Una historia de miedo
Durante d¨¦cadas he tenido este episodio en el olvido m¨¢s absoluto. Pero en la ¨²ltima semana he so?ado dos veces con ¨¦l. No s¨¦ si significa algo.
EL VERANO se acababa. Nos aburr¨ªamos. Segu¨ªa haciendo buen tiempo pero ya est¨¢bamos hartos de ba?arnos, hartos de ir al r¨ªo, hartos de improvisar guateques en los garajes de los padres que se dejaban. Aquella primavera hab¨ªa cumplido 13, quiz¨¢s 14 a?os, e iba a buscar a mis amigos cada tarde para encontrarlos tan hartos de verano como yo. Nadie se atrev¨ªa a decir en voz alta que estaba deseando volver a Madrid, porque eso era lo mismo que desear volver a clase, pero imagino que no era la ¨²nica que experimentaba aquel anhelo inconfesable. Y entonces, una tarde, alguien dijo que conoc¨ªa una casa misteriosa, que pod¨ªamos ir a echarle un vistazo, que la puerta estaba abierta.
Aquellas palabras obraron el milagro de devolvernos al principio de julio, de hacer crujir el aire como en los primeros d¨ªas de vacaciones, cuando todo era posible, emocionante, tan nuevo como si el mundo esperara a que lo estren¨¢ramos en un envoltorio de celof¨¢n transparente. Nos pusimos en marcha de inmediato, en pos de una excitante promesa que, como todas las que merecen la pena, no se dej¨® conquistar con facilidad. La puerta de la casa estar¨ªa abierta, pero la verja que daba acceso al jard¨ªn estaba cerrada y asegurada con una cadena. Entramos por aqu¨ª, dijo su descubridor, yo lo he hecho esta ma?ana, no es dif¨ªcil¡ En una de las esquinas de la tapia de piedras de granito que rodeaba la propiedad, la alambrada estaba suelta. Lo primero que pens¨¦ al verla fue que yo no iba a poder subir por ah¨ª, pero mis ganas de emoci¨®n pudieron m¨¢s que mi proverbial torpeza. Pon el pie derecho ah¨ª, me iban diciendo, muy bien, ahora el izquierdo en ese resalte¡ No s¨¦ c¨®mo lo hice, pero s¨¦ que sub¨ª, porque estuve en aquella casa con los dem¨¢s.
El jard¨ªn era antiguo y estaba muy descuidado. La hierba hab¨ªa colonizado las losetas del camino de acceso y, en una esquina, alguien, quiz¨¢s el viento, hab¨ªa tirado una solitaria silla de hierro que nadie hab¨ªa vuelto a levantar. La piscina estaba muy sucia, repleta de hojas a medio pudrir bajo una nube de mosquitos. A lo mejor hay un ahogado, dijo alguien, y nos asomamos con cuidado, pero no vimos nada. Dejaos de tonter¨ªas y vamos a entrar, proclam¨® nuestro gu¨ªa, empujando una puerta que, en efecto, estaba abierta. ?No os parece raro?, dijo cuando desembocamos en un recibidor circular, forrado casi por completo de estanter¨ªas repletas de libros. No se ve¨ªa ninguna puerta, aunque en el lado izquierdo se abr¨ªa un vano que daba acceso a un pasillo, y en el centro se ve¨ªa un picaporte. La estanter¨ªa de la que sobresal¨ªa era en realidad la puerta que daba acceso a un ba?o normal y corriente. A la derecha, una chapa rectangular de metal ocultaba el vano de un montacargas que revelaba que la cocina estaba una planta m¨¢s abajo.
Ahora ver¨¦is, anunci¨® nuestro improvisado l¨ªder de aquella tarde, hay que bajar por unas escaleras que dan al pasillo, por aqu¨ª, seguidme¡ ?Una cocina en el s¨®tano!, nos ¨ªbamos diciendo los unos a los otros, ?a que es rar¨ªsimo?, mientras baj¨¢bamos pelda?o a pelda?o, con mucha precauci¨®n. Y entonces empezamos a pasar miedo de verdad, porque en el centro de la cocina hab¨ªa una mesa y, sobre ella, un trozo de chorizo, un cuchillo y un pedazo de pan. ?Ay! V¨¢monos, v¨¢monos¡ Pero ?el pan est¨¢ duro?, pregunt¨® alguien. No mucho, respondi¨® quien se atrevi¨® a tocarlo. ?El Lute!, concluimos varios al mismo tiempo. Pero ?c¨®mo que El Lute?, si est¨¢ en la c¨¢rcel¡ Era verdad, pero hasta quien lo dijo sali¨® corriendo.
Cinco minutos despu¨¦s, est¨¢bamos todos sentados al borde de la carretera, con las mejillas ardiendo y la respiraci¨®n jadeante. Hab¨ªa un coche, lo hab¨¦is visto, ?no? Hab¨ªa un coche, en efecto, un coche nuevo, aparcado en la puerta del garaje. Y no hab¨ªa polvo, la casa estaba limpia, apunt¨¦ yo, y nadie me llev¨® la contraria. Nos levantamos de all¨ª y bajamos al pueblo andando. A mitad de camino, nos dio la risa y durante una semana, al menos, no volvimos a quejarnos de que el verano era aburrido.
Durante d¨¦cadas, he tenido esta historia en el olvido m¨¢s absoluto, pero en la ¨²ltima semana he so?ado dos veces con ella, y el miedo me ha despertado.
No s¨¦ si significa algo, pero ten¨ªa muchas ganas de contarla.
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