De pronto, una sensaci¨®n f¨ªsica en el fondo del est¨®mago
El enviado especial de EL PA?S en Wuhan cuenta c¨®mo se vive el miedo cuando uno est¨¢ en el epicentro de la crisis del coronavirus
En las calles de Wuhan el miedo era palpable desde el primer d¨ªa de cuarentena. Las contadas personas que sal¨ªan al exterior guardaban distancias exageradas al dirigirse la palabra. El contacto f¨ªsico enseguida qued¨® restringido. Por eso, a la hora de saludar por primera vez a los espa?oles atrapados en el epicentro de la infecci¨®n, ambas partes experimentamos un instante de indecisi¨®n antes de acabar entrechocando los codos. Esta es la historia de una segunda epidemia, la del miedo, que ha detonado en paralelo al coronavirus.
El miedo empuja a la acci¨®n inmediata. Tras el anuncio del cerco a la poblaci¨®n, hordas de ciudadanos pusieron rumbo a los supermercados y centros comerciales en busca de productos con los que aprovisionar sus despensas ante un cierre que sigue sin tener fecha de caducidad. Las mascarillas, primera l¨ªnea de defensa contra el pat¨®geno, pronto quedaron agotadas. Las autoridades, no obstante, reaccionaron pronto, estableciendo una l¨ªnea de abastecimiento especial que garantizara el suministro continuo de v¨ªveres y la estabilidad de los precios.
El miedo afila la atenci¨®n. Y la gente, ansiosa por saber, pega la oreja a Internet ¡ªuna derivada que subraya el importante papel que los medios de comunicaci¨®n desempe?an en este tipo de situaciones¡ª. A partir de ah¨ª, el efecto multiplicador de las redes sociales hace el resto. Los art¨ªculos que contienen informaci¨®n falsa, adem¨¢s, se viralizan con facilidad: al ser llamativos, tienden a ser compartidos con m¨¢s frecuencia. Un apag¨®n de Internet, una procesi¨®n fumigadora, el poder desinfectante del vinagre, un fallo en un laboratorio de enfermedades infecciosas cercano. Por la ciudad de Wuhan han circulado todo tipo de bulos.
Recuerdo en particular una serie de tuits compartidos por un experto en salud p¨²blica, profesor en la Universidad de Harvard. En ellos azuzaba el terror escribiendo en may¨²sculas grandes exclamaciones de pasmo mientras comparaba ¡ªcon datos equivocados¡ª el nivel contagioso del coronavirus con el de ¡°una pandemia termonuclear¡±. Recuerdo tambi¨¦n la sensaci¨®n f¨ªsica en el fondo del est¨®mago al leerlo: era el miedo.
Tambi¨¦n es el miedo el que ha desencadenado desagradables episodios xen¨®fobos contra individuos de etnia china fuera de las fronteras del pa¨ªs asi¨¢tico. Aunque no solo fuera: en China ha dado comienzo una caza y captura de residentes de Wuhan repartidos por el territorio dom¨¦stico, a manos tanto de fuerzas de seguridad como de agresivas turbas. Muchos de ellos se han convertido en parias en su propio pa¨ªs: ning¨²n hotel les da alojamiento y tampoco pueden regresar a su lugar de origen. Las autoridades locales han estimado que cinco millones de personas abandonaron la ciudad en los d¨ªas previos a la imposici¨®n de la cuarentena.
La batalla del coronavirus sigue luch¨¢ndose. La ralentizaci¨®n del ritmo de aparici¨®n de nuevos positivos es una buena noticia. La p¨¦rdida de la trazabilidad geogr¨¢fica, una mala. Esto ha sucedido, por ejemplo, con los siete brit¨¢nicos infectados en Francia ¡ªuno de ellos, residente e ingresado en Mallorca¡ª. Un miembro de este grupo de amigos contrajo el virus tras asistir a un evento de negocios en Singapur, sin que se haya identificado la conexi¨®n con Wuhan, presente en todos los casos precedentes. Uno de los escenarios m¨¢s pesimistas que manejan los expertos pasa porque el coronavirus se convierta en una dolencia estacional, como la gripe ordinaria, dada su alta capacidad contagiosa. Casi tanto como el miedo.
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