De los falos de piedra al succionador de cl¨ªtoris (con sus peligros)
Lo ¨²ltimo que nos arranca el orgasmo es una evoluci¨®n de algo que existe desde el principio de los tiempos, no crean que se ha inventado la rueda
Utilizamos cacharros para masturbarnos, probablemente, desde que descubrimos lo que tenemos entre las piernas.
Imagino a esa mujer de la edad de piedra tallando su propio gozador. La imagino como las hembras de En busca del fuego (1982), de?Jean Jacques Annaud, peleando por las llamas de una tea, porque el fuego significaba supervivencia. Ellas esculp¨ªan su propio fuego. En Tubinga, Alemania, hallaron yacimientos en unas excavaciones que no dejaban lugar a duda de que las mujeres, hace 30.000 a?os, fabricaban falos de piedra. Con sus dibujitos y sus relieves, incluso. Pocas cosas me gustar¨ªan tanto como saber si se recomendaban o prestaban entre ellas los artilugios. Cualquiera sabe que, como encuentres un buen masturbador, debes comunic¨¢rselo a tus amigas. No creo que en la prehistoria fuera muy diferente.
Esta es la raz¨®n por la que el succionador de cl¨ªtoris ha triunfado, convirti¨¦ndose en el aparato estrella de este 2019,? gracias a las millennials que se lo regalaron entre ellas. Lo magn¨ªfico del aparato es que consigue, con sus vibraciones, estimular el cl¨ªtoris que, irrigado, se adentra dentro de nuestro cuerpo. Los casi catorce cent¨ªmetros que puede llegar a medir, sienten esas vibraciones. Venus O'Hara, probadora profesional de juguetes sexuales, lo define como "orgasmos que te atracan". Ah¨ª radica su ¨²nica pega: es tan f¨¢cil conseguirlo que siempre triunfa y en el sexo, la exclusividad no funciona: "El succionador es un gran invento, una vez m¨¢s se demuestra la importancia del cl¨ªtoris, muy por delante de la penetraci¨®n", admite Carol Armero, sex¨®loga, "Pero no podemos usarlo en exclusividad", advierte, "Las ondas que consigue en su vibraci¨®n no se pueden reproducir con las manos y el tejido del que est¨¢ hecho el cl¨ªtoris se vuelve insensible a una estimulaci¨®n con menor potencia." La sex¨®loga recomienda incorporarlos a los juegos en pareja, para que hombre y aparato se fundan en uno: "Jueguen a ser masturbadas con el succionador y con la lengua de la pareja, a que los dedos y el aparato recorran los rincones de ambos. Si solamente llegas al orgasmo de un modo, se vuelve rutinario".
De las abejas de Cleopatra a las torturas de la Inquisici¨®n
Pero el succionador es el ¨²ltimo de una larga historia de jugueter¨ªa sexual.
Hay pergaminos con representaciones f¨¢licas y literatura que especifica que Cleopatra se masturbaba con cilindros de cuero en cuyo interior dispon¨ªan abejas. Los insectos, volando desquiciados dentro, provocaban la irrigaci¨®n que la reina de Egipto gustaba entre sus piernas. Dicen que Julio C¨¦sar le regal¨® un dildo de oro macizo, incluso. El S. XVI con el Concilio de Trento releg¨® la sexualidad al mism¨ªsimo infierno. La mayor¨ªa de las condenas inquisitoriales versaron sobre asuntos sexuales. Del placer sexual con aparatos se pas¨® al dolor m¨¢s absoluto. La pera era una tortura que se introduc¨ªa en la boca, la vagina o el ano, dependiendo del pecado: oral para el que comet¨ªa herej¨ªa, la vaginal para las mujeres que ten¨ªan relaciones sexuales con Satan¨¢s o un familiar (entraban, por supuesto, las hijas violadas por los padres) y anal para aquellos que eran sospechosos de practicar sodom¨ªa. La pera se agrandaba por medio de un tornillo y en las separaciones aparec¨ªan p¨²as que desgarraban los tejidos. La religi¨®n, en su l¨ªnea.
Tuvo que llegar el Renacimiento para que hasta las v¨ªrgenes se desnudaran, m¨¢ximo culmen del arte er¨®tico. La cultura y el arte favorecieron que en Roma existieran las tiendas en las que se vend¨ªan formas f¨¢licas, casi siempre de madera. En tarritos peque?os dispon¨ªan el aceite de oliva, magn¨ªfico lubricante. En la ¨¦poca victoriana, para calmar lo que llamaban histeria (que ser¨ªa hartura femenina) se centraron en los pliegues de las entrepiernas femeninas. La jugada consist¨ªa en masturbar con los dedos a la se?ora quien, imaginen, costaba que llegara al cl¨ªmax. El orgasmo se consideraba la respuesta m¨¦dica para sus problemas mentales, pero las sesiones ten¨ªan que ver poco con la intimidad. El doctor no siempre ser¨ªa el amante id¨®neo para las enfermas, quienes acud¨ªan a la consulta con esposo e hijos.? All¨ª se abr¨ªan de piernas y un desconocido proced¨ªa. El primer aparato con rotor lo fabric¨® uno de estos m¨¦dicos, John Mortimer Granville. No se tiene constancia del masturbador en ning¨²n escrito er¨®tico de la ¨¦poca, pero s¨ª en los apuntes m¨¦dicos de Mortimer y de los colegas que apoyaron su idea.
Me recuerdo muy peque?a dise?ando toda una estrategia para masturbarme. Pon¨ªa la almohada doble a los pies de la cama de mis padres y, literalmente, galopaba sobre ella. Lo de la parafernalia cual amazona me brotaba sola. Era m¨¢s f¨¢cil pasar por una vaquera que preguntar por qu¨¦ me mor¨ªa de gusto al restregarme contra la almohada. No tuve el infortunio de criarme en una familia ultracat¨®lica, pero dudo mucho que sus hijas no inventen excusas parecidas para obtener placer.
Qu¨¦ bueno ser¨ªa para la humanidad que consinti¨¦ramos el placer individual y busc¨¢ramos c¨®mo conseguirlo.
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