La batalla de la hormiga: la azarosa vida de las porteadoras en la frontera sur de Europa

HADIJA NO ha tenido suerte en la vida. Naci¨® en Alcazarquivir, al norte de Marruecos, donde su familia se ganaba el jornal vendiendo hierbabuena en el zoco. Violada a los 14 a?os por el hijo de los due?os de la casa donde trabajaba como criada y maltratada despu¨¦s por su marido, se ha acostumbrado a apretar los dientes y tirar para adelante para que coman caliente sus cuatro hijos. En su nevera guarda limones y garbanzos a remojo. El cuarto de ba?o dispone de una manguera, colocada encima de un cubo que facilita la recogida del agua de la ducha y usarlo despu¨¦s para el v¨¢ter, una estructura en la que se apoyan los pies sobre un agujero. De madrugada sale de casa para coger un sitio en la cola de porteadoras que esperan para entrar en Ceuta. Las aglomeraciones para cruzar la frontera del Tarajal II suelen pasar del kil¨®metro. Para aguantar tantas horas a la intemperie usa dodotis. Hadija conoc¨ªa a F¨¢tima, la mujer de 48 a?os y madre de cinco hijos que, el pasado septiembre, falleci¨® tras despe?arse por las rocas, cuando sali¨® de la cola en el lado marroqu¨ª para hacer sus necesidades y se golpe¨® en la cabeza. Las divisorias de Ceuta y Melilla con Marruecos constituyen los ¨²nicos pasos fronterizos terrestres de Europa en ?frica. De la importancia como lugares estrat¨¦gicos en la ruta comercial del Mediterr¨¢neo de ambas ciudades aut¨®nomas ya dieron cuenta los fenicios. El Acuerdo de Schengen, en vigor desde 1995, normaliz¨® el hist¨®rico trasiego de personas en los pasos fronterizos: los ciudadanos marroqu¨ªes, exclusivamente los empadronados en las provincias de Tetu¨¢n y Nador, las m¨¢s pr¨®ximas a ambas ciudades, pueden circular de un lado a otro sin visado. Como Hadija, casi 30.000 porteadores cargan mercanc¨ªas, sobre todo alimentos de primera necesidad y ropa, que introducen en fardos en Marruecos de lunes a jueves. El viernes, d¨ªa de rezo musulm¨¢n y ¡°san viernes¡± para los agentes que vigilan los pasos, no hay porteo.

En las fronteras sur de Europa, las m¨¢s transitadas de ?frica, los porteadores (casi un 30% son mujeres) aguardan colas, soportan humillaciones, abusos e inclemencias meteorol¨®gicas para obtener un salario diario que oscila entre 10 y 30 euros, seg¨²n el peso del bulto. La mayor¨ªa no habla espa?ol, apenas tres palabras: polic¨ªa, porra y avalancha, bastan para moverse en la delgada l¨ªnea que separa dos mundos. A sus 29 a?os, Hadija ha vivido m¨¢s de una avalancha. Los gritos preceden a las carreras y, cargadas como van, una ca¨ªda puede significar la muerte por aplastamiento. Vive con sus hijos en un bajo de dos habitaciones, alquilado, en una zona deprimida de Castillejos, una localidad costera marroqu¨ª en el distrito de Tetu¨¢n y el primer pueblo junto a la frontera con Espa?a. Castillejos, donde viven buena parte de los porteadores de la zona, ha multiplicado su poblaci¨®n, de 6.000 a m¨¢s de 78.000 habitantes en apenas dos decenios, y su progreso se asocia directa o indirectamente al contrabando. Por la ma?ana, en los caf¨¦s solo se ven hombres, pero a media tarde la emergente clase media marroqu¨ª invade el paseo mar¨ªtimo, plagado de terrazas, y en el zoco se expenden lo mismo m¨®viles de alta tecnolog¨ªa que perfumes. La autov¨ªa conduce directamente hasta Tetu¨¢n y en el camino de la costa se levantan urbanizaciones de lujo, con un palacio de Mohamed VI incluido ¡ªuno de sus rincones favoritos de veraneo¡ª.

La mayor¨ªa de los porteadores no habla espa?ol, apenas tres palabras: polic¨ªa, porra, avalancha

Marruecos ha tolerado hist¨®ricamente, en funci¨®n de acuerdos de buena vecindad, la entrada en su territorio de los productos que pueda llevar encima una persona, un tr¨¢fico que solo en Ceuta supone 700 millones de euros anuales de exportaciones. En este lado de la frontera, ese trato se rige por una norma no escrita: v¨ªa libre a toda la mercanc¨ªa que sale, puesto que se trata de productos adquiridos legalmente en Espa?a. Ceuta y Melilla est¨¢n sujetas a un r¨¦gimen fiscal especial con una tasa variable bastante m¨¢s baja que el IVA que rige en el resto de Espa?a, del 21%. Se trata del IPSI (impuesto sobre la producci¨®n, los servicios y la importaci¨®n) y ronda entre el 0,5% y el 10%. Sin embargo, el porteo podr¨ªa tener los d¨ªas contados. El pa¨ªs vecino suspendi¨® el pasado octubre en Ceuta lo que eufem¨ªsticamente se conoce como comercio at¨ªpico y no hay visos de cambio. Entretanto, Melilla cruza los dedos.

Marruecos, que ya opera en el flamante puerto de T¨¢nger Med y Casablanca, construye nuevos diques, muy pr¨®ximos a las ciudades aut¨®nomas, para importar directamente las mercanc¨ªas con sus propios aranceles, lo que asfixiar¨ªa econ¨®micamente a unas capitales que reivindica como propias. Hace un a?o que Marruecos, sin previo aviso, cerr¨® la aduana comercial de Melilla. Los contenedores llegan directamente a sus puertos y la naviera Maersk, una de las m¨¢s importantes del mundo, ya no opera en esta ciudad. Queda el porteo, lo que miles de personas pueden llevar encima.

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Situadas en el norte de ?frica y separadas por 385 kil¨®metros de carretera en territorio marroqu¨ª, las dos ciudades aut¨®nomas han visto c¨®mo se modificaba su paisaje cotidiano. Adem¨¢s de los trabajadores transfronterizos, como se denomina a las cerca de 5.000 personas (empleadas de hogar, camareros y obreros) que entran y salen cada d¨ªa, el n¨²mero de porteadores se ha multiplicado en ambas ciudades ante la falta de trabajo en Marruecos. A esa realidad se ha sumado la amenaza de terrorismo yihadista de nivel cuatro (la m¨¢xima est¨¢ en cinco) y el hecho de haberse convertido en uno de los puntos de entrada al primer mundo de inmigrantes ilegales, especialmente subsaharianos que huyen del hambre o el terror de la guerra. Hace unos a?os, la frontera era apenas un moj¨®n donde los ni?os jugaban al f¨²tbol y cruzaban al otro lado en busca de la pelota. Ahora, vallas electrificadas, concertinas y detectores de latidos para evitar polizones en los veh¨ªculos tratan de contener el paso alrededor de unos territorios m¨ªnimos, comparados con el continente en el que se sit¨²an, 18,5 kil¨®metros cuadrados (Ceuta) y 12,3 (Melilla).

Desde Espa?a solo se puede llegar en ferri (una hora a Ceuta y ocho a Melilla) o en helic¨®ptero y avi¨®n. Ninguna de las ciudades genera demasiado trabajo, carecen de recursos naturales y buena parte de su poblaci¨®n activa la forman funcionarios del Estado, de la autonom¨ªa y fuerzas y cuerpos de Seguridad y del Ej¨¦rcito. Casi el 40% de la poblaci¨®n es musulmana. Y casi la mitad de sus importaciones tienen su destino final en Marruecos. Los fardos que introducen los porteadores en Marruecos, como todo lo necesario para el consumo de las dos ciudades, llegan directamente desde el puerto de Algeciras. Hay productos que se importan de la Pen¨ªnsula, pero los fabricados en Europa o de procedencia extranjera (China o Corea, principalmente) viajan hasta Algeciras desde ?msterdam.

La carga llega hasta la misma frontera, donde la recogen las ¡°hormigas¡±,
que portar¨¢n bultos de 60 u 80 kilos

El hecho fronterizo adopta matices curiosos. Ceuta y Melilla pertenecen a la Uni¨®n Europea, pero no a la Uni¨®n Aduanera, lo que supone que, a efectos aduaneros, funcionan como un tercer pa¨ªs. La mercanc¨ªa sale de los puertos como exportaci¨®n sujeta al pago del impuesto local. Entre la diversidad de empresarios que operan en la frontera, se cuentan algunos marroqu¨ªes que, animados por los beneficios fiscales, adquieren los productos a trav¨¦s de Ceuta y Melilla e introducen la mercanc¨ªa en su pa¨ªs, en coches patera o a trav¨¦s del porteo sin abonar ni un sueldo fijo. El empresario paga los fletes; en el puerto, los estibadores descargan los contenedores; otros ponen los bultos en furgonetas, donde se trasladan hasta los pol¨ªgonos para ser empaquetados y recogidos por los porteadores que cruzan la frontera hacia Marruecos. Algo as¨ª como la lucha del elefante y la hormiga. Cada hormiga pasa con su bulto, un bulto de 60 u 80 kilos que, al juntarlo con los otros fardos de la misma marca, se transforma en una jugosa partida comercial. La batalla de la hormiga tambi¨¦n se juega en cantidades rid¨ªculas: una mujer con dos latas de at¨²n en una bolsa no llama la atenci¨®n, pero 2.000 porteadoras con 4.000 latas de at¨²n abastecen un supermercado en un par de horas. Y toda la mercanc¨ªa pasa bajo la supervisi¨®n de polic¨ªas y aduaneros marroqu¨ªes, sobre los que pesan acusaciones de corrupci¨®n y malos tratos. Los m¨®viles e Internet lo han puesto en evidencia. Hay un chiste que corre por Melilla sobre los ex¨¢menes para aduaneros en Marruecos en el que a los candidatos al puesto el tribunal le pide que declinen el verbo trincar.

La misi¨®n de los polic¨ªas y guardias civiles que vigilan los pasos fronterizos, m¨¢s all¨¢ de identificaciones o registros de autom¨®viles, consiste en controlar que no se produzcan avalanchas o se imponga la ley del m¨¢s fuerte. Para facilitar el movimiento en los pasos principales y, en parte, por esconder un espect¨¢culo que remite a la construcci¨®n de las pir¨¢mides egipcias, hace un par de a?os se decidi¨® centrar el porteo en pasos exclusivos: Tarajal II en Ceuta y Barrio Chino en Melilla.

Son las doce de la ma?ana en la frontera de Barrio Chino. El monte Gurug¨² parece al alcance de la mano. Un Mercedes del a?o de la polca pasa cargado de neum¨¢ticos usados, piezas muy valoradas al otro lado, donde no hay limitaciones de uso, y un anciano empuja una bicicleta cargada con un v¨¢ter. Junto a la alambrada que delimita la l¨ªnea de los dos pa¨ªses, hombres y mujeres se refugian bajo los olivos para ocultar entre sus ropas botellas de past¨ªs, un licor de an¨ªs de alta graduaci¨®n, y bolsas de pl¨¢stico, dos productos de contrabando prohibidos por Marruecos porque el alcohol va contra el islam y el pl¨¢stico contamina. Esta ma?ana son los productos m¨¢s perseguidos. En la frontera ya se han apostado medio centenar de GRS (Grupos de Reserva y Seguridad de la Guardia Civil) especializados en la contenci¨®n de masas. Carteles did¨¢cticos se?alan el camino trazado para el paso de los hombres y el de las mujeres, que esperan separados junto a los bultos. El tono en el paso es fuerte. Se escuchan ¨®rdenes tajantes: ¡°?Vengaaa!, ?vamos, vamos!, ?mu¨¦vanse ya!¡±. Ah¨ª se pone en marcha el primer grupo. Se acercan a los tornos giratorios (hay tres antes de pasar al lado marroqu¨ª) con la cabeza baja y el bulto atado a la espalda; los m¨¢s afortunados apoyan el fardo (hoy son amarillos en su mayor¨ªa) en un patinete de fabricaci¨®n casera. Algunos desfallecen en el camino y precisan de ayuda. Pasan ciegos con lazarillo, ancianos y amputados de piernas o brazos. Una mujer mayor se ha quedado varada sobre el bulto, le ofrecen agua pero la rechaza. La tensi¨®n y el sudor se palpan. Muchos resoplan, acalorados. Las mujeres se recolocan los pa?uelos instintivamente. Ellos visten ropa ligera y deportiva, y ellas, atuendos que no facilitan el trabajo: una especie de pijama de estampados chillones que cubren con batas (made in China) muy de moda, chilabas o jarapas de rayas. Las chicas sin velo se cuentan con los dedos de la mano. Todos conocen bien los galones de los agentes: ¡°Gracias, capit¨¢n, guapo¡±.

Un grupo accede directamente a la frontera en autob¨²s (un servicio municipal que reparte 800 tiques cada d¨ªa por los que se abonan 1,80 euros y un salvoconducto para conseguir la carga y evitar que se realice m¨¢s de un pase diario) con los bultos que han cargado en el pol¨ªgono mientras que otros esperan el desembarco de furgonetas en el mismo recinto vallado de la frontera, en lo que se denomina zona de embolsamiento. Trabajan para empresarios asi¨¢ticos, argelinos, franceses y espa?oles y la mayor¨ªa ha entrado en la ciudad entre las ocho y las nueve de la ma?ana. Joria, de 39 a?os, se ha levantado a las cuatro de la madrugada, un viaje r¨¢pido en taxi desde Nador con otras porteadoras hasta la frontera. Transporta bolsas de t¨¦ que entregar¨¢ al otro lado a cambio de 25 euros. Con suerte, a la una de la tarde podr¨¢ volver a casa, hacer algo de compra y preparar la comida. Habla espa?ol y tiene estudios ¡°de letras¡±, pero la falta de empleo la obliga a buscarse la vida como porteadora. ¡°Y esto¡±, dice se?alando el bulto que tiene en el suelo, ¡°es un trabajo, aunque se sufra mucho¡±. No dispone de un minuto para pensar en s¨ª misma. Solo ella aporta dinero para la familia. Como sus compa?eras en la cola, el hambre y la pobreza las iguala. En sus pasaportes verdes figura que nacieron en 1943, 1955, 1962¡­ El r¨¦cord en Barrio Chino fue un pasaporte con fecha de 1922. Tambi¨¦n chicas de apenas 18 a?os que viajan solas o acompa?an a sus madres, doble paquete y doble ganancia. Las mayores gritan que tienen hijos, tres, cuatro o cinco¡­ Y nietos. Est¨¢n aqu¨ª por ellos, para que puedan comer. ¡°Tenemos el pa¨ªs muy mal¡±. Aisa, ataviada con casi harapos rosas y blancos, apenas puede enderezarse. Confiesa 60 a?os, podr¨ªa tener 90. No sabe lo que es una pensi¨®n de jubilaci¨®n.

Joria tiene 39 a?os. Se ha levantado
a las cuatro de la madrugada. ¡°Esto es un trabajo¡±, dice, ¡°aunque se sufra¡±

En medio de la marabunta de personas y paquetes, un grupo de j¨®venes, los gorrillas amarillas los llaman, ordenan el paso. Son gente de confianza de la Guardia Civil, chicos marroqu¨ªes que crecieron en la frontera y que hacen de int¨¦rpretes a cambio de un porteo diario sin tener que hacer cola. ¡°Se les da un poco de poder y nosotros evitamos tener un conflicto permanente con ellos¡±, cuenta un GRS. ¡°Esto es muy complicado. En la Pen¨ªnsula le das una orden a una persona y obedece, aqu¨ª no te hacen caso, no te escuchan, hay veces que necesitas gritar. No es cuesti¨®n del idioma, se trata de su cultura y su educaci¨®n. Parecen acostumbrados a ese trato. Es muy fuerte lo que estoy diciendo; sin embargo, es as¨ª¡±, cuenta un agente. ¡°Aqu¨ª te asalvajas un poco, nosotros no fiscalizamos los bultos, pero le dices a alguien que no pase cargado de botellas porque se las van a quitar en cuanto cruce, y se vuelve a poner en la cola y lo intenta de nuevo una y otra vez. Te cansas de repetirlo¡±, dice otro. Salvo un momento de tensi¨®n entre agentes marroqu¨ªes y espa?oles, no se han producido incidentes, aunque, a veces, hay robos de bultos y navajazos. En una ocasi¨®n, una mujer rompi¨® aguas y tuvieron que atender un parto, pero hoy la novedad ha sido descubrir envases de leche rellenos de past¨ªs y su olor inconfundible. Salvo excepciones, el tr¨¢fico de droga ya no constituye un problema grave en estos lares, los narcos la transportan directamente en lanchas a la Pen¨ªnsula, aunque parte de las ganancias que genera se blanquean en ambas ciudades.

En Ceuta,?hombres y mujeres portean separados. Lunes y mi¨¦rcoles para ellas y martes y jueves ellos. Pero desde el pasado 4 de octubre, fecha en que Marruecos cerr¨® con motivo de unas obras el Tarajal II, todo el peso de la frontera se ha mudado, sobrecarg¨¢ndolo peligrosamente, al paso del Tarajal, un hormiguero por el que se mueve una media diaria de m¨¢s de 5.000 personas y 1.000 autom¨®viles. Grandes carteles de cadenas de alimentaci¨®n y de ropa deportiva dan la bienvenida a los reci¨¦n llegados a Europa. La polic¨ªa nacional supervisa la documentaci¨®n de los peatones y la Guardia Civil vigila el paso de coches. Como muchas otras porteadoras desde que se cerr¨® Tarajal II, Hadija trata de confundirse entre el ir y venir de viajeros para cruzar con alg¨²n paquete entre las manos; deben ser bultos peque?os porque los fardos est¨¢n prohibidos. Con suerte saca 10 euros, pero se arriesga a que la polic¨ªa marroqu¨ª le requise la carga y perderlo todo, algo que ocurre ¨²ltimamente con mucha frecuencia.

¡°?C¨®mo voy a alimentar a los ni?os?¡±, se pregunta Hadija en su residencia de Castillejos. Salvo en el dormitorio, donde se amontonan las mantas junto a la cama revuelta de matrimonio, en la casa, pintada en tonos alegres, impera el orden y la limpieza. Usa un trozo de espejo roto, no m¨¢s grande que una mano, para mirarse la cara si tiene un arrebato de coqueter¨ªa. Hadija habla dariya. Bajita, resuelta y echada para delante, sobrevive estos meses limpiando casas cuando la llaman y col¨¢ndose en Ceuta, pero, si las cosas siguen as¨ª, pronto dejar¨¢ de pagar el alquiler y acabar¨¢n todos en la calle. Los peque?os est¨¢n acostumbrados a resolver solos mientras falta su madre. Deja el desayuno preparado, la puerta bien cerrada y una copia de la llave en manos de su patrona por si hubiera alg¨²n problema grave. Hadija lo cuenta mientras su hija de tres a?os juega con el m¨®vil. Tambi¨¦n es testigo de la conversaci¨®n su hijo de 10 a?os, un canijo de pelo rapado que no quiere ir al colegio. Para ayudar a su madre, planea cruzar a Ceuta en busca de un sustento en Europa. Algunos chicos del barrio ya escaparon ocultos en los bajos de un coche o un cami¨®n. Y su madre pagar¨ªa, si pudiera, los 10.000 d¨ªrhams (938 euros) que le piden las mafias por pasarlo al otro lado. No le importa que en el centro de menores de la ciudad con capacidad para 60 chicos tenga alojados casi 300. Ni que otros tantos vaguen por las calles, esnifando pegamento o viviendo de la caridad a la espera de una ocasi¨®n para saltar el charco y desembarcar en Algeciras.

El cierre del porteo complica cada d¨ªa que pasa un poco m¨¢s la l¨ªnea del Tarajal. Y no hay previsi¨®n de cambio, seg¨²n la Delegaci¨®n de Gobierno. Los agentes se ven desbordados para contener a tanta gente desesperada. La parada de autob¨²s que comunica con el centro de la ciudad se llena a primeras horas de mujeres de aspecto ensimismado. Son ¡°las muchachas¡± (as¨ª las llaman) que trabajan por horas en la ciudad aut¨®noma en domicilios particulares, muchas sin ning¨²n contrato. A su alrededor se ven colas, gente que va de un lado a otro cargada con bolsas y furgonetas descargando bultos, entre papeles y pl¨¢sticos agitados por el viento de levante. Ah¨ª mismo, varias mujeres duermen sobre unos fardos en el suelo a la espera del momento oportuno para cruzar a Marruecos. La noche anterior quedaron atrapadas en territorio espa?ol. Esperan pegadas a la valla que separa la playa, junto al paso fronterizo, para protegerse de las bandas que ¨²ltimamente asaltan y golpean durante la madrugada a los porteadores. Sucede que los agresores suelen ser los mismos que les reclaman d¨ªrhams a cambio de protecci¨®n.

En la frontera las cosas siempre pueden empeorar, pero la picaresca ayuda a suplir carencias legales. El porteo ha mutado. La guerra hoy son las almendras. Cajas de 10 kilos (proceden de Estados Unidos) se descargan de furgonetas a unos metros de la frontera. Sentadas en el suelo, las mujeres vac¨ªan el fruto seco en bolsas. Zahara, ojos maquillados, chilaba blanca, deportivas de Balenciaga y bolso y pa?uelo rojo a juego, hoy se conforma con eso. Como su amiga, ataviada con vaqueros (muy pocas visten al estilo occidental), que discute a gritos con el intermediario. En la frontera nada es gratis y el tipo amenazante que ha bajado la caja pide su comisi¨®n.

Las estad¨ªsticas de la Asociaci¨®n Pro Derechos Humanos de Andaluc¨ªa se?alan a las porteadoras como mujeres de entre 30 y 60 a?os, en su mayor¨ªa viudas, madres solteras o repudiadas, pero esta tarde en el Tarajal todas dicen tener marido. ¡°Un marido que pega si sale en foto¡±, ¡°un marido que no trabaja¡±, ¡°un marido que espera en casa¡±. Fuera del plano donde se descargan las almendras, protegidos por una roca o alg¨²n techado de pl¨¢sticos, rajado por el viento, una mujer, con la chilaba remangada a la altura de la cintura, se calza un pantal¨®n tras otro: abre la bolsa donde se guarda doblada la prenda sin estrenar, la extiende y con agilidad mete un pie y luego el otro. Son negros y el¨¢sticos. Pierdo la cuenta con el s¨¦ptimo. A su lado, un hombre, con el ch¨¢ndal bajado a la altura de los tobillos, ni siquiera desempaca las prendas; las enrolla alrededor de sus muslos y pantorrillas, como una segunda piel. En el vestuario improvisado, hasta donde alcanza la vista, hombres y mujeres (de todas las edades) se enfajan ropa sin estrenar. El chirrido del celo al despegarse del rollo y adherirlo al cuerpo sobresale por encima del tr¨¢fico y las olas. Pl¨¢sticos y papeles quedan abandonados en el suelo, est¨¢ la cosa como para pensar en reciclar. Al joven del ch¨¢ndal no le cabe un paquete m¨¢s en el cuerpo. Camina, como si fuera Robocop, hacia el tubo.

El tubo, como se conoce en argot el paso para peatones del Tarajal, mide poco m¨¢s de un metro de anchura y est¨¢ flanqueado por vallas met¨¢licas y alambradas en algunos tramos. El camino, atestado de gente cargada con bolsas, desemboca en el lado marroqu¨ª, donde espera la polic¨ªa de ese pa¨ªs, que es quien determina el futuro de la carga. Atravesar los m¨¢s de 200 metros lleva tiempo. La Guardia Civil, que supervisa la entrada al tubo, impide el paso de personas cuando ve que la cola no avanza. Se escuchan gritos de ¡°stop¡± y se ven las porras de los agentes levantadas. En el siguiente tramo toma el relevo la polic¨ªa nacional, que escolta el camino justo hasta la zona internacional. El equilibrio es muy fr¨¢gil y las pulsaciones de los agentes se disparan. Los viajeros con maletas que acaban de desembarcar en el ferri y van camino de Marruecos se mezclan con ancianos apoyados en muletas y mujeres que parecen armarios por la carga oculta. Las cintas de celo que aprisionan el cuerpo de una de las porteadoras bajo la chilaba le cortan la respiraci¨®n y tiene que ser evacuada, presa de un ataque de ansiedad. El peligro en el tubo aumenta cuando la marcha se interrumpe. Y ocurre cuando los agentes del pa¨ªs vecino, ubicados en una especie de jaula, retienen la mercanc¨ªa de una porteadora. Sus lamentos desesperados se escuchan en toda la cola. Las almendras alfombran el suelo, alguien ha perdido un zapato y se ven paquetes esparcidos con ropa y red bull alrededor de un peque?o enjambre que discute a gritos. Los polic¨ªas visten de caqui y no se muestran precisamente diplom¨¢ticos. La confusi¨®n es enorme. Entre empujones, otra mujer se encara con un agente y una tercera recula para evitar que le quiten la carga, aplastando a los que esperan como ella para cruzar, en ese espacio m¨ªnimo y abarrotado. En una furgoneta, aparcada al lado, se va guardando lo requisado. El guirigay es monumental. Tarik, el cuestionado jefe de Aduanas, recientemente trasladado por voluntad propia a T¨¢nger Med, vigila el movimiento.

En paralelo se mueven los autom¨®viles por tres calles habilitadas para su paso. Muchos son coches patera, como se conoce a los veh¨ªculos usados tambi¨¦n para el transporte de mercanc¨ªas. Desde el cierre de Tarajal II se mastica la urgencia. ¡°Necesitamos que se ponga en marcha la diplomacia, as¨ª con may¨²sculas, lo que sucede en Ceuta va m¨¢s all¨¢ de un problema de vecindad¡±, se queja un comerciante cuya familia lleva varias generaciones en este negocio. Muchos critican a Salvadora Mateos, la delegada del Gobierno nombrada por Pedro S¨¢nchez, de quedarse con los brazos cruzados mientras Marruecos adopta medidas unilaterales. El PSOE perdi¨® su esca?o en la ciudad en las pasadas elecciones, que ahora detenta Vox, y muchos achacan el cambio a la situaci¨®n de abandono que viven. Ya hay amenaza de despidos, mercanc¨ªas cuya fecha de caducidad se agota y desabastecimiento en algunos comercios del lado marroqu¨ª. Marruecos ha anunciado que har¨¢ una lista con la gente que verdaderamente vive del porteo para tratar de paliar su situaci¨®n, pero algunos porteadores ya han comenzado a regresar a sus pueblos de origen. Entre tanto, la frontera sur de Europa no descansa.?