificado los modos de vida tradicionales de estos ind¨ªgenas way¨²u. ¡°Ahora todos tenemos obligaciones y un horario. Estamos organizados en la comunidad, regamos, limpiamos¡±, dice otra de las mujeres.
![Bandejas del comedor para migrantes de Riohacha, en Colombia.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/RVXMJQ5ADKRYVLBE6K2ICQE4WM.jpg?auth=c737847a2791dc8208140e2bba9ce87d2f54e5725871532c0aac4a7c72b417dc&width=414)
En la comunidad reconocen que estos cambios de vida tambi¨¦n han provocado que se haya ido alg¨²n familiar por no adaptarse a estos ritmos. No obstante, la mayor¨ªa bendice la iniciativa, valora tener acceso a ingredientes nutritivos y variados y poder sobrellevar mejor los problemas de diabetes o tiroides que tienen algunos de los miembros. Adem¨¢s, pueden ense?ar a los ni?os a llevar una dieta equilibrada.
Venezolanos en las ciudades
El panorama cambia cuando los venezolanos no tienen una red sobre la que amortiguar la ca¨ªda, o literalmente, un chinchorro o hamaca de las que las que los ind¨ªgenas way¨²us fabrican para dormir sobre ellas tapados como un ovillo de gusano de seda sin que los mosquitos perturben el sue?o. Para Miriam Bracho, de 30 a?os y embarazada en situaci¨®n de alto riesgo, dormir es una pesadilla. Vive en los alrededores de la localidad de R¨ªohacha, tambi¨¦n en La Guajira, con su marido y cuatro hijos en ¡°un ranchito arrendado por el que entra el agua y el fr¨ªo¡±, dice congestionada. Habla sin dejar de mover la pierna en la sala de atenci¨®n a gestantes que coordina Unicef dentro del programa del Comedor Comunitario para la Poblaci¨®n MIgrante y Retornada Rancher¨ªa, en R¨ªohacha, gestionado por la Fundaci¨®n Guajira Naciente y abastecido por el PMA y la agencia Usaid. ¡°Este servicio y el hospital son gratuitos, pero lo dem¨¢s lo pagamos del bolsillo y se nos va acabando el dinero que tra¨ªamos porque mi esposo no tiene trabajo. ?l esta un poco deprimido, porque en Venezuela trabajaba de electricista pero aqu¨ª por ser venezolanos muchos nos pisotean¡±, a?ade Bracho. Apenas hace dos meses y medio que ha cruzado la frontera desde el estado de Zulia.
Miriam Brancho cuenta que nos les alcanzaba el sueldo para comprar los productos de primera necesidad. ¡°No hay medicinas, ni luz, ni agua, ni gas, ni nada con qu¨¦ cocinar. Y los dem¨¢s de la familia se han quedado all¨ª¡±, dice apesadumbrada. Pero ella no quer¨ªa eso para sus hijos y ahora, la peque?a, de siete a?os, cuenta que el comedor es divertido porque all¨ª tienen cosas que hacer y puede comer pasta, ensalada y carne. Sentados, los migrantes esperan pacientes a ser registrados en este abarrotado comedor, por el que cada d¨ªa pasan 1.800 personas. Entran unas 400 personas nuevas a la semana, y el primer tr¨¢mite es detectar si padecen desnutrici¨®n o si requieren atenci¨®n priorizada por ser lactante, familias con menores de cinco a?os, personas con discapacidad o mayores.?
Una vez dentro, pueden disfrutar de servicios de atenci¨®n psic¨®l¨®gica, prevenci¨®n de la violencia de g¨¦nero, de h¨¢bitos higi¨¦nicos y de desayuno y almuerzo. "Priorizamos la compra de la comida a proveedores de la zona, a personas que est¨¢n trabajando aqu¨ª la tierra, para fortalecer a peque?os productores y vincularlos al mercado. El mismo sistema se utiliza para los programas que apoyamos de alimentaci¨®n escolar en centros en colaboraci¨®n con el Gobierno", se?ala Ramasio Tiller, director de la oficina de Riohacha del PMA, organizaci¨®n que apoya en total otros 32 comedores comunitarios en La Guajira y provee tambi¨¦n de equipaciones para emigrantes en el camino y vales canjeables por comida.
Todos los d¨ªas acude agradecida la familia de Julio Gonz¨¢lez, pero lo que ¨¦l quiere es tener expectativas de vida.¡°Trabajaba en una finca orde?ando y haciendo queso, pero aqu¨ª no hay nada. De vez en cuando me llaman como ayudante de alba?il para batir mezcla¡±, dice Gonz¨¢lez frente a un plato de comida. ¡°Ahora necesitamos una casita con fosa s¨¦ptica, con agua¡±, a?ade este padre mientras muestra su permiso de permanencia en el pa¨ªs. Tambi¨¦n en el centro derivan a las personas con problemas de documentaci¨®n para que sean asesorados y regularicen su situaci¨®n. ¡°Yo lo que quiero es poder tener un trabajo fijo para mantener a mi familia¡±, concluye.
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