Los otros
La otra parte de Catalu?a, la que le sigue siendo leal, es la que est¨¢ siendo silenciada
Hay dos frases que siempre me han gustado porque sirven para aminorar la pomposidad de los empe?os humanos. La primera es del fil¨®sofo Clarence Lewis: ¡°no hay ninguna raz¨®n a priori para presuponer que la verdad, una vez descubierta, va a ser necesariamente interesante¡±. Y la otra no tiene autor conocido, aunque se la o¨ª decir en su d¨ªa a John Rawls: la intensidad con la que alguien defiende sus preferencias, opiniones o ideas es independiente de su razonabilidad o de su contenido de verdad. Esta ¨²ltima se aplica sobre todo al espacio de lo pol¨ªtico, donde parece que el ¨ªmpetu o el ardor en la defensa de algo se identifica enseguida a su mayor legitimidad.
Lo menciono por las manifestaciones de Catalu?a, donde las ingentes protestas por la sentencia tratan de a?adirle un plus de legitimidad a la causa independentista. De ah¨ª algunas de las reacciones que nos encontramos en la prensa extranjera. ?Qu¨¦ les deben estar haciendo a estos pobres para que salgan a la calle en masa y paralicen el pa¨ªs? Ya se sabe, el papel de v¨ªctima siempre es el m¨¢s rentable en un mundo dominado por la econom¨ªa de la atenci¨®n. Si se tomaran en serio su labor informativa sabr¨ªan que son manifestaciones perfectamente orquestadas desde el propio poder pol¨ªtico y social de Catalu?a. No es el Tercer Estado alz¨¢ndose contra la opresi¨®n del rey y la nobleza, o el proletariado frente a la explotaci¨®n capitalista. Quien ahora mismo se est¨¢ manifestando all¨ª es el grupo que controla pr¨¢cticamente todos los resortes de la sociedad catalana, desde la escuela, pasando por los medios p¨²blicos hasta la propia Generalitat. Y ha conseguido que la voz de los que no comulguen con ellos apenas se escuche. Tampoco es una colonia alz¨¢ndose contra la dictadura de la metr¨®poli. El supuesto Estado opresor apenas interviene en la vida cotidiana de los catalanes, que se autogobierna con una libertad casi sin igual en cualquier otra regi¨®n europea.
Es una rebeli¨®n de los poderosos a los que mueve el no serlo del todo. Ser parte del Estado de al lado se lo impide. De la falta de cintura pol¨ªtica de este Estado en relaci¨®n con la cuesti¨®n catalana ya me he ocupado innumerables veces, pero no de su funci¨®n como contrapeso frente a esta din¨¢mica. Porque la otra parte de Catalu?a, la que le sigue siendo leal, es la que est¨¢ siendo silenciada. Es sobre todo la de las banlieues de las grandes ciudades, la de los que llegaron a esta tierra desde hace m¨¢s de un siglo huyendo de la necesidad y la miseria. Son los que sufren el peso del discurso hegem¨®nico y tratan de pasar desapercibidos para evitarse problemas. Y su sufrimiento es doble, porque tambi¨¦n les duelen los errores de quienes desde el otro lado han ignorado la complejidad de la sociedad en la que viven. Son los aut¨¦nticos perdedores, los que deber¨ªan estar en la calle. Solo saben que su ¨²nica defensa es el voto. No es poco, al final resulta ser mucho m¨¢s poderoso que mil manifestaciones. Pero sufren la condena de que fuera apenas se habla de ellos, la verdad sin inter¨¦s medi¨¢tico; la mitad invisibilizada en Catalu?a o instrumentalizada en las guerras pol¨ªticas de Madrid. Cada vez tienen menos claro a qu¨¦ pueblo se adscriben. Por eso mismo, a ellos les pertenece el futuro: son los heraldos de un mundo carente de una ¨²nica patria obligatoria.
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