Siete claves para entender a los que protestan (sin mirar a nadie por encima del hombro)
Las protestas que recorren el mundo se?alan problemas globales, pero no propuestas realizables. Y las democracias nacionales no pueden articular respuestas pol¨ªticas. ?C¨®mo salimos de esta?
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La revuelta estalla por todas partes. Comenz¨® quiz¨¢s aqu¨ª, en Espa?a, con los indignados. Contin¨²o en Grecia, sigui¨® con el Brexit y la elecci¨®n de Trump. Pas¨® luego a Francia (y contin¨²a) y a Italia (y contin¨²a). Antes, con las primaveras ¨¢rabes o las revoluciones de color. Ahora, en Hong Kong y Argel, y corre como un incendio arrasando Am¨¦rica Latina. Cuando hay elecciones, m¨¢s que apoyar a la oposici¨®n, se castiga al que est¨¢ en el poder. Con frecuencia salen parlamentos ¡°colgados¡± o se hacen pactos contra natura (como en Italia), o jerigonzas, o Gobiernos Frankenstein. Algunos dicen que es el capitalismo y la econom¨ªa de mercado. Otros hablan de crisis de la democracia representativa. Se asegura que el Consenso de Pek¨ªn (capitalismo de Estado plus dictadura) sustituye al de Washington. Datos recientes acreditan que as¨ª como la movilizaci¨®n pol¨ªtica crece en todas partes, la democracia se deteriora significativamente. ?Qu¨¦ pasa?
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Por supuesto, muchas cosas, y cada historia es singular, pero, como muchos otros, creo que cabe buscar alg¨²n hilo com¨²n. Lo intentar¨¦, aunque me centrar¨¦ en los pa¨ªses desarrollados y el nuevo populismo.
La explicaci¨®n m¨¢s sencilla (porque es a la que estamos acostumbrados) es la econ¨®mica. Al fin y al cabo, todos somos marxistas, aunque no lo sepamos: las causas del malestar deben estar en la ¡°infraestructura¡±, es decir, el desempleo, el precariado, la pobreza. Y sin duda tienen raz¨®n, aunque no sabemos bien cu¨¢nta. Pues creo que nos pasamos de explicaciones materialistas. ETA no tuvo causas econ¨®micas; tampoco el yihadismo, ni el separatismo catal¨¢n, ni las revoluciones de colores (en el bloque exsovi¨¦tico). Menospreciamos la fuerza de las ideolog¨ªas, los nacionalismos, las religiones, la xenofobia, incluso la fuerza de la libertad. Y no hay correlaci¨®n clara entre crisis econ¨®mica y protesta social; basta ver los datos. No me detendr¨¦ en ello, pero s¨ª intentar¨¦ un an¨¢lisis m¨¢s complejo, aunque, como Marx (esta vez Groucho), me reservo el derecho de cambiar de opini¨®n y hacer otro an¨¢lisis si cambian los datos (y lo hacen casi siempre).
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Creo que la primera variable a considerar es la globalizaci¨®n misma, un fen¨®meno imparable y acelerado. Pues bien, todo lo que une separa. Si (por ejemplo) llevo a cabo una investigaci¨®n con un equipo de Berl¨ªn y otro de Los ?ngeles, dejo de charlar con mi compa?ero de la universidad. Lo que me une a lo lejano me separa de lo pr¨®ximo. La globalizaci¨®n ha unido el mundo (al menos ciertos mundos), pero al tiempo lo ha separado internamente. Y si levantamos el filtro cognitivo de la serie de 193 Estados a trav¨¦s del cual percibimos el mundo, lo que aflora por debajo es una red de redes metropolitanas, de grandes ciudades globales, que son hoy la estructura profunda y generan m¨¢s del 80% del PIB mundial (por cierto, casi todas en la cercan¨ªa de las costas; la Espa?a vac¨ªa no es una excepci¨®n). Redes que se unen por encima de las naciones, pero tambi¨¦n las separan por dentro.
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No hace falta leer las 1.200 p¨¢ginas del nuevo libro de Piketty para saber que la consecuencia es que las sociedades nacionales se dualizan, dividi¨¦ndose entre una minor¨ªa urbana conectada en cadenas de producci¨®n y de informaci¨®n transnacionales y los dem¨¢s, los left behind, los abandonados. De una parte, una ¨¦lite cosmopolita, metropolitana, que habla idiomas, es pol¨ªticamente correcta, tiene buena educaci¨®n y buenos salarios, y le es igual trabajar en Madrid, Londres o Singapur. Y de otra, los territorializados, sin estudios, con malos y precarios empleos en sectores en decadencia, pol¨ªticamente incorrectos, frecuentemente rurales, en todo caso marginales, outsiders a la red mundial. En muchos sitios la escisi¨®n es adem¨¢s entre ¡°blancos¡± y nativos, ind¨ªgenas, una escisi¨®n ¨¦tnica. Y en alguna medida, tambi¨¦n de g¨¦nero, y se feminiza (e infantiliza) la pobreza.
Esta escisi¨®n, casi universal (como la globalizaci¨®n que la produce, y como muestra Piketty y avala Milanovic), tiene al menos dos consecuencias: una econ¨®mica, y otra cultural/identitaria, tan importante, si no m¨¢s, como la anterior.
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La consecuencia econ¨®mica es que es cada vez m¨¢s dif¨ªcil saltar del sector territorializado al globalizado, y se ha averiado el ascensor social; eso es la dualizaci¨®n. Puede que haya aumentado la desigualdad social. O no. Depende de los pa¨ªses y de que se mida en renta o en patrimonio, antes o despu¨¦s de impuestos. Y desde luego ha disminuido en el mundo en su conjunto. Incluso puede que no haya aumentado la pobreza absoluta (tampoco lo ha hecho en el mundo). Pero s¨ª lo hace la relativa. Y quienes ten¨ªan claras expectativas de mejora, hoy las ven amenazadas. La pobreza o la desigualdad tradicional se soporta; as¨ª son las cosas, y as¨ª han sido siempre. Lo que no se soporta es la frustraci¨®n de expectativas. Hace a?os, el talento disponible era muy inferior al talento demandado y el ascensor funcionaba; hoy ocurre, en buena medida, al contrario y la Universidad ya no garantiza nada. Si unos cuantos han conseguido prosperar, puedo esperar mi turno pacientemente, como ocurre, por ejemplo, en China. Pero si despu¨¦s de pasar horas en la cola se cierra la ventanilla, la frustraci¨®n es enorme. Es lo que Albert Hirschman llamaba el ¡°efecto t¨²nel¡±: ?por qu¨¦ la cola de al lado camina y la m¨ªa esta parada?
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Pero las consecuencias econ¨®micas se doblan de resentimiento social, lo que nos lleva a la dimensi¨®n identitaria y cultural (que el neomarxista Piketty menosprecia). Pues los globalizados se desnacionalizan (y desestatalizan), pero los abandonados siguen en sus viejos marcos nacionales de referencia y se sienten (casi siempre con raz¨®n) menospreciados por la ¨¦lite ilustrada, cosmopolita y (adem¨¢s) rica, que los considera ignorantes y atrasados, ¡°paletos¡±, a los que mira por encima del hombro. El ¡°supremacismo¡± moral de las urbanas ¨¦lites cultas (supuestamente meritocr¨¢ticas y siempre white collar) estigmatiza y degrada a los perdedores (casi siempre blue collar), que reaccionan como ocurre siempre en estos casos: afirm¨¢ndose en aquello que es objeto de rechazo. Y lo pol¨ªticamente incorrecto deviene su bandera (Trump es el arquetipo).
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La distinci¨®n entre ¡°casta¡± y ¡°pueblo¡± recoge malamente ese dualismo, pues ni los ganadores son de derechas ni los perdedores de izquierda; m¨¢s bien al contrario, pues hemos saltado desde una l¨®gica de clases (materialista) a una l¨®gica de identidades y valores (posmaterialista). Entre los ganadores hay no pocos exitosos j¨®venes profesionales o emprendedores, en sectores econ¨®micos din¨¢micos, junto a grandes, medianas (e incluso peque?as) empresas, que se han lanzado (con ¨¦xito) al mercado global. Son ilustrados, urbanos, y muchos votan a formaciones ¡°progresistas¡±, lo que Piketty llama la gauche brahmane (la nueva ¡°casta¡±). Y hay tambi¨¦n muchos tipos de perdedores: pueden ser aima?ras en Bolivia o trabajadores manuales del rust belt (cintur¨®n industrial) de Estados Unidos. O pueden ser vieja clase media funcionarial o campesinos y ganaderos espa?oles, hartos de la cultura ¡°progre¡± de estudiantes urbanos que estigmatiza los toros, la caza o las procesiones de Semana Santa y menosprecia e ignora lo rural. Parad¨®jicamente, lo iliberal es, con frecuencia, una demanda de libertad, pues este nuevo ¡°populismo¡± es, en buena medida, una reacci¨®n contracontracultural, especialmente aguda all¨ª donde la transici¨®n moral hacia una sociedad permisiva y posmaterialista ha sido m¨¢s brusca (es el caso de Espa?a), generando profundas diferencias intergeneracionales y sectoriales. As¨ª, esta reacci¨®n anticosmopolita y renacionalizadora puede saltar tanto por la izquierda (en Grecia, en Chile), como por la derecha (en Francia, Alemania, Polonia, USA, Espa?a), aunque ambos buscan la protecci¨®n del Estado y viejas fronteras. Kirchner o Corbyn (o Pablo Iglesias) no est¨¢n tan lejos de Le Pen, Orb¨¢n o Salvini (o Abascal).
Por cierto, la emigraci¨®n es, m¨¢s que causa, chivo expiatorio para esta renacionalizaci¨®n, pues de nuevo hay escasa correlaci¨®n (macro) entre presencia for¨¢nea y xenofobia (ojo: no en ciudades peque?as). El neonacionalismo tiene m¨¢s apoyo en el interior del Reino Unido que en Londres, en el Middle West americano que en las costas, en la Francia rural lepenista que en las ciudades, en el Ampurd¨¢n que en Barcelona.
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Pero para entender la intensidad y generalidad de las revueltas es inevitable mencionar un par de variables tecnol¨®gicas que est¨¢n cambiando radicalmente el ¨¢gora de la pol¨ªtica.
En primer lugar, Internet, que permite la transferencia y difusi¨®n de tecnolog¨ªas de vanguardia en la organizaci¨®n de revueltas, desde c¨®mo ingeniar un c¨®ctel molotov hasta c¨®mo hacer frente a la polic¨ªa. Antes era necesario un aprendizaje local; hoy basta acudir a la web (profunda o superficial) para encontrar todo tipo de manuales. Un aprendizaje global para unas revueltas globales, que se mimetizan. Con escasas consecuencias para los revoltosos, por cierto, pues sistemas legales hipergarantistas les blindan ante cualquier consecuencia negativa. La revuelta se hace a coste cero.
Pero m¨¢s importante a¨²n son las redes sociales, con tasas de penetraci¨®n mundiales superiores al 60%. Pues si hubiera que inventar algo para organizar revueltas, inventar¨ªamos las redes sociales, y nada de lo que ocurre tendr¨ªa la intensidad que tiene sin ellas. Mecanismos fant¨¢sticos para organizar protestas, prepararlas, convocarlas y gestionarlas durante su mismo desarrollo, y que permiten agregar todo tipo de descontentos e ¡°indignados¡±, frecuentemente por causas distintas, incluso contrapuestas. Son ¡°movidas¡± (hirak, en ¨¢rabe), a veces incluso performances o ?flashmobs, sin liderazgo claro y sin la m¨ªnima intenci¨®n de transformarse ni siquiera en grupos de presi¨®n. Pero hete aqu¨ª que las mismas redes sociales son espacios totalmente inadecuados para el debate y el di¨¢logo, incapaces de generar acuerdos y consensos. Al contrario, facilitan el insulto, la agresi¨®n (de nuevo gratis, sin coste) o la mentira, las fake news, polarizando las audiencias que se refugian en sus burbujas opin¨¢ticas. Casi en las ant¨ªpodas de una habermasiana situaci¨®n ideal de dialogo. No hay espacio (no hay sitio) en ese espacio para pasar de la protesta a la propuesta.
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De modo que las nuevas tecnolog¨ªas de la comunicaci¨®n han facilitado la protesta, pero, al tiempo, han dificultado la propuesta. Pero ?qu¨¦ ocurre con las posibles respuestas pol¨ªticas? ?No podr¨ªan estas acompasarse con las demandas? Aqu¨ª encontramos el segundo gran problema, pues hay que a?adir otra consecuencia de la globalizaci¨®n, quiz¨¢ la m¨¢s importante y la que, sin duda, pone en peligro las democracias representativas. Aludo al hecho de que m¨¢s y m¨¢s problemas son ya mundiales, transnacionales, y s¨®lo se pueden abordar globalmente o, al menos, en amplios espacios pol¨ªticos (como la UE o los grandes pa¨ªses: China, EE UU). La econom¨ªa, por supuesto, es ya global (m¨¢s a¨²n en econom¨ªas abiertas y exportadoras), como lo son el clima, las emigraciones, la seguridad y el terrorismo, las finanzas, la delincuencia, incluso las enfermedades y las pandemias, como la actual del coronavirus. Y podr¨ªa seguir. Pero la arquitectura de la pol¨ªtica sigue basada en Estados que son soberanos en su territorio, pero incompetentes m¨¢s all¨¢. Y as¨ª, a medida que avanza la globalizaci¨®n y dejamos atr¨¢s el cl¨¢sico mundo westfaliano (nos desestatalizamos), se abre un hiato creciente entre las necesidades de gobernanza mundial para generar bienes p¨²blicos y la arquitectura territorializada de la pol¨ªtica. Sospecho que el gran problema del siglo XXI no es que haya problemas, siempre los hay; es que no tenemos instrumentos de gobernanza global para gestionarlos.
El gran problema del siglo XXI no es que haya problemas, sino que no tenemos instrumentos de gobernanza global
La consecuencia es que los Estados no pueden hacer frente a las demandas de la poblaci¨®n. Si la base de la democracia es ¡°dar cuenta¡± (accountability), esta ha saltado a un nivel superior, donde no encuentra interlocutores. Por eso la Uni¨®n Europea es tan importante, porque es el mecanismo para hacer frente a esos problemas globales. Pero la paradoja es que la UE no es (del todo) una democracia, de modo que tenemos (simplificando) democracias sin capacidad de responder y capacidad de responder sin democracia ¡ªy lo mismo se pod¨ªa decir de la ONU, que tampoco es una democracia, y que ha inventado los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para generar una cierta gobernanza global¡ª. Y de ah¨ª tambi¨¦n la urgencia para que la UE se transform¨¦ de verdad en unos Estados Unidos de Europa, que s¨ª podr¨¢ gestionar democr¨¢ticamente los problemas de los ciudadanos europeos.
De modo que son tiempos de ¡°indignados¡± movilizados y bien organizados, pero de Gobiernos divididos y desorganizados. Tiempos en los que es f¨¢cil organizar la protesta, pero dif¨ªcil y lento preparar la respuesta. Hab¨ªamos inventado sistemas de mediaci¨®n social; los partidos, los sindicatos, las organizaciones empresariales y la negociaci¨®n colectiva deber¨ªan agregar malestar y encontrar v¨ªas de soluci¨®n. Pero los partidos representan a los globalizados, y los sindicatos, al sector p¨²blico; unos y otros carecen de credibilidad, muchas empresas se han desnacionalizado (parad¨®jico: por eso apoyan el separatismo en Catalu?a) y el Estado carece de palancas. No es de sorprender que la pol¨ªtica nacional se vuelva simb¨®lica y expresiva, de ¡°postureo¡± (de bajo coste), pues las identidades y las ¡°narrativas¡± s¨ª se pueden gestionar localmente (incluso en Teruel). Pol¨ªtica ¡°constructivista¡± y performativa, que cree que puede cambiar el mundo cambiando el lenguaje, mientras la pol¨ªtica instrumental (no expresiva) salta de nivel y se decide en la UE o en las redes y mercados globales.
Cuando hablamos de la necesidad de un nuevo contrato social, debemos pensarlo en t¨¦rminos econ¨®micos y culturales
Tiempos de cambios, desde luego. Cambios globales, enormes, pues el ascenso de China, la India y otros gigantes no puede no producir convulsiones, singularmente en Europa, que era el 25% de la poblaci¨®n mundial hace un siglo y es hoy un 7% (mientras Asia es un 60%). Mundo neowest?faliano pero poseuropeo y, en buena medida, incluso posoccidental. Pero cambios que, a la postre, se manifiestan localmente, cambios ¡°glocales¡±. No tenemos m¨¢s remedio que hacerles frente y no ser¨¢ tarea f¨¢cil ni r¨¢pida. En todo caso, cuando hablamos de la necesidad de un nuevo contrato social que suture la dualizaci¨®n, sospecho que no s¨®lo debemos pensarlo en t¨¦rminos econ¨®micos, sino tambi¨¦n culturales. Nada nos obliga a ser los primeros de la clase en posmaterialismo. Como siempre, hay que escuchar m¨¢s, y no solo hablar, hacer m¨¢s pedagog¨ªa pol¨ªtica, pero dar menos lecciones a los ciudadanos.
Emilio Lamo de Espinosa. Catedr¨¢tico em¨¦rito de Sociolog¨ªa de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
Emilio Lamo de Espinosa. Catedr¨¢tico em¨¦rito de Sociolog¨ªa de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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