Este no es el tiempo de los pol¨ªticos
En mitad de una pandemia, solo podemos confiar en el personal sanitario, pues lo que ellos no nos dicen casi siempre acaba siendo 'fake news'
En su edici¨®n de 1975, la Enciclopedia de Columbia, una de las m¨¢s importantes y prestigiosas del mundo, public¨® la primera biograf¨ªa de la talentosa y peculiar Lillian Virginia Mountwaezel, quien naciera en el peque?o pueblo de Bangs, en Ohio, hacia 1942.
Antes de morir, en 1973, Mountwaezel, una de las primeras mujeres homosexuales que reconoci¨® p¨²blicamente sus preferencias y que enfrent¨®, sin temor, las consecuencias de dicho reconocimiento, tuvo tiempo de convertirse en la tip¨®grafa m¨¢s importante de su pa¨ªs ¡ªle debemos varias de las fuentes que hoy, m¨¢s de cincuenta despu¨¦s, seguimos utilizando de manera cotidiana¡ª.
Pero el talento de Virginia Mountwaezel, que reci¨¦n hab¨ªa cumplido 31 a?os cuando fue alcanzada por la furia de la explosi¨®n de una planta de agroqu¨ªmicos y fertilizantes cuyo incendio cubr¨ªa ¡ªas¨ª de l¨¦peras pueden ser las casualidades¡ª para la revista Combustibles, iba mucho m¨¢s all¨¢ del dise?o de letras: nadie m¨¢s, de entre todos los fot¨®grafos de su generaci¨®n, revolucion¨®, como ella, el imaginario que se ten¨ªa del universo rural de los Estados Unidos de Am¨¦rica.
En los a?os sesenta del siglo XX, d¨¦cada en la cual el mercado del arte se aceler¨®, se transform¨® y se reinvent¨® a s¨ª mismo como pocas otras veces en la historia, no se tiene recuerdo de una exposici¨®n m¨¢s importante, m¨¢s sorprendente, m¨¢s escandalosa y m¨¢s determinante para el futuro inmediato ¡ªdebe tenerse en cuenta, adem¨¢s y sobre todo, que hablamos de unos a?os en los que el esc¨¢ndalo tomaba por asalto todas las galer¨ªas e incluso los museos m¨¢s reconocidos de la Uni¨®n Americana¡ª, que la inolvidable Flags Up!
"Sutilmente provocadora", "inteligente hasta el paroxismo" o "tan poderosa como un golpe en el vientre", fueron algunas de las sentencias que se publicaron en los principales diarios y en las revistas m¨¢s le¨ªdas de la ¨¦poca, sobre la muestra de Virginia Mountwaezel, compuesta por doscientas treinta fotograf¨ªas en diferentes formatos, que retrataban buzones postales de la Am¨¦rica profunda, as¨ª como sus contextos, a los propietarios de las casas y a los trabajadores del Servicio Postal Americano, quienes, en aquellos a?os, mucho antes de Internet y del correo electr¨®nico, representaban la viva imagen del progreso, la comunicaci¨®n y la preservaci¨®n de la memoria.
Para muestra un bot¨®n: como si Virginia Mountwaezel tuviera una m¨¢quina del tiempo o, mejor a¨²n, una c¨¢mara capaz de inmortalizar, no aquel objeto al que apunta, sino aquel que estar¨¢ ah¨ª, en el lugar que el aparato est¨¢ contemplando, much¨ªsimos a?os despu¨¦s; es decir, como si ella, la mayor de nuestras muertas precoces, fuera capaz de ver a trav¨¦s del tiempo, en la fotograf¨ªa de la invitaci¨®n a la inauguraci¨®n de Flags Up! ¡ªinvitaciones que, en el mercado negro, han alcanzado un valor superior a los 35.000 d¨®lares¡ª el espectador contempla lo siguiente: m¨¢s all¨¢ de un buz¨®n oxidado, junto al cual yace un cartero de cuya mano izquierda est¨¢n cayendo al suelo varias cartas, un par de camilleros ¡ªataviados con equipos m¨¦dicos que los cubren por completo, como si hubieran llegado de otro mundo¡ª cargan a una mujer de edad avanzada, quien yace sobre una camilla y es acompa?ada por el joven m¨¦dico que manipula el respirador artificial que parece mantener con vida a aquella mujer.
Por supuesto, nunca sabremos si aquellas cartas ¡ªque est¨¢n cayendo al suelo teatralmente¡ª iban dirigidas a esa mujer que los trabajadores de la salud, disfrazados de seres interplanetarios, est¨¢n llev¨¢ndose, con toda seguridad, hacia alguna instituci¨®n hospitalaria. Como no sabremos nunca cu¨¢l ser¨ªa el contenido de aquellas cartas: ?mandaba noticias un hijo desplegado por el ej¨¦rcito norteamericano en la guerra de Corea?, ?preguntaba por la salud de aquella mujer una hermana a quien la vida hab¨ªa llevado al otro lado del pa¨ªs donde naciera y muriera prematuramente la propia Virginia Mountwaezel? ?O es que el cartero ya deposit¨®, en aquel buz¨®n oxidado, la carta que dirigida a esa mujer enferma y todas esas otras cartas, las que est¨¢n en el aire, iban dirigidas a otros vecinos de aquel pueblo? ?Est¨¢n, esos otros vecinos, tambi¨¦n ellos enfermos? ?Es, esa imagen que observamos, la de una mujer enferma o es la de un pueblo enfermo? ?Se trata de una epidemia? Desgraciadamente, esto tampoco lo sabremos nunca.
Como no sabremos nunca, tampoco, qu¨¦ habr¨ªa pasado, qu¨¦ pasar¨ªa si todo esto fuera cierto, es decir, si Virginia Mountwaezel hubiera existido, si hubiera sido tip¨®grafa, si hubiera patentado ocho fuentes distintas, si hubiera muerto en una explosi¨®n, si hubiera hecho p¨²blica su sexualidad, si hubiera sido fot¨®grafa y si hubiera revolucionado la imagen que Norteam¨¦rica ten¨ªa de s¨ª misma, hacia mediados del siglo XX, retratando el mundo rural, los buzones de las casas, las enfermedades, las epidemias, los doctores, los camilleros o el resto de trabajadores de la salud. Pero la verdad es que Virginia Mountwaezel fue una invenci¨®n de la Enciclopedia de Columbia.
En un t¨²nel del tiempo inverso al de la c¨¢mara imaginaria de nuestra fot¨®grafa imaginaria, la Enciclopedia de Columbia se adelant¨® a las fake news, mucho antes de que estas nos rodearan, asediaran, trastocaran y humillaran. Como han hecho muchas otras enciclopedias y diccionarios, Virginia Mountwaezel no fue otra cosa que una marca de agua, una entrada falsa: la invenci¨®n que se hace pasar como algo real, para poder, a trav¨¦s suyo, atrapar a plagiarios potenciales, algo que, mucho tiempo antes, hab¨ªan llevado a cabo, aunque no a trav¨¦s de palabras sino de islas o monta?as falsas, los cart¨®grafos.
El asunto, por supuesto, va m¨¢s all¨¢ de los enga?os y las fake news ¡ªesas trampas malintencionadas de las cuales, ante pandemias como la que estamos enfrentando, debemos cuidarnos m¨¢s que nunca¡ª. Y es que aquello que observamos, muchas veces, es ver¨ªdico, aunque no sea verdadero. Yo, por ejemplo, de Virginia Mountwaezel no sab¨ªa m¨¢s que algunos detalles: naci¨® en 1942, era tip¨®grafa y fot¨®grafa y muri¨® en una explosi¨®n, trabajando para una revista de nombre improbable: Combustibles.
El resto es de mi cosecha, aunque no deb¨ª imaginarlo ¡ªde ah¨ª que sea ver¨ªdico, aunque no verdadero¡ª: el personal que se encarga de la salud, siempre ha hecho lo mismo: jugarse la vida, rodeados de enemigos invisibles ¡ªpero tambi¨¦n pol¨ªticos¡ª con aquello que tienen a mano ¡ªcomo un antiguo respirador artificial¡ª. Y es verdad que, en mitad de una pandemia, solo podemos confiar en ellos, pues lo que ellos no nos dicen, casi siempre acaba siendo fake news o entrada falsa.
Lo ¨²nico que le podemos exigir, entonces, al personal encargado de nuestra salud ¡ªque en mitad de una pandemia se convierte en la mayor de nuestras autoridades¡ª, es que ellos tambi¨¦n se muestren conscientes de esto: no pueden mentirnos ni endulzarnos el o¨ªdo, no pueden ni deben responder a otros par¨¢metros que los cient¨ªficos y sanitarios, no pueden ni deben someterse a otra autoridad que no sean sus enfermos.
El escenario presente, que ser¨¢ complicado, doloroso y largo, debe ser manejado por funcionarios expertos, investigadores, m¨¦dicos y enfermeros indispuestos al servilismo pol¨ªtico, porque no es tiempo de pol¨ªticos ni, menos a¨²n, de politiquer¨ªas. Que los partidos y sus representantes, por favor, cierren el hocico y quemen sus agendas.
Los ciudadanos comunes, mientras tanto, debemos hacer lo ¨²nico que en este momento podemos hacer: obedecer y ayudar, en la medida de lo posible y sin poner en riesgo a nadie m¨¢s, a aquellos que m¨¢s lo necesiten, sobre todo a los viejos.
Quiz¨¢ as¨ª, alg¨²n d¨ªa, las enciclopedias hablen de esta pandemia como se habla de los tiempos de solidaridad, empat¨ªa y humanidad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
M¨¢s informaci¨®n
Archivado En
- Coronavirus Covid-19
- Administraci¨®n AMLO
- Opini¨®n
- Coronavirus
- Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador
- Virolog¨ªa
- Gobierno M¨¦xico
- Microbiolog¨ªa
- M¨¦xico
- Enfermedades infecciosas
- Norteam¨¦rica
- Enfermedades
- Latinoam¨¦rica
- Gobierno
- Medicina
- Am¨¦rica
- Administraci¨®n Estado
- Biolog¨ªa
- Salud
- Administraci¨®n p¨²blica
- Pol¨ªtica
- Ciencias naturales
- Ciencia
- Redacci¨®n M¨¦xico
- Edici¨®n Am¨¦rica