El realismo y lo otro
En el gran experimento idealista del mundo contempor¨¢neo, la Uni¨®n Europea, no existen l¨ªderes solventes
La gente avezada en asuntos librescos habr¨¢ o¨ªdo hablar de la vieja bronca entre Arnold Bennett y Virginia Woolf. De un lado, el hijo de un abogado pobret¨®n y provinciano. Del otro, la hija del ilustre sir Leslie Stephen. De un lado, un escritor prol¨ªfico y, en su tiempo, de inmenso ¨¦xito comercial. Del otro, una escritora exquisita y, en su tiempo, con muy pocos lectores. De un lado, el realismo. Del otro, el modernismo. Bennett y Woolf nunca dejaron de apreciarse y de criticarse. Ambos siguen encarnando las dos opciones fundamentales de quien se enfrenta a la creaci¨®n literaria: o asomarse al mundo, o asomarse a uno mismo.
La dial¨¦ctica entre el realismo y lo que no es rea?lista va mucho m¨¢s all¨¢ de las letras. Tambi¨¦n ha marcado las trincheras te¨®ricas del debate pol¨ªtico. Realismo e idealismo libran una continua batalla. La escuela realista (no confundir con el pragmatismo) tiene al Estado nacional como referente supremo, los hechos demostrables como ¨²nico material de trabajo, los resultados positivos (tambi¨¦n llamados bien com¨²n) como marco ¨¦tico minimalista, y a Maquiavelo y Spinoza como patrones. El variopinto mundo de los idealismos (desde el liberalismo wilsoniano hasta el marxismo, que, por muy materialista que se considere, solo es realista en su cr¨ªtica al capitalismo) se remite a Kant; cree en las leyes, en la cooperaci¨®n internacional, en la paz y en la bondad humana, y, sobre todo, quiere enarbolar valores ¨¦ticos absolutos. Como esos valores son absolutos, a veces puede justificar en su nombre las cosas m¨¢s horrendas: lo que le ocurri¨® al comunismo con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, por ejemplo.
En el ¨¢mbito realista caben orates mentirosos como Donald Trump, s¨¢trapas criminales como Vlad¨ªmir Putin o mandarines totalitarios como Xi Jinping. N¨®tese que los tres, tan criticables por tantas razones, tienen objetivos pol¨ªticos y estrat¨¦gicos muy claros y ejercen el poder de forma solvente. En el gran experimento idealista del mundo contempor¨¢neo, la Uni¨®n Europea, no existen en cambio l¨ªderes solventes. Ni siquiera sistemas solventes. Podr¨ªamos exceptuar a Angela Merkel, si no estuviera tan sumergida en el magma de un continente que parti¨® del realismo posb¨¦lico y emprendi¨® viaje hacia un destino que ya no recordamos. Desprovistos de un poder central efectivo (algunos inocentes cre¨ªamos que alg¨²n d¨ªa existir¨ªa algo parecido a un Estado federal europeo), con los antiguos Estados nacionales privados de sus atributos e impotentes, comprometidos con unos presuntos valores ¨¦ticos absolutos que no dejamos de traicionar (desde la inmigraci¨®n hasta la venta de armas) y sacudidos por fen¨®menos nacionalistas (la forma m¨¢s pueril del idealismo), somos ranas en una olla de agua cada vez m¨¢s caliente. En su momento prescindimos del realismo y ahora nos hemos quedado sin ideal.
La Uni¨®n ha encallado. Ni podemos desandar lo andado, ni sabemos hacia d¨®nde nos dirigimos. El relativo bienestar nos permite ir tirando, como si la crisis no fuera tan evidente, pero los recursos dial¨¦cticos del idealismo europeo empiezan a parecerse preocupantemente a los del independentismo catal¨¢n: negamos la evidencia si hace falta y asumimos las incoherencias si hace falta, porque tenemos raz¨®n. Se nos han llevado la escalera y nos agarramos a la brocha. No s¨¦ c¨®mo va a acabar todo esto. Mientras tanto, les recomiendo que lean a Arnold Bennett si encuentran alguno de sus libros: ese modesto realista es much¨ªsimo m¨¢s divertido que Virginia Woolf.
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