Visnja Pavelic, la hija del genocida: medio siglo recluida en su piso de Madrid
La anciana veneraba la figura de su padre, Ante Pavelic, bajo cuyo r¨¦gimen auspiciado por Hitler fueron asesinadas en Croacia m¨¢s de 300.000 personas y quien falleci¨® en 1959 en la Espa?a de Franco, que le dio cobijo con la m¨¢xima discreci¨®n. Antes de morir, nos abri¨® las puertas de su casa en Madrid. Y all¨ª no encontramos culpa. Solo encontramos odio. Odio enquistado.
La hija del genocida viv¨ªa sola en un piso de Madrid que siempre estaba en penumbra. Sol¨ªa tener las persianas de la sala a medio bajar y las cortinas cerradas. La anciana pasaba d¨ªa tras d¨ªa enclaustrada ¡ªas¨ª durante a?os, durante d¨¦cadas, durante medio siglo¡ª trabajando mani¨¢ticamente en el archivo de su padre, acumulado en un cuarto lleno de torres de carpetas ajadas. El silencio solo se alteraba por la tarde, cuando se sentaba a descansar en el sof¨¢ y pon¨ªa su tocadiscos para escuchar una ¨®pera de Verdi o la voz de su bar¨ªtono favorito, Gino Bechi.
Visnja Pavelic, fallecida en 2015, era la hija predilecta de Ante Pavelic, el dictador croata acogido por Franco que muri¨® en la capital de Espa?a en 1959. Un fascista bajo cuyo mandato, auspiciado por la Alemania nazi, se persigui¨® desde 1941 hasta 1945 a serbios, jud¨ªos, gitanos y opositores; se operaron campos de exterminio y fueron asesinados m¨¢s de 300.000 civiles, seg¨²n las estad¨ªsticas del Museo del Holocausto de Estados Unidos. ¡°Fue un r¨¦gimen monstruoso y ¨¦l era su l¨ªder. Para m¨ª est¨¢ al mismo nivel que Hitler¡±, dice Hrvoje Klasic, historiador de la Universidad de Zagreb. Ese hombre pas¨® sus dos ¨²ltimos a?os de vida como un viejecito apacible dando paseos por Madrid. En una de las fotograf¨ªas in¨¦ditas de la ¨¦poca que su hija cedi¨® a El Pa¨ªs ?Semanal aparece en la Puerta del Sol vestido con sobriedad, de oscuro, con sombrero y un largo gab¨¢n negro. Su rostro ha envejecido mucho, los m¨²sculos de su cara se han aflojado y su gesto es inofensivo; no fr¨ªo, apretado y caudillesco como en sus retratos de los a?os cuarenta. Adem¨¢s, se hab¨ªa dejado crecer el bigote. Conservaba, eso s¨ª, dos de sus rasgos m¨¢s caracter¨ªsticos: sus grandes y espesas cejas y sus enormes orejas, cuyos l¨®bulos le colgaban como bistecs. Al morir, con 70 a?os, la agencia Cifra comunic¨® de forma escueta que fue enterrado en Madrid en el cementerio de San Isidro ¡°durante una ceremonia f¨²nebre dentro de la m¨¢s estricta intimidad¡± y se limit¨® a decir: ¡°El doctor Ante Pavelic fue jefe del Estado croata durante la II Guerra Mundial¡±. El diario Abc situ¨® su breve necrol¨®gica al final de una p¨¢gina bajo un apartado de Ecos de Sociedad en el que se daba noticia de una boda, una petici¨®n de mano y unos juegos florales infantiles.
¡ª?Quiere usted un pedacito de chocolate?
La hija del genocida era una mujer seria pero amable, educada y siempre trataba de usted. Me recibi¨® varias veces en su casa en sus ¨²ltimos a?os de vida. Parec¨ªa que le agradaba tener compa?¨ªa y hablar de la historia de su padre, aunque no quer¨ªa que se publicase nada de aquellos encuentros hasta unos a?os despu¨¦s de su muerte. Cuando se terminaban las conversaciones y me desped¨ªa, me acompa?aba hasta la puerta, peque?a y jorobada, repitiendo en su espa?ol de sintaxis ortop¨¦dica, correoso acento eslavo y dejes argentinos retenidos de su primera fase de exilio:
¡ªPero todo esto antes de mi muerte nada, eh, nada.
Viv¨ªa obsesionada con la discreci¨®n. No quer¨ªa que se hablase de ella ni que le hiciesen fotograf¨ªas, y vigilaba con un celo patol¨®gico la tumba de su padre. ¡°Iba con una sillita de tijera, se sentaba y se pasaba las tardes protegiendo su sepultura¡±, recordaba hace tres a?os Almudena Moreno, gerente de San Isidro. Como tem¨ªa que los serbios fuesen a profanar su tumba, le coloc¨® una l¨¢pida muy pesada y pidi¨® al cementerio que no se diesen se?as a extra?os de d¨®nde estaba enterrado. ¡°Transmit¨ªa p¨¢nico¡±, contaba Moreno. ¡°Yo le dec¨ªa: ¡®Usted tranquila, que a Espa?a no van a venir a buscarlo¡±. Su desasosiego se extend¨ªa hacia la posteridad y dej¨® hecho un tr¨¢mite ante el Ministerio de Justicia prohibiendo que en un futuro los restos de su padre pudieran ser exhumados.
Visnja Pavelic muri¨® el d¨ªa de Navidad de 2015, a los 92 a?os. Fue incinerada, y sus cenizas fueron depositadas con su padre, su madre y su hermano en San Isidro, donde contin¨²an hasta la fecha.
Los cuatro vivieron juntos en Madrid dos a?os, desde que llegaron en 1957 hasta que muri¨® el patriarca. A Visnja le encantaba la fotograf¨ªa y le gustaba que se retratasen en sus excursiones. En una de ellas posan en Santa Pola, al borde del Mediterr¨¢neo. Visnja sonr¨ªe relajada. Velimir, su hermano, tiene una expresi¨®n formal, afable. Mar¨ªa, su madre, lleva gafas de sol y su rictus luce algo contra¨ªdo. Su marido est¨¢ de perfil. Bajo el ala del sombrero asoma la mirada dura de anta?o. La austeridad de la familia contrasta con la sospecha de que el s¨¢trapa huy¨® de Croacia con una fortuna robada a sus v¨ªctimas y a su Estado. En el libro Croatia Under Ante Pavelic (2014), el historiador Robert B. McCormick apunta que Pavelic pudo desviar millones a Suiza durante la guerra y menciona un informe de la CIA seg¨²n el cual en los ¨²ltimos compases del conflicto, viendo desmoronarse a su protector Hitler y con vistas a su propia huida, mand¨® a Austria 12 cajas llenas de oro y joyas. Eso habr¨ªa sucedido 14 a?os antes de otra de las fotograf¨ªas de su hija, en la que los cuatro est¨¢n sentados como domingueros a la sombra de unos pinos, con su Volkswagen Escarabajo aparcado al borde de la carretera. Visnja no recordaba con seguridad d¨®nde la hab¨ªan tomado, pero cre¨ªa que pudo ser durante la ¨²ltima salida que hicieron con su padre en 1959, una visita al Valle de los Ca¨ªdos, reci¨¦n inaugurado. A Pavelic, con su inseparable sombrero, se le ve d¨¦bil, con los hombros vencidos y una mirada lejana. Recuerda a Vito Corleone en El Padrino, exang¨¹e, antes de morir.
El mafioso siciliano de la ficci¨®n y el tirano croata fallecieron igual, de viejos y por las secuelas de atentados ¡ªtiempo despu¨¦s¡ª. A Corleone lo tirotearon mientras compraba naranjas en un puesto callejero de Nueva York. A Pavelic le dispararon varias balas cuando llegaba a su casa a las afueras de Buenos Aires, en 1957. ¡°Entr¨® de pie y dijo: ¡®Me han dado¡±, rememoraba su hija. No se sabe qui¨¦n intent¨® asesinarlo. Se ha especulado con que fueron pistoleros enviados por Tito, el dictador de la Yugoslavia comunista. Visnja lo negaba ¡ª¡°Los serbios ped¨ªan su extradici¨®n, lo quer¨ªan vivo¡±¡ª y sosten¨ªa que hab¨ªan sido compatriotas suyos para hacerse con el control del exilio croata.
Al terminar la guerra, en 1945, Pavelic se escap¨® a Italia, donde se escondi¨® en un monasterio jesuita. ¡°Nunca nadie lo ha sabido. Solo nosotros, ?ja!¡±, me dijo, muy complacida. En 1948, con el nombre falso de Antonio Serdar, embarc¨® en G¨¦nova hacia Argentina, siguiendo la ruta clandestina conocida como ratline por la que se fueron a Latinoam¨¦rica nazis como Adolf Eichmann, Klaus Barbie o Josef Mengele. La familia Pavelic se asent¨® en Buenos Aires con permiso del Gobierno de Per¨®n y pas¨® all¨ª una d¨¦cada. Pavelic mont¨® una empresa de construcci¨®n. Tambi¨¦n tuvo un telar y una granja. ¡°Ten¨ªamos gallinas¡±, me dijo Visnja. ¡°Yo recog¨ªa los huevos por la ma?ana¡±.
Durante las entrevistas se sentaba en el sof¨¢ del sal¨®n debajo de un retrato a carboncillo de su padre, repeinado, hosco, con chaqueta blanca de mariscal.
¡ª?Usted no cree que sea culpable de nada?
¡ªNo, en absoluto.
En nuestros primeros encuentros sol¨ªa levantarse cada poco a rebuscar documentos con los que trataba de demostrar que su padre no hab¨ªa sido el hombre abyecto que fue. Se perd¨ªa por el pasillo de casa, entraba en su despacho y se empezaba a escuchar un tremolar de papeles ansioso. Al cabo de dos o tres a?os, la osteoporosis la fue lisiando y se incorporaba menos, al final muy a duras penas y con ayuda de un andador. Entonces su recorrido por el pasillo era lento e iba acompa?ado de un ruidoso traqueteo, pero la mujer era m¨¢s tenaz que la propia osteoporosis y alcanzaba sus legajos y volv¨ªa con ellos y volv¨ªa a repetir lo mismo de siempre.
¡ªEs todo mentira. Todo lo que dicen de mi padre es mentira. Todo, todo.
El Estado Independiente de Croacia, instalado por los nazis despu¨¦s de su invasi¨®n de Yugoslavia en 1941 y dirigido por Pavelic hasta 1945, ten¨ªa como objetivo lograr una naci¨®n pura en lo ¨¦tnico y en lo religioso, netamente croata y cat¨®lica. En su mayor campo de concentraci¨®n, Jasenovac, fueron asesinadas al menos 83.145 personas seg¨²n datos oficiales; entre ellos, 47.627 serbios, 16.173 roman¨ªes y 13.116 jud¨ªos; 20.101 del total eran ni?os menores de 14 a?os. Los ustasha ¡ªrebeldes en croata; como se conoc¨ªa a los soldados de Pavelic¡ª mataban con una ferocidad que impactaba incluso a sus aliados nazis. En el libro Ustasa (1998), el historiador Srdja Trifkovic pone en boca del general Von Glaise-Horstenau, representante militar del F¨¹hrer en Croacia, que la ¡°revoluci¨®n¡± de Pavelic hab¨ªa sido ¡°con mucho la m¨¢s sangrienta y horrible¡± de todas las que hab¨ªa visto. ¡°En la infame Jasenovac¡±, escribe Robert McCormick, ¡°miles de hombres, mujeres y ni?os fueron masacrados con balas, hachas, martillos y con cualquier otra herramienta al alcance¡±. El apetito asesino de los ustasha solo era comparable, dice, ¡°al de los miembros de las SS m¨¢s maniacos del III Reich¡±. El relato 44 meses en Jasenovac (2016), del superviviente Egon Berger, es una suma de detalles atroces: ¡°El eco de alaridos horripilantes atravesaba el cuarto mientras Milos rajaba su cuerpo de arriba abajo, para luego cortarle el cuello¡±, ¡°Uno de los ustasha, un ni?o de 12 a?os, sac¨® su cuchillo y le cort¨® las orejas al sacerdote¡±, ¡°Mientras los alemanes envenenaban a sus v¨ªctimas y luego las quemaban, los us?tasha arrojaban a humanos vivos al fuego¡±, ¡°El cementerio apestaba en los d¨ªas m¨¢s c¨¢lidos porque los cad¨¢veres estaban enterrados en tumbas muy poco profundas. En ese mismo campo, donde fueron enterrados nuestros amigos y familiares, los ustasha hab¨ªan plantado tomates¡±.
¡ªLo de Jasenovac es todo una exageraci¨®n ¡ªme dijo la anciana¡ª. Era un campo de trabajo, y hab¨ªa pobreza, pero ten¨ªan m¨¦dicos, sus propios dirigentes, todo lo que quer¨ªan. Eso no era ?Auschwitz, ?comprende? Estaban todos vivos y tranquilos.
De todas las salvajadas atribuidas a su padre, le irritaba especialmente una an¨¦cdota relatada por el periodista Curzio Malaparte en su libro Kaputt. Malaparte, que tend¨ªa a ali?ar sus cr¨®nicas con literatura, describe una entrevista con Pavelic en su despacho en la que el caudillo, en traje militar y con botas de montar, ten¨ªa una cesta de mimbre sobre el escritorio. La tapa estaba medio abierta. Siempre seg¨²n su relato, Malaparte pens¨® que eran moluscos frescos y le pregunt¨® si eran ostras de Dalmacia. ¡°Ante Pavelic levant¨® la tapa del cesto, sac¨® un pu?ado de viscosas y gelatinosas ostras y, lanz¨¢ndome una de sus sonrisas llenas de bondad y cansancio, dijo: ¡®Es un regalo de mis fieles ustasha: veinte kilos de ojos humanos¡±.
¡ª?Ja! ¡ªexclam¨® ella¡ª. ?Incre¨ªble lo que dice este hombre! Todo falso, es todo falso.
Sobre la mesa de la sala ten¨ªa un libro titulado La industria del Holocausto y los tres diarios que compraba cada ma?ana, EL PA?S, El Mundo y Abc. Insist¨ªa en que su padre no hab¨ªa sido ¡°ni nazi ni fascista¡±, sino un nacionalista que luch¨® ¡°por la liberaci¨®n de Croacia del yugo serbio¡±. No mostraba ni el m¨¢s remoto sentimiento de culpa.
No parec¨ªa c¨ªnica. Parec¨ªa ciega.
Esa fue una actitud repetida entre los descendientes de jerarcas nazis. En su libro Hijos de nazis (2016), Tania Crasnianski pone ejemplos: ¡°En el caso de los hijos, las defensas mentales son, en efecto, muy fuertes. Gudrun Himmler siempre se caracteriz¨® por su total falta de perspectiva frente a la figura paterna¡±. Como Gudrun, ¡°Edda G?ring sent¨ªa un amor inalterable por su padre y se negaba a ver en ¨¦l a uno de los iniciadores de la Shoah¡±. Edda, como Visnja, ¡°vivi¨® atrincherada en una peque?a vivienda de M¨²nich y el apartamento era un museo a la gloria de ese hombre¡±. Wolf R¨¹diger Hess siempre idealiz¨® a su padre y ¡°nunca dej¨® de considerarlo un mensajero de la paz¡±.
Desde los tiempos de Buenos Aires, Visnja se convirti¨® en la persona de confianza de su padre. Despu¨¦s del atentado, organiz¨® en secreto su salida hacia Espa?a. Desde Madrid, un cura croata le comunic¨® que el canciller espa?ol Fernando Mar¨ªa Castiella hab¨ªa dado luz verde a la llegada de Pavelic con una condici¨®n: ¡°P¨ªdales solo una cosa, padre: discreci¨®n¡±. En Madrid alquilaron un apartamento junto al Retiro. Ella sal¨ªa a diario con su padre a dar paseos por el parque. Organizaba sus papeles y los contactos con la di¨¢spora del s¨¢trapa ex¨¢nime. En la ¨²ltima fotograf¨ªa que se hicieron, el viejo, sentado, tiene la mirada ausente y una mano apoyada con delicadeza en la sien. Su hija, de negro mortuorio, mira de pie a la c¨¢mara, dura como un pedernal.
Cuando ¨¦l muri¨®, se quedaron solos Mar¨ªa, Visnja y Velimir. En 1961 se mudaron al piso en propiedad en el que pasar¨ªan el resto de sus vidas. Mar¨ªa, la madre, cocinaba, cos¨ªa y se ocupaba de la casa. Muri¨® en 1984. Velimir tocaba el viol¨ªn y se pasaba horas encerrado leyendo libros de filosof¨ªa e historia pol¨ªtica, escribiendo aforismos y encadenando un cigarrillo detr¨¢s de otro. Muri¨® de un c¨¢ncer de pulm¨®n en 1998. La casa estaba en la zona de Concha Espina, cerca del Santiago Bernab¨¦u. Visnja recordaba que los fines de semana se o¨ªan desde la sala los goles del Real Madrid, pero nunca tuvieron la curiosidad de recorrer los 10 minutos que los separaban del estadio para ver a Di St¨¦fano, Amancio o Butrague?o.
Se manten¨ªan, dec¨ªa, gracias a los derechos de los escritos de su padre ¡ªentre otros, Errores y horrores, un ensayo anticomunista que citaba con reverencia¡ª y de las contribuciones que hac¨ªan a la familia Pavelic las organizaciones del exilio desde pa¨ªses como Canad¨¢ o Australia. Visnja qued¨® como heredera simb¨®lica de su padre, y el sepulcro de San Isidro, como un santuario para nost¨¢lgicos ustasha. Durante la guerra de los Balcanes, los milicianos croatas cantaban con las armas en la mano al volver del frente: ¡°En Madrid hay una tumba de oro y en ella descansa Pavelic, caudillo de todos los croatas. Lev¨¢ntate, Pavelic, por ti moriremos todos¡±. Cada vez que jugaba en Espa?a un equipo de f¨²tbol croata, los hinchas radicales, e incluso los futbolistas, visitaban el cementerio y la buscaban a ella para presentarle sus respetos. En otra fotograf¨ªa de su archivo personal aparece junto a la tumba acompa?ada por un joven ataviado con un traje tradicional croata. En aquella se?ora de gafas y pelo blanco, menuda como un pajarito, lat¨ªa todav¨ªa una ultranacionalista que expresaba un odio genocida hacia los serbios: ¡°Son creados criminales. No hay un serbio que no sea criminal. ?No han hecho otra cosa m¨¢s que matar! Nada m¨¢s. Matar es cosa gen¨¦tica en ellos, y nosotros lo ¨²nico que hemos hecho es defendernos¡±, me dijo.
La ¨²ltima vez que la vi le costaba mucho moverse. Llevaba al cuello un bot¨®n de emergencias para personas de la tercera edad. Ya apenas se comunicaba en persona con nadie, aparte de su empleada de la limpieza y de una sobrina que viv¨ªa en Ontinyent, Valencia, y a veces iba a visitarla. Contactada por personas interpuestas, su sobrina no quiso participar en este reportaje, y cuando nos desplazamos a Ontinyent para tratar de hablar con ella, el Ayuntamiento de este municipio de ambiente manso y soleado nos inform¨® de que no segu¨ªa empadronada all¨ª.
En aquella ¨²ltima visita, la anciana me cont¨® que un investigador croata se hab¨ªa llevado de su casa tres ba¨²les llenos de documentaci¨®n sobre Pavelic para enterrarlos en alg¨²n lugar de Croacia.
¡ª?Por qu¨¦ enterrarlos? ¡ªle pregunt¨¦.
¡ªPara que est¨¦ todo seguro ¡ªrespondi¨®¡ª. Debajo de tierra estar¨¢ todo seguro, seguro.
A continuaci¨®n me entreg¨® la ¨²ltima fotograf¨ªa de su padre.
El cuerpo del dictador en el hospital Alem¨¢n de Madrid, tendido en bata en una cama con un ramo de flores sobre las piernas. En su quijada, en sus p¨®mulos, en su nariz se marca la rigidez de la muerte, y permanecen ah¨ª esas ominosas cejas negras, aquellas enormes orejas. Sobre el cabecero de la cama hab¨ªa un crucifijo, y a los lados, dos t¨¦tricos cirios con la llama encendida. Por la ventana, con las cortinas abiertas, entra una luz enferma de invierno que ilumina su cad¨¢ver.
¡ªFue muy dif¨ªcil ser hija de este hombre ¡ªdijo Visnja Pavelic¡ª. Muy dif¨ªcil.
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