La impotencia de la democracia
Los fallos del orden liberal para gobernar un mundo ca¨®tico y brutal que desconf¨ªa de la sociedad abierta
Toda transici¨®n hacia un mundo nuevo se anticipa con una ca¨ªda, aunque los pilares que mantienen el orden precedente se hayan convertido ya en un fetiche. Sucedi¨® con el derrumbe llameante de las Torres Gemelas, el momento que marca nuestra vulnerabilidad expuesta, la llegada del liberalismo del miedo. Y volvi¨® a ocurrir con las piedras de Notre Dame, icono de la vocaci¨®n universal y el descaro civilizatorio de Occidente. Pero antes de esas ca¨ªdas estuvo la del muro de Berl¨ªn, el s¨ªmbolo con el que, con permiso del analista pol¨ªtico Robert Kaplan, decidimos dejar de pensar que los mapas contaban historias. Fue ah¨ª, seg¨²n el polit¨®logo b¨²lgaro Ivan Krastev, cuando el liberalismo ¡°abandon¨® el pluralismo a favor de la hegemon¨ªa¡±. El efecto, hoy, es el p¨¢nico reaccionario que naturalmente surge cuando pretendemos aferrarnos a algo sin formular alternativas. Va unido a la p¨¦rdida de la confianza en el progreso y al triunfo de dos cosmovisiones del miedo: la populista, que mira hacia atr¨¢s en busca de tiempos mejores, y la verde, que mira hacia un dudoso futuro desde el colapso de las expectativas para la supervivencia de la especie. El declive del orden liberal est¨¢ vinculado a esto y es algo que est¨¢ ah¨ª desde hace tiempo ¡ªen columnas, an¨¢lisis y discursos pol¨ªticos¡ª como una sombra fantasmag¨®rica mimetizada con el profundo sentimiento de desorientaci¨®n que vivimos en Europa, una especie de revival musiliano del pueblo sin atributos. ¡°La Europa que protege¡±, la defensa de ¡°nuestro modo de vida¡±, el ¡°continente fortaleza¡±¡ son solo algunos emblemas que muestran los temerosos titubeos de un continente que siempre fue aventurero y soberbio.?
Fronteras
Despu¨¦s de 30 a?os cargados de iron¨ªas pol¨ªticas, en 2019 hemos celebrado el aniversario de la ca¨ªda del tel¨®n de acero sabiendo que no son las fronteras las que crean a los Estados. Sucede al contrario: primero viene el atrincheramiento; es despu¨¦s cuando se erigen los muros. Curiosamente, es algo que olvidamos el mismo 1989, con el avasallador advenimiento de la globalizaci¨®n y la aceptaci¨®n optimista e ilusionante de una sociedad mundial, interrelacionada y transnacional. En Europa, los ecos de la crisis de los refugiados de 2015 acabaron por transformar del todo ese imaginario: nuestra sociedad de fronteras abiertas ya no equivale tan firmemente a libertad y progreso. La lucha por la emancipaci¨®n individual cede terreno frente al reclamo de la protecci¨®n. A izquierda y derecha, los partidos asumen con entusiasmo un ideario del miedo que cambia dr¨¢sticamente los principios ilustrados de la Uni¨®n. Europa busca un nuevo relato, y un mundo agitado se detiene de nuevo en la importancia de los mapas: vuelve la geopol¨ªtica.
Geopol¨ªtica
El a?o 2019 ha supuesto el triunfo del pensamiento geopol¨ªtico como expresi¨®n de un mundo basado en la competencia entre grandes poderes. Nos aproximamos m¨¢s r¨¢pido de lo que parece a la trampa de Tuc¨ªdides: el magnate Trump encarna a su estramb¨®tico modo el ego herido de un Occidente que pierde su hegemon¨ªa frente a Asia, un cambio de papeles que esconde el punzante cuestionamiento de nuestro modelo y acent¨²a el error de Fukuyama. Porque China ha despertado del todo y, al mismo tiempo que muestra la cara m¨¢s cruda de su ciberau?toritarismo, se erige como el actor con mayor resiliencia y pensamiento estrat¨¦gico del planeta. Frente a ¨¦l, la alocada pol¨ªtica exterior de Trump, coleteando en su pesadilla de reality show, consolida el ascenso de la nueva superpotencia. La escalada pol¨ªtica abre un escenario inc¨®modo para Europa: la Comisi¨®n Von der Leyen naci¨® con el prop¨®sito de que la Uni¨®n hable, por fin, el lenguaje del poder, en un momento en el que aborda con crudeza su soledad. Con la OTAN en ¡°muerte cerebral¡±, como mencion¨® Macron, el eje euroatl¨¢ntico se da la espalda al tiempo que los brit¨¢nicos encuentran por fin la puerta de salida del club comunitario. La profunda trascendencia del Brexit radica en que es el primer desacople de la vieja globalizaci¨®n. El Reino Unido busca ahora nuevo acomodo en otra globalizaci¨®n bien distinta y que poco a poco se nos impone: apuesta por un mundo hobbesiano, ca¨®tico y brutal, donde pretende situarse como la nueva Singapur de Occidente.
El pueblo contra la democracia
Esta fue desde el principio la estrategia de Boris Johnson y su gur¨² Dominic Cummings: un Brexit ultraliberal que convirtiese la City en una zona de competencia desleal con Europa. Su triunfo en las pasadas elecciones confirm¨® que los brit¨¢nicos tal vez tengan m¨¢s claro el papel que quieren desempe?ar en el nuevo orden mundial, aunque se trate de otra manifestaci¨®n m¨¢s de la deriva del pueblo contra la democracia. M¨¢s del 50% de los brit¨¢nicos afirmaba que apoyar¨ªa a un l¨ªder fuerte que se mostrara dispuesto a quebrantar las normas democr¨¢ticas para implementar el Brexit. John?son, orgulloso como un lord autocr¨¢tico, ya nos hab¨ªa ense?ado sus credenciales, con la ventaja de tener frente a s¨ª al mejor rival posible, el melindroso Corbyn, obcecado en su obvia debilidad. Su falsa valent¨ªa es el cuento de El rey desnudo: pretend¨ªa proclamarse adalid de la nueva pol¨ªtica, pero actu¨® siempre con miedo a su electorado, evitando formular una posici¨®n clara respecto al Brexit, inevitable eje del debate. Pero tambi¨¦n por la cobard¨ªa de un programa regresivo con el aroma del viejo comunitarismo de izquierdas, al son del mantra vetusto del buen Estado-naci¨®n, ignorando escandalosamente las nulas condiciones objetivas para su implementaci¨®n. La triste conclusi¨®n de este resultado electoral no es tanto que Hayek haya vencido a Keynes, sino que el populismo de derechas siempre vence al de izquierdas cuando se confrontan, quiz¨¢s porque, al cabo, la izquierda, si es populista, no es izquierda.
Democracia impotente
Es otra de las paradojas del momento. Mientras los Estados se amurallan, el populismo se mundializa. Es la respuesta al nuevo despertar del desencanto globalizado frente a la impotencia de las democracias, que no aciertan a encauzar sus formas de protesta m¨¢s viscerales. Sucede en la Francia de los chalecos amarillos, donde Macron (y con ¨¦l toda Europa) pierde poco a poco la batalla contra el fascismo de Le Pen, pero tambi¨¦n en esa Am¨¦rica Latina que vive su particular oto?o del descontento. Desigualdad, fragilidad institucional y rol de los militares son, de nuevo, las caracter¨ªsticas comunes a todos los recientes estallidos de la regi¨®n, con un a?adido: lo que pasa en las calles de Bolivia, Chile o Colombia dibuja los mismos trazos de fondo que lo sucedido en las de Argelia, Ir¨¢n, Irak o Hong Kong. Porque la gente necesita la calle, pero lo nuevo es la violencia asociada a la protesta, la b¨²squeda desesperada de los invisibles de sus propios mecanismos de representaci¨®n. Joker es el filme que expresa la malaise de ese pueblo subterr¨¢neo, el eco furioso de una ¨¦poca que marca a fuego la historia de su demediado protagonista, una bomba de relojer¨ªa que estalla de manera desordenada, sin organizaci¨®n ni representaci¨®n, sin mensaje pol¨ªtico aparente, solo con la protesta, omnipresente, sorda, formulada en negativo, alimentada ¨²nicamente por el rechazo de lo existente. Este 2019 que termina fue, parafraseando la magistral voz de Pierre Rosanvallon, el a?o que anticip¨® esta nueva forma de violencia que atrae hacia el centro lo que antes viv¨ªa en los m¨¢rgenes.
Indignaci¨®n sin esperanza
?Puede haber conexiones entre los trastornos populares de pa¨ªses de regiones tan dispares como ?frica, Oriente Pr¨®ximo, Am¨¦rica Latina o Europa? Se lo preguntaba hace poco Gideon Rachman en Financial Times, y encontraba el nexo en algo tan b¨¢sico como sus formas y estructuras comunicativas: ¡°Se ha visto a algunos manifestantes catalanes llevando la bandera de Hong Kong y adoptando t¨¢cticas similares, como ocupar un aeropuerto¡±, nos dec¨ªa. Se produce un fen¨®meno de imitaci¨®n y contagio de la forma, de los puros elementos expresivos de la protesta, aunque los motivos y contextos sean lejanos y dispares. A veces encontramos mecanismos de revuelta popular en democracias consolidadas, como en Francia o Espa?a; otras son expresi¨®n de tics democr¨¢ticos en contextos de autoritarismo, como en Hong Kong, Turqu¨ªa o Rusia. Tienen en com¨²n el ser movilizaciones transfronterizas con una expresividad diferente que afirma su autenticidad solo mediante la violencia. Nos recuerdan a esos movimientos de la sociedad en red de la que nos hablaba Manuel Castells en los tiempos, hoy tan lejanos, de la indignaci¨®n esperanzada de las primaveras ¨¢rabes, del Occupy Wall Street o la Spanish Revolution. Aquellos fueron movimientos de ruptura, aunque no tanto en sentido pol¨ªtico como cultural, y al repetirse una y otra vez en contextos tan dispares (en democracias y dictaduras, en lugares con crisis o sin ellas), su ¨²nico elemento de uni¨®n fue la forma de propagarse: el dominio de las redes, la b¨²squeda de la viralizaci¨®n a trav¨¦s de las nuevas tecnolog¨ªas, lo virtual como expresi¨®n de lo real, como esperanza o acicate para el cambio. Aunque los movimientos no los hayan provocado los nuevos cauces comunicativos, sin Internet, sin un mundo globalizado, ser¨ªan otros bien distintos, y qui¨¦n sabe si el fuego, destructivo o regenerador, se propagar¨ªa tanto o tan velozmente.
¡®Revival¡¯
Lo importante es que las protestas llevan vidas al l¨ªmite hacia el centro del sistema, porque indica que son el heraldo de algo nuevo: una m¨²sica de fondo socava este viejo orden donde los valores, los ciudadanos y las ¨¦lites hemos fallado, incapaces de regenerarnos y firmar un nuevo contrato social. El paso hacia el nuevo mundo se vive en las calles como un estallido liberador, aunque muchos de sus elementos ya vibrasen con las corrientes desatadas hace m¨¢s de una d¨¦cada: los realineamientos geopol¨ªticos, las cosmovisiones en disputa entre zonas rurales y mundo urbano, los terremotos electorales, el pensamiento dist¨®pico derivado de las posibilidades de control y represi¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas, los gigantes digitales fuera de toda supervisi¨®n pol¨ªtica¡ y, por supuesto, la desigualdad, que sigue siendo la clave para entender d¨®nde estamos, como nos advert¨ªa hace cuatro a?os Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI y como volvemos a leer hoy en Capital e ideolog¨ªa, un tratado magistral sobre la historia de las desigualdades. Desigualdad, ira, resentimiento y nihilismo se unen a las agendas verde y violeta, que se erigen, de nuevo, con todas sus paradojas, como las ¨²nicas capaces de marcar trazos constructivos que esbocen al menos un borrador de conciencia global mediante una carga incendiaria lanzada al coraz¨®n del sistema, desde el baile feminista de las chilenas hasta la ni?a Greta Thunberg, convertida, nos guste o no, en s¨ªmbolo de la fortaleza de la voz de los j¨®venes, quienes sienten que solo ella puede hablar en su nombre.
Coda
En realidad, siempre fue as¨ª: la lucha pol¨ªtica es un movimiento pendular. Pero ?por qu¨¦ de repente parece que el mundo se mueva m¨¢s deprisa? Ahora que entramos en los a?os veinte del siglo XXI, tal vez podamos recordar esa ¡°electricidad cosquilleante¡± con la que nuestros historiadores describieron el gran momento de fractura de los Roaring Twenties del viejo siglo XX, donde todo, las jerarqu¨ªas sociales, las viejas expresiones de autoridad, los v¨ªnculos de pertenencia, la propia identidad de Occidente, incluso las formas tradicionales de la masculinidad, se vio socavado por un impulso vital que parec¨ªa imparable y que se detuvo violentamente en seco. O podr¨ªamos volver los ojos a la era Nixon y los convulsos a?os setenta, cuando todo parec¨ªa a punto de estallar. Porque ya hemos estado aqu¨ª, aunque todo sea a la vez igual y diferente. Hoy nuestro desaf¨ªo tal vez radique en identificar los elementos novedosos en un escenario vertiginoso e incierto, pero tambi¨¦n en reconocer aquello que quiz¨¢ hayamos olvidado bajo la opulencia aparente de nuestros ¨²ltimos 50 a?os. Bienvenidos a la nueva era del descontento.
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