Socializar los algoritmos
Hay que propiciar una regulaci¨®n legal sobre los algoritmos que exija dise?os que tomen la dignidad humana como referente
La ley que gobierna la revoluci¨®n digital se llama el algoritmo. No es democr¨¢tica. Tampoco nace de la soberan¨ªa del Estado, aunque condiciona m¨¢s que una ley estatal. Estamos ante un producto que ordena y calcula a partir de datos y que, bajo la econom¨ªa de plataformas, gestiona nuestra existencia cotidiana. Por lo menos la que tiene que ver con los contenidos y las aplicaciones que consumimos diariamente a trav¨¦s de dispositivos inteligentes.
Hablamos de una norma matem¨¢tica que predice y prescribe nuestra conducta. Incide en nuestra manera de ser en las redes y percute en nuestro inconsciente, as¨ª como en la reputaci¨®n personal, profesional, laboral, sentimental e, incluso, pol¨ªtica que acompa?a nuestra vida. De hecho, son cada vez m¨¢s los bancos, empresas e instituciones que analizan lo que somos a partir de nuestros datos. Eso hace que tomen decisiones que nos afectan a partir de la informaci¨®n que circula sobre nosotros en la Red. En Estados Unidos, los algoritmos deciden si se otorga una tarjeta de cr¨¦dito o una hipoteca, si se suscribe un seguro m¨¦dico, se concede una beca de investigaci¨®n o se re¨²nen las condiciones de selecci¨®n a un puesto de trabajo. Y todo sin cobertura legal ni control democr¨¢tico.
Los dise?adores de los algoritmos son sus due?os en exclusiva. A pesar de que trabajan a partir de nuestra huella digital y que, aunque dicen preservar su privacidad, usan y abusan de nuestros datos sin nuestro consentimiento. El capitalismo del siglo XXI funciona sin propiedad sobre la materia prima que nace del registro de nuestra conducta digital y que monetiza las corporaciones tecnol¨®gicas sin retribuirla. Hablamos de un capitalismo cognitivo que elabora algoritmos sin l¨ªmites legales o ¨¦ticos y dentro de una estrategia de marketing conductual que busca capturar usuarios que sean felices de vivir asistidos por ellos. As¨ª, el algoritmo toma decisiones por nosotros y nos feudaliza al permitir que, como sucede con el famoso PageRank de Google, nos beneficiemos de ¨¦l a cambio de nuestros datos y de someternos sin discusi¨®n a su poder. Algo que controla la informaci¨®n que consumimos a diario y que permite a Google una capitalizaci¨®n burs¨¢til cercana a 700.000 millones de d¨®lares.
Crecen las voces que critican esta situaci¨®n. Que protestan contra los sesgos que introducen algoritmos que buscan solo incrementar su eficiencia monetizable, sin criterios de equidad ni patrones ¨¦ticos. La reacci¨®n ha llegado a la Uni¨®n Europea y se ha convertido en un vector regulatorio que busca neutralizar los efectos perversos que agravan la discriminaci¨®n de la mujer, de los afroamericanos o los musulmanes. Se invoca la ¨¦tica, pero no es suficiente. Resuelve parte del problema, pero hay que ir m¨¢s all¨¢. Hay que propiciar una regulaci¨®n legal que exija dise?os que tomen la dignidad humana como referente. Una regulaci¨®n que, adem¨¢s, debe desarrollar un derecho de propiedad sobre los datos que fundamente la cadena de valor que concluye con el dise?o de las aplicaciones y servicios que constituyen la oferta del mercado digital.
Se trata, por tanto, de identificar una propiedad que defina lo m¨ªo, lo tuyo y lo de todos. Que regule los intercambios digitales y fije los l¨ªmites remuneratorios o de negociaci¨®n que han de darse sobre los datos. Una propiedad especial que favorezca mecanismos de competencia que pongan fin a los monopolios actuales y que, incluso, introduzca una funci¨®n social sobre los algoritmos que, sin menoscabar la capacidad innovadora de sus dise?adores, limite temporalmente su explotaci¨®n en exclusiva como un monopolio natural. Una soluci¨®n parecida a la que opera sobre la propiedad intelectual y que socializa la obra despu¨¦s de unos a?os. En este caso, un tiempo reducido porque, entre otras cosas, los algoritmos se hacen a partir de los datos de otros. En fin, una propiedad que socialice los algoritmos y haga posible que la propiedad de unos pocos, despu¨¦s de compensar su talento y creatividad, acabe beneficiando a todos los que contribuyeron a ella.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
M¨¢s informaci¨®n
Archivado En
- Opini¨®n
- Algoritmos computacionales
- ?tica
- Relaciones humanas
- Sociolog¨ªa
- Redes sociales
- Computaci¨®n
- Buscadores
- Alphabet
- Ciencias sociales
- Uni¨®n Europea
- Internet
- Inform¨¢tica
- Organizaciones internacionales
- Europa
- Empresas
- Telecomunicaciones
- Relaciones exteriores
- Econom¨ªa
- Tecnolog¨ªa
- Comunicaciones
- Industria
- Sociedad
- Ciencia
- Ideas