Puntadas de identidad africana
La sastrer¨ªa es un oficio fundamental en ?frica. Forma parte del acervo cultural y es un sector econ¨®mico en expansi¨®n y b¨¢sico para el progreso de ciudades y pueblos. Seguimos su actividad en Saint Louis (Senegal), donde los talleres artesanales repartidos por la ciudad trabajan d¨ªa y noche
Un remache de cremallera puede salirle al cliente por menos de un euro. Una camisa a medida, por unos 15. Y el vestido para una ceremonia, desde los 50 hasta lo que uno quiera gastarse. Los precios var¨ªan en el mercado del sastre. Pero no es solo una cuesti¨®n de cifras: este oficio forma parte del acervo cultural de Saint Louis. Darle vida a una tela inerme o resucitar esa prenda condenada a trapo se enmarca entre las tradiciones de la ciudad y, por extensi¨®n, del pa¨ªs y el continente. En esta urbe del norte, con cerca de 300.000 habitantes, los talleres se reparten destartalados tanto en barriadas alejadas como en la isla, lugar m¨¢s institucional y tur¨ªstico.
Algunos bajos de sus edificios se abren d¨ªa y noche para acoger costureros que saquen adelante los encargos. En los meses m¨¢s calurosos, es habitual encontrar fluorescentes titilando de madrugada y puertas cerradas a las horas de un sol oblicuo y cegador. Es la ¨²nica manera de soportar el bochorno y de que las gotas de sudor no aneguen agujas e hilo. A veces, arreglar ese inesperado roto es cuesti¨®n de minutos. Otras, implica usar moldes, cinta m¨¦trica y otras herramientas m¨¢s propias de matem¨¢tico. La pericia de los sastres de Saint Louis parece rescatar una sabidur¨ªa at¨¢vica: trabajan en silencio, concentrados, amenizados en ocasiones por el hilo musical de alg¨²n transistor y cortando la jornada con las pausas que marcan los rezos.
¡°Estamos desde las nueve de la ma?ana hasta las nueve de la noche¡±, afirma Joe Diaw, modisto de 49 a?os, con l¨ªnea propia, la marca de la dise?adora Rama Diaw. ?l lleva casi dos d¨¦cadas en el gremio y se define como ¡°un apasionado¡±. Tiene a cuatro personas en plantilla d¨¢ndole puntadas al material que le llega de Ben¨ªn, Costa de Marfil o Togo. ¡°No trabajamos con productos chinos¡±, advierte. ¡°La costura es el alma, es la tradici¨®n. Saint Louis es la ciudad de la elegancia. Aqu¨ª se han instalado gentes de muchas nacionalidades y ha florecido una corriente novedosa. Es el puente entre Europa y ?frica¡±, explica Diaw, vestido con un pantal¨®n vaquero y una camisa mao de estampado psicod¨¦lico.
Los dem¨¢s empleados apuran los flecos que sobresalen de una manga. Alternan las tijeras con el traqueteo de la aguja, que sube y baja vertiginosa mientras engulle una tira estrecha de textil. Pega este local ¨¢rido con una tienda amplia donde se muestra la colecci¨®n. ¡°Nuestro objetivo es servir de uni¨®n de culturas¡±, cavila Diaw mientras ense?a unas faldas con imprenta africana y encaje europeo o unas camisas que presumen su origen, pero no difieren tanto de las que cuelgan en alguna cadena de ropa multinacional. ¡°Es un sector que promete, porque no se reduce a un negocio: es una afirmaci¨®n de la identidad africana¡±, espeta. Diaw asegura que utiliza siempre ese tipo de ropa, da igual en qu¨¦ pa¨ªs se encuentre. As¨ª muestra de d¨®nde viene: gracias a la vestimenta, conviene el experto, te defines y expresas amor por tus ra¨ªces.
Piensa lo mismo Teily Ba, miembro de la empresa de Rama Diaw, de 33 a?os. Luce un tatuaje con la silueta deste?ida del continente africano, una camiseta sin mangas y varios retales colgando del cuello. ¡°Es un oficio que amamos. La mayor parte de mi familia se dedica a esto¡±, apunta despu¨¦s de m¨¢s de una d¨¦cada de profesi¨®n. Abdoulaye Fall, de 32 a?os, apenas acumula un par de meses de aprendiz, pero tambi¨¦n resalta su pasi¨®n por la sastrer¨ªa. Cree que mucha gente lo ve como un simple negocio, pero entra?a algo m¨¢s: respeto al pasado, continuidad de las costumbres.
Incluso puede considerarse un ejercicio de reciclaje. Al menos, es lo que dice Adula Fall, de 69 a?os. ?l comenz¨® en 1972, rondando la veintena. Recuerda la fecha porque supuso un punto y aparte en su vida. Fall estudiaba un curso de tecnolog¨ªa, pero su familia necesitaba ingresos. Combin¨® durante una temporada las clases con la costura para sacar algo de dinero. ¡°Me di cuenta de que me pod¨ªa ganar la vida y de que ayudaba a mis seres queridos. Eso es lo m¨¢s importante¡±, recita rodeado de im¨¢genes del cheik Ahmadou Bamba, l¨ªder del muridismo. ¡°Se est¨¢ perdiendo la tradici¨®n. Ninguno de nosotros lleva la ropa t¨ªpica. Con la ropa usada que llega de Europa y la venta al por mayor, los j¨®venes de ?frica no suele utilizar nuestros productos. Los sastres de aqu¨ª lo pasamos mal¡±, protesta.
Goza para sobrevivir de una parroquia principalmente aut¨®ctona: solo en raras ocasiones se acerca alg¨²n turista con rotos que apa?ar. Sus clientes habituales arreglan bolsos, piden retocar el traje especial que se hicieron en su momento o encargan una vestimenta exclusiva para el pr¨®ximo Magal, una fiesta c¨¦lebre para la rama del Islam que profesa. ¡°Somos cinco y nos da de milagro¡±, responde al lado de Ablai Sarr, que lleva unos d¨ªas bajo su mando y estaba deseando dedicarse a esto. El contraste a este espacio l¨®brego se ve a unas cuadras: Ahmed Fall, de 44 a?os, regenta una esquina entera con firma propia y buena iluminaci¨®n. ¡°Empec¨¦ en 1990 y en el 96 ten¨ªa un peque?o cuarto para coser¡±, rememora. Varias personas se aplican a la tarea en el fondo. Algunas mujeres se asoman con la compra en bolsas y preguntan precios. Una de ellas se sienta sobre la mesa que sirve de oficina y espera a que arreglen un tac¨®n. El calzado y los accesorios, reconoce Fall entre pares de zapatos que cuelgan como lianas, ocupan mucho volumen de trabajo.
¡°Es una actividad muy importante. Es parte de la cultura. A la gente de Saint Louis le gusta ir bien vestido. Y te conecta con tus antepasados, demarcando solo por un color o un estilo el lugar del que vienes¡±, comenta Fall, ¡°y es fundamental que la gente lo estudie. Trabajar en el arte es muy dif¨ªcil y se necesita un impulso¡±. Maissa Diaw, que comparte oficio con ¨¦l, recoge una esterilla que acaba de usar para la oraci¨®n y sirve t¨¦. Para ¨¦l, que ronda los 50 a?os ¡ªduda a la hora de decir la edad¡ª, lo mejor es realizar un vestido y v¨¦rselo puesto a alguien. ¡°Me siento muy satisfecho cuando alguien se anda contento con mi trabajo¡±, resume.
No existen datos concretos de cu¨¢ntas personas ejercen este oficio ni de cuantos locales se reparten por el t¨¦rmino municipal de Saint Louis. Lo ¨²nico que el Instituto de Estad¨ªstica Senegal¨¦s aporta es que el sector terciario, que engloba estos servicios y otros como el turismo o la telefon¨ªa, creci¨® un 5,6%. Tida Koly, procedente de Senegal y regente de la tienda Tida Colores del Mundo en Madrid, explica que la moda en el continente es un pilar b¨¢sico: ¡°Puedes viajar con ella, conocer si alguien est¨¢ en una celebraci¨®n o pertenece a una religi¨®n determinada¡±, indica. A sus 44 a?os se mueve a menudo por varios pa¨ªses para nutrir sus estanter¨ªas de textil original. Lamenta que la ropa de bajo coste y la costumbre de usar y tirar est¨¦ afectando al oficio, pero valora la mayor participaci¨®n femenina y la aceptaci¨®n cada vez mayor de estilos diferentes. ¡°A trav¨¦s del tejido, el corte y el modelo puedes encontrar un significado¡±, resuelve.
Makhtar Niang esgrime el mismo argumento. ¡°En este espacio se concentra el esp¨ªritu de Saint Louis y la esencia de ?frica, porque la ropa tienen mucho valor en nuestra sociedad¡±, exclama. A sus 39 a?os, lleva una d¨¦cada de oficio. Lo mam¨® de Madicke, su padre, que a¨²n se pasa con 70 a?os por el taller. Supervisa a su hijo y el resto de trabajadores, liados en este instante con camisas, pantalones y bolsos. ¡°Si aprendes bien, no importa que cambien las costumbres: nos adaptamos a lo que sea. Pero siempre hay espacio para los dise?os tradicionales. Yo me pongo c¨®modo para trabajar, pero uso otras prendas en la mezquita o una celebraci¨®n¡±, alega Niang en vaqueros y camiseta. A su espalda se amontonan fardos de ropa en bolsas de pl¨¢stico. No dejan de entrar clientes. Uno trae un monedero ra¨ªdo, otro un gran boubou?(una t¨²nica larga t¨ªpica de Senegal) que ajustar, una se?ora mayor un fular. Por unos pocos euros, lo tendr¨¢n arreglado. As¨ª podr¨¢n presumir de est¨¦tica y de perpetuar el acervo cultural.
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