Hablemos de la inclusi¨®n de nuestros hijos con discapacidad
La inserci¨®n real no consiste en acudir todos juntos al mismo centro educativo, como parece que muchos, pobremente, han entendido
Mi hija va al parque cada tarde. All¨ª, muchos ni?os la miran extra?ados. Tiene cuatro a?os y a¨²n no camina con soltura, sube con dificultad los escalones del tobog¨¢n y tan solo es capaz de decir unas pocas palabras. Entonces surge la pregunta: ¡°?Qu¨¦ le pasa?¡±. ¡°Tiene s¨ªndrome de Down, por eso algunas cosas le cuestan m¨¢s y las hace m¨¢s despacio¡±, contestamos. ¡°Pues mi madre me ha dicho que tiene una enfermedad¡¡±.
Cualquier lugar, cualquier momento es bueno para hacer inclusi¨®n, para ense?arle a los hijos el valor de la diferencia y c¨®mo ayudar a otros, si fuese necesario. En lugar de eso, a menudo nos encontramos con ni?os impacientes a los que les cuesta esperar que ella acabe subiendo a un columpio o con otros que directamente le dicen: ¡°T¨² no puedes, que eres peque?a¡±, ante la impasibilidad de sus padres. Porque, desafortunadamente, solemos dejar la educaci¨®n de los hijos en manos del colegio, cuando los centros escolares deber¨ªan ocuparse de la instrucci¨®n y ser las familias las que nos encarg¨¢semos b¨¢sicamente de la tarea educativa.
Es cierto que hay menores a los que, desde muy peque?os, se les intuye una sensibilidad especial con sus semejantes con discapacidad. Pero lo habitual es que la diferencia nos asuste, nos retraiga y nos aleje. Y ah¨ª es donde los adultos, ya formados, ya instruidos, ya maduros, deber¨ªamos intervenir para educar. Para educar en inclusi¨®n.
Porque la inclusi¨®n real no consiste en acudir todos juntos al mismo centro educativo, como parece que muchos, pobremente, han entendido. La inclusi¨®n de nuestros hijos con discapacidad pasa por que puedan ser parte activa de la sociedad con el m¨¢ximo de sus potencialidades desarrolladas. Lo que, atendiendo a la enorme variabilidad del colectivo, para unos supondr¨¢ ir a la escuela ordinaria y para otros a la escuela especial.
Rectificar a tiempo
Hace algo m¨¢s de un a?o, se dispararon las alarmas por la amenaza real que corr¨ªa la Educaci¨®n Especial en Espa?a. Desde algunos partidos y organizaciones insist¨ªan en que, para avanzar en la inclusi¨®n, era necesario cerrar los colegios de Educaci¨®n Especial. Afortunadamente, la mayor¨ªa de ellos ha sabido rectificar a tiempo, en algunas ocasiones tras darse de bruces con la realidad al visitar alguno de estos centros espec¨ªficos, que son referentes de buenas pr¨¢cticas en Europa.
Sin embargo, hay quienes torpe y dolorosamente para nosotros, los padres, siguen pidiendo la desaparici¨®n de la Educaci¨®n Especial, asimil¨¢ndola a un entorno segregador y discriminatorio. Es el caso de Down Espa?a, que mantiene una propuesta inaceptable, olvidando que tambi¨¦n deber¨ªa representar y velar por los intereses de los ni?os que est¨¢n en Educaci¨®n Especial.
En Espa?a hay 476 centros de Educaci¨®n Especial a los que acuden algo m¨¢s de 38.000 alumnos. Una inmensa minor¨ªa, si tenemos en cuenta los datos globales: en todo el pa¨ªs hay m¨¢s de 28.800 colegios y el n¨²mero de alumnos supera los ocho millones.
Si pretensiones descabelladas como las de la citada organizaci¨®n salieran adelante, esos escolares ser¨ªan repartidos en otros centros educativos. Quiz¨¢ cada colegio recibir¨ªa a un ni?o m¨¢s con discapacidad. A uno m¨¢s de los que ya tiene, pues no hay que olvidar que la mayor¨ªa de los menores con necesidades especiales acuden a centros ordinarios. ?Servir¨ªa ese ni?o que ha sido despojado del entorno en el que estaba adaptado y de los amigos a los que estaba vinculado para cambiar la percepci¨®n de todo el centro? Mi respuesta es no.
Los ni?os que acuden a los colegios especiales lo hacen en virtud de unas necesidades que requieren de una alta especializaci¨®n docente. Nadie se aferra a ninguna zona de confort, como nos afean constantemente a los padres que hemos optado por la Educaci¨®n Especial. Luchamos por el bienestar de nuestros hijos y lo hacemos porque, conociendo las particularidades de ese ni?o al que cuidamos y criamos a diario, entendemos que ese tipo de educaci¨®n es la mejor para ¨¦l.
Ni segregados ni discriminados
Nuestros hijos no est¨¢n escondidos. Son parte activa del mundo porque as¨ª lo queremos. Porque as¨ª lo merecen. Creemos en ellos. Si inclusivo es el que incluye o ayuda a incluir, los centros especiales son, sin ninguna duda, agentes efectivos de esa inclusi¨®n.
Por supuesto que el sistema es mejorable y que todos los colegios, tanto los ordinarios como los especiales, necesitan de m¨¢s medios. Pero nunca a costa del otro.
Los padres que han optado por la educaci¨®n ordinaria hacen lo correcto al exigir m¨¢s recursos, que hoy por hoy son necesarios. Al igual que los padres que llevamos a nuestros hijos a educaci¨®n espec¨ªfica hacemos lo correcto al defender esta modalidad.
Inclusi¨®n es aceptar, participar, habilitar, sentirse orgulloso de la diferencia, dar a cada uno lo que necesita.
Reducir el concepto de inclusi¨®n a promover una educaci¨®n ¨²nica y sin matices es empobrecerlo y provocar un da?o irreparable a muchos ni?os y j¨®venes que tienen en la Educaci¨®n Especial su verdadero camino para ser parte real de esta sociedad.
Las organizaciones deber¨ªan ser m¨¢s responsables en sus propuestas para no pervertir el sentido m¨¢s profundo de la inclusi¨®n. Deber¨ªan limitarse a construir y proponer mejoras en lugar de apostar por destruir.
La inclusi¨®n est¨¢ en los parques, en el transporte p¨²blico, en los supermercados, en la calle¡ que respira y avanza con cada uno de nuestros hijos cada vez que con su forma especial de ser y estar enriquecen el mundo.
*Terry Gragera es periodista y madre de una ni?a con s¨ªndrome de Down
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