La semi¨®tica del ¡®fachaleco¡¯
Es uno de los pocos s¨ªmbolos de la derecha que ha conquistado el armario de todo el arco parlamentario. ?Por qu¨¦?
El ¡®fachaleco¡¯, ya saben, esa prenda de abrigo acolchada y ligera, es como la bandera de Espa?a: un trozo de tela del que se ha apropiado la derecha. Y como en el caso del estandarte nacional, cabe preguntarse si es justo que se haya convertido en s¨ªmbolo de una ideolog¨ªa concreta; si la izquierda debe reclamarlo como un elemento tan carente de connotaciones sociopol¨ªticas como colmado de plum¨®n sint¨¦tico; o si, ya puestos, mejor que se lo queden, junto a los castellanos con borlas y las chaquetas austriacas. Porque la apropiaci¨®n cultural est¨¢ cada vez peor vista. Y con raz¨®n. Entre los publicistas vestidos como estibadores canadienses y las traperas como la Spice Girl deportista, hemos cubierto el cupo.
En el principio, Uniqlo cre¨® el chaleco ligero, que, como su propio nombre indica, no pesa nada, ocupa poco y calienta como el abrazo de una madre o un par de chupitos de licor caf¨¦. Se trata del hermano tecnol¨®gicamente avanzado de los m¨ªticos plumas sin mangas que Michael J. Fox ¡ªo, m¨¢s bien, su alter ego Marty McFly¡ª populariz¨® en los ochenta gracias a la saga Regreso al futuro. Entonces parec¨ªan chalecos salvavidas y en Espa?a definieron el uniforme pijo junto a los vaqueros Levi¡¯s y las deportivas Adidas Stan Smith. (En caso de ser milenial, ver Sufre mam¨®n).
Perfeccionados por la marca japonesa, triunfaron hace dos lustros en Wall Street: los ejecutivos los abrazaron con fruici¨®n y otras firmas se lanzaron a reinterpretarlos hasta el paroxismo. Empezaban a apuntar maneras. Pero a¨²n no ten¨ªan una doble lectura y en nuestro pa¨ªs comenzaron a llevarse debajo de abrigos que no cumpl¨ªan su funci¨®n o sobre maillots para salir a correr en invierno (en los sitios donde todav¨ªa existe el invierno). Hasta que lleg¨® Juan Manuel Moreno Bonilla. En noviembre de 2018, durante la campa?a a la presidencia de la Junta de Andaluc¨ªa, el popular se convirti¨® en un hombre a un chaleco pegado, siempre con su camisa intachable y su raya a un lado. Incluso lleg¨® a estampar ¡°Juanma Moreno Presidente¡± en una de estas prendas: el metamensaje.
De esta manera se confirmaba el patr¨®n. Exist¨ªa un tipo de hombre (y de mujer) hermanado por su amor a la unidad de Espa?a, la familia heteropatriarcal y acolchado sin mangas: Bert¨ªn Osborne, Pablo Casado, Rodrigo Rato, Santiago Abascal. El chaleco se convirti¨® en el fachaleco; la versi¨®n actualizada y antag¨®nica ¡ªdesde el punto de vista ideol¨®gico y est¨¦tico¡ª de la chaqueta de pana de Felipe Gonz¨¢lez, que a¨²n contin¨²a dentro de muchos armarios (literal y figuradamente). Hablamos de un c¨®digo que, en principio, les permit¨ªa identificarse entre iguales, como si no fuera suficiente con compartir manifestaci¨®n en la plaza de Col¨®n. Por su chaleco les conocer¨¢s.
As¨ª surgi¨® la semi¨®tica del fachaleco. La prenda se extendi¨® desde la cacer¨ªa, el jeep y el puro ¡ªsu h¨¢bitat natural en versi¨®n guateada¡ª al chal¨¦ en las afueras, el SUV y el gin-tonic hortofrut¨ªcola. El plum¨ªfero dec¨ªa: ¡°No tengo nada en contra de los inmigrantes mientras sean honrados y vengan a trabajar¡±, ¡°Yo no soy feminista, yo creo en la igualdad¡±, ¡°No leo ning¨²n peri¨®dico porque todos mienten¡±. Tambi¨¦n: ¡°Ya no se va a poder decir un piropo a una mujer¡± y ¡°Tengo muchos amigos gais¡±. Dec¨ªa: ¡°Somos la derechita caviar¡± o, salvando la primera impresi¨®n, ¡°Aspiramos a serlo¡±.
Pero en la moda como en la pol¨ªtica y en el amor, los estereotipos ¡ªaunque tan c¨®modos como la prenda en cuesti¨®n¡ª no suelen ajustarse a la realidad. Mientras Fran Rivera paseaba por Sevilla con su plumas sobre una camisa con corbata ¡ªy completaba el look con unas gafas de espejo naranjas como las que Albert Rivera luci¨® al salir del hospital el pasado julio¡ª, unas jubiladas de Gij¨®n se lo abrochaban sobre sus forros polares de Decathlon para salir a caminar por el paseo mar¨ªtimo. En Madrid asomaba bajo el mandil verde de un pescadero del mercado de Chamber¨ª. As¨ª, el chaleco ha ido revel¨¢ndose como un elemento transversal, como el paradigma del pacto textil de una Espa?a que no puede ni quiere echarse m¨¢s peso a la espalda; una Espa?a hastiada de luchas por supuestos s¨ªmbolos y doctrinas. Que sacrifica ideolog¨ªa por comodidad. Que no est¨¢ dispuesta a dejarse arrebatar semejante invento solo por el qu¨¦ dir¨¢n. Ande yo caliente¡
La confirmaci¨®n de este fen¨®meno lleg¨® en la segunda campa?a electoral, cuando Pedro S¨¢nchez apareci¨® con uno bajo la americana. Como Casado. Como Rajoy. Y como Gabriel Rufi¨¢n, que lo combina en azul marino con su lazo amarillo. Si hasta los independentistas catalanes lo llevan ya, ?qu¨¦ le queda de facha al fachaleco? Es como cuando la reina Letizia se pone unos vaqueros rotos o Abascal ¡ªva a terminar siendo un influencer como su mujer, Lidia Bedman¡ª unos pantalones pitillo. ?Qu¨¦ ha sido de la connotaci¨®n punk y transgresora que pose¨ªan cuando cortaban la circulaci¨®n de las extremidades inferiores a los Ramones? El tiempo, Zara y el mainstream la barrieron.
Lo ¨²ltimo que nos queda por ver es c¨®mo los modernos terminan rescat¨¢ndolo como en su d¨ªa hicieron con las pajaritas y los bl¨¦iseres de cuadros Pr¨ªncipe de Gales. Al final, la democratizaci¨®n era esto. No la sanidad universal y la libertad de expresi¨®n, sino el derecho a llevar chalecos ligeros para todos.
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