La calidad del aire
Evo Morales cometi¨® m¨²ltiples errores, pero siempre ser¨¢ el presidente que se atrevi¨® a afrontar una realidad odiosa
TARD? MUCHOS a?os en llegar a Bolivia. S¨®lo necesit¨¦ unos d¨ªas para enamorarme de ese pa¨ªs.
Llegu¨¦ a La Paz a tiempo para contemplar el desfile del Gran Poder, una incomparable explosi¨®n de colores y movimiento. Centenares de hombres y mujeres, uniformados de una manera que me record¨® a las comparsas de carnaval, bailaban sin cesar. Algunos llevaban m¨¢scaras ind¨ªgenas. Otros, vestidos con traje y corbata, cerraban el paso de cada agrupaci¨®n bailando por su cuenta. Eran los prestes, me contaron, las personas que pagaban todos los gastos de cada grupo, la m¨²sica, la ropa, la comida y la m¨²sica, para cumplir una promesa o para ascender en la consideraci¨®n de su barrio. Se gastaban en un solo d¨ªa los ahorros de varios a?os. Y todo esto, la alegr¨ªa, el baile, las m¨¢scaras, suced¨ªa en una procesi¨®n del Cristo del Gran Poder, como las que en Espa?a se celebran con luto, silencio y recogimiento. El Gran Poder, tradici¨®n espa?ola, tradici¨®n boliviana, basta para explicar la complejidad cultural, social y nacional de Bolivia.
Llegu¨¦ al centro de La Paz en telef¨¦rico. Desde El Alto, donde est¨¢ el aeropuerto, a m¨¢s de 4.000 metros de altitud, varias l¨ªneas descienden hasta el coraz¨®n de la ciudad. All¨ª, los ricos respiran un aire m¨¢s saludable. La pobreza, en La Paz, es cuesti¨®n de metros. Cuanto m¨¢s pobre eres, a m¨¢s altitud tienes tu casa y m¨¢s precaria es tu salud, pero el telef¨¦rico lo cambi¨® todo. Desde que se inaugur¨®, los habitantes de El Alto llegan abajo, al centro, en 20 minutos. Antes, en autobuses y camionetas que recorr¨ªan las interminables curvas de los cerros, tardaban una hora y media.
En cada estaci¨®n del telef¨¦rico vi un cartelito enmarcado en un lugar destacado. Todos los bolivianos somos iguales ante la ley, dec¨ªa. Debajo aparec¨ªa el nombre y la fecha en la que se promulg¨® la ley que garantizaba ese derecho, y un tel¨¦fono al que llamar para denunciar incumplimientos. Pregunt¨¦, y un amigo boliviano que tiene la piel m¨¢s blanca que yo, y cuyo nombre no cito por si le causara alg¨²n problema, me explic¨® que, antes de la promulgaci¨®n de esa ley, los cholos, ind¨ªgenas y mestizos, viv¨ªan en una marginaci¨®n casi absoluta. No les permit¨ªan entrar en bares ni en restaurantes, no pod¨ªan tomar un taxi ni viajar en avi¨®n con sus ropas, no eran contratados para trabajar cara al p¨²blico, no pod¨ªan ser funcionarios porque no ten¨ªan posibilidades de estudiar, dado que eran sistem¨¢ticamente rechazados en escuelas y universidades. Las mujeres que bajaban cada d¨ªa desde los cerros para limpiar casas en el centro ten¨ªan que ponerse un ch¨¢ndal y quitarse el sombrero, como si su forma de vestir fuera una ofensa para los ojos de los blancos. Sus maridos e hijos se dedicaban al contrabando, claro, porque no pod¨ªan trabajar en otra cosa y sus familias ten¨ªan que comer. En la pr¨¢ctica, la situaci¨®n de Bolivia era equiparable al apartheid sudafricano, un Estado racista, aunque la piel de los marginados no fuera negra, comprend¨ª. Y es verdad, una se?ora de la alta sociedad de una ciudad de provincias, cuyo nombre omito por la misma raz¨®n por la que callo el de mi amigo, me dio la raz¨®n. Mis hijos odian a este presidente, a?adi¨®, pero alguien ten¨ªa que hacer lo que ha hecho ¨¦l para que este pa¨ªs tuviera futuro.
Porque todo cambi¨® con Evo Morales, que promulg¨® una ley de igualdad, que fund¨® escuelas p¨²blicas, y una universidad en El Alto, para garantizar el derecho de los cholos a la educaci¨®n, que los incorpor¨® a la Administraci¨®n del Estado ¡ªcomo corresponde a la abrumadora mayor¨ªa de la poblaci¨®n del pa¨ªs¡ª, que construy¨® el telef¨¦rico de La Paz como un veh¨ªculo de integraci¨®n entre los que respiran el mal aire de arriba y los que disfrutan del buen aire de abajo.
Evo, que se aferr¨® al poder m¨¢s de lo que conven¨ªa a su causa, que no fue capaz de formar a un sucesor, que cometi¨® m¨²ltiples, condenables errores, siempre ser¨¢ el presidente que se atrevi¨® a afrontar una realidad odiosa, que trabaj¨® para cambiarla, que legisl¨® para garantizar los derechos y la dignidad de la mayor¨ªa de su pueblo.
Eso no lo cambiar¨¢, ni ahora ni nunca, ninguna Biblia, ning¨²n presidente blanco, ninguna presidenta te?ida de rubio.
Ni siquiera un golpe de Estado.
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