Instrucci¨®n 19
Preg¨²ntele: ¡°?Qu¨¦ pens¨¢s?¡±. M¨ªrelo. Vea que en sus ojos no hay comprensi¨®n sino un pantano seco donde late el rencor
El final ser¨¢ pavoroso. Pero ahora prepare todo con la ilusi¨®n que surge de la ignorancia. Conv¨¦nzase de que lo hace por amor. D¨ªgase que es una manera ¡ªadulta, racional¡ª de que las cosas vuelvan a su cauce, de que escucharlo regresar a casa ¡ªel ruido conmovedor de la llave en la puerta, la forma en que ¨¦l la abre como si temiera atropellar a alguien al otro lado¡ª sea, como sol¨ªa ser, la mejor parte del d¨ªa.
Intente recordar cu¨¢ndo comenz¨®. Ese mutismo hosco que ¨¦l engendra desde las primeras horas de la ma?ana y que se dirige hacia usted como un misil sin disimulo; esa hostilidad que lo recubre como una niebla floja y que parece un mensaje que la tiene como destinataria: como si usted hubiera hecho algo repugnante, imperdonable: como si usted fuera repugnante, imperdonable. D¨ªgase, como se dice desde hace rato, que el asunto debe llevar unos meses (preg¨²ntese si no llevar¨¢ a?os y deseche de inmediato el pensamiento con un respingo de dolor supersticioso). Ahora, al llegar a casa, en vez de saludarla ¡ª¡°?hola, amor!¡±¡ª ¨¦l dice cosas como ¡°me olvid¨¦ el maldito repuesto en la ferreter¨ªa¡±; y cuando usted le pregunta si le fue bien en el trabajo responde cosas como: ¡°S¨ª. Pero discut¨ª con el imb¨¦cil de mi hermano¡±. Usted siente que esas palabras ¡ªmaldito, imb¨¦cil¡ª la tienen como destinataria, como si fuera el centro en ebullici¨®n de una culpa inexplicable, de una amargura que se derrama hacia la vida de ¨¦l y la transforma en una vida m¨ªsera.
Piense ¡ªmientras repasa lo que va a decir: las primeras palabras de una conversaci¨®n tranquila¡ª que ¨¦l lleva mucho tiempo viviendo en un tono bajo, apagado, sumido en algo que podr¨ªa ser melancol¨ªa ¡ªpor un motivo que usted desconoce¡ª o repulsi¨®n (por algo en lo que no quiere pensar: ?por la forma en que usted ya no es la chica despreocupada que ¨¦l conoci¨® sino esta mujer hiperactiva que siempre parece saber qu¨¦ hacer y c¨®mo, y juzga lo que ¨¦l hace como si fuera due?a de un conocimiento superior?). Cada ma?ana, cuando usted se va al trabajo ¡ªun trabajo que le gusta pero que a veces hace que se pregunte si no ser¨¢ esa la fuente del problema: su vida de hembra genial junto a un hombre que tiene un empleo anodino, megatones de frustraci¨®n agazapados¡ª, ¨¦l la despide con una alegr¨ªa que se parece al alivio (?alivio de no verla por un rato?), y usted desaparece en el ascensor con un gesto de sumisi¨®n y s¨²plica (sin saber a qui¨¦n se somete o suplica qu¨¦). A veces, a lo largo del d¨ªa, intercambian mensajes y flota entre ustedes un cari?o que parece sincero pero que, cuando vuelven a verse, se lic¨²a como el cuerpo de un p¨¢jaro esclavizado bajo un chorro de ¨¢cido.
Termine de preparar una cena sencilla. Rec¨ªbalo sin dar se?ales de nada. Escuche, en su saludo, esa queja hija de la irritaci¨®n con la que esta vez ¨¦l dice: ¡°A mi viejo se le cay¨® el celular y se le rompi¨® la pantalla¡±. D¨ªgale, quit¨¢ndole importancia: ¡°Bueno, siempre lo arregla¡±. Cuando ¨¦l responda ¡°me tiene harto¡±, escuche: ¡°Me ten¨¦s harto¡±. Sirva la cena, comente cosas sin importancia. Busque, dentro de s¨ª, las primeras palabras sensatas que ha preparado durante d¨ªas. D¨ªgalas en un tono que le parece amable y c¨¢lido. Vea c¨®mo ¨¦l le presta s¨²bitamente atenci¨®n. Sienta crecer dentro de s¨ª el optimismo necesario para seguir adelante. Esc¨²chese decir frases prolijas (detecte en ellas palabras como ¡°antes¡±, ¡°no entiendo¡±, ¡°necesito¡±; d¨ªgase que debe evitarlas; no lo haga). Vea c¨®mo ¨¦l cruza los cubiertos en el plato (escuche una voz que le dice: ¡°Basta, no digas nada m¨¢s¡±, pero no se detenga). Despliegue las velas. Conv¨¦nzase de que este es el momento de dejarlo todo, de abrir las bodegas. D¨ªgale que su actitud la lastima (piense: ¡°?No! ?l no es tu c¨®mplice, no va a cuidarte¡±). Vea c¨®mo ¨¦l mira el plato con una desafecci¨®n animal. Sienta, de pronto, que todo lo que usted dice exuda una superioridad en la que no se reconoce. Piense: ¡°Esta no soy yo. Yo no hago estas cosas¡±. Pero no le haga caso a la intuici¨®n quejumbrosa que le susurra que est¨¢ siendo pat¨¦tica. Contin¨²e. Al terminar, preg¨²ntele: ¡°?Qu¨¦ pens¨¢s?¡±. M¨ªrelo. Vea que en sus ojos no hay comprensi¨®n sino un pantano seco donde late el rencor. Escuche como ¨¦l dice: ¡°?Sinceramente? Te tengo miedo¡±. Entienda que ¨¦l siente ¡ªsabe¡ª que usted le ha arruinado la vida. Que usted es el enemigo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.