Balas perdidas de N¨¢poles, los j¨®venes que luchan por el poder mafioso
En las calles del centro de N¨¢poles, donde los turistas buscan la mejor pizzer¨ªa, se libra una guerra cuyos soldados son cada vez m¨¢s j¨®venes. M¨¢rtires, armas, drogas y zapatillas caras. Con los viejos camorristas encarcelados o asesinados, una nueva generaci¨®n de adolescentes sin miedo a la muerte lucha por apoderarse de los negocios criminales. Recorremos los escenarios de esta batalla por el poder mafioso, avivada por la exclusi¨®n y la falta de horizontes.
LA NOCHE QUE mataron a Emanuele Sibillo, los callejones del centro de N¨¢poles ya hab¨ªan comenzado su canonizaci¨®n. La ciudad, acostumbrada a la c¨®lera del Vesubio y al plomo de sus calles, se encomend¨® siempre a un protector. Sibillo, un chico de solo 17 a?os cuando tom¨® el mando de su barrio a hierro y fuego, fue el ¨²ltimo de esa suerte de santos de esquina y callej¨®n. Hijo de una familia de artesanos, sin linaje camorr¨ªstico ni padrinos de sangre, mont¨® un ej¨¦rcito de adolescentes con hambre de gasolina y armas, zapatillas caras y reservados en las discotecas. Los llev¨® a la guerra contra el viejo orden mafioso. Devoraron como pira?as a las familias de toda la vida. Y, como cualquiera har¨ªa a su edad, lo subieron a Instagram. Pero lleg¨® el invierno a su revoluci¨®n. Murieron 60 chavales en dos a?os y otros 40 fueron condenados a 500 a?os de c¨¢rcel en un hist¨®rico proceso conocido como la Paranza dei Bambini. Sucedi¨® mientras los turistas paseaban por el centro de esta ciudad del sur de Italia y la Camorra expand¨ªa en silencio su negocio internacional.
Un peque?o altar con el busto de Sibillo y sus iniciales en los pomos recuerda, en el callej¨®n donde todav¨ªa reside su familia, la vida y muerte de un joven criminal que termin¨® su carrera a los 19 a?os. La capilla la pagaron los comerciantes, a quienes liber¨® durante un tiempo de la extorsi¨®n. ES17, como le celebran todav¨ªa las pintadas en cada esquina de la zona de Tribunales y San Gaetano, resume el cambio que vivi¨® la cr¨®nica negra de la ciudad en la ¨²ltima d¨¦cada. La desaparici¨®n de los grandes capos de la Camorra, los Giuliano, los Cutolo, los Di Lauro, Contini¡, muertos o condenados a r¨¦gimen de aislamiento, cre¨® un vac¨ªo de poder por donde se colaron las bandas juveniles que nacieron siguiendo la estela de Sibillo. Lo quer¨ªan todo: armas, extorsi¨®n, tr¨¢fico de drogas. Pero el fiscal general de N¨¢poles, Giovanni Melillo, un magistrado meticuloso con tent¨¢culos en la calle, cree que siempre lo tendr¨¢n prestado. ¡°Es una cuota de violencia consentida por los grandes carteles mafiosos¡±, se?ala en la planta alta de la Fiscal¨ªa con el Vesubio al fondo. ¡°Algunos fueron reclutados y tienen hoy funciones de mano de obra. Vigilan zonas, protegen a las familias de los capos, desarrollan una funci¨®n de control territorial. Pero ninguno tiene posibilidades de realizar una elecci¨®n criminal aut¨®noma¡±.
El multimillonario negocio de la Camorra, que factura unos 12.000 millones de euros al a?o entre el blanqueo de capitales, la gesti¨®n de los residuos y la distribuci¨®n de coca¨ªna, jam¨¢s cambi¨® de manos. En la ciudad manda la uni¨®n de clanes conocida como Alianza de Secondigliano y los Mazzarella, seg¨²n la Fiscal¨ªa de N¨¢poles. Pero el gobierno de las plazas del coraz¨®n de la ciudad pertenece a chicos de entre 17 y 25 a?os. O¡¯Puorce, cadena de oro con la Virgen de Guadalupe, camiseta Ellesse, anillos y reloj de oro, tiene 23 a?os y naci¨® en una familia criminal de 87 miembros. Su padre robaba bancos. Est¨¢ muerto. Su t¨ªo estuvo ¡°afiliado¡± [eufemismo que se?ala pertenencia a la Camorra] y fue un asesino a sueldo, narra en la trasera de una casa de apuestas del rione Sanit¨¤ convertida en club privado de los chavales que cuentan en el barrio. ¡°Era despiadado. Se carg¨® a 34 personas. Una vez se le encasquill¨® el arma y le revent¨® la cabeza a uno con la culata¡ Cuando era peque?o, ven¨ªan a casa pol¨ªticos y empresarios a presentarle los respetos. Los mismos que luego sal¨ªan por la tele maldiciendo a la Camorra¡±, recuerda O¡¯Puorce. ¡°Hoy ya no hay respeto por nada. Los que mandan no tienen m¨¢s de 25 a?os. Se creen que por ir disparando por ah¨ª y amenazando tienen m¨¢s poder. Pero mi t¨ªo siempre dec¨ªa: ¡®Capo no es quien dispara, sino quien se come 20 a?os de c¨¢rcel callado¡±.
O¡¯Puorce pag¨® una condena de a?o y medio en arresto domiciliario por asalto a mano armada. Sin esa tarjeta de visita, nadie hace carrera en la calle. No lleva pistola, aunque pide a un amigo suyo que muestre una muy rudimentaria hecha con un ca?¨®n y un gatillo. No bebe. No fuma. Ni, por supuesto, se droga. ¡°?Crees que estoy loco? Vendo crack y coca¨ªna. Yo corto la droga y s¨¦ perfectamente lo que lleva. Tendr¨ªa que ser gilipollas para envenenarme con eso¡±. Su t¨ªo le dej¨® en herencia una zona de venta de droga en el barrio con la que saca como m¨ªnimo unos 3.000 euros al mes. ¡°?Pero sabes qu¨¦? Si el Estado me diese un trabajo, dejar¨ªa esto. Ahora con 600 euros cualquiera compra una pistola y monta una banda. No compensa la ansiedad de que me detengan o de que me peguen un tiro¡±.
O¡¯Puorce tiene 23 a?os y naci¨® en una familia criminal de 87 miembros: ¡°Hoy ya no hay respeto por nada. Mi t¨ªo siempre dec¨ªa: ¡®Capo no es quien dispara, sino quien se come 20 a?os de c¨¢rcel callado¡±
Emanuele Sibillo, ep¨ªtome de lo que empez¨® a llamarse en Italia baby boss, sigue siendo el espejo para todos ellos. Decenas de chicos, seg¨²n la polic¨ªa, aspiran todav¨ªa a emularle. ¡°Era listo, ten¨ªa mucha cabeza y grandes planes¡±, cuenta un amigo suyo a dos calles de donde viv¨ªa. Quiso ser periodista en alg¨²n momento, pero acab¨® en el reformatorio y formando luego una banda de tipos con apodos como el Polpetta (alb¨®ndiga) o el Malegno (maligno). Se hizo con un arsenal y se ali¨® con los sobrinos de los Giuliano, uno de los viejos clanes humillados, para montar una armada de desheredados. La noche que fue tiroteado por la espalda en un esc¨²ter, recuerda uno de los inspectores de la Brigada M¨®vil que le conoc¨ªa bien, se encontraba en busca y captura. Llevaba 21 d¨ªas oculto en un b¨²nker de un barrio perif¨¦rico, protegido por otra familia. Pero el poder es territorio y decidi¨® volver para tirotear la puerta de casa de los Buonerba, que amenazaban su reinado. ¡°Le dijimos que se pusiera el chaleco antibalas, pero no hizo caso¡±, recuerda un buen amigo suyo a pocos metros de la Via Oronzio Costa, ¡°el callej¨®n de la muerte¡± seg¨²n las escuchas policiales, donde la noche del 5 de julio de 2015 comenz¨® la retransmisi¨®n del martirio.
El v¨ªdeo en blanco y negro de las c¨¢maras del hospital muestra una moto que irrumpe en la sala de espera. Un grupo de adolescentes coge en volandas a Sibillo inconsciente y lo deja en las urgencias antes de esfumarse. Un dram¨¢tico spot con miles de visitas en YouTube en torno al que creci¨® una generaci¨®n de delincuentes que cambiaron los c¨¢nones y los c¨®digos impuestos durante a?os por la Camorra en los barrios. Barba larga, ropa oscura, tatuajes con n¨²meros como los de las maras salvadore?as, gafas de pasta negras, gatillo f¨¢cil. Las redes sociales sepultaron el tradicional silencio, son¨® la m¨²sica trap y la canci¨®n neomel¨®dica de fondo en cada celebraci¨®n. El fiscal Melillo los describe as¨ª: ¡°Algunos maestros de calle [una figura creada a ra¨ªz de estos problemas para tutelar a los chicos] me dicen que asisten a transformaciones antropol¨®gicas incre¨ªbles. Muchos est¨¢n m¨¢s cercanos a los personajes del bar intergal¨¢ctico de Star Wars que a modelos antropol¨®gicos que conozcamos¡±.
El coraz¨®n de N¨¢poles, al sur de Italia, fue durante a?os la zona noble de la Camorra. Forcella, el barrio donde inici¨® el cambio de guardia, a pocas calles de la estaci¨®n de tren y lejos de suburbios como Scampia, fue el feudo de los Giuliano, una de las grandes familias en los ochenta. Contrabandistas de tabaco convertidos en monarcas del tr¨¢fico de coca¨ªna, compa?eros de farras de Diego Armando Maradona ¡ªotro de esos milagros napolitanos¡ª gobernaron durante tres d¨¦cadas en los callejones que van de la plaza de San Gaetano al mercado de la Maddalena y la plaza de Garibaldi. Un enorme mural obra del artista Jorit con la imagen de san Genaro, patr¨®n de la ciudad a la que libr¨® del fuego del Vesubio en 1631, preside el cruce que durante a?os tuvieron prohibido atravesar los clanes de un lado y otro de la Via Duomo. As¨ª de peque?o es a veces el mundo. El rostro del santo, cuentan todos en el barrio, es en realidad el de uno de esos napolitanos: Luigi Giuliano, Lovigino, su capo m¨¢s carism¨¢tico. Tanto que hasta le perdonaron que acabase como colaborador de la justicia. Uno de sus sobrinos, que trabaja hoy en una charcuter¨ªa y no ha querido seguir sus pasos, sonr¨ªe asintiendo cuando oye la historia del santo.
Los callejones estrechos de Forcella forman un laberinto que huele algunas ma?anas a provola y ropa mojada. En un bajo a pie de calle, detr¨¢s de una puerta cubierta por un esc¨²ter desvencijado y un viejo tendedero, sobreviven Ciro, de 48 a?os, y Grazia, de 46, con su hijo peque?o. Son los restos de una familia triturada por la violencia callejera y la sangr¨ªa de visitar a dos hijos encarcelados lejos de N¨¢poles. Salvatore, el mayor, cumple cadena perpetua en Tur¨ªn por asociaci¨®n mafiosa y homicidio. El mediano, Michele, un mito de las bandas juveniles, fue condenado a 16 a?os por tirotear a dos polic¨ªas y fue trasladado hace poco a Spoleto (Umbr¨ªa). La puerta de la casa sigue agujereada por los proyectiles de una r¨¢faga de ametralladora disparada cuando la familia estaba dentro durmiendo. Fue un aviso del clan Sibillo tras el rechazo de Michele a formar parte de su banda. ¡°Ten¨ªa sus propios planes y muchas agallas; no se dej¨® intimidar¡±, recuerda la madre en el peque?o sal¨®n de la vivienda, sin poder disimular cierto orgullo.
Una fotograf¨ªa de Michele, con el pelo hacia atr¨¢s y empu?ando un fusil de asalto, preside la cocina. Ciro, desempleado, viste una camiseta negra donde se lee ¡°I¡¯m the boss¡± (Soy el jefe). ?l mismo estuvo entrando y saliendo de la c¨¢rcel durante 15 a?os. ¡°Armas, droga, extorsi¨®n¡¡±, murmura Ciro con pocas ganas y en napolitano cerrado. Era otra ¨¦poca. Pero hoy los chicos quieren dinero, zapatillas, ropa de marca. ¡°Es culpa m¨ªa que ellos creciesen as¨ª. Les falt¨® un padre¡±. La madre, aparcacoches callejera y empleada del hogar ocasional, no tiene claro qu¨¦ pasar¨¢ con Michele cuando salga. ¡°Es joven¡, a esa edad tienen la cabeza enferma todav¨ªa¡±, la interrumpe el padre con todo el escepticismo del mundo. Su hijo lo dej¨® claro en una carta desde la prisi¨®n que desvel¨® Robin¨², el fabuloso documental sobre los baby boss puesto en pie por la periodista Maddalena Oliva para Rai2. Dec¨ªa as¨ª: ¡°S¨¦ hacer da?o a la gente que quiero. Voy a hacerme mi propia paranza [banda], no voy a estar bajo nadie [en referencia a la Camorra]. Porque nadie es superior a m¨ª¡±. En menos de un a?o estar¨¢ fuera.
El clan Mazzarella ¡ª¡°los de siempre¡±, susurra el padre ajustando la puerta de la calle¡ª vuelve a mandar en el barrio. Los comerciantes pagan religiosamente el ?pizzo [impuesto de la Camorra], la droga est¨¢ en manos de una sola familia y ya no se oyen disparos de noche. El monopolio impone la calma. Siempre fue as¨ª. Pero la edad a la que reclutan a los chicos suele ser proporcional a la humanidad que se respira en sus calles. ¡°Antes, cuando aqu¨ª mandaba la Camorra, los capos no daban trabajo a menores. Les dejaban crecer y luego la elecci¨®n era suya. Ahora les hacen empezar muy j¨®venes, les da igual todo¡±.
El abandono escolar, la cultura de la violencia y unos barrios convertidos en favelas europeas crearon una bomba que nadie ha conseguido desactivar pese a los esfuerzos de organizaciones como los Maestros de Calle o pol¨ªticos comprometidos como Alessandra Clemente, cuya madre fue asesinada por la Camorra y que hoy ocupa la concejal¨ªa de Trabajo P¨²blico y Juventud. ¡°Seguimos de modo particular a los menores de estas familias. Tenemos planes en los barrios, donde se potencia la oferta educativa con escuelas abiertas por la tarde, tambi¨¦n para practicar deporte. Cursos de mec¨¢nica, cocina¡ Sobre todo para adolescentes menores que vienen con modelos de referencia adultos equivocados¡±.
Ciro, desempleado en la actualidad, estuvo entrando y saliendo de la c¨¢rcel durante 15 a?os: ¡°Armas, drogas, extorsi¨®n. Es culpa m¨ªa que mis hijos creciesen as¨ª. Les falt¨® un padre¡±
En las zonas degradadas del centro de la ciudad (que no llega al mill¨®n de habitantes en su conjunto) hay un nivel de abandono escolar de hasta el 40% (solo superado en enclaves rurales de Cerde?a). En la regi¨®n, el 22% vive en condiciones de pobreza relativa y 7 chicos de cada 10 no han ido nunca al teatro o han visitado una exposici¨®n. La universidad es una quimera y el 31% ni estudia ni trabaja. Los n¨²meros cobran vida dando una vuelta por un barrio como Sanit¨¤ (50.000 habitantes), a pocos centenares de metros de Forcella. Solo algunos, como la estrella del trap emergente Niko Depp, rostro tatuado y un largo historial en la calle, disfrutan del salvoconducto social para cruzar una violenta frontera invisible. ¡°No quiero que los chicos piensen que al ser de Sanit¨¤ no pueden pisar Forcella¡±, resume mientras exhala el humo de un porrazo de hierba con las azoteas del barrio de fondo. ¡°Es como una pel¨ªcula, se lo cuentas a Tarantino y te la hace. ?Lo entiendes? Estos chicos sue?an poco y viven demasiado la calle¡±.
La plaza de la iglesia de San Vincenzo, a pocos pasos de donde naci¨® y muri¨® el c¨®mico Tot¨®, est¨¢ acorazada a las once de la noche de un viernes por tres todoterrenos de la polic¨ªa y dos motos con agentes armados con fusiles. Aqu¨ª asesinaron a Genny Cesarano cuando ten¨ªa 17 a?os, recuerda su amigo Salvatore Barbato. La noche del 5 de septiembre de 2015, una banda de j¨®venes del clan Lo Russo irrumpi¨® a bordo de varias motos y dispar¨® al azar para marcar el territorio. Buscaban a una banda rival. ¡°Pero le mataron a ¨¦l¡±, recuerda su amigo. ¡°Ese a?o perdimos la esperanza. Mucha gente se march¨® del barrio¡±.
Las cosas mejoraron. Pero hace algunas semanas volvieron las balas y los apu?alamientos. A esta hora solo hay chicos jugando. Un grupo lleva 10 minutos intentando rescatar un bal¨®n atrapado en la entrada de la iglesia. Tienen de 12 a 16 a?os. Otros queman gasolina a golpe de aceler¨®n sin rumbo ni casco. Son chavales. Muchos, como Patrick, que actu¨® en la pel¨ªcula que Roberto Saviano escribi¨® sobre el proceso de la Paranza dei Bambini, ni se acuerdan cu¨¢ndo dejaron de ir al colegio. Llevan buenos tel¨¦fonos m¨®viles y zapatillas caras. Aunque sea para colgarlas en Instagram. ?l quiere ser pizzaiolo, dice, mientras Giovanna y Davide, dos de los tutores de calle de la Fundaci¨®n San Gennaro, bromean con ellos. Son sus ¨¢ngeles de la guarda. ¡°Hablamos su lenguaje. He estado en su sitio y me respetan. Es la ¨²nica manera que tenemos de buscarles otra salida¡±. La polic¨ªa aqu¨ª siempre ser¨¢ el enemigo.
¡°Antes, cuando aqu¨ª mandaba la Camorra, los capos no daban trabajo a menores. Les dejaban crecer y luego la elecci¨®n era suya. Ahora les hacen empezar muy j¨®venes, les da todo igual¡±
En el cuarto piso de la jefatura de N¨¢poles, a las nueve de la noche, 13 tipos que parecen sacados de una pel¨ªcula de Marvel esperan ¨®rdenes en un angosto despacho. Son Los Halcones, la brigada motorizada que patrulla los callejones del centro. Cicatrices, placas de hierro en los huesos, v¨ªdeos de motos y combates de MMA (artes marciales mixtas) en el m¨®vil, tatuajes en el brazo. ¡°Esto me lo hizo un camello con la culata de una pistola¡±, explica uno de ellos mientras se coloca el arma autom¨¢tica detr¨¢s del pantal¨®n. Es dif¨ªcil no perder el rastro de sus BMW GS 750 a trav¨¦s de los estrechos callejones del Quartieri Spagnoli sorteando tendederos, bolardos y escaleras. A cada rugido del motor, la gente se avisa y corre dentro de casa. En cinco minutos no queda nadie. Ellos frenan de golpe. Un camello dobla la esquina y acelera el paso. Le rodean con las motos. Lleva un tel¨¦fono irrastreable y billetes de 20 euros. Ha tirado todo antes de que lo registren. Le miran hasta las costuras del calzoncillo. ¡°?Ves a esos de ah¨ª?¡±, explica el agente Boccadifuocco mientras baja de la moto. ¡°Son una banda de atracadores de siempre. Entran y salen de la c¨¢rcel. ?Qu¨¦ podemos hacer nosotros?¡±.
N¨¢poles podr¨ªa ser una de las ¨²ltimas ciudades del siglo XIX en Europa. Impermeable a procesos de globalizaci¨®n, sigue rituales propios tambi¨¦n en lo urban¨ªstico. El centro sigue siendo una periferia urbana y social. Sus viejos habitantes, clases desfavorecidas, no han sido sustituidos por los procesos de gentrificaci¨®n habituales y una severa exclusi¨®n social convive con las hordas de turistas en busca de la trattoria con la mejor pasta con patata y provola. No sucede en ning¨²n lugar del mundo, como recuerda el magistrado Nicola Quatrano en su oficina. Leyenda de los tribunales, pilot¨® la instrucci¨®n del proceso de la Paranza dei Bambini. Colg¨® la toga harto de la indefensi¨®n de los acusados y hoy es abogado. Tambi¨¦n de camorristas. ¡°Aqu¨ª tenemos periferias en pleno centro como Sanit¨¤, Forcella, Quartieri Spagnoli. Lo que sucede en Par¨ªs en la banlieue, todo aquello que la gente de bien no ve y que permite que puedan seguir mat¨¢ndose o delinquiendo sin problema, aqu¨ª sucede en el coraz¨®n de la ciudad. Es la principal diferencia. No crea que el resto es tan distinto¡±, dice Quatrano mientras desatasca su cigarrillo electr¨®nico.
Este intelectual jur¨ªdico fue el primero en descifrar los c¨®digos de las nuevas bandas que desataron el caos en la ciudad. Quatrano observ¨® el mundo y dio con una clave inesperada. Barba larga, la seducci¨®n del martirio, madres y esposas entregadas a un destino de sufrimiento o viudedad. ¡°No hay tanta diferencia entre este fen¨®meno occidental de violencia y los yihadistas europeos que se marchan a Siria. La base social es la misma: j¨®venes desesperados de las periferias que intentan destacar, ser alguien. Hay diferencias religiosas, pero los s¨ªmbolos son muy parecidos. Lo que une a los chicos de la Paranza dei Bambini, las bandas sudamericanas y los foreign fighters es la aspiraci¨®n al martirio. Una muerte cercana que te rescata del anonimato y la miseria imprimiendo tu nombre en una historia de grandeza. Piense en Sibillo, huy¨® de esa oscuridad y hoy es como san Genaro en los callejones de N¨¢poles. Tuvo que morir joven, era el ¨²nico camino. Esa es una caracter¨ªstica que se repite en todas las periferias de un mundo que ya no sabe qu¨¦ hacer con los j¨®venes, que los excluye y que preferir¨ªa encerrarlos a todos y no volverlos a ver¡±.
El juicio a la Paranza dei Bambini se sald¨® con 55 condenas en primera instancia y m¨¢s de 40 definitivas con un elevado n¨²mero de delitos por asociaci¨®n mafiosa, conocido penalmente como 416 BIS. Algunos fueron a la c¨¢rcel de menores. La mayor¨ªa pas¨® al presidio de Poggioreale, un viejo complejo construido en 1914 en el centro de la ciudad con un claro problema de superpoblaci¨®n (alrededor del 40% de los 2.300 presos no deber¨ªa estar ah¨ª), que acoge en los ¨²ltimos tiempos a reclusos cada vez m¨¢s j¨®venes. Don Franco, un cura algo chaparro, pelo largo, cigarro toscano medio apagado siempre en la boca y las manos en los bolsillos, es la l¨ªnea m¨¢s recta entre la calle y la c¨¢rcel. A veces, tambi¨¦n su ¨²nica salida. ¡°Han crecido en realidades dif¨ªciles y han visto como modelo de ¨¦xito al boss del barrio, al pariente que cuando llegaba a casa tra¨ªa regalos. El ni?o crece respirando un modelo de vida determinado. Muchos toman coca, beben; no est¨¢n l¨²cidos para entender las cosas. De un ¨¢rbol podrido no nacer¨¢n frutos sanos. Si la sociedad no propone otra cosa, ellos querr¨¢n obtener a trav¨¦s de cualquier medio lo que les viene negado¡±. As¨ª se llenan las c¨¢rceles.
En la puerta de Poggioreale, decenas de madres cargan con bolsas de ropa y objetos mientras esperan la visita con sus hijos. Algunas lloran. Otras escuchan m¨²sica en el m¨®vil. Es el ritual diurno. De noche, algunas se comunican desde fuera con m¨²sica o incluso con fuegos artificiales que iluminan las viejas galer¨ªas de la c¨¢rcel, dividida en una veintena de pabellones estancos y ordenados alfab¨¦ticamente con nombres de ciudades italianas. El llamado Avellino acoge a todos los afiliados a la Camorra. Aqu¨ª los dejan juntos para que no contaminen al resto, explica un funcionario fornido vestido con un mono azul que va abriendo las puertas acorazadas que separan un largo pasillo blanco. En el Florencia est¨¢n los reci¨¦n llegados, y el Livorno, donde termina el paseo, encierra a los que ya han cumplido una larga condena. Por aqu¨ª pasa la mayor¨ªa de miembros de las nuevas bandas. Es la hora de comer y huele a sudor, a sopa aguada y a lej¨ªa h¨²meda.
La c¨¢rcel democratiza todo. Pero el ¨¦xito tambi¨¦n va por barrios en el crimen. Emanuele Arildo, de 31 a?os, delgado y con un tatuaje del Inter en el brazo, cumple condena por asaltar a unas prostitutas. Rob¨®, vendi¨® droga y trat¨® de sacar adelante a sus cuatro hijos formando parte de una banda, cuenta en una salita con barrotes de su galer¨ªa. Salvatore Bonifacio, en cambio, perteneci¨® a otra estirpe. Atl¨¦tico, de 28 a?os, media melena recogida en una cola, lleva siete a?os preso, pero recuerda bien del ¨²ltimo d¨ªa que pis¨® Traiano, su barrio napolitano. Eran las 4.30, acababa de llegar de fiesta y se hab¨ªa dado una ducha. Se tumb¨® en la cama boca arriba y empez¨® a o¨ªr el zumbido de los helic¨®pteros en el cielo del barrio. De repente, 200 carabinieri tiraron la puerta al suelo. Le cazaron con 25 kilos de coca¨ªna, pero la operaci¨®n, en la que cayeron 24 personas ¡ªla mayor¨ªa de ellos, familiares¡ª, termin¨® incaut¨¢ndose de varios centenares. Hace siete a?os que no ve a su padre, los jueces consideran que podr¨ªan intentar reorganizarse.
La familia escribe a fuego en esta parte de N¨¢poles el futuro de cada hijo. Y Salvatore creci¨® en un entorno criminal dedicado a la importaci¨®n de coca¨ªna a gran escala. Inteligente y muy educado, tantos a?os preso le han ayudado a estructurar un discurso cre¨ªble sobre la reinserci¨®n. Se sabr¨¢ el d¨ªa que salga, cuentan los educadores, y vuelva a pisar las calles de su barrio (el 68% de los presos en Italia vuelve a delinquir cuando sale en libertad). ¡°Empec¨¦ a ver cosas desde peque?o, me encontr¨¦ metido de repente en algo mucho m¨¢s grande que yo. Pero me gustaba, se ganaba mucho dinero. Me parec¨ªa justo, viv¨ªa en la ilusi¨®n de que lo merec¨ªa¡±, recuerda en una sala anexa a su celda. ¡°Al principio empiezas atendiendo las llamadas; luego gestionas env¨ªos, transportas¡ Poco a poco, vas teniendo una posici¨®n y se lo encargas a otros. Cuando crec¨ª empec¨¦ a ser yo el que daba las ¨®rdenes¡±.
Al principio hab¨ªa que viajar a Espa?a a tramitar los pedidos de coca, como la mayor¨ªa de traficantes italianos, recuerda Salvatore. Luego ya no hizo falta, el negocio volaba. ¡°Cambiaba cada mes de coche, me gastaba hasta 100.000 euros en uno. No era un problema. No le daba valor a nada. Lo vend¨ªa, me compraba luego una moto¡ Las cosas dejan de tener valor. Yo no hice todo esto porque tuviese hambre. ?Trabajar cuando salga? Ser¨¢ dif¨ªcil, pero estoy dispuesto a hacer sacrificios. Tienen que ayudar a esos chicos porque no se dan cuenta de nada. Cuando naces en un contexto de este tipo y eres joven es muy complicado abandonarlo¡±. M¨¢s todav¨ªa tras una larga pena.
La c¨¢rcel es solo una parada m¨¢s de la condena social. En la calle, la realidad, los datos de abandono escolar y de pobreza siguen siendo exactamente los mismos que cuando comenz¨® todo. El juez Quatrano se muestra pesimista. ¡°Es una emergencia enorme y completamente infravalorada. Si ponemos el acento en el tema de la seguridad ciudadana, se olvida que no estamos educando a una juventud de la periferia que est¨¢ convirti¨¦ndose en algo ingobernable, indigerible. Y son muchos. Podemos mirar hacia otro lado, pero antes o despu¨¦s ser¨¢ un problema para todos¡±. La c¨¢rcel sepultar¨¢ para muchos cualquier anhelo anterior a las armas. Puede que as¨ª olvidase Emanuele Sibillo el d¨ªa que quiso ser periodista. Hace unas semanas detuvieron a 22 miembros de su viejo clan. Pasquale, su hermano, segu¨ªa gobernando desde la c¨¢rcel. ¡°Si vienes ahora por el barrio, no encontrar¨¢s a nadie. Est¨¢n todos en la jaula¡±, cuenta uno de sus viejos amigos al tel¨¦fono. Hab¨ªan vuelto a extorsionar a los comerciantes. De la ¨¦poca de Emanuele solo queda el busto de yeso y su capilla en el edificio de la familia. Quiz¨¢ fueran ya demasiado mayores para las calles del centro de N¨¢poles.?
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