El siglo de la ecolog¨ªa o de la barbarie
?Qu¨¦ dicen hoy las aves? Ante la banalidad insostenible de los discursosde la pol¨ªtica selfi, necesitamos reaprender la ornitomancia.
EN AQUEL VERANO de 1936, mis dos abuelos supieron que se avecinaba algo terrible, un terror m¨¢s all¨¢ del terror, a la manera de los antiguos griegos. Y lo supieron por la ornitomancia, el mensaje de las aves.
El primer domingo de julio, el abuelo campesino, Manuel de Corpo Santo, que era un gran andar¨ªn, lleg¨® exhausto a casa y con un espanto en la mirada. Tambi¨¦n era hablador y buen contador de historias, pero ese d¨ªa, al regresar del monte, se sent¨® en silencio, cabizbajo. Hasta que, por fin, las palabras se levantaron del suelo. Y cont¨® lo que hab¨ªa visto. En un camino hondo se encontr¨® con una pelea de dos aves. Eran dos abubillas, la cresta alzada, que se acomet¨ªan y picoteaban con una sa?a para ¨¦l desconocida. Intent¨® separarlas con un palo, pero lo ¨²nico que consigui¨® fue alejarlas hasta que retomaron su combate a muerte. ?l conoc¨ªa bien la naturaleza, pero aquella crueldad era una perturbaci¨®n propia de humanos.
El otro abuelo, el carpintero, Manuel de Sigr¨¢s, era el hombre m¨¢s callado que he conocido. Pero un d¨ªa, en su obrador, en un descanso para liar un cigarrillo, y como quien recibe la extra?a visita de un recuerdo, le o¨ª contar un episodio de aquel verano. Iban a trabajar subidos al remolque de un cami¨®n a principios de julio. Lloviznaba. Adelantaron a un cura que caminaba con sotana y un gran paraguas negro modelo Siete Parroquias. Los m¨¢s j¨®venes imitaron la voz del cuervo. Pero el cura respondi¨® a la burla con una terrible profec¨ªa: ¡°?Ya veremos c¨®mo grazn¨¢is a mediados de mes!¡±. Creo que con aquella historia explicaba un silencio mudo que dur¨® d¨¦cadas. Solo soltaba, de vez en cuando, un monos¨ªlabo que para m¨ª fue adquiriendo la condici¨®n de una clave hist¨®rica: ¡°?Boh!¡±. De alguna forma, era un ¡°topo¡±: un hombre escondido en su propio cuerpo. A?os despu¨¦s, encamado, le o¨ª hablar para mencionar otra ave. Lo que dijo, aquel refr¨¢n popular, me conmovi¨® como el haiku que yo nunca ser¨ªa capaz de escribir: ¡°Se o cuco non cucou en marzo ou en abril, ou o cuco est¨¢ morto ou a fin est¨¢ a vir¡± (Si el cuco no cant¨® en marzo o en abril, o el cuco est¨¢ muerto o est¨¢ llegando el fin). Fue su forma de decir adi¨®s.
En Los sentidos de las aves, editado por Capit¨¢n Swing, Tim Birkhead indaga en esa cercan¨ªa, esa identificaci¨®n, entre el ser humano y los p¨¢jaros. Y se pregunta: ?c¨®mo se siente al ser un ave? Con toda la fascinante diversidad de esas gentes con alas. Por ejemplo, ¡°?qu¨¦ se siente al zambullirse cual ping¨¹ino emperador en la negr¨ªsima oscuridad de los mares ant¨¢rticos, a profundidades de hasta 400 metros?¡±. O la ¨¦pica migraci¨®n de un hemisferio a otro: ¡°?Qu¨¦ se siente al obedecer un impulso repentino de comer sin cesar y en una semana m¨¢s o menos estar tremendamente obeso y entonces echar a volar de manera implacable ¡ªmovido por una fuerza invisible¡ª en una direcci¨®n a lo largo de miles de millas?¡±.
Preguntarse c¨®mo se siente al ser un ave es una manera de preguntarse sobre algo que incomoda a no pocos cient¨ªficos y pensadores. Significa intentar conocer y reconocer sus emociones. En realidad, esa pregunta implica una imprescindible revoluci¨®n en nuestra mirada sobre el mundo. Ese ponerse en el lugar de las otras personas, humanas o animales. Intentar sentir lo que sienten. Dejar de ignorar ¡°la otra mitad¡± de la que se habla en el gran poema del siglo XXI, Oficina y denuncia, que escribi¨® Federico Garc¨ªa Lorca en el siglo XX, y antes de caernos todos ¡°en la ¨²ltima fiesta de los taladros¡±.
?Qu¨¦ dicen hoy las aves? Ante la banalidad insostenible de los discursos de la pol¨ªtica selfi, necesitamos reapren?der la ornitomancia. Interpretar lo que nos cuentan las aves. Para empezar, su propio drama. Desde hace 50 a?os, y seg¨²n un informe de la revista Science, han desaparecido la mitad de las aves m¨¢s comunes del cielo de Norteam¨¦rica (Estados Unidos y Canad¨¢). Hay unos 3.000 millones de p¨¢jaros menos. La brutal disminuci¨®n afecta tambi¨¦n al resto del mundo. En gran parte de Europa ha desaparecido m¨¢s de la mitad de esos maravillosos convecinos, como alondras, estorninos o gorriones. Por cierto, el gran declive comenz¨®, aproximadamente, cuando se rod¨® Los p¨¢jaros (1963), de Hitchcock, donde las aves se revuelven contra los humanos. Yo no digo nada, pero el gran Hitchcock sab¨ªa ornitomancia.
Espero que el cuco, ese emigrante avisador de primaveras, no nos mande a paseo. Ahora entiendo su canto: ¡°Ecolog¨ªa o barbarie¡±.
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