Los Verdes alemanes: de la barba y las deportivas a la corbata y el poder
La historia de Die Gr¨¹nen y de Joschka Fischer simboliza el devenir de algunas formaciones antisistema en partidos que juegan el juego institucional
Tambi¨¦n ellos quer¨ªan tomar el cielo por asalto. Cuando hace 40 a?os crearon el partido Die Gr¨¹nen (Los Verdes), casi nadie los tomaba en serio. Ven¨ªan de la oposici¨®n extraparlamentaria, curtida en el activismo y las protestas, un conglomerado sobre todo de estudiantes y profesores pacifistas, ecologistas, feministas que se defin¨ªan ya como antisistema, la mayor¨ªa cercana al comunismo. Pretend¨ªan entrar en el Bundestag y subvertir la pol¨ªtica desde dentro tal como hab¨ªa pedido el l¨ªder estudiantil Rudi ?Dutschke, que ser¨ªa abatido a balazos por un extremista de derechas.
No los tomaban en serio, pero iban en serio; s¨®lo tres a?os despu¨¦s consiguieron 28 diputados. Los comentarios entonces no fueron muy distintos de los que hemos o¨ªdo con la llegada de Podemos al Congreso: o bien se re¨ªan de su inexperiencia pol¨ªtica, o bien de su aspecto (barbas, melenas, zapatillas ra¨ªdas). No parec¨ªa importarles. En 1984 dejaron muy claro que sus modos de hacer pol¨ªtica eran nuevos, al asignar la direcci¨®n de su grupo parlamentario a seis mujeres en un momento en el que m¨¢s del 90% de los parlamentarios alemanes eran hombres.
Pero si el ¨¦xito de Die Gr¨¹nen empez¨® a peligrar pronto no fue s¨®lo por los ataques feroces de la prensa, los empresarios y los partidos del establishment: la participaci¨®n en la pol¨ªtica institucional gener¨® divisiones internas entre quienes ve¨ªan traicionados los principios del movimiento (los fundis) y quienes consideraban que para cambiar las cosas hab¨ªa que ensuciarse las manos en el juego del poder (los realos).
La transici¨®n del desprecio hacia las convenciones a la integraci¨®n en la pol¨ªtica parlamentaria se ilustra con dos fotograf¨ªas: en 1985, ?Joschka Fischer jura en zapatillas de tenis su cargo de ministro del Estado federado de Hesse; en 1997, con traje a medida y corbata, celebra con champ¨¢n la coalici¨®n con el SPD, en la que ser¨¢ ministro de Exteriores. No mucho despu¨¦s llegar¨ªa una ruptura con los principios del partido y con buena parte de su electorado: Fischer apoy¨® desde su cargo en la Canciller¨ªa la intervenci¨®n del Ej¨¦rcito alem¨¢n en Kosovo, justific¨¢ndola con los derechos humanos y la necesidad de evitar un genocidio. No s¨®lo era un esc¨¢ndalo que aprobase la guerra un ministro de un partido pacifista. Tambi¨¦n romp¨ªa un tab¨² respetado desde el final de la Segunda Guerra Mundial: hasta entonces, el Ej¨¦rcito alem¨¢n no pod¨ªa entrar en combate fuera del pa¨ªs.
Desde aquellos tiempos el partido ha sufrido altibajos sin dejar de ser un actor fundamental de la pol¨ªtica alemana, capaz de adelantar a los socialdem¨®cratas en las ¨²ltimas elecciones europeas y de aliarse con los conservadores de la CDU en parlamentos regionales. Muchos los tachan de traidores por su complicidad en pol¨ªticas sociales muy duras con los trabajadores y por convertirse justo en aquello que criticaban desde las calles: un partido del sistema, servidores del capital. Otros esgrimen que gracias a Die Gr¨¹nen, temas como el feminismo y la defensa del medio ambiente han transformado y permeado toda la sociedad alemana; su principal m¨¦rito ser¨ªa entonces haber obligado a los dem¨¢s partidos a abanderar causas que inicialmente condenaban como extremistas e irrealizables.
Die Gr¨¹nen han sido un ejemplo vivo durante estos 40 a?os de las ventajas y los riesgos de pasar de la lucha en las calles a pisar la moqueta parlamentaria y de la teor¨ªa en la universidad a la pr¨¢ctica en el esca?o. Que cada uno decida si los felicita o los condena por ello.
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