Activista antes que pensador
Bertrand Russell fue punta de lanza de avances que ahora son irrenunciables
Bertrand Russell, fil¨®sofo y activista por la paz, vivi¨® aqu¨ª, en el apartamento n¨²mero 34, desde 1911 a 1916¡±. Una de esas placas azules que atraen constantemente la mirada del peat¨®n en las calles de Londres recuerda que el intelectual agitador de los trajes de corte impecable, eterna pipa e indomable cabellera blanca pas¨® unos a?os en el barrio de Bloomsbury (el hervidero intelectual de la ¨¦poca) antes de mudarse a la prisi¨®n de Brixton, donde residi¨® seis meses por sus maniobras contrarias a la I Guerra Mundial. English Heritage, la instituci¨®n p¨²blica que vela por el patrimonio hist¨®rico del Reino Unido, consider¨® tan relevante destacar su pacifismo como su labor filos¨®fica.
Russell es el s¨ªmbolo de ese puente generacional que siempre surge en los momentos de ardor revolucionario. Se comprob¨® con las veneradas figuras del franc¨¦s St¨¦phane Hessel o del espa?ol Jos¨¦ Luis Sampedro entre los j¨®venes del 15-M. Produjeron en ellos el mismo efecto reconfortante y la misma ilusi¨®n de estar en el lado correcto de la historia que provoc¨® en su d¨ªa el fil¨®sofo ingl¨¦s en Paul McCartney, de The Beatles. ¡°Me impresionaba su dignidad y la claridad de su pensamiento¡±, cont¨® el m¨²sico sobre la visita que hizo al sabio, a principios de los sesenta, para aclarar sus propias ideas sobre la Guerra de Vietnam. ¡°Era una guerra mala, y ten¨ªamos que estar en contra. Eso fue todo. Fue fant¨¢stico poder o¨ªrlo de la boca de este gran fil¨®sofo¡±.
Las diferencias pol¨ªticas entre naciones, vino a decirle su pupilo m¨¢s c¨¦lebre, no se resuelven afirmando obviedades
Su Principia Mathematica, tan monumental como ingenua en su empe?o, fue pronto refutada en su integridad y gran parte de la responsabilidad la tiene su protegido en la Universidad de Cambridge, Ludwig Wittgenstein, quien pronto detect¨® y se?al¨® con crueldad sus fallos y lagunas. Hasta en su fervor patri¨®tico, al alistarse voluntariamente en el ej¨¦rcito austro-h¨²ngaro al estallar la Gran Guerra, contravino al maestro. Toda una met¨¢fora de c¨®mo los matices debilitaron la obra de Russell. Las diferencias pol¨ªticas entre naciones, vino a reprocharle Wittgenstein, no se resuelven con la afirmaci¨®n de obviedades. Todo el mundo prefiere la paz a la guerra, vino a decirle. Russell, sin embargo, fue punta de lanza de avances que ahora resultan obviedades, como el sufragio femenino, los matrimonios interraciales, la necesidad de una educaci¨®n apropiada para alcanzar la libertad sexual, las cr¨ªticas a una religi¨®n moralmente opresora o la abominable amenaza para la humanidad que supone el armamento nuclear. O el indiscutible derecho de cada uno al optimismo y a intentar conquistar la felicidad. As¨ª titul¨® una de sus obras m¨¢s sencillas y a la vez m¨¢s perenne, La conquista de la felicidad. Sus argumentos en defensa de la igualdad entre hombres y mujeres est¨¢n trufados de comentarios que hoy sonar¨ªan claramente machistas (Russell cre¨ªa que la envidia es m¨¢s propia entre mujeres que entre hombres). Su ate¨ªsmo ¡ªque en realidad era agnosticismo¡ª era demasiado fr¨ªo y l¨®gico, ignorante de cualquier necesidad espiritual. Pero su mensaje ¨²ltimo, el que ha perdurado, es universal. Casi cristiano. ¡°El amor es sabio. El odio es absurdo. En un mundo cada vez m¨¢s interconectado, debemos aprender a tolerarnos los unos a los otros¡±.
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