Para la galer¨ªa

Los grupos independentistas intentaron escenificar el pasado martes en el Parlamento de Catalu?a una unidad inexistente y un remedo de desaf¨ªo a las advertencias al Tribunal Constitucional, aprobando una propuesta de resoluci¨®n que solo llegar¨¢ al pleno en el plazo de tres semanas. En la propuesta se rechaza la sentencia del Tribunal Supremo contra los 12 dirigentes independentistas juzgados por el proc¨¦s,y se afirma el derecho de la C¨¢mara a debatir sobre asuntos como la autodeterminaci¨®n o la Monarqu¨ªa. La tortuosa ingenier¨ªa ret¨®rica desde la que los partidos firmantes dieron forma a la propuesta, fingiendo decir lo que no dicen y hacer lo que no hacen, fue acompa?ada, adem¨¢s, por unas melodram¨¢ticas palabras del presidente del Parlament, Roger Torrent, asegurando su disposici¨®n a asumir las consecuencias penales de una iniciativa que es solo una nueva simulaci¨®n para la galer¨ªa.

Los incidentes que tuvieron lugar durante la pasada semana en Barcelona y otras ciudades de Catalu?a fueron suficientemente graves como para que el independentismo extrajera, al menos, una lecci¨®n: someter la gesti¨®n de las instituciones a las exigencias de la propaganda produce monstruos. Pese a la propuesta de resoluci¨®n y las declaraciones de Torrent, el independentismo no ha recompuesto la estrategia que comparti¨® en el pasado ni ha firmado ninguna tregua en la persecuci¨®n de su objetivo m¨¢s inmediato, que es decidir la hegemon¨ªa en su propio campo. ERC sigue optando por responder a la sentencia con unas elecciones que, seg¨²n los pron¨®sticos, la colocar¨ªan como primera fuerza en Catalu?a, en tanto Junts per Catalunya sigue rechaz¨¢ndolas porque, siempre seg¨²n las estimaciones, le perjudicar¨ªan. Estas escaramuzas resultar¨ªan irrelevantes si no fuera porque, para llevarlas a cabo, el independentismo ha tomado como rehenes al Govern y al Parlament, condenando a uno a la par¨¢lisis y reduciendo al otro a simple caja de resonancia para la gesticulaci¨®n y el simbolismo.

Catalu?a necesita con urgencia una salida: la evidencia es hoy m¨¢s incontestable que antes de publicarse la sentencia. Lo que sucede es que un independentismo que por un lado degrada las instituciones y por otro agita las calles no est¨¢ en condiciones de ofrec¨¦rsela. No solo porque la ¨²nica salida que contempla exige una mayor¨ªa de la que carece y un respeto a los procedimientos democr¨¢ticos que sigue sin estar en sus planes, como revela el hecho de aceptar la investigaci¨®n sobre la actuaci¨®n de los Mossos propuesta por el president Torra y no personarse en los procesos contra los violentos. Tambi¨¦n porque el balance de sus largos a?os al frente de la Generalitat se resumen en una sociedad dividida, recelosa del futuro y ahora, adem¨¢s, embargada por el miedo. Desde esta realidad que el independentismo contabiliza como un tributo inevitable de la historia, no como un coste inasumible de su estrategia, Catalu?a no camina hacia la secesi¨®n, sino hacia una profunda devastaci¨®n institucional en la que el Gobierno no gobierna y el Legislativo no legisla ni ejerce funciones de control.

El independentismo insiste en que detr¨¢s de la violencia vivida en Catalu?a existe un problema pol¨ªtico y no de orden p¨²blico. Parad¨®jicamente, no le falta raz¨®n: es pol¨ªtico porque, al alcanzar el paroxismo la crisis de orden p¨²blico que ¨¦l mismo ha alentado, resulta que ignoraba en qu¨¦ consiste gobernar.