C¨®mo es la gente
Contrastando con la insoportable y muda realidad de muchos ciudadanos, en las sesiones parlamentarias hay quienes agitan el miedo y la mentira
Suele ocurrir: a un t¨®pico se acaba respondiendo con otro. Frente al recurrente, ¡°esto nos va a cambiar¡±, aparece ahora el eslogan de los esc¨¦pticos: ¡°La gente, ja, no va a cambiar¡±. A m¨ª siempre me asombran aquellos que hablan de la gente. La gente es idiota, la gente es mezquina, la gente, que va a lo suyo. Y me pregunto en qu¨¦ categor¨ªa superior al Homo sapiens se colocan quienes reducen a los seres humanos a gentuza. ?Son seres superiores ajenos a las debilidades comunes? Yo, como gente que soy, me asomo a la terraza a aplaudir. A eso de las ocho menos diez veo en cada ventana del edificio de enfrente a una abuelilla vigilante. Esperan impacientes, como si se tratara de comerse las uvas en Nochevieja: a las ocho se ponen el abrigo. Los primeros d¨ªas nos saludamos t¨ªmidamente, ahora ya hemos aprendido a hacerlo con naturalidad. Est¨¢n solas, por lo que (tal vez absurdamente) pienso que mi presencia les alegra. No solo aplaudo a los sanitarios, tambi¨¦n toco las palmas por ellas. Las veo peque?as, reducidas por la edad; cuando alg¨²n vecino pone m¨²sica, ellas se balancean de un lado a otro. Si hace buen tiempo las enfermeras del Mara?¨®n la l¨ªan. Bailan en la puerta de la Maternidad y ante ellas se paran los polic¨ªas, los taxistas, los autobuseros. Les aplauden y ellas se vienen arriba. Hay comentarios cr¨ªticos con los aplausos: ¡°La gente ahora aplaude, pero ma?ana olvidar¨¢ la sanidad p¨²blica¡±. No s¨¦ qu¨¦ medidas habr¨ªa que tomar, tal vez obligar a los ciudadanos a salir a la ventana con la papeleta del partido al que votan en la boca, para que los justos decidieran si pueden ejercer su derecho a aplaudir y a cantar el Resistir¨¦. Luego tenemos a los contrarios al Resistir¨¦.?Se merece la canci¨®n del D¨²o Din¨¢mico haberse convertido en el himno del confinamiento? Lamento no poder opinar: soy de esa gente que aprendi¨® a bailar en las fiestas de un pueblo. La gente como yo a?orar¨¢ los viejos d¨ªas en que pod¨ªamos bailar amontonados.
Cuando se habla de que la gente no cambiar¨¢, porque la gente, ya se sabe, se dejar¨¢ arrastrar a la primera de cambio por la corriente salvaje de la estulticia, pienso en lo que veo estos d¨ªas. Y lo que veo en mis contadas salidas a la calle, en la tele, lo que me cuentan amigos, lo que leo, lo que escucho por la radio, irradia de todo menos vulgaridad. Los hijos cuidan a sus padres con delicadeza, en la distancia, les dejan la compra en la puerta. Los padres y madres j¨®venes tratan de calmar los nervios de unas criaturas que por las tardes se suben por las paredes. Los maestros se enfrentan a una situaci¨®n ins¨®lita y duplican su jornada. A veces tienen que atender al mismo tiempo a sus propios hijos o a una persona mayor a su cargo. A pesar de que lo que vemos por Instagram son famosos ense?ando jardines y cocinas como salones, la mayor¨ªa de los confinados, los ignorados, se api?an en escasos metros cuadrados. La gente, esa gente, se est¨¢ portando con una dignidad admirable. Hay ego¨ªstas que van a su bola, claro, hay tambi¨¦n personas que se lanzan a la calle porque sufren angustia, como es normal, y luego hay Marianos Rajoy. Pero son la excepci¨®n.
El virus ataca a cualquiera, pero el confinamiento est¨¢ castigando, por encima de todo, a los que viven en la escasez y han de soportar cada d¨ªa el terrible peso de la incertidumbre. Son las v¨ªctimas silenciosas de la pandemia. Y contrastando con esta insoportable y muda realidad de tanta gente, en las sesiones parlamentarias hay quienes agitan el miedo y la mentira, obedecen a un af¨¢n destructivo, piden bajadas de impuestos para desamparar m¨¢s a los despose¨ªdos o insisten en sus irritantes reivindicaciones territoriales. Juegan con fuego, lo saben y disfrutan. Los m¨¦dicos deber¨ªan advertir de que escucharlos es perjudicial para la salud, de la gente.
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