El virus somos nosotros
El futuro est¨¢ en disputa: podr¨ªa ser el G¨¦nesis o el Apocalipsis
Al principio fue el virus. Coronavirus. En menos de dos meses despu¨¦s de la primera muerte, registrada en China el 9 de enero, cruz¨® el mundo a bordo de nuestros cuerpos que vuelan en aviones. Se volvi¨® omnipresente en el planeta, pero tan invisible como ciertos dioses para los ojos humanos. Hoy, 1.700 millones de personas, aproximadamente una quinta parte de la poblaci¨®n mundial, est¨¢n aisladas. Escuelas, restaurantes, cines e incluso centros comerciales han cerrado sus puertas, las fronteras de pa¨ªses y continentes se han cerrado, los aviones se han vaciado, los presidentes man¨ªacos finalmente han sido reconocidos como presidentes man¨ªacos, los neoliberales han sido vistos clamando: ¡°?D¨®nde est¨¢ el Estado? ?D¨®nde est¨¢ el Estado?¡±, los ardientes defensores de los seguros de salud han compartido campa?as para fortalecer la sanidad p¨²blica, los terraplanistas han exigido respuestas de la ciencia. Por las ventanas de Facebook, Twitter, WhatsApp e Instagram, la gente decreta: el mundo no ser¨¢ nunca m¨¢s el mismo.?
No lo ser¨¢. Pero quiz¨¢s seguir¨¢ siendo bastante parecido. Adem¨¢s de nuestra supervivencia, lo que est¨¢ en disputa en este momento es en qu¨¦ mundo viviremos y qu¨¦ humanos seremos despu¨¦s de la pandemia. Estas respuestas depender¨¢n de c¨®mo vivamos la pandemia. El despu¨¦s ¡ªla posguerra mundial de nuestro tiempo¡ª depender¨¢ de c¨®mo elijamos vivir la guerra. No es cierto que en la guerra no se pueda elegir. La verdad es que, en la guerra, elegir es mucho m¨¢s dif¨ªcil y las p¨¦rdidas resultantes son mucho mayores que en tiempos normales.
En la guerra, tenemos dos caminos personales que determinan lo colectivo: ser mejores de lo que somos o ser peores de lo que somos. Esta es la guerra permanente que cada uno libra hoy puertas adentro. Los momentos radicales exponen una desnudez radical. Aislados, tambi¨¦n nos las arreglamos con ella. Lo que el espejo puede mostrar no es el vientre fl¨¢cido. Eso ya no importa, no tenemos d¨®nde ni a qui¨¦n exhibir nuestras tabletas de chocolate. Lo dif¨ªcil es verse cara a cara con un car¨¢cter fl¨¢ccido, una gana sin m¨²sculo, un deseo sin tono que antes estaba enmascarado por la espiral de los d¨ªas. Lo dif¨ªcil es que te llamen a ser y tener miedo de ser. Porque eso es lo que hacen momentos como este: nos llaman a ser.
En tiempos m¨¢s normales, podemos fingir que no o¨ªmos la llamada a ser. Cubrimos esa voz con automatismos, la vida se resume a consumir la vida consumiendo el planeta. Los consumidores no son, ya que consumen el ser. Y ahora, cuando ya no se puede consumir, porque puede que pronto no haya nada que consumir o quien pueda producir qu¨¦ consumir, ?c¨®mo se aprende a separar los verbos? ?C¨®mo se convierte un consumidor en un ser?
Si utilizamos la palabra guerra, debemos observar cuidadosamente al enemigo. ?Es el virus, esta criatura que parece una bolita microsc¨®pica peluda, casi simp¨¢tica? ?Es el virus, ese organismo que solo sigue el imperativo de reproducirse? Creo que no. El virus no tiene conciencia, no tiene moral, no tiene elecci¨®n. Tendremos que vencerlo en nuestros cuerpos, neutralizarlo para reiniciar lo que llamamos el otro mundo que est¨¢ por venir. Sin embargo, todo indica que ocurrir¨¢n otras pandemias, otras mutaciones. La forma en que vivimos en este planeta nos ha convertido en v¨ªctimas de pandemias. El enemigo somos nosotros. No exactamente nosotros, sino el capitalismo que nos somete a una forma de vivir mort¨ªfera. Y, si nos somete, es porque, con m¨¢s o menos resistencia, lo aceptamos. Puede que escapar del virus esta vez no nos salve del pr¨®ximo. Hay que cambiar la forma de vivir. Nuestra sociedad tiene que convertirse en otra.
El callej¨®n sin salida que nos impone la pandemia no es nuevo. Es el mismo en el que nos meti¨®, hace a?os, d¨¦cadas, la emergencia clim¨¢tica. Los cient¨ªficos ¡ªy m¨¢s recientemente los adolescentes¡ª repiten y gritan que hay que cambiar urgentemente la forma en que vivimos o seremos condenados a que parte de la poblaci¨®n desaparezca. Y quien sobreviva estar¨¢ condenado a una existencia mucho peor en un planeta hostil.
Todos los datos muestran que la Tierra, que sigue siendo redonda, se sobrecalienta a niveles incompatibles con la vida de muchas especies. Este sobrecalentamiento cambiar¨¢ radicalmente ¡ªa peor¡ª nuestro h¨¢bitat. Toda la informaci¨®n cient¨ªfica indica que es necesario dejar de devorar el planeta, que hay que cambiar radicalmente los patrones de consumo, que la idea de crecimiento infinito es una imposibilidad l¨®gica en un mundo finito. Es un hecho comprobado que los humanos, al emitir carbono desde la revoluci¨®n industrial, cortar ¨¢rboles, quemar carb¨®n y luego petr¨®leo, se han convertido en una fuerza de destrucci¨®n capaz de alterar el clima del planeta.
A partir de la segunda mitad de 2018, los adolescentes de todo el mundo dejaron de ir a la escuela los viernes para gritar en las calles que los adultos les est¨¢n robando su futuro. Dicen: dejad de consumir, quedaos en tierra, nuestro planeta ya no puede soportar tantas emisiones de carbono. Tambi¨¦n dicen, literalmente: ¡°os importa una mierda nuestro futuro¡±. Greta Thumberg, la joven activista sueca, advirti¨® repetidamente: ¡°nuestra casa est¨¢ en llamas¡±. Despertad.
Todo est¨¢ escrito, dicho, repetido, documentado. Nadie puede decir que no lo sab¨ªa. Bueno, Bolsonaro, el man¨ªaco que gobierna Brasil, siempre puede hacerlo, porque dice y se desdice cada dos por tres. Pero, en serio, ?qui¨¦n aguanta todav¨ªa hablar sobre este demente, que aumenta criminalmente el riesgo de muerte de los brasile?os, a no ser que sea para gritar ¡°?Fuera!¡±? Aislemos a este pat¨¢n, dejemos que Bolsonaro siga buscando d¨®nde tiene las orejas y aprendiendo a ponerse la mascarilla sin cubrirse los ojos.
El efecto de la pandemia es el efecto concentrado, agudo, de lo que la crisis clim¨¢tica produce a un ritmo mucho m¨¢s lento. Es como si el virus nos hiciera una demostraci¨®n de lo que viviremos pronto. Dependiendo de los niveles de sobrecalentamiento global, llegaremos a una etapa de transformaci¨®n clim¨¢tica y, como consecuencia, del planeta, para la que no hay vuelta atr¨¢s, no hay vacuna, no hay ant¨ªdoto. El planeta ser¨¢ otro.
Por eso, los cient¨ªficos, los intelectuales ind¨ªgenas y los activistas clim¨¢ticos han estado gritando a una mayor¨ªa que se hace la sueca ¡ªpara no tener que dejar su comodidad cambiando los viejos h¨¢bitos¡ª que tenemos que cambiar radicalmente los patrones de consumo, que debemos presionar radicalmente a los gobernantes para que creen pol¨ªticas p¨²blicas inmediatas, que hay que combatir radicalmente a las grandes corporaciones que destruyen el planeta. Pero, como la crisis clim¨¢tica es lenta, siempre se ha podido fingir que no exist¨ªa, llegando al paroxismo de elegir a negacionistas como Jair Bolsonaro, Donald Trump y toda la conocida panda de destructores del mundo.
El virus no permite fingir. Posiblemente salt¨® de un murci¨¦lago, una especie cuyo h¨¢bitat tambi¨¦n destruimos, para alojarse en el organismo humano. No hizo nada m¨¢s que seguir su vida de virus. De repente, hombres y mujeres de todo el mundo que fing¨ªan no tener cuerpo ni l¨ªmites, desbord¨¢ndose en internet, tuvieron que lidiar con su propia carne y sus propios contornos. Ya no hay forma de escapar del cuerpo. Ya no hay forma de permanecer repantingado en el ombligo.
Toda la ilusi¨®n de que el mundo est¨¢ controlado por humanos se ha disuelto en un tiempo r¨¦cord. Y la humanidad finalmente ha descubierto que hay un mundo m¨¢s all¨¢ de s¨ª mismo, poblado por otros que incluso pueden acabar con nuestra especie. Otros que ni siquiera podemos ver. En nuestro furor de especie dominante, extinguimos a tantas otras y a tantas formas de vida, encerramos animales maravillosos en jaulas, creamos campos de concentraci¨®n para bueyes, cerdos y gallinas, envenenamos peces con mercurio solo porque nos gusta el oro, promovemos holocaustos diarios para alimentarnos, violamos vacas con aparatos porque queremos comernos a sus tiernos beb¨¦s en comidas refinadas y queremos robarles la leche d¨ªa tras d¨ªa, arrancamos la selva para hacer campos de soja para alimentar a los animales esclavizados. Podemos hacer de todo.
Y, entonces, llega el virus, que no est¨¢ interesado en darnos ning¨²n mensaje, solo se ocupa de sus propios asuntos, y nos muestra: vosotros, los humanos, no est¨¢is solos en este planeta ni ten¨¦is el control que cre¨¦is que ten¨¦is. Y los que se burlaban de los cient¨ªficos del clima y de la Tierra, que calificaban la crisis clim¨¢tica de ¡°complot marxista¡±, ahora quieren saber c¨®mo la ciencia puede salvarlos de la bolita peluda. Llegan a inventar que la covid-19 es una ¡°gripecita¡±, ¡°una fantas¨ªa¡±, ¡°una histeria¡±. La gente juega con todo y est¨¢ lista para creerse cualquier tonter¨ªa, incluso que la Tierra es plana, siempre y cuando se le garantice que podr¨¢ seguir su camino zombi. Pero la gente no juega con la salud. Cuando se trata de salud, incluso la Tierra plana da vueltas.
Menciono ¡°humanidad¡±, ¡°gente¡±, ¡°poblaci¨®n¡±. Pero la homogeneidad no existe, no hay un gen¨¦rico llamado ¡°humano¡±. Igual que no estamos todos en el mismo barco. Ni para el coronavirus ni para la crisis clim¨¢tica. Una vez m¨¢s, la comparaci¨®n entre la covid-19 y la crisis clim¨¢tica tiene mucho sentido. La ONU cre¨® el concepto de ¡°apartheid clim¨¢tico¡±, un reconocimiento de que las desigualdades de raza, sexo, g¨¦nero y clase social tambi¨¦n son determinantes para el cambio clim¨¢tico, que las reproduce y ampl¨ªa. Los que se ver¨¢n m¨¢s afectados por el sobrecalentamiento global ¡ªnegros e ind¨ªgenas, mujeres y pobres¡ª han sido los que menos han contribuido a causar la emergencia clim¨¢tica. Y los que han producido la crisis clim¨¢tica al consumir el planeta en grandes porciones y proporciones ¡ªlos blancos ricos de los pa¨ªses ricos, los blancos ricos de los pa¨ªses pobres, los hombres, que en los ¨²ltimos milenios han centralizado las decisiones y nos tra¨ªdo hasta aqu¨ª¡ª son los que se ver¨¢n menos afectados. Estos son los que han empezado a construir muros y a cerrar fronteras mucho antes de la covid-19, porque temen a los refugiados clim¨¢ticos que han creado, que ser¨¢n cada vez m¨¢s numerosos en un futuro muy cercano.
En la pandemia de covid-19 existe el mismo apartheid. Est¨¢ bastante expl¨ªcito qu¨¦ gente tiene derecho a no contaminarse y qu¨¦ gente aparentemente puede contaminarse. No es casualidad que la primera muerte por coronavirus en R¨ªo de Janeiro fuera la de una mujer, una asistenta, a quien su ¡°jefa¡± ni siquiera le reconoci¨® el derecho a quedarse en casa ¡ªcobrando¡ª para hacer el aislamiento necesario, no crey¨® que fuera necesario decirle que pod¨ªa haberse contagiado de covid-19, cuyos s¨ªntomas ya sent¨ªa despu¨¦s de volver de pasar el carnaval en Italia. Esta primera muerte en R¨ªo es el retrato de Brasil y las relaciones entre raza y clase en el pa¨ªs, expuestas en toda su brutalidad criminal por el radicalismo de una pandemia.
Lo asombroso es que la necesidad que muchos tienen de que la asistenta ¡ªa quien se le ha negado el derecho al aislamiento remunerado¡ª les limpie la casa y les prepare la comida sea a¨²n mayor que el instinto de supervivencia. Esto nos dice mucho de una parte de la sociedad brasile?a, en la que los porteros siguen abriendo la puerta de los edificios para que los residentes no toquen la manija, cuando van al jard¨ªn a airearse o al supermercado a comprar comida. Quedarse sin empleados dom¨¦sticos parece ser m¨¢s tr¨¢gico que enfrentar el virus para una parte de la clase media y alta de Brasil. Esta ¨²ltima est¨¢ muy acostumbrada a creer que est¨¢ a salvo de lo peor, porque, en general, lo est¨¢.
El poder devastador del virus est¨¢ determinado por las decisiones de los gobiernos y por la poblaci¨®n que eligi¨® a los gobernantes. En este momento, los brasile?os tienen que lidiar con la decisi¨®n de debilitar la sanidad p¨²blica, con la decisi¨®n de reducir la inversi¨®n en programas sociales que podr¨ªan reducir la desigualdad, con la decisi¨®n de no hacer la reforma agraria ni la redistribuci¨®n de la renta, con la decisi¨®n no priorizar el saneamiento b¨¢sico y la vivienda digna. Con la decisi¨®n de establecer un tope para el gasto p¨²blico tambi¨¦n en ¨¢reas esenciales como la salud y la educaci¨®n.
Los brasile?os se ven obligados a lidiar, principalmente, con la decisi¨®n de convertir el ¡°Mercado¡± en una entidad divina que se autorregula. Si el Mercado fue la explicaci¨®n de todo para que esta persistente plaga llamada ¡°economistas neoliberales¡± o ¡°ultraliberales¡±, que se atribuyeron la autoridad y el poder para determinar todas las ¨¢reas de nuestra vida, defendiera las medidas m¨¢s brutales, ?d¨®nde est¨¢ ahora el Mercado? ?Por qu¨¦ no le piden al Mercado que solucione la pandemia? Al contrario: los representantes del Mercado est¨¢n despidiendo a los trabajadores y pidiendo ayudas de emergencia al Gobierno para evitar la bancarrota.
Pero no se enga?en. En cuanto pase la pandemia, el Mercado volver¨¢ con todo su poder de or¨¢culo para dictar todo lo que tenemos que hacer para salir de la recesi¨®n a trav¨¦s de sus sacerdotisas, los economistas neoliberales o ultraliberales. Esta carga, como siempre, ser¨¢ compartida por igual entre los m¨¢s pobres.
El virus ¡ªy no sus p¨¦simas decisiones¡ª ser¨¢ el culpable de todas las dolencias. Como sabemos, hasta que lleg¨® la covid-19, la econom¨ªa del mundo capitalista y del Brasil del ministro de Econom¨ªa Paulo Guedes iba viento en popa, parece que hasta las asistentas planeaban un viaje a Disney cuando el maldito virus con nombre de ducha se lo impidi¨®. Y, claro, el man¨ªaco del Planalto dir¨¢ que ni ¨¦l ni su ministro-para-todo son los incompetentes, sino la ¡°histeria¡± con la ¡°gripecita¡±.
Sin embargo, la suerte no est¨¢ echada. No es solo el futuro lo que est¨¢ en disputa, tambi¨¦n el presente. Aisladas en casa, las personas empiezan a hacer lo que no hac¨ªan antes: verse, reconocerse, cuidarse. Justo ahora, cuando se ha vuelto mucho m¨¢s dif¨ªcil, parece que es m¨¢s f¨¢cil llegar al otro. A quien cre¨® el concepto de ¡°aislamiento social¡± le fall¨® el raciocinio. Lo que tenemos que hacer y que parte de la poblaci¨®n global ya lo est¨¢ haciendo es ¡°aislamiento f¨ªsico¡±, como se?al¨® el soci¨®logo Ben Carrington en Twitter. Lo que est¨¢ sucediendo hoy es exactamente lo contrario del aislamiento social. Hac¨ªa mucho tiempo que la gente, en todo el mundo, no socializaba tanto.
En Brasil, el gran momento de socializaci¨®n es el ¡°?Fuera Bolsonaro!¡± en las ventanas. En otros pa¨ªses hay m¨²sica, incluso poes¨ªa, en los balcones. Para los brasile?os, mostrar que se han encontrado con la realidad del otro es reconocer la realidad de que pusieron a un man¨ªaco en el Gobierno y tienen que sacarlo de all¨ª si quieren sobrevivir. Pero aqu¨ª tambi¨¦n hay fiestas de cumplea?os en las que se deja un pastel en la puerta y los vecinos cantan ¡°cumplea?os feliz¡± desde la ventana, j¨®venes que les hacen la compra a los ancianos del edificio, abuelos que almuerzan con sus nietas por FaceTime, familias y grupos de amigos que hablan a trav¨¦s de aplicaciones como hac¨ªa tiempo que no hablaban. Es incre¨ªble, pero finalmente los humanos han descubierto que pueden usar sus tel¨¦fonos m¨®viles para conocerse, en lugar de aislarse cada uno en su aparato en las mesas de los bares y restaurantes.
Muchas de las acciones de la derecha y la extrema derecha brasile?a en los ¨²ltimos a?os ten¨ªan como objetivo neutralizar y enterrar una insurrecci¨®n de las periferias, en el sentido m¨¢s amplio, que empezaba a cuestionar, de manera muy contundente, los privilegios de raza y clase. Empezaba a reclamar su justa centralidad. La concejala Marielle Franco fue un ejemplo ic¨®nico de estos brasile?os insurgentes que ya no aceptaban el lugar subalterno y mort¨ªfero al que hab¨ªan sido condenados. La pandemia ha mostrado expl¨ªcitamente que la rebeli¨®n sigue viva. El Brasil de las ¨¦lites imb¨¦ciles, aliado a la nueva imbecilidad representada por los mercaderes de la fe ajena, no pudo matar la insurrecci¨®n. El ¡°Manifiesto de las hijas y los hijos de las empleadas del hogar¡±, que afirma que no permitir¨¢n que los empleadores dejen morir a sus madres de covid-19, es quiz¨¢s el grito m¨¢s potente de este momento, impensable hace solo unos a?os.
Se est¨¢n haciendo decenas de colectas, la mayor¨ªa organizadas desde favelas y periferias, para garantizar que las personas a quienes la desigualdad brasile?a les secuestra el derecho al aislamiento tengan alimentos y productos de limpieza. En general, el lema es ¡°Nosotros por nosotros¡±: siglos de historia demuestran que solo los explotados y los esclavos pueden salvarse a s¨ª mismos.
Algunos organizadores de estas campa?as temen que el tiempo de los buenos corazones, donde brotan las margaritas de la solidaridad, termine en pocas semanas, cuando la comida escasee y se establezca el hambre, cuando el miedo a que el dinero se acabe ¡ªpara aquellos que todav¨ªa tienen dinero, pero no saben por cu¨¢nto tiempo¡ª empiedre las venas y las arterias, cuando el n¨²mero de casos est¨¦ tan fuera de control que el sistema de salud implosione. Ah¨ª, en este lugar al que posiblemente llegaremos, definiremos qui¨¦nes somos realmente o qui¨¦nes queremos ser. Entonces lo sabremos. No creo que, esta vez, la gente acepte morir como ganado. Especialmente, las mismas personas de siempre.
La conciencia de la propia mortalidad suele tener un efecto muy poderoso sobre las subjetividades. Los fil¨®sofos se disputan la interpretaci¨®n de lo que ser¨¢ o podr¨ªa ser el mundo poscoronavirus. El esloveno Slavjoj Zizek cree en el poder subversivo del virus, que puede haber asestado un golpe mortal al capitalismo: ¡°Quiz¨¢s tambi¨¦n se propaga otro virus mucho m¨¢s beneficioso y, si tenemos suerte, nos infectar¨¢: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad m¨¢s all¨¢ de los Estados-naci¨®n, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperaci¨®n global¡±.
El surcoreano Byung-Chul Han, profesor de la Universidad de las Artes de Berl¨ªn, cree que Zizek se equivoca. ¡°Despu¨¦s de la pandemia, el capitalismo seguir¨¢ con m¨¢s vigor todav¨ªa. Y los turistas seguir¨¢n pisoteando el planeta¡±, afirma. ¡°La conmoci¨®n es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. El establecimiento del neoliberalismo tambi¨¦n vino a menudo precedido de crisis que causaron conmoci¨®n. Eso es lo que sucedi¨® en Corea y en Grecia. Espero que despu¨¦s de la conmoci¨®n causada por este virus, no llegue a Europa un r¨¦gimen policial digital como el chino. Si esto sucede, como teme Giorgio Agamben, el estado de excepci¨®n se convertir¨ªa en la situaci¨®n normal. Y el virus habr¨ªa logrado lo que ni siquiera el terrorismo isl¨¢mico ha logrado totalmente¡±.
Pero ¨¦l tambi¨¦n se acerca a la idea de otra posible sociedad en la posguerra pand¨¦mica: ¡°El virus no vencer¨¢ al capitalismo. La revoluci¨®n viral no llegar¨¢ a suceder. Ning¨²n virus es capaz de hacer la revoluci¨®n. El virus nos a¨ªsla e individualiza. No genera ning¨²n sentimiento colectivo fuerte. De alguna manera, cada uno se preocupa solo por su propia supervivencia. La solidaridad que consiste en mantener distancias mutuas no es una solidaridad que nos permita so?ar con una sociedad diferente, m¨¢s pac¨ªfica, m¨¢s justa. No podemos dejar la revoluci¨®n en manos del virus. Tenemos que creer que despu¨¦s del virus vendr¨¢ una revoluci¨®n humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZ?N, los que necesitamos repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y nuestra movilidad ilimitada y destructiva, para salvarnos, para salvar el clima y nuestro hermoso planeta¡±.
Creo que la belleza que queda en el mundo es precisamente que la suerte no est¨¢ echada mientras todav¨ªa estemos vivos. El virus, que nos arranc¨® a todos del sitio, independientemente del polo pol¨ªtico, est¨¢ ah¨ª para recordarnos eso. La belleza es que, de repente, un virus ha devuelto a los humanos la capacidad de imaginar un futuro en el que deseen vivir.
Si la pandemia pasa y todav¨ªa estamos vivos, a la hora de recomponer las humanidades podremos crear una nueva sociedad. Una sociedad capaz de entender que el dogma del crecimiento nos ha llevado a este momento, una sociedad preparada para comprender que cualquier futuro depende de dejar de agotar lo que llamamos recursos naturales, y que los ind¨ªgenas llaman madre, padre, hermano.
El futuro est¨¢ en disputa. En el ma?ana, llegue tarde o temprano, sabremos si la minor¨ªa dominante de la humanidad continuar¨¢ siendo el virus atroz y suicida, capaz de exterminar a su propia especie destruyendo el planeta-cuerpo que lo hospeda. O si detendremos esta fuerza destructiva al inventarnos de otra manera, como una sociedad que es consciente de que comparte el mundo con otras sociedades. Despu¨¦s de tanta especulaci¨®n, sabremos si lo que estamos viviendo es el G¨¦nesis o el Apocalipsis, en la interpretaci¨®n del sentido com¨²n. O nada tan grandilocuente, pero inmensamente decepcionante: la reedici¨®n de nuestra invencible capacidad para adaptarnos a lo peor, adhiri¨¦ndonos de forma inmediata a los discursos salvadores que nos han esclavizado tantas veces.
La pandemia de covid-19 ha revelado que somos capaces de realizar cambios radicales en un tiempo r¨¦cord. El acercamiento social con aislamiento f¨ªsico puede ense?arnos que dependemos unos de otros. Y, por eso, debemos unirnos en torno a un com¨²n global que proteja la ¨²nica casa que todos tenemos. El virus, que tambi¨¦n habita este planeta, nos ha recordado algo que hab¨ªamos olvidado: los otros existen. A veces, se llaman coronavirus.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de Brasil, construtor de ru¨ªnas: um olhar sobre o pa¨ªs, de Lula a Bolsonaro. Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.
Traducci¨®n de Meritxell Almarza.
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