Tu hijo no se define por sus notas escolares y otros demonios de la crianza
Hay que evaluar a un alumno, pero no se debe hacer como se hac¨ªa hace m¨¢s de 200 a?os
Se acercan las vacaciones, los regalos, la Navidad y... las notas. No tengo ninguna duda de que muchas familias utilizar¨¢n los resultados acad¨¦micos de sus hijos como castigo o recompensa relacionada con los regalos que les traer¨¢ o Pap¨¢ Noel o los Reyes Magos de Oriente.
De una manera u otra, todos caemos o hemos ca¨ªdo en la trampa. Nos hemos cre¨ªdo que las notas escolares significan algo, que nos cuentan c¨®mo trabajan nuestros hijos, c¨®mo son de inteligentes, c¨®mo se comportan en clase y lo peor de todo, las hemos introyectado?¨Cse hacen propios rasgos, conductas u otros fragmentos del mundo que nos rodea¨C como el inequ¨ªvoco predictor del ¨¦xito o el fracaso futuro. Nos enorgullecen, nos averg¨¹enzan, nos preocupan, nos alertan, nos distancian, sobrevuelan sobre nuestros hogares con un poder casi absoluto. Poder que les hemos otorgado nosotros.
Es uno de los s¨ªntomas de una cultura amante de los resultados, no del proceso, olvidando por el camino que una nota solo es un n¨²mero, subjetivo, puntual, encorsetado y muy limitado.
La persona no se define ni por este ni por ning¨²n otro. No son predictores de nada ni significan pr¨¢cticamente nada. Las notas solo eval¨²an, en el mejor de los casos y de forma subjetiva (dado que lo hace un sujeto), una ejecuci¨®n puntual, sobre un tema, en un momento de la vida de un ni?o. Y en esa valoraci¨®n queda invisibilizado el esfuerzo o la falta de ¨¦l, la motivaci¨®n, la situaci¨®n personal o emocional que puede estar viviendo ese peque?o, en ese momento concreto de su historia.
Adem¨¢s, y por si fuera poco, lanzan un mensaje muy t¨®xico en educaci¨®n y crianza: la vivencia del error como s¨ªmbolo de fracaso y no como fuente de aprendizaje, necesario, imprescindible para la vida. Se penaliza el error.
Las conclusiones de una investigaci¨®n realizada en Estados Unidos por Schinske y Tanner, acerca de la historia de las calificaciones en la educaci¨®n superior en EE UU, y si realmente cumplen o no con los prop¨®sitos potenciales de calificar el aprendizaje fueron estas: ¡°En el mejor de los casos, las calificaciones motivan a los estudiantes de alto aprovechamiento a seguir obteniendo buenas calificaciones, independientemente de que esa meta coincida por casualidad con el aprendizaje. En el peor, las calificaciones disminuyen el inter¨¦s por aprender y acent¨²an la ansiedad y la motivaci¨®n extr¨ªnseca, especialmente en los estudiantes que tienen dificultades.¡±
En definitiva, son otra pata m¨¢s del paradigma premio-castigo tan interiorizado en nuestra sociedad, que apenas lo advertimos. El buen comportamiento, el resultado, se premia. El otro, el que no es el esperado, el divergente, el cuestionador, en definitiva, el ¡°inadecuado¡±, se castiga. Entrenamos a nuestros hijos en motivarse desde fuera de ellos, motivaci¨®n extr¨ªnseca se llama, esa que nos hace ¡°exodependientes¡±, voraces de aprobaci¨®n externa, de reconocimiento, de aplauso y admiraci¨®n. Esa que en muchas personas se ha convertido en el guion de su vida, y que, sin esa retroalimentaci¨®n, caen en el confuso vac¨ªo que tienen dentro. Personas que, de ni?os, nunca aprendieron a hacer las cosas por placer, por curiosidad, por decisi¨®n propia, por genuino inter¨¦s. Aquellas que interiorizaron que eran queridas en funci¨®n de lo que hac¨ªan y no de lo que eran. Es el ni?o que crece crey¨¦ndose un fracaso porque suspende o la ni?a que asume que, si suspendiera, decepcionar¨ªa al mundo y dejar¨ªan de quererla.
Un poco de historia...
Hagamos un poco de historia, que siempre ayuda a entender y minimiza las probabilidades de volver a cometer los mismos errores.
El psic¨®logo Javier D¨ªaz, especializado en gesti¨®n de personas y desarrollo profesional, ha investigado sobre el origen de las notas y escribe lo siguiente en su blog javierdisan:
El inventor del primer sistema de grados o calificaciones acad¨¦micas fue William Farish, un profesor de la Universidad de Cambridge (Inglaterra, 1792) el cual se marc¨® como objetivo dise?ar un m¨¦todo de trabajo que le permitiese evaluar y clasificar los trabajos de sus alumnos.
En esta ¨¦poca los ingresos de los trabajadores empezaban a fluctuar dependiendo del volumen de trabajo que pudiesen asumir. En el ¨¢mbito de la educaci¨®n muchas escuelas comenzaron a pagar a los profesores en funci¨®n del n¨²mero de estudiantes que ten¨ªan, en lugar de un salario fijo. Para docentes como Farish conocer a sus alumnos en detalle podr¨ªa suponer un gasto excesivo de tiempo. Interactuar con cada ni?o diariamente, prestar atenci¨®n a sus necesidades, a sus estilos de aprendizaje, etc. significaba poner un l¨ªmite al n¨²mero de estudiantes que pod¨ªa atender, y por tanto, un techo de ingresos. Pero con el nuevo modelo propuesto ya no era necesario indagar en la mente de sus alumnos para saber si hab¨ªan entendido un tema: el sistema de calificaciones lo har¨ªa por ¨¦l. Y lo har¨ªa con la misma eficiencia independientemente del n¨²mero de alumnos que tuviese en clase.
En definitiva, lo que Farish cre¨® fue un m¨¦todo de ense?anza basado en ¡°grados¡± que le permit¨ªa procesar a m¨¢s estudiantes en un corto periodo de tiempo. Con esta ¡°innovaci¨®n¡±, lejos de lograr estimular el proceso de aprendizaje de los alumnos lo que consigui¨® fue hacerles pivotar hacia un plano cognitivo mucho m¨¢s superficial. Este sistema de calificaciones obligaba a los ni?os a memorizar por repetici¨®n solo los detalles necesarios para superar las pruebas sin tener en cuenta a la verdadera comprensi¨®n de la materia (esto nos suena de algo, ?verdad?).
El efecto normativo de los grados fue premiar a los alumnos que se encuentran en el ¡°est¨¢ndar¡± y cercenar las inquietudes o capacidades del que se sale de la norma (esto tambi¨¦n nos debe sonar bastante). Recordemos que a trav¨¦s de la ense?anza formal se buscaba formar a individuos f¨¢cilmente reemplazables. La manera de conseguirlo era eliminando las diferencias propias entre individuos. Como podemos intuir, en este modelo educativo la responsabilidad recae plenamente en el alumno ya que si no se adapta es porque tiene alg¨²n tipo de trastorno¡±.
Existe una unanimidad en la demanda de los padres cuando acuden a nuestra consulta ¡°yo lo que quiero es que sea feliz¡± y ¡° no queremos etiquetar, no nos gustan las etiquetas¡±. Tienen, en general, meridiana claridad en esto. Ahora bien, la felicidad no es un constructo que sobreviene y nos bendice un buen d¨ªa, la felicidad se construye. Como padres y docentes somos los art¨ªfices de estimular y ayudar a un ni?o a sentar las bases de un autoconcepto s¨®lido, base de felicidad y ¨¦xito vital. Pero tambi¨¦n tenemos el poder de hacer lo contrario y condenar a muchos otros a cargar con una mochila cuyo peso no podr¨¢n soltar nunca.
Y en cuanto a las etiquetas, no se me ocurre ninguna mayor que un n¨²mero, una palabra: insuficiente, sobresaliente. Para no querer etiquetas, estas se llevan la palma.
Entonces, lanzo algunas preguntas para la reflexi¨®n
?Cu¨¢nto de nuestra propia historia acad¨¦mica o escolar proyectamos en la interpretaci¨®n que hacemos de las calificaciones de nuestros hijos? ?Lo sufrimos? ?Nos cre¨® el espejismo de ni?o o ni?a buena, competente? ?Nos ayud¨® a construir una autoestima basada en lo acad¨¦mico? ?Nos hizo huir despavoridos hacia alg¨²n lugar que nada tuviera que ver con lo acad¨¦mico?
Nadie de nosotros sali¨® ileso. La cuesti¨®n es en qu¨¦ medida estoy traspasando lo bueno o malo de esa experiencia a mis hijos. El miedo es libre y la libertad de equivocarnos tambi¨¦n, pero el derecho a traspasarlo a quienes dependen de nosotros para SER, no. A eso, no tenemos derecho.
Debemos preguntarnos entonces, c¨®mo influye en el corto, medio y largo plazo en un ni?o la enorme importancia que le damos a estos n¨²meros, qu¨¦ peso le estamos dando y cu¨¢nto nos influyen en la forma en que valoramos a nuestro hijo y en el natural miedo al fracaso que tenemos, por definici¨®n, todos los padres.
Y en este ejercicio de reflexi¨®n parece que se vuelve imprescindible, como educadores que somos, qu¨¦ es lo que queremos transmitir, inculcar, como una aut¨¦ntica prioridad: ?la tenacidad, el esfuerzo, la curiosidad, el inter¨¦s, la pasi¨®n, o el miedo al fracaso, al castigo, al no reconocimiento? Si estamos de acuerdo en lo primero, las notas no son un referente fiable.
Hay multitud de ejemplos hist¨®ricos conocidos de ni?os que sacaban malas notas, Einstein puede que sea el m¨¢s popular de todos, que parad¨®jicamente sacaba malas notas en matem¨¢ticas, pero tambi¨¦n est¨¢ el caso de Winston Churchill que acu?¨® la frase: ¡°siempre me ha gustado aprender, lo que no me gusta es que me ense?en¡±, o incluso el propio Edison de quien un profesor dijo que ¡°era demasiado est¨²pido para aprender nada¡±.
No pretendo hacer un alegato en contra de evaluar a un alumno, sino en contra de hacerlo como se hac¨ªa hace m¨¢s de 200 a?os. La idea es, en definitiva, que tomemos un poco de distancia y perspectiva y le demos a estos n¨²meros un lugar menos protagonista, que relativicemos su importancia y su valor, que seamos capaces de mirar a nuestros hijos por encima de sus logros acad¨¦micos sintetizados en un n¨²mero o palabra. Y que no permitamos que obstaculicen nuestro v¨ªnculo con ellos, que ahuyentemos prejuicios catastrofistas acerca del ¨¦xito y del fracaso, y en cambio les apoyemos a esforzarse, a buscar su verdadero inter¨¦s, a entender el porqu¨¦ y para qu¨¦ de lo que estudian, y a no aprender que la vida se traduce en resultados juzgados por otros.
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