El ¨²ltimo baile
En la ¨²ltima noche electoral me tragu¨¦ cuatro episodios de The Strain, donde la humanidad lucha contra unos vampiros
CUANDO SE ENCIENDEN las luces, una mujer muy alta, con el pelo recogido y envuelto en una media de color carne atada con un nudo en la coronilla, se dirige a los espectadores. Lleva un rabillo negro, enorme, pintado en cada ojo. El conjunto evoca una versi¨®n cochambrosa de Alicia Alonso, y de eso se trata. He sido bailarina, declara, o mejor dicho, profesora de baile durante toda mi vida, aunque m¨¢s que ense?ar, he aprendido de mis alumnas. Si a los ocho a?os ya calzaba un 41, y mientras lo dice se mira los pies¡ ?C¨®mo iba a bailar yo, que me pongo un tut¨² y parezco una jirafa?
Siempre estar¨¦ en deuda con Carme Portaceli por haberme dado la oportunidad de moderar los encuentros con el p¨²blico del Teatro Espa?ol de Madrid durante dos temporadas seguidas. No hay mucha gente que pueda disfrutar del privilegio de ver todas las obras programadas durante un a?o en un teatro tan importante. Yo he tenido esa suerte, y el encargo de Carme ha representado para m¨ª una fuente permanente de luz, de alegr¨ªa, en estos tiempos que, de puro grises, ni siquiera acaban de ser oscuros. As¨ª recuerdo Lo nunca visto, un espect¨¢culo espl¨¦ndido que gira alrededor de una profesora de baile ¡ªla jirafa que calza un 41¡ª que, cuando est¨¢ a punto de jubilarse, convoca a sus antiguas alumnas para montar una ¨²ltima funci¨®n de despedida. S¨®lo acuden dos a su llamada. La primera es un ama de casa gaditana que llega con un pie descalzo, el otro embutido en un zapato de tac¨®n, mientras empuja un carrito de la compra. La segunda es una yonqui gallega, tan perdida que, al ver a su antigua profesora, exclama: caballero, ?aqu¨ª se puede fumar?
A m¨ª siempre me ha gustado bailar, pero casi nunca me he atrevido a hacerlo en p¨²blico. De vez en cuando bailo en mi casa, sola, cuando nadie me ve, pero obedezco a mis propios complejos. En mi adolescencia, el ideal de belleza era radicalmente opuesto al modelo que yo encarnaba. Se llevaban las chicas menudas, escurridas, con muy poco pecho y cierto aire andr¨®gino. Entre ellas, en las pistas de las discotecas, y aunque s¨®lo calzaba un 40, yo me sent¨ªa como una hipop¨®tama, una versi¨®n sobredimensionada y torpe de las modelos de los viejos anuncios de aceite de oliva, una venus prehist¨®rica llena de bultos que botaban al ritmo de la m¨²sica. Me daba tanta verg¨¹enza imaginarme que sal¨ªa corriendo de all¨ª, y por ese camino, de verg¨¹enza en verg¨¹enza, me acostumbr¨¦ a no bailar, aunque en algunas ocasiones he sido incapaz de resistir esa tentaci¨®n.
La ¨²ltima vez que bail¨¦ fue en la noche del 28 de abril. Despu¨¦s del recuento, fui con unos amigos a la discoteca donde los socialistas celebraban su triunfo, me ped¨ª una copa y me apoy¨¦ en una columna, como de costumbre. Pero al rato pens¨¦, si va a gobernar la izquierda, si hemos parado a la ultraderecha, si el PP tiene 66 diputados¡, ?c¨®mo no voy a bailar? Por eso bail¨¦, no hice otra cosa durante m¨¢s de dos horas, hasta que todos mis amigos, rendidos, me dijeron, v¨¢monos ya, y me tuve que ir.
En Lo nunca visto, las arruinadas alumnas de una maestra que es una pura ruina deciden representar sus vidas en una funci¨®n terminal, casi p¨®stuma. Ellas tambi¨¦n ceden a la tentaci¨®n, intentan corregir en la ficci¨®n los errores que cometieron en la realidad, se representan a s¨ª mismas como mujeres que supieron acertar, en lugar de haberse equivocado. Hasta que su maestra las detiene gritando ¡°hacia atr¨¢s no, hacia atr¨¢s no se puede, hacia delante s¨ª, hacia atr¨¢s no se puede, hacia delante s¨ª¡¡±.
Hacia atr¨¢s no se puede. Hemos ido hacia delante, como todos, como siempre. En la ¨²ltima noche electoral, ni siquiera vi los programas especiales que ofrec¨ªan las televisiones. Me tragu¨¦ cuatro episodios seguidos de la ¨²ltima temporada de The Strain, una vieja serie de Guillermo del Toro en la que la humanidad lucha contra una raza de vampiros mal¨ªsimos que han esclavizado a hombres y mujeres para dominar el mundo. Me he enrolado en el ej¨¦rcito humano porque ya soy muy mayor y necesito ganar alguna guerra, aunque sea de ficci¨®n.
Mientras llega esa victoria, reconozco que me gustar¨ªa volver a bailar. Pero como hacia atr¨¢s no se puede, hacia delante s¨ª, la verdad es que no tengo muchas esperanzas de volver a lograrlo.
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