Destino escrito

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, reaccion¨® en la madrugada del jueves criticando los disturbios protagonizados por bandas de encapuchados tras el anuncio de la sentencia del Tribunal Supremo contra 12 dirigentes independentistas. Sus declaraciones quedaron matizadas apenas unas horas m¨¢s tarde por el tono empleado en su comparecencia ante el Parlament, as¨ª como por su anuncio de un nuevo refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n en el curso de la actual legislatura. Torra se mostr¨® convencido de que la declaraci¨®n que los ciudadanos de Catalu?a esperan de ¨¦l como presidente de la Generalitat es la de que los grupos violentos no representan al independentismo. Si lo representan o no es, en realidad, un asunto de parte que no zanja la deuda contra¨ªda por Torra ante el conjunto de la sociedad catalana. Lo que a esta le debe el president no es un nuevo ejercicio de narcisismo acerca de c¨®mo le gusta imaginar su propio rostro, al entreverlo estos d¨ªas bajo las capuchas de los agitadores, sino una explicaci¨®n pol¨ªtica sobre c¨®mo ha gestionado los disturbios desde las instituciones bajo su responsabilidad.

La confusa situaci¨®n pol¨ªtica en Catalu?a no es resultado de unas manifestaciones contra la sentencia, sean pac¨ªficas o violentas, sino de la falta de adecuaci¨®n entre las palabras y los hechos por parte del presidente de la Generalitat. Mientras que los Mossos han mantenido un compromiso inequ¨ªvoco con la legalidad constitucional y estatutaria, Torra ha intentado la cuadratura de un c¨ªrculo imposible entre las responsabilidades institucionales y los gestos de comprensi¨®n hacia los grupos independentistas que atacan a los agentes con ¨¢cido, levantan barricadas e incendian autom¨®viles y mobiliario urbano. En su obsesi¨®n por mantener artificialmente vivo el programa de la secesi¨®n unilateral, Torra ha ahondado la divisi¨®n entre catalanes, ha convertido las instituciones en espect¨¢culo, y, finalmente, ha conducido al propio independentismo hasta un callej¨®n sin salida. Esto es lo que le han recordado sus socios de Gobierno, al desmarcarse de su enajenado soliloquio.

La sentencia no ha sido la chispa que ha incendiado Catalu?a, como pretende Torra, sino el hecho que han estado esperando con impaciencia ¨¦l y su mentor para convertirlo en excusa de una confrontaci¨®n con el Estado en la que no le han seguido sus aliados pol¨ªticos. Desde el momento en que se ha vuelto contra ¨¦l el malabarismo incendiario de alentar con una mano las protestas que intenta contener con la otra, y que ni los Mossos ni una parte sustancial del Ejecutivo que preside est¨¢n dispuestos a respaldarlo, no se comprende que algunos partidos constitucionalistas lancen ataques contra el Gobierno central en funciones en lugar de cerrar filas con ¨¦l en su llamamiento a la firmeza, unidad y proporcionalidad. Torra acaba de descubrir que su estrategia de confrontaci¨®n corre el riesgo de sepultar los problemas pol¨ªticos que abruman a Catalu?a bajo un descarnado problema de orden p¨²blico. Y sus socios son mucho m¨¢s conscientes que ¨¦l de las consecuencias que acarrear¨ªa esta devaluaci¨®n de un ideal hasta ahora disfrazado con las galas de Gandhi. Si nadie se lanza a una sobrerreacci¨®n pol¨ªtica, el destino de quien humill¨® a la Generalitat defini¨¦ndose como un presidente vicario est¨¢ escrito. No tanto por la acci¨®n de sus adversarios pol¨ªticos, como por la del error garrafal de haber arrojado esa acci¨®n a las calles.