La convivencia sucia
Los de Santiago Abascal y los de Carles Puigdemont son tan puros que no soportan compartir sociedad
La convivencia no es algo necesariamente c¨®modo. Puede ser desagradable. Incluso roza lo indecente, en ciertos casos. El otro d¨ªa, en Santiago de Chile, alguien evocaba una cena de gala en honor de George Bush padre, presidente de Estados Unidos. En esa cena chilena de hace casi 30 a?os estaban las autoridades democr¨¢ticas del pa¨ªs, reci¨¦n retornado a la democracia. Tambi¨¦n estaba el general Augusto Pinochet, el tipo que en 1973 hab¨ªa encabezado un golpe de Estado y luego una represi¨®n salvaje, ahora convertido en jefe del Ej¨¦rcito; y estaba la viuda de Salvador Allende, el presidente leg¨ªtimo muerto en el palacio de la Moneda mientras los soldados de Pinochet bombardeaban el edificio.
Como espect¨¢culo, aquello ayudaba poco a una buena digesti¨®n.
Tampoco fue hermosa la transici¨®n espa?ola. Reconozc¨¢moslo. El sistema democr¨¢tico absorbi¨® sin exclusiones el franquismo, desde el m¨¢s civilizado al m¨¢s salvaje, con sus intereses econ¨®micos (la banca o el sector el¨¦ctrico), su querencia por los tribunales de excepci¨®n (el esp¨ªritu del Tribunal de Orden P¨²blico se encarn¨® en la nueva Audiencia Nacional) y su Valle de los Ca¨ªdos. Y con la Monarqu¨ªa restaurada por el dictador.
As¨ª son estas cosas. Siempre. En los casos de Chile y Espa?a, las transiciones fueron pactadas. En muchos otros, el r¨¦gimen infame tuvo que ser derrotado. El m¨¢s infame entre los infames, el nazismo, cay¨® ante los Ej¨¦rcitos aliados y fue sometido a juicio en N¨²remberg. La desnazificaci¨®n, sin embargo, no comenz¨® realmente hasta 1968, m¨¢s de 20 a?os despu¨¦s de la guerra. Muchos nazis de alto rango se integraron en el Gobierno de Konrad Adenauer, muchos alemanes siguieron creyendo que fue Polonia quien inici¨® el conflicto.
Una reacci¨®n bastante natural ante estas situaciones en las que el bien y el mal valen lo mismo, tan ofensivas para la ¨¦tica y la est¨¦tica, es la de prohibir. Fijar l¨ªmites, delimitar, expulsar, depurar. La tentaci¨®n de impedir que el mal conviva relajadamente con nosotros siempre est¨¢ ah¨ª.
La gracia de una sociedad abierta, sin embargo, consiste en su enorme resistencia frente a quienes la enfangan. Eso implica soportar el barro. Convivir con ¨¦l.
El independentismo catal¨¢n, en su delirio, ha convertido en ¡°colonos¡± a quienes durante d¨¦cadas inmigraron para servir a los ¡°colonizados¡±, para trabajar en sus f¨¢bricas y cuidar de sus ni?os; por supuesto, niega que esos ¡°colonos¡± puedan ser catalanes y les recomienda que se vayan. Aquello que llamaban ¡°la revoluci¨®n de las sonrisas¡± se ha convertido en lo que se ha convertido: una maquinaria de exclusi¨®n y prohibici¨®n. La ultraderecha espa?ola, tan pujante que empieza a abrevar en aguas hasta hace poco centristas, reclama la prohibici¨®n del independentismo de Catalu?a, entre otras muchas prohibiciones. Los de Abascal y los de Puigdemont son tan puros que no soportan compartir sociedad. La sola existencia del otro les hace sentirse sucios.
Yo soy de los que aceptan ensuciarse. De los que creen que las ideas (otra cosa son los actos delictivos) no han de ser perseguidas. Nunca. De los que perciben, pese a todo, una cierta grandeza moral en aquel banquete chileno, o en la imperfecta reconciliaci¨®n espa?ola. Creo que mientras seamos capaces de compartir calle con el enemigo, este l¨ªo, este sindi¨®s de la sociedad abierta, valdr¨¢ la pena.
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